José Antonio Peña Martínez

 

Hola, me llamo José Antonio Peña Martínez, autor de El príncipe sin reino, publicado por Editorial Adarve (2020).

Nací en 1946 en Llíria, donde vivo, a 25 kilómetros de València. Estoy casado, tengo una hija y una nieta.

Llíria es conocida como la «Ciudad de la Música» porque tiene las dos sociedades musicales con las bandas sinfónicas amateurs más importantes del mundo: La Primitiva y La Unión; también destacan la Banda de Música de Jubilados y Pensionistas, la Orquesta de Plectro El Micalet y la Agrupación Musical Edetana Vicente Giménez, respectivamente.

Además de la música, Llíria cuenta con restos arqueológicos iberos (cerámica narrativa de Edeta), romanos (termas y mausoleos) y árabes (casa de baños). En el Museo Arqueológico local se pueden admirar numerosas muestras de cerámica, lápidas, monedas y maquetas de las distintas etapas históricas.

Desde que era pequeño me gustaba la historia y los personajes históricos y me fijaba en el nombre de algunos de ellos que figuran en el callejero de Llíria: Pompeyo, Sertorio, Viriato El Cid, Jaime I el Conquistador, Colón, Hernán Cortés, Martín el Humano, y un largo etcétera. Siempre me decía que cuando fuera mayor escribiría sobre estos temas.

Después de terminar el Bachillerato y la Oficialía Industrial en la rama de Química, empecé a trabajar. Primero, en un laboratorio farmacéutico en València y, tres años más tarde, aprobé unas oposiciones para entrar en el Instituto de Agroquímica y Tecnología de Alimentos (IATA), Burjassot (València), un centro de investigación perteneciente al Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), donde he trabajado desde 1968 hasta 2011, cuando me jubilé. O sea, ¡43 años en el IATA! Durante esas más de cuatro décadas he colaborado en la realización de 11 tesis doctorales.

Panorámica de Llíria

El tiempo libre lo aprovechaba para cultivar algunas de mis aficiones: leer, escuchar música y, sobre todo, escribir. Al principio, escribía artículos para los libros de fiestas locales, el primero de ellos en 1990 y, hasta la actualidad más de cincuenta. Después, me presenté a concursos literarios y Juegos Florales de ámbito regional y gané varios premios, lo que me animó a escribir y autoeditar mi primer libro: Edeta. Nuestro pasado ibero (2007). A este siguieron: Llíria en el siglo XIII (2008); Martín I el Humano, un rey sin heredero (2010); El Compromiso de Caspe. Una perspectiva histórica 600 años después (2014); Roger de Lauria, un titán de los mares (2016); Santa Teresa de Jesús Jornet Ibars. Su contexto histórico (2018), y Carlos de Trastámara y Évreux. El primer Príncipe de Viana (2019).

Se puede decir que he sido un autor tardío, pero, la familia y el trabajo eran las prioridades que tenía. Como se ha dicho siempre: «primero, la obligación; después, la devoción». Y a esa devoción, la escritura, me he dedicado con entusiasmo, buscando con rigor científico todos los datos que he necesitado para mis libros. He procurado, tanto en los libros con un fondo histórico, como en las biografías que he escrito, que la veracidad prime sobre todo, pues como muy bien afirmaba Marcelino Menéndez Pelayo: «El primer deber de todo historiador honrado es ahondar en la investigación cuanto pueda, no desdeñando ningún documento y corregirse a sí mismo cuantas veces sea menester. La exactitud es una forma de probidad literaria y debe extenderse a los más nimios pormenores, pues ¿cómo ha de tener autoridad en lo grande el que se muestra olvidadizo y negligente en lo pequeño?».

Esta ha sido mi divisa en la escritura. Sencillamente, ser objetivo. Y el entusiasmo, la constancia, el trabajo sin desmayo, el reescribir hasta dejar la obra lo mejor acabada que se pueda. Uno no terminaría nunca de escribir y mejorar su trabajo. Cuando se ha hecho todo lo posible, hay que dejarla como está, reprimiendo los deseos de mejorarla más y más. La vida es, solo, el arte de las posibilidades. Quien piense que ha hecho una obra perfecta, solo alimenta su vanidad porque los trabajos perfectos no existen.

Asisto a un Taller de Escritura Creativa en la Escuela de Personas Adultas de Llíria, en el que he colaborado con varios relatos en la edición de dos libros: Paraula a paraula (Palabra a palabra, 2014), y Paraules de l’Escola (Palabras de la Escuela, 2020). También he participado con sendos artículos históricos en la revista Lauro. Quaderns d’Història i Societat (Lauro. Cuadernos de Historia y Sociedad), números 11 (2018) y 12 (2019), respectivamente. Igualmente, he participado en el libro 600 Anys d’un miracle (600 Años de un milagro, 2010).

Umberto Eco (1932-2016)​ fue un semiólogo, filósofo y escritor italiano, autor de numerosos ensayos sobre semiótica, estética, lingüística y filosofía, así como de varias novelas, entre ellas El nombre de la rosa.

En cuanto a los autores y sus obras que más han influido en mi afición a la lectura, primero, y a la escritura, después, es difícil elegir entre ellos, pues han sido muchos a lo largo de mi vida. Puedo nombrar a los que más honda huella me han dejado en un momento u otro: Homero; Cervantes; Shakespeare; Julio Verne; Pérez Galdós; Proust; Hemingway; Tagore; Lorca; Blasco Ibáñez;  Mario Puzo; García Márquez: Marguerite Yourcenar; Edith Wharton; Vargas Llosa; Jostein Gaarder; Jane Austen; Umberto Eco; Scott Fitzgerald; Alex Haley; Naguib Mahfuz; Antonio Gala; Georges Duby, y Ken Follet.

Respecto a mi afición literaria me he decantado por la historia y la biografía como dije al principio. García Márquez con Cien años de soledad, y Eco con El nombre de la rosa, han sido los dos autores que más influido en mi escritura. Márquez, por su imaginación y la manera, casi artesanal, de inventarse historias y plasmarlas, negro sobre blanco. Por su parte, Eco me encandiló con El nombre de la rosa por la riqueza y variedad de contenidos y personajes que oscilan entre la creación literaria, la trama policíaca y la historia. Creo que es mi favorita, pues la releo de vez en cuando.

De los libros que he escrito, pasa como con los hijos: no puedes decantarte por ninguno, a todos los quieres por igual. Sin embargo, mi biografía Santa Teresa de Jesús Jornet Ibars. Su contexto histórico (València, 2018), acerca de la primera Superiora General (que no fundadora, como se ha dicho tantas veces) de la Congregación de las Hermanitas de los Ancianos Desamparados, con más de cien hogares para personas mayores en España y otros doscientos en veinte países en cuatro continentes, ha sido el libro que más satisfacciones me ha producido porque he investigado y escrito acerca de una persona –maestra de profesión– que dio su vida por los más desfavorecidos, los ancianos que no tienen sitio en sus familias, y hoy es una Santa, proclamada como tal por Pablo VI el 27 de enero de 1974.

Y una frase sobre la lectura que llevo grabada en mi memoria es de Umberto Eco: «El que no lee, a los 70 habrá vivido solo una vida. Quien lea habrá vivido 5.000 años. La lectura es una inmortalidad hacia atrás».

Ahora, ya en el otoño de la vida (he cumplido 74), parece que «el tiempo corre lento al comenzar la jornada y vertiginosamente al terminarla», como afirmaba Arthur Schopenhauer, el filósofo alemán, considerado uno de los más brillantes del siglo XIX. Con todo, tras varios años de rigurosa investigación y búsqueda bibliográfica, estoy terminando una biografía sobre una importante personalidad científica de primer orden mundial. Ya tocaba. Y más cuando he dedicado casi toda mi vida laboral a trabajos de laboratorio.

Portada del libro El príncipe sin reino de José Antonio Peña Martínez. Editorial Adarve, Editoriales que aceptan manuscritosPor otra parte, la lectura me sigue entusiasmando y ocupa buena parte de mi tiempo y, más, en este de la maldita pandemia. Una pandemia que, en el mundo globalizado en que vivimos, y en el que a los partidos políticos y a los miembros de los distintos gobiernos europeos, sobre todo el de España, parece preocuparles más mantener su culo en su escaño que la salud de todos los ciudadanos, veo muy, muy difícil, que se acabe. Mientras los políticos de todo el mundo se dedican más a permanecer en el poder y conservar sus prebendas, la gente se muere y la economía se hunde un poco más cada día que pasa. Aunque dentro de unos meses llegue esa ansiada y esperanzadora vacuna, creo que tenemos COVID-19 para años. Desgraciadamente, tendremos que convivir con el virus. Y, ojalá, me equivoque y no vengan más.

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