Carlos Peña Vidal

 

Tengo 32 años y soy soltero. Vivo en alguna parte de Madrid, en una urbanización de militares ya que mi padre forma parte de ellos.

Nací en Cádiz, pero con solo un año mis padres decidieron mudarse a Madrid. Como mi padre estaba en la marina, cada uno hemos nacido donde le ha tocado amarrar. A mi madre la conoció en Mallorca en una de sus mil paradas (la gente dice que se parece a mí y yo no tengo motivos para desconfiar).

Estudié en un colegio normal donde el profesor no me tenía manía ni tenía excusa alguna para fracasar como lo hice al no sacarme el graduado escolar. Como a muchos otros niños, mi profesor les dijo a mis padres QUE ERA MUY LISTO PERO MUY VAGO. Supongo que no ha nacido un profesor todavía que les diga a unos padres preocupados que su hijo es bobo o más tonto que una persiana, por lo que siempre me quedó la duda sobre tal afirmación de mi persona.

Me obligaron a trabajar muy pronto, a los diecisiete. La obra y el sector de la construcción me causaron un gran impacto, ya que yo venía de jugar al fútbol y a la consola y no me había parado a pensar nunca en cuánto pesa un rollo de cable o el frío que puede padecer un ser humano trabajando en una azotea en pleno enero. Esto me hizo pensar que igual tenía que haber estudiado, aunque solo fuera por llegar a los setenta años de vida, pero como ya era tarde para lamentaciones, me dediqué a la electricidad con todo mi corazón y aguanté lo mejor que pude a mi jefe. Sé que son muchas las veces que se critican a los jefes… por eso sé que me perdonará si lo lee algún día: Mi jefe no era pesado, era un taladro. Un despertador constante. Estar cerca de él era como poner la oreja en una campana mientras está sonando. Las veces que paraba de gritar para coger aire o ingerir comida te sentías como si estuvieras en el espacio… vacío. Pero aguanté, me hice oficial y luego autónomo. Más tarde, debido a un golpe de estrés, tomé la decisión de salirme de la obra y buscar trabajo por ETT. Después de varios intentos fallidos trabajo en una cartonera, donde hacen cajas para diversas marcas.

Vista de Cádiz

Mis aficiones: Una de las aficiones que más me gusta es el leer libros de budismo, la otra es el boxeo. Sé que pueden parecer opuestas pero no quería mentir y decir que me gusta el ciclismo o el pádel.

Respecto a mi personalidad… Hay mucha gente que dice que soy pasota, un dejado… Es cierto que no tengo redes sociales, lo cual hace que no recuerde ningún cumpleaños y que me comunique por email con la gente, la cual me manda a la mierda y me dice que me ponga el WhatsApp. También porque me voy solo al campo muchas veces, o porque desaparezco de las fiestas sin despedirme (esto último es por no molestar ya que todos te intentan convencer para que te quedes).  En fin, también me quedo embobado con facilidad, pero creo que esto es porque me fijo mucho en todo… soy observador, así me definiría yo.

Por qué decidí escribir… Siempre me ha gustado mucho leer y un día pensé que con todos los errores que había visto cometer y había cometido podría hacer un libro para que otros pudieran evitarlos, aunque solo fuera algunos, para que pudiesen ver las consecuencias que acarrean.

Mi autor favorito: Lo cierto es que no tengo autor favorito, me gustan un montón de ellos: Matilde Asensi, Posteguillo, Ken Follet, Julia Navarro, Patrick Rothfuss…

Mi libro favorito de otro autor: El libro que me marcó de por vida como lector fue LOS PILARES DE LA TIERRA. La verdad es que yo lo miraba tan gordo y con la letra tan pequeña que pensaba «ya pueden fallarme los amigos y romperse la consola que yo me pongo a hacer los deberes antes de tocar eso», y al final lo cogí y me enamoré de cada página.

Una frase de un autor que me guste: Hay mil frases que me gustan, pero esta…

«El perdón es la fragancia que deja la violeta en el talón de quien la pisa»

Mark Twain

 

La favorita de mis obras: Un futuro perfecto,  ya que combina humor con un mensaje muy importante sobre el mundo y en lo que puede llegar a convertirse.

Mi manera de ver el mundo: Supongo que empezaré diciendo que es mucha pregunta ya que cada uno tiene un enfoque diferente de lo que es la vida y el mundo. En mi caso, creo que después de haber probado muchas cosas y haber viajado más de lo que me tendría que haber permitido,  he llegado a la conclusión de que lo único que vale la pena al final es lo que das. Y cuando digo lo que das no me refiero solo al dinero, sino al compromiso que adquieres cada vez que te pones los pantalones para salir a la calle de que vas a dar lo mejor de ti a los demás. No solo a tu madre, que se despide de ti en la cocina, sino también a la señora del tercero que se cruza contigo en el ascensor y que no puede sujetar la puerta con el carro; ese saludo al quiosquero con el que te cruzas cada mañana para ir a trabajar mientras su hija sonríe y te mira desde detrás, ese manotazo amistoso al de seguridad que lleva toda la noche trabajando solo…

Supongo que lo que quiero decir es que las redes sociales y demás programas informáticos están bien, pero no pueden ni podrán compararse con el trato humano.

Poco a poco, cada vez nos estrangulan más esa parte del cerebro que teníamos para nosotros mismos sobrecargando de tareas una mente que ya no reconoce otro sonido que no sea el que hace el móvil. Se supone que toda esta informatización de absolutamente todo mejoraría la calidad de vida de la gente y, sin embargo, yo, cuando salgo al descanso, contemplo cómo el silencio reina mientras mis seis compañeros miran el móvil. Esto me entristece, porque el  mundo es increíble, pero la gente lo es todavía más.

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