Ana María Sanchidrián

 

Vivo en Cádiz. Después de vivir en distintos lugares por razones laborales, acabé regresando a mi ciudad natal. Creo que echaba tanto de menos el mar, el olor de las algas y el salitre que en cuanto las circunstancias me lo permitieron, volví a la que considero mi casa.

Estudié Derecho y tras algunos años trabajando para administración, me dediqué a la abogacía y más concretamente, al urbanismo. He participado en la redacción de distintos tipos de planeamiento, desde Planes Generales a pequeñas Unidades de Ejecución y mientras me dediqué a ello, ha sido más que una forma de ganarme la vida porque lo he disfrutado. Resulta satisfactorio integrarse en un equipo que planifica los cambios de una ciudad, de un sector o de un barrio, y comprobar pasado tiempo, que tu trabajo ha servido para mejorar las condiciones de vida de los vecinos.

Resulta duro reconocer que en pleno siglo XXI, lo que muchos consideramos gestos normales y previsibles como abrir un grifo y que salga agua potable, tener saneamiento, calles seguras, colegios, tiendas de proximidad y un largo etcétera, no está al alcance de mucha gente. Y no me refiero exclusivamente al Tercer Mundo, ya que, para nuestra vergüenza, estas carencias las sufren personas que viven a escasos kilómetros de nuestras grandes urbes y a veces, incluso en alguna zona del interior del casco urbano. Por eso deberíamos ser más conscientes y prestar más atención a esta realidad, porque tratándose de servicios esenciales, no se puede mirar a otro lado ni posponer indefinidamente la solución del problema. Todo lo contrario, hay que enfrentarlo, hablar de ello, y tratar de ponerle remedio mediante la planificación y la inversión pública.

Y al decir esto, no considero que esté manteniendo ninguna postura radical, porque todos entendemos lo necesarios que son estos servicios en cuanto nos los cortan, aunque sea por unas pocas horas y para arreglar una avería. Esa era la razón por la que disfrutaba con mi trabajo, porque me permitía participar en la mejora de las condiciones de vida de quienes, gracias a estas actuaciones, dan el primer paso para invertir su personal espiral de miseria.

Pero como en la vida suele haber tiempo para todo, hace tres años que abandoné la abogacía y me dediqué a escribir. Evidentemente influyó en mi decisión la crisis, los importantes recortes en la inversión pública y privada, los años que llevaba dedicada a un trabajo que, aunque me gustaba, me consumía demasiada energía, y las ganas que tenía de apostar por una actividad que me ha ilusionado desde pequeña. Y aquí estoy, intentando publicar lo que he escrito durante los últimos años y, sobre todo, volcando en el papel mis nuevas historias.

¿Qué aficiones tienes? Aparte de la escritura, leer y ver arte, siempre han sido mis aficiones favoritas y a las que he dedicado más tiempo. También me gusta el cine y viajar, aunque por ahora, esto último es un sueño imposible. Antes, cuando ejercía como abogada, procuraba hacer un viaje sin prisas cada año. y nunca desprecié la posibilidad de hacer una escapada rápida, si conseguía juntar algo de tiempo libre. En tal caso, cualquier excusa era buena: ver una exposición, visitar un lugar o asistir a una reunión familiar. Viajar, aparte de un placer, es una actividad maravillosa y necesaria para quien pretenda escribir, porque le permite apreciar una serie de sensaciones que no conocería de otro modo, como el olor específico de cada ciudad, la particular forma de hablar de sus gentes o qué les emociona. Por eso, me sigue pareciendo una experiencia única a pesar de que, con los años, voy subiendo el listón de la comodidad que exijo para hacer un viaje largo.

¿Cuál es el rasgo más sobresaliente de tu personalidad? Probablemente, el sentido del humor. Al final, resulta que hay algo de cierto en el tópico de que nacer en Cádiz, imprime carácter. Creo que tomarse la vida con humor, no quita seriedad a los análisis ni rigor al trabajo, solo evita la estresante e innecesaria amargura que producen algunos problemas que, si no aprendes a enfrentarlos relajadamente, terminan por hacerte desgraciada y matan tu ingenio.

También, si tuviera que resaltar otro rasgo de mi carácter, probablemente sería la curiosidad. Casi todo lo que me rodea, me interesa, hasta el punto de que, en ocasiones, tengo que hacer verdaderos esfuerzos para no dispersarme.

Finalmente, creo que pertenezco a ese grupo de personas que se cataloga como de «piñón fijo» porque cuando me propongo algo, mientras me siga interesando, lo intento las veces que sean necesarias hasta que lo consigo. ¡Vaya!, como vulgarmente se dice, que soy del clan de los inasequible al desaliento.

¿Cuéntanos por qué decidiste ser escritora? Nunca decidí ser escritora; quizás porque en cierta medida, siempre lo fui. Para mí, escribir es algo tan natural como tener cinco dedos en la mano, y nunca me he planteado por qué escribo. Simplemente, surge un tema que me interesa, tengo el impulso de investigar sobre él, imagino una historia y la vuelco en el papel porque si no lo hiciera, se me quedaría en la cabeza dando vueltas, ocupando un sitio que necesito para otras cosas. En serio, algo así debe pasarme, porque jamás he experimentado la sensación de no saber cómo continuar una novela, ni he podido dejarla a medias, olvidada en cualquier rincón.

Siempre he sido muy aficionada a leer historias porque al sumergirme en ellas, siento que gano horas y años de vida. Para mí, leer historias era la forma de escapar de la rutina diaria, y una actividad que aumentaba mis posibilidades de vivir porque me trasporta a otras épocas y otros lugares.  Lo más curioso es que pasan los años y me sigue pasando lo mismo; porque cada vez que lo hago me bulle la imaginación, me despierta el interés por algún tema específico y casi sin darme cuenta, empiezo a documentarme y surge una historia que va cogiendo forma, hasta que la doy por terminada y tengo la necesidad de escribirla. Por eso digo que, para mí, escribir es algo natural.

Durante muchos años, al tener que compaginarlo con el trabajo, me dedicaba exclusivamente al relato corto; pero al estallar la crisis, la novela se convirtió en un reto que hacía más interesantes las horas de despacho. Así nació Los Sueños Rotos, mi primera novela, y como las críticas no fueron malas, me animé a continuar con el mismo formato hasta que el año pasado, al ver la cantidad que historias que tenía el cajón, decidí intentar publicarlas.

¿Qué autores prefieres y por qué? Cuéntanos hasta qué punto han influido en tu manera de escribir esos autores. No es una pregunta fácil de contestar, entre otras razones, porque los gustos literarios varían a lo largo de la vida, y van en consonancia con el momento vital en que te encuentras. Por poner un ejemplo: hace muchos años, leí a Delibes y no me llamó especialmente la atención, pero pasados los años, cuando leí El hereje, me gustó tanto que decidí a releer algunos de sus viejos libros y los vi con otros ojos. Entonces me interesaron más sus tramas, su forma de narrar y la peculiar filosofía de vida que rezuman sus personajes que, para bien o para mal, reflejan a un segmento de nuestra sociedad que puede que ya no sea tan numeroso, pero que todavía existe y es parte de nuestra historia.

Luego hay autores como Eduardo Mendoza que, a pesar del humor ácido y crítico, hace a los personajes tan entrañables, que termina por cogerles cariño.

También me gusta la novela histórica, y ahí hay mucho donde elegir. Desde autores más clásicos como Marguerite Yourcenat, Colleen McCulloungh o Noah Gordon, a escritores más actuales como Robert Harris, Ildefonso Falcones, Santiago Posteguillo y un largo etcétera.

Finalmente, están de escritores inmensos de todas las épocas que siempre han conseguido emocionarme y que, por suerte, son muy numerosos; como Benito Pérez Galdós, Blasco Ibáñez, H.P. Lovecraft o el propio Noah Gordon, y que conste que los nombro a título de ejemplo, porque la lista es larguísima.

No me gustaría dejarme en el tintero a otros autores que arriesgaron en su momento, y fueron extraordinariamente novedosos para su época. Cuando se los he mencionado a otras personas, me doy cuenta que no solo a mí, también a ellos les han dejado poso importante en los recuerdos. Autores como Jardiel Poncela, Gabriel García Márquez, Heinrch Böll, Antonio Gala y más recientemente Fernando Aramburu, han revolucionado la literatura, y no podría dejarlos atrás porque de todos he aprendido, y a todos les agradezco la oportunidad que me han brindado de disfrutar con sus historias.

¿Cuál es tu obra favorita de otro autor? De lo que he leído en los últimos cinco años, Patria es la novela que más me impresionado.  Y no solo por la historia que cuenta, que es de premio por la forma que tiene de abordar el miedo individual y colectivo a las pistolas de ETA, también por la extraordinaria forma en que está escrita. Reconozco que, de esta novela, me gustó todo. Me parece muy meritorio que siendo vasco Aramburu, haya conseguido liberarse de la autocensura que pesaba como una especie de omerta sobre todos, escritores e informadores, que jamás se atrevieron a comentar la coacción que suponía para la gente de a pie, vivir con el miedo a ser señalado por ETA.

Que el miedo subsiste a pesar de que ya no disparen balas, me parece obvio porque al menos yo, veo la presión que supone para cualquier vecino los insultos constantes o que le tilden de «fascista», aunque quién se lo espete no tenga ni la más remota idea de su significado; porque lo cierto es que la palabra en cuestión, surte un efecto demoledor, y consigue aislar socialmente al que disiente.

El adjetivo «fascista», es el preferido de los intolerantes de cualquier signo, porque se ahorran tener que pensar algún argumento para defender sus ideas. Es la ventaja que tiene, que se le escupe a la cara del que piensa distinto y se acabó la discusión, porque se considera en determinados círculos, que ya no hay necesidad de añadir más. Por esa razón, gente de facciones de partidos tan diferentes, lo utiliza indiscriminadamente contra cualquiera que no pertenezca a su club de fans. Hay que reconocer que es como una buena ráfaga de balas, que usada a discreción y por sí misma, genera horror y rechazo, aunque normalmente no dé en el blanco.

¿Cuál es tu obra favorita de las que has escrito? Siempre la última, porque si no me hubiera dejado más satisfecha que las anteriores, no la habría dado por acabada. Me ocurre cada vez que abordo una nueva novela, que me impongo un reto específico y trato de superarlo. En mi última que terminé, consistía en contar dos historias de amor no aceptado socialmente, que transcurren en unos tiempos especialmente duros y difíciles. Era la primera vez que tensaba tanto una trama y el resultado me ha sorprendido incluso a mí, porque me ha permitido mostrar crudamente el interior de algunos personajes, y describir los estragos que causan en determinadas personas aparentemente fuertes, vivir con remordimientos o con contradicciones internas.

¿Cuál es tu estilo literario? Si tuviera que encuadrar mis trabajos en único estilo, me resultaría muy difícil porque siempre que escribo, intento hacer algo diferente, introduciendo nuevos matices. Ya sé que se tiene tendencia a repetir las fórmulas de éxito, pero a mí me parece un aburrimiento que le quita la magia a la actividad de escribir y, si me apuran, la convierte en algo tan monótono que trabajar en una cadena de montaje. Cuando me siento a escribir y no me pongo límites, veo que mis posibilidades son infinitas; por eso entreno mi imaginación, para que no se atrofie ni se agote el abanico de mis posibilidades.

Pero bueno, si tengo que definir mi estilo, diría que el común denominador es que todas mis historias suceden en el pasado, y que cuido mucho que las referencias a los valores o a los acontecimientos de la época, sean exactos y no tengan anacronismos.  Por eso, si tuviera que definir mi estilo, diría que es directo, descriptivo sin excesos, poco dado a las florituras, y ajustado a la época en la que se desarrolla la novela. También, que procuro que todos mis personajes, incluidos los secundarios, tengan «carne» para que pueda verlo el lector porque si me salen muy planos, no me sirven y los desecho.

¿Podrías decirme una cita de algún autor que te guste? No soy demasiado aficionada a las citas, pero si tengo que elegir una, me quedo con una de John Lennon que, aunque no fuera en puridad un escritor, estoy muy de acuerdo con lo que expresa: La realidad deja mucho a la imaginación.

La imaginación, desde mi punto de vista, tendrían que estimulárnosla desde pequeños, porque siempre marcarán la diferencia entre las personas y la inteligencia artificial, por mucho que esta última llegue a perfeccionarse. Creo que la imaginación constituye la esencia de nuestra especie. Es una cualidad anterior a cualquier otra que nos hace humanos porque sin ella, pensaríamos en bucle y no existiría la libertad, ni la belleza, ni posibilidades reales de progreso.

¿Estás trabajando actualmente en alguna obra? Sí, pero actualmente estoy en la fase de documentación. Ya he decidido la época y, más o menos, empiezo a vislumbrar el tipo de historia que quiero contar. Pero está demasiado «verde» para entrar en detalles, porque ni he cerrado el argumento, ni he terminado de definir los personajes. No puedo hablar de lo que todavía está demasiado abierto.

Nos gustaría que nos contaras algo sobre tu manera de entender este mundo. ¡Vaya una pregunta! Creo que este mundo me parece demasiado grande, variado y complejo para resumir en dos palabras, mi particular manera de entenderlo. Intentaré dar un par de pinceladas sobre esta historia interminable que, desgraciadamente, nunca se ha visto libre de una importante parcela de horror.

Poniendo un símil, nuestro mundo es como una inmensa mesa de billar en la que hay miles de bolas en movimiento, cada una con su propia dirección o interés. Si consideramos a cada bola una facción en liza que intenta desplazar a las que chocan con ella hacia las troneras, el resultado es que, independientemente de lo absurdo, inhumano y terrible que es la sistemática aniquilación del prójimo, no es una opción inteligente dedicar todos nuestro tiempo y esfuerzo, a confrontar permanentemente con los demás.

Bien mirado, el circulo vital de cada uno es pequeño y no se necesita tanto para vivir con dignidad, por lo que dedicar toda la vida al esfuerzo de llegar a ser el más rico, el más poderoso o el más famoso del cementerio, me parece una soberana estupidez.

El dinero fue un invento que se creó para facilitar una alternativa al trueque. Solo es un instrumento que, probablemente y con las nuevas tecnologías, desaparezca físicamente a medio plazo. No es que me parezca incompresible que la gente se esfuerce por conseguirlo porque, hoy por hoy, es necesario para comprar los bienes de consumo que te permiten vivir sin penurias, incluso con cierto desahogo. Pero vivir de espaldas al hecho de que no somos eternos y que el único tesoro real que tenemos es el tiempo, según vas cumpliendo años, cada vez te parece una tontería mayor.

Y si me parece un despilfarro gastar la vida en acumular un dinero que ni se necesita ni se va a necesitar, más absurdo me parece dedicarla a enaltecer otras invenciones humanas que, lo mires como lo mires, no tienen ningún sustento en la realidad. Por esa razón, no entiendo que alguien esté dispuesto a dedicar su tiempo, incluso a luchar por imponer a la humanidad una serie de ideas que sin saber muy bien el porqué, le empuja a ser el gran paladín de la reserva espiritual de occidente o el timonel del futuro, según le dé. Y ya ni te cuento, cuando la misión histórica que se auto atribuye, es la de defender un específico concepto de patria que los demás no tiene porqué compartir.

A estas alturas de mi vida, ni voy a desgañitarme, ni voy a dedicar un segundo de tiempo en propagar que cualquiera de esas invenciones son verdades con mayúsculas a las que dedicar la vida, y por las que merezca la pena luchar o morir. Bien mirado, sería tan tonto como emplear mi tiempo en cazar gambusinos. Soy madre, y puedo entender que alguien esté dispuesto a arriesgar su vida o a gastar su tiempo por amor o por altruismo fraternal, pero no me parece razonable hacerlo por un dinero que no necesitas, o por un montón de palabras vacías que, al menos para mí, carecen de sentido.

¿Podrías hablarnos de tus proyectos más inmediatos, en lo personal y en lo literario? En lo personal, sobrevivir a la pandemia de la mejor manera posible. Poco más podría hacer porque la solidaridad social, salvo dar dinero a determinadas asociaciones altruistas que se dedican a paliar el hambre de muchos, la tenemos muy mediatizada por las restricciones de movilidad. ¡Ah!, y aprovecho para decirlo, vacunarme en cuanto me lo permitan para cambiar cuanto antes este asco de «nueva normalidad», por una normalidad más normal. Comparto la idea de muchos de que no está demasiado experimentada, pero como el riesgo cero no existe, considero más peligroso contagiarme y morir por no vacunarme, que afrontar las consecuencias que comporta la vacuna poco probada; sobre todo cuando las nuevas variantes de virus, son tan terriblemente contagiosas.

Y en lo literario, seguir documentándome para escribir mi nueva novela. También me dedico a leer y a pasear dentro del horario autorizado, a charlar con mi familia y mis amigos por vía telemática y poco más, porque cada vez que veo las noticias, me doy cuenta que las cosas no están para demasiadas alegrías, y menos aún si para poder disfrutarlas, tengo que saltarme las restricciones de seguridad.

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