Javier López

 

Resido en Albacete. Sí, ese sitio que muchos ubican entre Cáceres y Badajoz. La verdad es que no consigo entender la razón por la que no he emigrado todavía a verdes praderas. O a una atalaya con vistas al mar. Será la fuerza de la costumbre. O que aquí no hay cuestas, vaya usted a saber. Nací en el 65, pero la gente, cuando me ve, me echa muchos menos (¡piadosos que son ellos!). Me gano la vida de forma honrada, por lo que habrán imaginado que no me dedico a la política. De joven (sí, aquellos días en los que soltaba la melena al viento) me dediqué a estudiar inglés pensando que aquello tenía una gran salida. Y no me equivoqué. El inglés fue un boom en los ochenta y los noventa. A todo el mundo le dio por estudiarlo (otra cosa es hablarlo o comprenderlo. Todavía hoy andan los estudiantes buscando la manera. Ni desde sus pupitres de los institutos bilingües consiguen dar el pego). En fin, las clasecillas de inglés me sirvieron para pagar mis facturas y algún que otro vino en la bodega.

Aficiones: Darle aire al pasaporte. Cualquier país es buena excusa para echarte la mochila al hombro. Eso sí, Pakistán no vuelvo a pisarlo. Allí, el mayor aliciente consiste en tomarte un té sentado en un cojín con mucha mugre. Mucho peor que pasar un domingo en Inglaterra, dónde va a parar. Pero salir al mundo, saberte lejos de tu zona de confort, disfrutar de un millar de rostros que no se parecen a la cara de vinagre de tu vecino del bajo izquierda… ah, eso no tiene precio. Pagar en rublos, comprar en yenes, regatear el precio por señas, con aspavientos teatrales, poner las palmas de las manos en la frente y decir «Yule» mientras la vendedora sonríe. Es la mejor manera de ponerse el mundo por montera. Aunque sea solo un mesecito. Luego, de regreso al Nueva York de la Mancha, uno rememora las aventuras vividas mientras se mira en el espejo esa cara que se vuelve cada día más borrosa: la cara del funcionario.

Rasgo más sobresaliente de mi personalidad: La sed de libertad. Los atascos me ponen enfermo. Prefiero conducir cien kilómetros por una carretera perdida de la mano de Dios antes que quedar atrapado siquiera cinco minutos en un atasco. Entonces, resulta innecesario que les cuente cómo me siento con una mascarilla puesta todo el día y encerrado en casa. Sobre todo cuando uno ha decidido no encender más la televisión y se informa de lo que pasa por medios no oficiales (que otros llaman subversivos, pero acaban contándote lo que pasa de verdad; justo lo contrario de lo que cacarea La 1, La 2, La 3, La 4, La 5 y La Sexta).

Por qué decidí ser escritor: Porque tenía historias que me escocían. La ficción permite recolocar las cosas que andan revueltas en tu cabeza y en tu vida. La ficción es la mejor terapeuta. Línea a línea yo conseguía sacar el dolor afuera, domesticarlo. Un escritor es capaz de revertir el absurdo y el hastío vital, reordenar el mundo, hacerlo, en definitiva, a su imagen y semejanza. Pero el punto de partida es una tragedia. La tragedia es la palanca sobre la que se teje la historia. Con una tragedia, amigo, se es un estupendo clarinetista, escultor, trapecista o poeta. Pero primero tienen que haberte hecho pupa. Y a partir de ahí, no imitar a nadie. No querer ser nadie más que uno mismo dándose explicaciones. Ni escribir para gustar a nadie. Y menos, escribir según la moda. Tener algo interesante que decir y decirlo como nadie lo haya dicho antes. Siendo honrado con uno mismo y con nadie más. Tan sencillo y tan difícil al mismo tiempo.

Mi novela favorita: Admiro la frescura, el desparpajo, la innovación y ese punto gamberro de una obra como La conjura de los necios de John Kennedy Toole. El personaje de Ignatius Reilly es redondo. Un hallazgo para la literatura universal. La novela es ingeniosa, irónica, amarga, cínica, pesimista y al mismo tiempo bufa. Pero, sobre todo, en ella rebosa el ingrediente que más me gusta de la literatura: el humor.

Una obra mía: Casting de Judas en traje de payaso. Todavía inédita. Aguarda el fallo del jurado del certamen al que la he presentado. Se trata de mi cuarta novela en la que espero haber aprendido a limar defectos de las anteriores. Ya no lo digo todo (como hacía antes). Ahora digo menos, pero lo digo mejor. Y otra vez la tragedia, y otra vez la necesidad de echarla fuera, como si se tratara de un exorcismo. Si a esto se le suma una alta dosis de humor, el resultado es paradójico: Tragedia mezclada con humor; es como juntar a churras con merinas, ¿qué será eso?, ¿un grifo?, ¿una quimera? Simplemente, mi estilo. El del que, esperando la cuchilla de la guillotina, se vuelve a contarle un chiste al verdugo.

Mi cita preferida: Lo menos frecuente en este mundo es vivir. La mayoría de la gente existe, eso es todo (Oscar Wilde). Con eso creo que ya está dicho todo. Lo subscribo a pies juntillas.

Mi proyecto actual: Una novela en la que doy mucha cera al mundillo universitario. Se trata de un desmantelamiento de la farsa que rodea a la universidad española. Nada que no sea un secreto a voces: nepotismo, privilegios, plagios, mediocridad y derecho de pernada. Los personajes (profesores universitarios) aparecen como bufones de su propia representación. A través de sus ponencias, congresos, lecturas de tesis y resto de saraos universitarios, descubriremos a un colectivo que, por más que extienda su plumaje de pavo real, donde de verdad ostenta el título de doctor es en ignorancia.

Próximos retos: ¿Y la poesía? Quiero comprobar si de verdad es esta la gloria que no quiso darme el cielo. Pero se lo voy a poner difícil.

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