Álvaro Pérez Capiello, 1972.
Economista egresado de la UCAB, Caracas, realizó un postgrado en Gerencia y Admon. en Barcelona y ya ha publicado veinte libros: cuentos, novelas, ensayos e infantiles se encuentran entre su rico florilegio editorial. Representó a Venezuela en el Foro Joven de Literatura y Compromiso, celebrado en el CEULAJ de Málaga en 1992 y ha sido profesor en varias universidades venezolanas, columnista de prensa en el Diario 2001 y El Diario de Caracas. Entre sus galardones: la medalla Lucila Palacios y la medalla al mérito del Círculo de Escritores de Venezuela, la mención de honor en el Certamen de Narrativa Enrique Bernardo Núñez, la medalla Alexander Pushkin de Rusia, el diploma Amigo de Venezuela de la fundación Venezuela Positiva y la Orden del Santo Sepulcro de Jerusalén en el Grado de Caballero (Bogotá, Colombia).

LEER PRIMEROS CAPÍTULOS

Háblanos un poco de ti.

Dicen que un escritor nace, cosa que es cierta, pero también se construye a través del oficio y de muchas lecturas. En mi caso, crecí al amparo de la biblioteca de Clásicos de Juventud reunida por mi padre, entre cuyos títulos se contenían: Los últimos días de Pompeya de Edward Bulwer Lytton, La isla del tesoro del escocés Robert Louis Stevenson o Las aventuras de Tom Sawyer de Mark Twain. Desde niño, comencé a borronear cuartillas y, antes de cumplir ocho años de edad, pedí como regalo una máquina de escribir. Esta vieja Aladdin azul me acompañó durante mi infancia y adolescencia, y de sus teclas vieron la luz mis primeros dos libros: Ventanas (1991) y Guardatinajas (1992). Como bien apunta Abel Posse, a quien tuve la fortuna de conocer en Mollina (provincia de Málaga); «se escribe porque no queda otro remedio».

¿Qué podremos encontrar entre las páginas de La Fórmula?

La novela amalgama ingredientes de ficción con elementos tecnológicos muy en boga en estos tiempos. Desde la más remota antigüedad, los seres humanos hemos intentado dar respuesta a preguntas, del tenor de: ¿quién soy?, ¿por qué estoy aquí?, o ¿a dónde voy? La Fórmula, se interna, pues, en estas máximas universales siempre con la atención colocada en las estrellas. Tal vez, cuando Mary Wollstonecraft Shelley concibió en Suiza su novela Frankenstein (1818), centrada en la moral científica, la creación y destrucción de la vida o la relación del hombre con su Creador, dio un paso adelante respecto al curso de las investigaciones que realizaban Luigi Galvani y Erasmus Darwin sobre el poder de la electricidad. La Fórmula revela un camino posible del cual nadie puede permanecer indiferente.

¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro?

Es una novela de pulso rápido en una época donde los cambios están a las órdenes del día. Siempre he tenido un gran respeto por los lectores, quienes están llamados a completar la propuesta del escritor. Todo lo expresado en las páginas de La Fórmula está muy bien documentado, al milímetro, lo cual permite interesar a ese lector culto desde la primera línea hasta la última dejando en el paladar el sabor exquisito de la verdad sobre el incidente Roswell y sus posibles implicaciones en un mundo multipolar.

¿Qué quieres transmitir a través de este libro?

Deseo sentar las bases para que el hombre contemporáneo realice un «alto en el camino» en aras de reflexionar sobre la propia vida y su naturaleza trascendente, en un tiempo de excesivo materialismo sometido a los dictámenes de las nuevas tecnologías. Cuando los cambios ocurren rápido, no está demás moverse despacio. La máxima del apóstol Tomás; «ver para creer», es repetida en La Fórmula de una manera diferente: «debes creer para luego poder ver».

¿Cuál fue el último libro que leíste? ¿Por qué lo elegiste?

Llegaron a mis manos; Origen de Dan Brown y Marina de Ruiz Zafón. Respecto a este último libro, puedo decir que me conectó con la época en la que viví en Barcelona, en el barrio de Putxet, desde donde podía contemplarse admirablemente el parque del Tibidabo. La novela, muy bien escrita, tiene un sutil parentesco con El fantasma de la Ópera, pieza gótica de Gastón Leroux, recreando además muchos sitios de la ciudad condal con exquisito detalle.

¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta esta última?

Empecé a escribir muy joven. Desde Ventanas (1991) hasta La Fórmula (2025) hay una evolución en la estructura y el tratamiento de los personajes. La descripción cede protagonismo a la acción. Son ya 22 libros publicados y muchas lecturas en medio. Cuando presenté mi primera novela al premio Rómulo Gallegos, aquello causó auténtico revuelo. Un joven de 20 años se postulaba para un galardón que habían recibido, entre otros: Miguel García Márquez, Carlos Fuentes y Mario Vargas Llosa. Tal vez, el asombro de algunos no se centraba en el hecho de hallarse frente a un desconocido en el panorama literario con una ópera prima, cosa en verdad osada, sino de que se trataba además de una novela. Para cierta crítica, un muchacho de 20 años no había vivido lo suficiente como para componer una novela en debida forma. Lo cierto es que se hizo una tertulia en la biblioteca Isaac J. Pardo del CELARG y, treinta y tres años después, sigo suscribiendo lo que escribí en aquellos primeros libros. Si me preguntaran cuál es mi mejor libro hasta hoy, diría que el último, pues el día que no me cautive lo que haga simplemente dejaré de hacerlo.

Y ahora qué, ¿algún nuevo proyecto?

 Sí. Acabo de terminar un libro titulado El hombre que no pudo matar a la muerte, un thriller de misterio e intriga que se desarrolla entre Caracas y Polonia. La obra gira en torno a un antiguo palacete barroco en la villa de Minkowskie, donde se cree que los nazis ocultaron valiosas obras de arte saqueadas de los museos de Europa durante los meses finales de la Segunda Guerra Mundial. Como todos mis libros, es una obra que deja un gran mensaje que tiene que ver con las pasiones humanas.

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