Pablo López Romano

 

Pablo López Romano autor del libro La heredad del señor. Editorial Adarve. Publicar un libroActualmente vivo en Lima, aunque paso temporadas en Madrid. Por mi trabajo he vivido en Argentina, en Brasil, en Perú y he pasado largas temporadas en otros países de Sudamérica. Siento un enorme cariño por estos países, especialmente por Perú, aunque cuando estoy fuera de España la extraño muchísimo y me doy cuenta de cuánto me gusta mi país. La pandemia de COVID me sorprendió en Lima, así que he estado más de un año sin pisar España. La he añorado todos los días. Mis dos hijos viven en Madrid, mis mejores amigos también. Pese a todos los medios que tenemos hoy para comunicarnos, nunca he sentido la distancia como lo he hecho durante este último año. Creo que se es consciente de la distancia que te separa de lo que quieres, no cuando estás lejos, sino cuando no puedes acercarte. Han sido para mí, como para todos, unos meses muy difíciles.

Nací en Madrid, hace sesenta años. Cuando era niño, vi en directo, por la televisión en blanco y negro, al hombre pisar por primera vez la luna. Durante mi adolescencia se desarrolló la Transición en España y mi generación la vivió apasionadamente. Viví La Movida de Madrid, intensamente, a mis veinte años. Luego vi cómo caía el muro de Berlín y cómo cambiaba el mundo y, más tarde, cómo cambiábamos nosotros como consecuencia de internet y demás avances tecnológicos. Ahora la pandemia… Creo que mi generación no ha vivido una guerra mundial, ni regional, ni civil, pero ha vivido muchas experiencias para que nuestra vida haya sido, hasta ahora, muy interesante. En algunos momentos, incluso, ha sido muy intensa.

La heredad del señor de Pablo López Romano

Herrera del Duque (Badajoz)

Mi familia es extremeña, de Herrera del Duque, Badajoz. Mi padre era farmacéutico en el pueblo. En ese pueblo pasé los veranos de mi infancia y de mi juventud. Mi abuelo materno, que era médico, se estableció en Madrid cuando se jubiló. Mi madre murió cuando yo era niño, así que mis abuelos nos criaron en Madrid, a mí y a mis tres hermanos. Nos llevaron al Liceo Francés, que por aquel entonces era un colegio muy liberal. Por el contrario, mi abuelo nos educó en una disciplina férrea, con un nivel de exigencia muy alto. Este contraste –una educación liberal en el colegio y una educación tradicional en casa– marcó mi carácter. A los dieciocho años me fui de casa de mis abuelos. Estudié Económicas. Luego desarrollé toda mi carrera profesional en el mundo del petróleo. Viví plenamente y en primera persona los años de la gran expansión de las empresas españolas en Sudamérica. Hace dos años me prejubilé. Poco antes había superado un infarto y un cáncer, que fueron experiencias vitales decisivas. Ahora, aunque a un ritmo desacerado por culpa de la pandemia, asesoro a empresas en dirección de recursos humanos, que es mi especialidad, dicto alguna conferencia y escribo sobre esta materia.

Aficiones: Desde muy joven he sido un lector voraz. Tuve profesores que me hicieron amar la buena literatura. Sin duda, leer –mucho más que escribir- es mi gran pasión. Me encanta ir a las librerías, ojear las novedades, comprar libros. Me gustan casi todas las manifestaciones del arte, todas las artes plásticas, la música, el cine. Cuando estoy en Madrid voy frecuentemente al Museo del Prado y a otros museos. Madrid es unas de las mejores ciudades si amas la pintura.

Tengo otra gran pasión: el fútbol. O mejor, dicho, el Real Madrid. Hice a mi hijo socio del Madrid antes de que aprendiera a decir “papá”. Y antes de que empezara a andar lo llevaba al Bernabéu. Muchos de mis mejores recuerdos están en ahí, en nuestros asientos de abonados del fondo norte, disfrutando o sufriendo, según el resultado que se estuviera dando.

A lo largo de mi vida he tenido muchas aficiones. Durante muchos años, por ejemplo, he coleccionado soldaditos de plomo. Debo tener unos 800 más o menos.

Ah, y me encantan los toros.

Rasgo más sobresaliente de tu personalidad: Me resulta difícil decir cómo soy. Todos somos demasiado complejos como para poder describirnos con unas cuantas palabras. En una canción de hace muchos años, George Moustaky decía que era un optimista amargo y un pesimista alegre. Me identifico con esa definición. Me repele el optimismo bobo, al estilo Mister Wonderful, y rechazo la dictadura del pensamiento positivo. A mí me resulta difícil ser positivo. Aún más en la pandemia que vivimos. Me indignan esos eslóganes que dicen que saldremos más fuertes o mejores, porque no será así. Llamamos resiliencia a lo que realmente es resignación. Pero soy un pesimista que no ha perdido el sentido del humor. Sin sentido del humor estaríamos definitivamente perdidos.

Soy inconformista y perfeccionista. En algunos aspectos, el perfeccionismo me ha hecho ser demasiado exigente conmigo mismo y con los que me han rodeado, en el ámbito familiar o en el ámbito profesional. En otros aspectos me ha hecho insistir y persistir hasta alcanzar el resultado que me había propuesto.

Cuéntanos por qué decidiste ser escritor/a: De joven escribía poemas. No conservo ninguno de aquellos años, pero recuerdo que eran bastante malos. Mi profesión me ha requerido siempre mucha dedicación, muchas horas de trabajo, muchos viajes, muchos problemas que ocupaban mi cabeza. Escribir requiere tiempo, mucho tiempo. El tiempo libre que me dejaba mi trabajo lo ocupaba mi familia. Procuraba leer ficción, al menos una hora todos los días. No tenía mucho tiempo para escribir. Escribí algún cuento, algún relato breve, pero sin vocación de estructurar una obra publicable.

En el año 2013 sufrí un infarto de miocardio que me tuvo convaleciente varios meses. Al principio de esa convalecencia escribí el relato “El inventor de ecuaciones”. A partir de ahí surgió la idea de escribir un libro de relatos sobre el siglo XX en un pueblo parecido a Herrera del Duque, el pueblo de mis padres, al que considero mi pueblo. Quería contar las historias que había oído durante mis veranos, pero situándolas en un paisaje ficticio, con personajes imaginados que interactuasen con personajes históricos. De ahí surgió “La Heredad del Señor”. Un año después del infarto volví a tener que guardar varios meses de reposo para restablecerme de un cáncer. En esos meses el proyecto quedó muy avanzado. Sin embargo, tardé tres años más en darlo por terminado. Cambié algunos relatos, reescribí otros, corregí el texto muchas veces, pero no estaba nunca satisfecho con el resultado. Hasta que lo empecé a sacar a la luz. Dejé el manuscrito a varias personas para que lo leyeran y todos me animaron a publicarlo tal y como lo habían leído.

Autores preferidos y por qué: Tengo tantos autores favoritos. Además, algunos son favoritos durante un tiempo y luego dejan de serlo. Me pasó con Paul Auster. Cuando leí la “Trilogía de Nueva York” quedé fascinado y leí casi todo lo que había escrito. En cambio, últimamente me da mucha pereza leer a Auster. A los que siempre vuelvo son a los escritores del XIX. No solo a los españoles. Tienen una obra tan amplia que necesitas toda la vida para leerlos. Todos los años leo algún libro de Galdós, aunque no he celebrado su centenario leyéndome sus Episodios. Conozco gente que lo ha hecho, o que dice que lo ha hecho.

Con quince o dieciséis años coleccionaba los libros que las grandes editoriales sacaban semanalmente en los quioscos. Fue el inicio de mi biblioteca. Recuerdo, por ejemplo, la colección de Bruguera de autores del siglo XX. Creo que leí todos, o casi todos, los libros de la colección. Eso hizo que mis gustos literarios fueran muy variados. También me gusta la poesía. La lista de favoritos sería interminable.

«El Gran Meaulnes” Alain Fournier.

De los contemporáneos españoles me gustan mucho Landero, Marías, Merino, Mateo Diez, Benitez Reyes, Trapiello,  … Y todos los años conoces nuevos autores que se convierten en preferidos.

 

Tu obra favorita de otro autor: Mi obra favorita es “El Gran Meaulnes”, de Alain Fournier. La leí cuando tenía trece o catorce años y es de los pocos libros que releo cada cierto tiempo. Me fascina porque recrea un mundo mitad ficticio, mitad real, tal como he pretendido hacer yo con La Heredad. Es un libro fascinante. Hay una excelente traducción de Ramón Buenaventura. Si alguien quiere leer “El Gran Meaulnes” en castellano que busque esta traducción. Ah, y la obra que me hubiera gustado escribir: “Los Gozos y las sombras”, de Torrente Ballester. El título de su segunda parte, “Donde da la vuelta el aire”, es el título más hermoso que conozco.

Tu estilo literario: Me considero un narrador, sin más pretensión que contar historias de una manera que a la gente le resulte sugerente. Procuro que la forma contribuya a dar fuerza al relato. Tan solo cuento historias que sitúo en distintas épocas y en distintos paisajes. Me gustan los paisajes inventados, Celama de Mateo Diez, Comala de Rulfo, Macondo de García Márquez, Pueblanueva del Conde de Torrente. La Heredad es mi paisaje inventado, el territorio de mi imaginación. Pero La Heredad está rodeada de lugares reales, de referencias que mis lectores y yo podemos situar en nuestro mapa particular. Creado el espacio, lo pueblo con personajes ficticios y con personajes que han existido realmente.

Una cita de un autor que te guste: Una del poeta César Vallejo: “Mi madre me alzaba el cuello del abrigo, no porque nevaba, sino para que nevara”. Esa es la frase del optimista amargo que soy. La del pesimista alegre sería una frase de una película de El Gordo y el Flaco. “Oli, llevamos tres días sin comer: ayer, hoy y mañana”.

Obra en la que te encuentras trabajando en la actualidad: Actualmente estoy completando un libro de poemas de amor. Antes me he referido solo a la narrativa. Mas que poeta, soy escritor ocasional de poemas. Escribo esporádicamente. Hay temporadas en las que escribo uno o dos poemas a la semana y luego pasan meses sin escribir un solo verso. Deshecho el 90% de lo que escribo.

También estoy planificando un nuevo libro ubicado en La Heredad. Esta vez lo situaré en el siglo XIX. Es un proyecto que está muy verde todavía.

Algo sobre tu manera de entender este mundo: ¿Mi manera de entender el mundo? En realidad creo que, aunque procuro entenderlo, no lo entiendo del todo. La pandemia de coronavirus nos ha cambiado muchas pautas. Me preocupa el nuevo puritanismo y la hipocresía de la corrección política. También el “simplismo” con el que abordamos muchos de los principales problemas. Lo hemos confiado todo a la tecnología. No hemos hecho lo mismo con la ciencia. Mucho menos con las humanidades. Espero que, al igual que se están desarrollando vacunas contra el coronavirus, se generen antídotos contra la estupidez que nos rodea. Aunque tampoco soy demasiado optimista. El único antídoto frente a esa estupidez es la Educación (con mayúscula). Hoy enseñan a hacer, no a pensar. Y eso es un enorme error.

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