Mauricio Betancourt

Algo sobre mi vida:

Nací en la Ciudad de México hace ya algunos años. No recuerdo cuántos. De todos modos, me aseguran, la edad es un estado mental más que otra cosa, así que no importa mucho. Lo que sí importa es mi relación con la literatura que, lo confieso, es mi gran amante.

Cuando pienso en mi vida, siempre me veo con  un libro en la mano. Siempre preferí la compañía de los libros a la de los compañeros de la escuela, a la de los vecinos. La literatura, me di cuenta, me ofrecía mundos más interesantes, más idílicos y terribles también, me ofrecía la posibilidad de soñar.

Recuerdo una bonita anécdota. A la hora del recreo, debí haber tenido nueve o diez años, acostumbraba entrar a la biblioteca a leer, mientras que el resto de mis compañeros se dedicaban a jugar futbol y cosas parecidas.  En esas épocas leía todas las novelas que podía sobre quien fue mi primer gran amor: Nancy Drew (brillante y hermosa detective que resolvía todos los crímenes), así como las aventuras de Salgari. En fin, un buen día habían castigado a dos compañeros y el castigo consistía en que, imagínense, debían pasar la media hora del recreo en la biblioteca. La maestra que había ideado el castigo evidentemente desconocía la máxima de Borges, esa de que había concebido el Paraíso como una biblioteca eterna. Cuando se percataron de mi presencia uno de ellos le dijo al otro: “No ha de tener amigos” y me miraron con lástima. Sonreí para mis adentros: “estos terminaran como oficinistas frustrados”, pensé. Sí, tenía amigos y de hecho siempre me invitaban a fiestas, a idas al cine… esas cosas, pero prefería mis amigos de la literatura.

Si Nancy fue mi primer gran amor, mi primer gran héroe fue Juan de Pardaillan. Vaya. Los Pardaillan. Devoré las novelas, todas ellas, y las he seguido releyendo a lo largo de mi vida.

La idea de volverme escritor, de dedicarme a la literatura, también se dio por ese tiempo. Un buen día la familia había tomado unos días de vacaciones y habíamos ido, me parece, a Cuernavaca o Cocoyoc. En fin. Después de nadar y hacer las cosas que los turistas hacen, Nos habíamos sentado en el lobby (que servía como cafetería) para tomar algo. En otra mesa se encontraba un hombre ya mayor, más de cincuenta años sin duda. Tenía una barba larga, era un tipo robusto y leía y escribía. Se veía totalmente absorto en su labor. A su lado, un artero de libros. Fumaba una pipa y tenía también una copa de whisky. Escribía y escribía y en ese momento lo decidí: “quiero ser como ese hombre, quiero ser escritor”. A lo mejor no era escritor, a lo mejor era contador público obsesionado con su trabajo pero esa fue la imagen que tenía de los escritores. Así debían ser, pensé.

Cuando llegó el momento de entrar en la universidad, en vez de estudiar letras opté por filosofía. ¿Por qué? Porque ya para entonces, mis gustos literarios, como es natural, habían cambiado y mis escritores favoritos, los que me decían más, eran los escritores con una preocupación filosófica, sobre todo metafísica, evidente. Pienso en Beckett, la trilogía la había leído con pasión y releído con mayor pasión, pienso en Borges, los cuentos de Joyce, todavía no leía el Ulises, y ese tipo de escritores. Supuse que si estudiaba filosofía, tendría una base teórica sólida sobre la que podría montar mis historias. Y en verdad, no me arrepiento. Fueron buenos tiempos.

A partir de entonces, he combinado la creación literaria con el tipo de oficios que un escritor hace: escribir artículos, dar talleres, dictaminar textos, y sobre todo, me he dedicado a la docencia, donde he tenido grandes, inolvidables alumnos. Eso sí, nunca he dejado de lado mi compromiso con la escritura y la preocupación por escribir las mejores obras posibles.

Buen vino, ajedrez y música…

¿A parte de la lectura? Bueno, el vino tinto. No concibo una buena comida si no hay una botella de vino. Después de todo la comida es un arte, disfrutarla en todo lo que se pueda, digo yo.  Claro, no todo va con el vino, los tacos, por ejemplo, entonces, es cuando puedo hacer alguna excepción y tomar un par de cervezas (o más).

Durante mucho años he seguido los torneos y campeonatos de ajedrez. De hecho, jugué en un par de campeonatos nacionales en mi categoría, no vayan a pensar que soy gran maestro ni nada por el estilo. También leí mucha literatura sobre el ajedrez. Hoy en día, gracias al Internet, acostumbro jugar un par de partidas online después de mi sesión de escritura. Mi jugador favorito de todos los tiempos es Bobby Fischer. Cuánta dedicación, cuánto compromiso a su arte. Un compromiso al que quisiera acercarme en mi carrera literaria.

Desde luego otra afición es el cine y la música. Sobre mis gustos musicales, confieso mi admiración por Mahler ante todo, pero también por los grandes maestros rusos: Prokofiev, Schostakovich. No mencionaré ni a Beethoven ni a Bach ni a Mozart, porque son imprescindibles siempre.

Con respecto a la música popular, mis grandes debilidades se encuentran en la Trova, Silvio, Víctor Heredia. También me gusta el rocko, sobre todo el de los sesenta, la época de la psicodelia, de las “toga parties”, de los jipis, y de grandes bandas como The Who, Beatles, y claro, Los Doors. De la música que se escucha hoy en día, hay muchos, sin duda que tiene cosas interesante que ofrecer. Diré que me he vuelto a apasionar con los musicales. Creo que Stephen Sondheim es el genio más grande que ha producido esa corriente.

Ser escritor, la decisión definitiva:

Creo que siempre he querido ser escritor. Creo que siempre he tenido la necesidad de explicarme y explicar al mundo por medio de la literatura. Desde niño recuerdo haber escrito pequeñas historias y poemitas. La máxima de William Faulkner viene muy al caso: “Uno comienza escribiendo poemas porque cree que es lo más fácil. Luego uno escribe cuentos y termina escribiendo novelas porque descubre que es lo más fácil de hacer”. Ya en la secundaria comencé a escribir mi primer novela. Recuerdo que se llamaba Don Pancho y trataba sobre un panadero y su familia. En cierta ocasión castigaron a un  puñado de alumnos por alguna travesura, yo entre ellos, y nos forzaron a quedarnos una hora después de clases en el patio durante una semana. En medio del tedio, uno de ellos sacó uno de mis cuadernos para escribir o dibujar algo y encontró la novela. La comenzó a leer y luego se la leyó en voz alta al resto. Yo, que había intentado quitársela, estaba colorado de vergüenza, pero a todos les gustó y me exigieron que la siguiera escribiendo para que la leyeran al día siguiente. Ante semejante apoyo, la juventud puede ser muy cruel, me di cuenta que podía escribir. Y claro, por otra parte, está la imagen de ese señor barbón que ya mencioné.

En fin, recorrí el camino usual: entré en talleres, esas cosas. Hasta entré en el taller de dramaturgia de mi querido maestro Hugo Argüelles. Fue en ese taller donde Hugo nos dijo: “el dramaturgo escribe para ser querido, el novelista para conocerse a sí mismo”. Claro. Muy cierto. Y por eso escribo narrativa.

Todo conduce a Homero…

De las preguntas más difíciles que se le pueden hacer a un escritor. ¿Por dónde empezar? ¿Qué autores incluir¿ ¿Dividirlos por géneros o por épocas o corrientes literarias? Si por preferidos debo entender a los escritores que más releo, a los que vuelvo continuamente, quizá podríamos avanzar.  ¿Cuáles son estos? Homero, tanto la Iliada como la Odisea, maravillosas, además de ser obras que le abrieron el camino al resto de los escritores. No concibo a un autor que no solo las haya leído, sino que no se haya deleitado y no las haya estudiado a conciencia. Si hablamos de la famosa intertextualidad creo que, fatalmente, toda obra conduce a Homero.  Es decir, toda obra que cuyo tema sea el viaje (interior y exterior), llega a la Odisea, toda obra que aborde la guerra y las secuelas de la guerra a la Iliada.  La Divina Comedia de Dante Alighieri es otra de mis obras de cabecera. Obra llena de hallazgos tanto lingüísticos  como al nivel de la trama. Y ya que estamos en esto, desde luego Shakespeare y Cervantes, autores a los que regreso una y otra vez. Como también regreso a los grandes autores de la Generación Perdida, en especial Faulkner y Hemingway. Dos colosos de la literatura y padres del Boom. Creo que su influencia es clara en Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa. Me quedo en estos tres porque también son de los imprescindibles para mí.

Ya mencioné a Joyce y a Beckett. Sí, el Ulises es la novela más importante (que no la mejor) de los últimos cien años, y la trilogía, una de las más profundas investigaciones en torno a la condición humana.

Agrego a esta lista a André Gide y a Thomas Bernhard. Y podría agregar a muchos más… Demonios, de los autores contemporáneos: Javier Marías, Paul Auster, Cormac McCarthy, Lobo Antunes, por citar solo a algunos. Y todavía me falta mencionar a los grandes novelistas del XIX y del XVIII, y a los poetas; como dije: Empresa harto difícil.

Tres obras favoritas:

Los Monederos falsos de Gide. Me impresionó, esa es la palabra, la estructura narrativa, el manejo de los tiempos, que, ahora me doy cuenta, es uno de mis mayores intereses en mi propia obra, y el final tan sorpresivo y tan triste. Recuerdo que cuando la terminé de leer, la leí a los dieciocho años, terminé con un nudo en la garganta.

Luz de agosto de Faulkner. El aliento épico, el subtexto religioso, la compleja simbología, aunado a una historia interesante y terrible, hacen esta mi novela favorita de Faulkner. ¡Y los personajes! Vaya, del ingenuo Byron Bunch, la seductora Lena, el ministro caído en desgracia, Hightower a Joe Christmas, uno de los personajes más potentes y contradictorios en la historia de la literatura, ¿cómo no admirar el genio de Faulkner? No puedo dejar pasar la frase que pronuncia Hightower  y que es la premisa de la novela y, me atrevo a afirmar, de toda su obra: “Poor man, poor mankind”.

La tercera que menciono es la novela que hubiera querido escribir: Conversación en la Catedral de Vargas Llosa. La lectura de esa novela ha sido uno de mis momentos más felices en mi vida. Motivo también de asombro ante la maestría técnica, la capacidad creativa, personajes que uno hubiera querido conocer,  y el subtexto terrible. Gran novela. La debí de haber leído por primera vez a los dieciséis o diecisiete años. Recuerdo que cuando la terminé, me hinqué en mi alcoba y grité: “¡Dios existe y es peruano!”.

De las mías…

Siempre espero que mi siguiente obra sea sea mejor a la anterior pero Ana y los Soldados, por muchas razones, ocupa un lugar especial.

Mi estilo:

No me interesan las novelas superficiales y facilonas. No me gustan las historias cursis con personajes planos y donde todo se resuelve de forma inverosímil y justa. El mundo no es así. Lo que intento es hacer literatura, adentrarme en las contradicciones, las fallas y aciertos del ser humano. Como escribió Marcel Proust: “los hombres somos ángeles y demonios”, por lo que buco a través de una historia que podría ser sórdida o descorazonadora, hacerla literaria.

Una frase:

Hay tantas que podría fácilmente crear un diccionario personal de mis frases favoritas. Demasiadas.  Quizá la cita de Horacio, sobre una adaptación de una frase del griego Hipócrates: Ars longa, vita brevis, es de mis favoritas-favoritas.

En la actualidad trabajo en…

Estoy terminando una novela dividida en tres partes sobre la vida de los estudiantes de secundaria, chavos de doce a quince años, en el México de los setenta y los chavos de los noventa. Qué cambios han habido, cómo se ha modificado la relación con los profesores. Espero terminar el primer borrador en un mes a lo sumo. A partir de ahí, vendrán las correcciones, la labor editorial. Si todo sale bien estará lista para mediados del ’18.

 Boticelli o Quevedo nos justifican como especie…

¿Recuerdan esa frase de Sábato en el Túnel? Más o menos, estoy parafraseando, dice: “Que el mundo es un lugar horrible no necesita demostrarse. En todo caso bastará un ejemplo. En un campo de concentración un pianista se quejó de que tenía hambre. Entonces lo obligaron a comerse una rata, pero viva”. Sí, el mundo es un lugar cruel. No ha habido un año en que la humanidad no haya estado en guerra en algún lugar del mundo. Y si uno abre el periódico o revisa las noticias en Internet nos enteramos de los crímenes más atroces, peor, de las injusticias más injustificadas.  Parece que Nietzsche tenía razón con su famoso apotegma de que Dios ha muerto y por lo tanto este mundo no es un lugar moral. El Leviatán puro. Entonces, si todo es tan terrible, ¿qué hacemos aquí? ¿Cómo encajamos? Modestamente creo que ahí entran las artes. Creo que la séptima sinfonía de Beethoven, la pintura El nacimiento de Venus de Botticelli, los sonetos de Shakespeare, de Quevedo, y un largo etcétera, nos justifican como especie, nos hace “humanos”. Y quizá, quizá, un poco mejores.

Proyectos:

Ante todo, claro la novela que estoy terminando. Tengo cuatro más en el tintero, para usar un horrible lugar común, que escribiré después de que se publique en la que estoy trabajando. Por lo que estaré bastante ocupado en los próximos años.

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