María Isabel de Zavala

 

Me gusta escribir. Me divierte inventar historias teñidas de realidad que ahuyenten fantasmas del pasado y alejen problemáticas futuras. Dejar que se cocinen despacio, al ritmo de mis guisos en los fogones.

No he cursado ninguna carrera que me ayude a caminar en el mundo de las letras. Los estudios me sirvieron para ejercitar mi entendimiento y la vida me enseñó a aceptar derrotas, superar adversidades y a no catalogar a las personas por solo su apariencia.

A pesar de todas las dificultades pasadas, no me quejo. Cuento con una gran familia estupenda entre la que destacan siete hijos maravillosos y un montón de nietos de los que presumo y disfruto.

Sí, es cierto, nietos. Mi vida ya ha traspasado las obligaciones impuestas por jornadas laborales rígidas. No es que mi trabajo haya sido frustrante o agotador, pero tampoco fue el leitmotiv de mi existencia.

En estos momentos, el transcurrir de las horas es más placentero y agradable. Procuro organizarlas a mi manera, aunque siempre hay imprevistos que alteran su cotidianeidad, ¡menos mal, si no sería muy aburrido!, aunque, a veces, tanto variar ritmos y horarios también perturbe mis ímpetus creativos.

Aunque vivo muy cerca de la gran ciudad de Madrid con su encanto, ventajas e inconvenientes, puedo disfrutar, a un paso de mi casa, de grandes extensiones de naturaleza por las que me encanta pasear después de mi sesión de yoga, que no quiero abandonar para dar flexibilidad a un cuerpo que se empeña en endurecer músculos y articulaciones.

Me apunto a conciertos tanto de música clásica como de artistas modernos, aunque no niego que algunos ritmos actuales quedan fuera de mi catálogo musical. Me encantan las visitas culturales, las películas que no me angustien (mis hijos dicen que de amor y lujo), el bricolaje, la jardinería y devorar libros sin pausa. He de reconocer que también tengo un vicio oculto: jugar al parchís.

Aunque, en parte, he conseguido vencer mi innata timidez, siempre quedan en mi carácter sus vestigios. Soy celosa de mi intimidad y nada partidaria de las redes sociales. Considero que las nuevas tecnologías tienen cantidad de ventajas, pero se ha perdido calidad y calidez en las relaciones interpersonales.

Pasada la adolescencia, en la que El Principito (Saint-Exupery), Nada (Carmen Laforet), y El Diario de AnaFrank presidieron mis lecturas, Antonio Gala se convirtió, junto a Mercedes Salichachs, en uno de mis autores favoritos. Isabel Allende, Vargas Llosa, García Márquez, acompañaron mi andadura. Ken Follet, Stephen King, Paulo Coelho, la lista se iba engrosando sin poder inclinarme por uno determinado. Los clásicos, quizás como gesto de rebeldía a la obligación impuesta en clase de literatura de tener que leer alguna de sus obras, llegaron algo más tarde y pasaron a engrosar mi lista de favoritos.

No hace demasiado, me impuse el deber de conocer a Don Quijote y su fiel amigo Sancho. ¡Lástima haber tardado tanto en descubrir tal tesoro!, aunque peor hubiera sido no haberlo llegado a hacer. Me encantó por su originalidad, sus técnicas narrativas, incluso por esos puntos de ternura y humanidad que no esperaba de los personajes. A partir de ahí entendí su gran trascendencia a lo largo de los siglos.

Pronto me di cuenta de que, para mí, escribir era como acudir a terapia sin tener que pagar por ella. Tuve que rellenar muchas hojas perdidas, almacenar cuadernos repletos de ambigüedades, sueños, esperanzas y caídas antes de que mis hijos me empujaran a trasformar mis ideas en novela.

Hasta ahora han sido tres las gestadas con ilusión y expectativas contenidas. Con ellas me pasa como con mis hijos. Si me preguntan cuál es mi favorito no puedo decantarme por ninguno, cada cual tiene sus luces y sus sombras que le hacen especial. Con mis novelas pasa lo mismo, quizás la menos aplaudida sea la más apreciada.

De momento la novela ha dado paso a los poemas. Surgen de repente, en momentos inesperados y mágicos y van engrosando un libro que tengo la intención de editar sin mucha demora de la mano de Editorial Adarve que trabaja con tesón y empeño para que los que confiamos en su buen hacer no nos sintamos defraudados.

Destacar en el mundo de las letras, como en cualquier disciplina de la vida, no es fácil. Se requiere preparación, esfuerzo, constancia… y contactos. Así y todo, intereses diversos mueven los hilos económicos, sociales y otros varios que impiden destacar muchas veces a quien de verdad lo merece. Y conste que no lo digo por mí. No soy tan ingenua como para pensar que puedo llegar tan alto como todos esos escritores a quienes admiro, pero como decía Jorge Luis Borges, «Uno llega a ser grande por lo que lee y no por lo que escribe».

Me gusta trabajar por un mundo un mundo donde la justicia y la solidaridad sean las bases de una sociedad en que los valores morales prevalezcan sobre egoísmos y narcisismos consumistas. Un mundo donde la naturaleza sea objeto de admiración y cuidado. Creo y confío en la capacidad del ser humano de aprender de sus errores y remediar lo que parece irremediable.

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