Waldemar Hermina

Foto del escritor Waldemar Hermina

Waldemar Hermina

Nací en Camuy Puerto Rico, pero desde el 1999 resido en la ciudad de Glendale en California. Glendale es un suburbio al noroeste de la ciudad de Los Ángeles, muy cerca del bosque nacional de Los Ángeles y hogar de los estudios de Dreamworks, los mismos que crearon Shrek. Los Ángeles es una urbe inmensa, caracterizada por el tráfico indignante, decenas de idiomas en las calles, pero donde también quedan al descubierto tanto la grandeza como los escaños más bajos de la desigualdad social. Se preguntarán: “¿Cómo llegué desde Puerto Rico hasta Glendale?” Suena bastante lejos. Resulta que en 1996, al terminar mis estudios en la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras, crucé hasta la costa del pacífico donde fui admitido en Oregon State University (OSU). Allí experimenté el frío por primera vez, vi bosques de pinos por primera vez y conocí la nieve. Al cabo de un año me eligieron vicepresidente de la Asociación de Estudiantes Latinoamericanos de la Universidad, y en una actividad en un centro cultural chicano me topé con una chica que contagiaba el aire con su sonrisa y energía. Al cabo de unos meses pasamos de amigos a novios, y en marzo del 1999 nos fuimos a Las Vegas y nos casamos en el Chapel of the Bells, y claro, nos ofrecieron uno de esos Elvis Presleys para que nos cantara, pero lo descartamos. Lisette nació en Los Ángeles y no tenía pensado quedarse en Oregon, y así fue como me fui haciendo californiano. En fin, de mis 44 primaveras llevo compartiendo veinte con Lisette, y desde el 2003, con nuestro único retoño Andrés, quien según él, es un salvadoreño-puertorriqueño de California. El gentilicio se me hace muy largo; Andy suena más simple.

Siempre fui tímido: tal vez por ser el menor de tres hermanos. Crecí apegado a la falda de mi madre, y me bebí las lágrimas cuando me soltó en la escuela a los cinco años. Recuerdo que era tanta mi ansiedad que me desesperaba si no le miraba los zapatos por la rendija bajo la puerta del salón a la hora de salida. Crecimos en Camuy, al noroeste de Puerto Rico donde aparte de jugar béisbol, de hablar de béisbol, escuchar salsa y merengue en todos lados, o caminar por la playa no había mucho que hacer. Mi papá era entrenador de béisbol y jugué en las ligas del pueblo hasta los 14 años cuando quedó confirmado que el deporte en equipo no era para mí, y no alcanzaría jugar en Las Grandes Ligas. Después de un breve paso por el Tae kwon-do, el ciclismo se hizo dueño de mis aspiraciones. La idea de montarme en bici y conocer nuevos pueblos me cautivaba. La mayor parte del tiempo pedaleaba en silencio, y me entretenía jugando con ideas y pensamientos: algo así como soñar despierto. El sonido de las ruedas rotando se adhirió de tal modo a mi personalidad, que 28 años después aún disfruto de una rodadita diaria en bici. La vida de ciclista no era compatible con la escritura, y los cuentos se esfumaron del panorama hasta que las decepciones, las caídas y las derrotas me fueron convenciendo de que no me convertiría en el primer puertorriqueño en correr la Vuelta a España o la de Francia. En el séptimo grado leí Crónicas de una muerte anunciada, mi primer encuentro con un escritor extranjero, y al final solo me dije: “este tipo es un exagerado”. Luego me pusieron a leer a Pedro Páramo y no entendí ni papa. Mi hermana ya cursaba en la universidad y me dijo: “eso es mucho pa’ ti. Léete algo más simple”. Me entusiasmaban los cuentos cortos de Abelardo Díaz Alfaro, tal vez porque me podía identificar culturalmente con ellos, y más adelante, por allá por el décimo grado, recité varios poemas de Luis Llorens Torres, El zapatito Azul, El valle de Collores, lo cual despertó mi interés por la poesía. Claro, me aterraba pararme frente al micrófono y no era fácil sobrellevar las bromas de parte del estudiantado. De ahí en adelante escribía versos o historias en mis libretas, pero por nada del mundo los revelaba. Nadie las leyó. Allí solo hablábamos de béisbol. Eventualmente, el ciclismo yWaldemar Hermina practicando ciclismo la universidad consumieron todas mis energías. Aparte de escribir ensayos para los cursos que tomaba, y de anotar los kilómetros en el diario de entrenamiento, no volví a escribir en mis libretas. Después de los 25 años, ya graduado de Oregon State University y casado con Lisette decidí colgar las ruedas de la bici como competidor. Comencé a leer con más frecuencia, y volví a escribir en una libreta. Las ideas surgían, pero no les daba seguimiento, perdía la libreta, y hasta ahí moría la intención. En algún momento del 2009 o 2010, uno de mis primos murió después de una serie de complicaciones médicas, lo cual me hizo reflexionar sobre aquel pasado que vivimos junto a la abuela materna, y comencé a escudriñar aquellas historias que mi abuela nos contaba hasta que les fui dando forma, y al cabo de algún tiempo, ya había entrelazado una historia digna de leer.

En la actualidad llevo trabajando como profesor desde el 1999 en la ciudad de Los Ángeles. He trabajado en diferentes niveles, pero desde el 2009 trabajo en el nivel intermedio con estudiantes de sexto a octavo grado. A veces me topo con niños que me recuerdan aquellos días cuando soñaba despierto, y mientras los observo, escucho la voz de mi madre preguntándome; “¿muchacho qué estás pensando?” Siempre le decía que en nada, pero en realidad me la pasaba componiendo historias en mi mente.

Definitivamente que llevo eso de ser isleño bien incrustado en el ADN, y en palabras de buen puertorriqueño, soy bastante calmoso; no me dejo consumir por la vida rápida de la ciudad. Del caribe también traigo esa afinidad por el salitre, y al menos una vez al mes doy la vuelta por las playas californianas, que aunque frías, producen el mismo olor. Me apasiona la lectura, el jazz latino, hacer ejercicios, viajar, caminar por la playa, sumergirme en arrecifes de corales y disfrutar la naturaleza. Disfruto enseñar destrezas motoras y siento satisfacción cuando un estudiante alcanza dominio sobre una destreza en particular. Por otro lado me siento comprometido con la justicia social, y defiendo las causas justas y dignas que agobian a los sectores oprimidos en nuestra sociedad. A pesar de que siempre fui tímido, desarrollé buena capacidad oratoria, y también cierta perseverancia para conseguir mis metas. Muchas personas siempre me han preguntado cómo es que he podido terminar mis libros, y yo solo les digo; “sería una pena dejarlos a mitad”.

Motivos de sobra para ser escritor:

Hace mucho tiempo atrás, cuando era niño, escribía cuentos en las páginas del medio o del final de mis libretas, tal vez con la intención de que se me hiciera difícil volver a encontrarlos entre tantas páginas en blanco, o tal vez por miedo a que alguien los leyera. En las noches cuando me recostaba los cuentos reaparecían en mi mente, como si hubiesen sido reclutados de algún recoveco de mi memoria para que los disfrutara, tal y como si fueran un cortometraje de cine. Los años de magisterio me fueron devolviendo la pasión por la lectura y la escritura, hasta inspirarme o tal vez convencerme de que esa habilidad de componer historias a manera de cortometraje en mi mente, era la misma que me ayudaba a narrar historias, y solo tenía que transferir lo imaginado y pensado en palabras.

 Mis autores preferidos: 

Rosario Ferré, García Márquez, Vargas Llosa, Allende, Jules Verne, Bill Bryson, Stephen Hawking, Magali García Ramis, Ivonne Acosta, Esmeralda Santiago, Eduardo Lalo, Eduardo Galeano y Luis Rafael Sánchez son entre otros, mis escritores favoritos. Cada cual tiene su estilo particular, pero pienso que me han inspirado a escribir sobre las historias escuchadas o vividas que han dado sentido a mi existencia.

Mi obra favorita de otro autor: 

Portada del libro Cien años de soledadCien años de soledad siempre es una de las favoritas y la leído dos veces, pero de todas formas, creo que La casa de la laguna, de Rosario Ferré sería la #1. El entusiasmo por esa obra surge con el trasfondo histórico que nos presenta la escritora sobre un San Juan y una ciudad de Ponce de principios de siglo 20, pero desde el punto de vista de personas afluentes. Cuenta las historias de una familia privilegiada, los abusos de poder sobre, los líos pasionales, las marcadas diferencias en las clases sociales, y quizás me impactó en gran medida escuchar historias de personas que se regocijaban en la prosperidad, algo que para mí era desconocido en mi entorno camuyano de clase trabajadora.

Mi obra favorita de las que he escrito: 

He escrito dos novelas: Al garete, y Muchos años de espera. Podría considerar que al momento, Muchos años de espera es mi favorita porque surge en una época mucho antes de que yo naciera y fue un reto recomponer la vida de ese tiempo. Tengo que admitir que también fui desarrollando cierto apego con algunos de los personajes, pero en el fondo, no disfruto leer mis libros porque aparte de que ya sé cómo terminan, de volver a leerlos terminaría encontrándoles faltas.

Con respecto a mi estilo literario: 

Pienso que mi estilo intenta mostrar lo irreal y lo extraño como algo muy cotidiano. A veces mi narrativa suele ser sencilla, en ocasiones pintoresca, a veces irreverente, jocosa, y hasta cierto punto existencialista. Mientras narro, enlazo las circunstancias de los personajes con eventos de la historia relativamente reciente de nuestra Isla: la política colonialista, los vaivenes del estatus político, las tradiciones y supersticiones, y la influencia del fanatismo político y religioso en el diario vivir de sus residentes.

Una cita: 

“Pretendíamos ser un país, pero en realidad, hasta muchos de los que estaban convencidos de esto, actuaban como si solo fuéramos una parada de autobuses en la ruta de un imperio”. De Eduardo Lalo en su novela Simone.

Mientras escribo, trato de no caer en la trampa de denominar como país o nación a mi terruño. Prefiero usar isla, entorno, terruño.

En la actualidad trabajo en…

En Muchos años de espera surge un personaje llamado Tranquilino, dueño de una pensión donde se alberga un comerciante español que aparece un fin de semana de fiestas a vender pociones y ungüentos, pero también interesado en conocer a la leyenda en vida de Estrella del Mar. Llevo meses redactando la historia sobre Tranquilino, quien ya de anciano y viudo y motivado por la historia de su inquilino perenne —un norteamericano a quien nunca le ha escuchado decir una palabra y solo conoce como Smith—, decide marcharse de su amada isla en un intento por tachar todas las cuentas de su vida y entregarse al olvido.

 Mi manera de entender este mundo:

El mundo es como un vehículo de motor que por más que lo reparen siempre termina descomponiéndose. La lógica estipula que debería funcionar de maravilla, pero los malos hábitos que arrastran las personas que lo manejan suelen complicar sus funciones, y después de tanto perpetuar ese mal manejo, ahora le fallan los frenos mientras conducen cuestan abajo. El pesimismo que producen sus acciones se hace evidente a plena luz del día: los conflictos bélicos, la avaricia del capitalismo desalmado, la desigualdad y la miseria, la violencia repentina que procura llevarnos de vuelta a la edad de piedra, y recientemente, los cambios climáticos que no prometen nada bueno. De todas formas, reconozco que la trayectoria del progreso intelectual, emocional, social y tecnológico de nuestra raza humana ha persistido, hasta abrirse camino y traernos a esta era que llamamos siglo 21. Por lo tanto, entiendo que nuestro mundo es complejo, que nuestra historia es trágica, y admito que en ocasiones sueno pesimista, pero en realidad no dejo de ser un realista que busca aferrarse al optimismo. Como profesor procuro encender la chispa de la esperanza en mis estudiantes y, les enfatizo que no se necesita estatus de celebridad para promover un mundo más próspero, ya sea promoviendo compasión, tolerancia, paz, honestidad, integridad y diversidad. Solo hay que tener esperanza.

Mis proyectos inmediatos: 

En lo literario ando confeccionando la historia que he mencionado antes. También tengo un cuaderno con varias ideas y notas sobre historias que espero escribir en un futuro.

 

 

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