Jesús Greus

 

Jesús Greus en la Habana. Editorial Adarve de EspañaActualmente no tengo residencia fija. Paso parte del invierno en La Habana, temporadas en Marrakech y estancias en Madrid y en Extremadura. El verano, en Mallorca, salvo por unos días en La Rioja.

A día de hoy vivo solo.

Nacido en Madrid en 1954. inicié, sucesivamente, estudios de periodismo, paisajismo y filología española. No terminé ninguno de ellos. Me licencié después en Lengua y Cultura inglesa por el Institute of Linguists de Londres.

Yo era un niño bueno y modoso que un día, a los 17 años, se fumó cuatro porros y se convirtió en hippie. Fue mi primer cambio de vida, de ideas, de amigos (absolutamente impresentables, vestidos de colorines y con los pelos por los hombros). Eran tiempos psicodélicos. Y de pronto, nuevo cambio: allá por 1974 descubrí el Yoga y las filosofías orientales. Flotaba en el ambiente; entré a formar parte de una organización internacional de Yoga. Seguí a un gurú hindú con quien realizamos una delirante gira por la India, aparte de vivir en comuna, impartiendo cursos de Yoga en Canadá, Estados Unidos, Bahamas, Inglaterra, España, etc. Éramos vegetarianos estrictos, nos levantábamos a las seis de la mañana para hacer meditación, nos contorsionábamos cada tarde haciendo «asanas», paseábamos en silencio y en fila india, detrás del gurú vestido con hopalandas de color naranja, ya fuera por los bosques de Val Morin, cerca de Montreal, o por las playas de conchas blancas de Bahamas, donde se tostaban al sol los clientes del Club Med que nos miraban alucinados. Los lugareños nos llamaban «los locos del Yoga». En Madrid fundamos una modesta revista de orientalismo de la que fui redactor jefe (o sea, el que redactaba casi todo).

En 1980 me fui a vivir una temporada a Londres para estudiar tabla india (instrumento de percusión muy complejo). A mi regreso a España, abandoné la organización de Yoga y me dediqué por entero a la música. Formé parte de diversas formaciones de fusión musical (lo que luego se llamaría música New Age), así como de una orquesta de música medieval y renacentista. Fue una época apasionante durante la que viajé dando conciertos por España y Europa, Estados Unidos, México, Israel, Australia, etc. Entretanto, era colaborador del dominical del diario ABC. Las ilustraciones las realizaba mi hermano Carlos, pintor, que por entonces se dedicaba al diseño gráfico.

En 1989 mi vida sufrió un nuevo giro: hastiado de los viajes, los baúles y los hoteles, abandoné la música profesional para instalarme en Mallorca, donde compré una casa payesa con jardín. Empedernido romántico, me enamoré de la isla mediterránea. Me dediqué por entonces a la traducción de libros para diversas editoriales de Madrid y colaboré como articulista en Diario 16 de Baleares y luego en El Día del Mundo. Acababa de publicar mi libro Ziryab. La increíble historia del sultán andaluz y el cantor de Bagdad (1988). A consecuencia de ello, fui invitado como conferenciante por diversas instituciones españolas y europeas. Más adelante daría conferencias en diversos institutos Cervantes y fundaciones culturales de Marruecos. Es una actividad que me entusiasma, acaso por echar de menos la adrenalina del escenario. El conferenciante tiene algo de actor.

Tras residir once años en Mallorca, me cansé de la paella ciega frente al mar, y así, el año 2000, emprendí un

Plaza Jemaa el Fna, Marrakech

nuevo cambio de rumbo: me trasladé a Marrakech, donde viví quince esplendorosos años y fui feliz. También viví momentos dolorosos. Los cambios nunca son gratuitos. Fueron años de actividad febril en una ciudad fascinante, encrucijada de artistas y refugio de trotamundos, escritores, pintores, gentes del cine, diseñadores de mil cosas, artesanos, etc. Una comunidad internacional donde, para relacionarse, era conveniente hablar cuatro o cinco lenguas, y donde se encontraba uno a la gente más insospechada en cualquier cena, fiesta o vernissage. Allí, entre otras muchas actividades, fui gestor cultural del Instituto Cervantes de Marrakech, que colaboré a fundar, y fui miembro de diversas fundaciones culturales. Publiqué en diarios locales y era asiduo de programas de radio realizados por amigos periodistas.

Entre un grupo de amigos creamos una pequeña ONG en el palmeral de Eskura, en el Sáhara, que nos dio muchos quebraderos de cabeza. Estudié árabe dialectal, lo que me facilitó recabar información para mi libro de relatos morunos, Laberinto de aljarafes (2008). Escribí, asimismo, una obra de teatro ambientada en el Sáhara, De soledades y desiertos (2001). Un día me solicitaron que diera una conferencia en árabe y así inventé mi programa Cuentos de Al Ándalus; relataba bellas anécdotas históricas acompañado por un laudista que interpretaba música de la época entre las narraciones. O sea, tuve la caradura de contar cuentos árabes, en árabe, en un país con una ancestral tradición de cuentacuentos. El caso es que el público lo apreciaba, y lo repetimos en diversas ciudades y lugares.

En Marrakech no cesaban los proyectos. Así, dos amigos británicos, productores de cine, me convencieron de que les escribiera sendos guiones con idea de filmar en Sidi Ifni y en Marrakech. Aún siguen pendientes de hallar financiación…. En otra ocasión me propusieron escribir una ópera inspirada en la vida de Ziryab, personaje mítico de Al Ándalus. El coreógrafo sería un gran director de cine marroquí, desde entonces gran amigo, y el responsable de la música, un reputado musicólogo. Por desgracia, eran tiempos de crisis y el proyecto era tan babilónico que aún sigue pendiente de realización.

Pero todo hastía en esta vida, de modo que un día, llorando a moco tendido, desmonté mi casa de Marrakech, mi hogar durante tanto tiempo, y me lancé al mundo. Ahora vivo con una maleta y mi ordenador portátil. He descubierto que mi mundo cabe en una maleta. Tras tantos años en un país musulmán, necesitaba una cultura absolutamente opuesta. Y así recalé en La Habana, otra ciudad arrebatadora, si bien nada fácil. Esta, como antes otras, alimenta ahora mi intelecto, porque las ciudades cuentan historias. Cuba me ha contado muchos relatos, a menudo despiadados y sórdidos. Historias de penurias, de hambre, de necesidad, de mezquindad o de grandeza. Infiernos y paraísos.

Mis aficiones: Adoro escuchar y tocar música. Ya no toco tanto percusión como piano, sobre todo durante el verano en mi casa de Mallorca donde conservo mi viejo piano acústico.

Soy pez en el agua. Me arrebata nadar en esa gigantesca piscina salada y cálida que es el Mediterráneo.

Paso largos ratos ocupado en mi pequeño jardín. Desde niño tuve afición a la jardinería, que practicaba ayudando a mi padre en La Rioja o en Extremadura. Necesito el contacto con la tierra y con las plantas; nos recuerda que nosotros mismos somos tierra. Es una meditación: la mente, en esos momentos, no se proyecta hacia el pasado ni hacia el futuro. Está concentrada en el ahora, en podar ese tallo marchito, quitar esa hoja o esa flor secas, abonar, enderezar una rama caída… Es un diálogo silencioso con unos seres mudos, pero sensibles, que se comunican a su manera y nos agradecen regalándonos esas increíbles creaciones de la naturaleza que son las flores.

Detesto hacer deporte en competición, pero siempre me gustó montar en bicicleta. En invierno, en Marrakech, pasaba tardes enteras deambulando por los aledaños de la ciudad bajo crepúsculos sanguíneos.

Esté donde esté, camino todas las tardes: por laberintos de medinas marroquíes, entre las decadentes casas coloniales de La Habana, en andurriales del Madrid de los Austrias, en Malasaña, Chueca o Lavapiés. Me atraen los barrios y las ciudades con alma. Me he hastiado de patear Venecia, Estambul, Londres, Nueva Orleáns…

Como Azorín y Valle-Inclán —salvando las distancias—, pienso mejor caminando que sentado. Reflexiono mucho sobre mi trabajo mientras vagabundeo por una ciudad, o bien por el campo. Se tarda mucho más en pensar una obra que en escribirla.

Rasgo más sobresaliente de mi personalidad: Soy sociable a la vez que solitario. Mi trabajo requiere silencio y soledad, de manera que, a ratos, necesito a los amigos. Me gusta la gente, conversar, compartir momentos y cenas al calor de un buen vino. Soy buen anfitrión y no tengo pereza para invitar en casa. Pero, al mismo tiempo, tengo algo de zulú, y necesito mis horas de retraimiento, de lectura y música, o bien ver una buena película por la noche, solo en casa.

Soy de carácter aventurero. Un escritor necesita alimento intelectual, y esto lo procura, aparte la lectura, el contacto con culturas ajenas. En país extraño camino con los ojos y los oídos abiertos: todo despierta mi curiosidad, mi ansia de aprender y de indagar.

Hablo unas cuantas lenguas. Estudiar un idioma supone sumergirse en una cultura.

No tengo reparo para hablar en público. Me entrené desde muy joven. Tampoco me asusta un micrófono radiofónico. En cambio, me inquietan las cámaras de fotos. No sé posar.

Soy maniático, ordenado, de horarios fijos (sin fanatismo), insomne, lector empedernido. Quizá algo ensimismado y egoísta, por mi estilo de vida, en cuanto a conceder demasiado tiempo a los demás. Es el reflejo ineludible del solitario. No obstante, procuro ser generoso con quien lo merece. Como soy poco consumista y paso la mayor parte de mi tiempo en el llamado Tercer Mundo —que tantas lecciones nos podría dar—, cuanto mayor me hago, más placer obtengo de dar a los demás. ¡Se puede hacer feliz a tanta gente con algo de lo que a nosotros nos sobra! Soy un privilegiado, y lo agradezco a la vida cada día.

A pesar de no tener un carácter fácil, me adapto bien a la vida en pareja, pero ese es otro cantar.

Vivo con la cabeza en las nubes y los pies en el agua. Un caracol en su cáscara. Ríos de tinta entre los dedos. Me sale música por las orejas. Siempre quiero ver más allá del horizonte. No vuelvo la vista atrás. He sobrevivido a varias vidas. Dispuesto a empezar una nueva…

Por qué decidí ser escritor: Mi primer relato lo escribí hacia los trece años: era una copia del Hundimiento de la casa de Usher, de Poe. Ya se sabe: los novatos copian. Pero fue un inicio. En realidad, tuve alma de músico antes que de escritor. Y lo curioso es que siempre escribía, o lo intentaba. Era como un reflejo innato. Cuando algo me llamaba la atención, por ejemplo, durante mis viajes, tomaba apuntes en lugar de hacer fotos.

Tendría veinte y pico años cuando escribí mi primera novela, Juego de Espejos. No la publiqué, pero me sirvió para entrenarme como escritor y para demostrarme que era capaz de construir una novela de doscientas páginas. Muchos años después, viviendo en Marrakech, rescaté el tema y lo convertí en obra de teatro: se estrenará el próximo invierno en La Habana.

Alejo Carpentier (1904-1980), escritor cubano

Mis autores preferidos y por qué: Los amores literarios cambian con el tiempo. Según la época, Wilde, por su preciosismo; Faulkner y sus sugerentes ambientes sureños; Marguerite Yourcenar por su sensibilidad a flor de piel; François Mauriac por sus descarnados retratos de rancias familias bordelesas; Maurice Druon por su crudeza; Colette por su ternura; Tennessee Williams por sus personajes torturados; Valle-Inclán porque era un estilista; Baroja por su sencillez; Ramón Sender porque sabía contar historias sin ser rebuscado; Quevedo por su acidez; Cervantes por haber diseccionado el alma española; Alejo Carpentier por su barroquismo caribeño; Fernando Quiñones, quien me hizo vivir una tarde de toros como si fuera un verdadero aficionado; Ciorán por sus frases demoledoras; Cavafis por su soledad amarga y sus amores descarriados; Pierre Loti por su exotismo; Stevenson por sus aventuras en los Mares del Sur; Conrad por mantenerme con el corazón en vilo entre buques viejos, mares remotos e islas de bochorno tropical; Conan Doyle por transmutarse en Sherlock Holmes; Lampedusa por su Sicilia aristocrática y decadente; Malaparte por su piel; Borges por su inmensa cultura; Dumas por exaltarme entre espadachines, tesoros ocultos, lances nocturnos y amores prohibidos; Jorge Amado por sus ambientes descalabrados, por su poesía en cada frase, por el erotismo ardiente de sus personajes femeninos; los inevitables García Márquez y Vargas Llosa por la originalidad de su estilo y de su construcción literaria —ambos en su juventud, no en su vejez—; como también fue inevitable, una época, Hemingway por hacerme soñar mediante sus periplos y hazañas.

Mi obra favorita de otro autor: No existe una sola obra favorita. Me entusiasma toda gran literatura. La de verdad, claro.

Mi obra favorita de las que he escrito: Quizá una novela escrita hace muchos años y que aún no he publicado.

Mi estilo literario: No soy crítico literario. Mis libros deben juzgarlos los demás.

He probado diversos géneros. En todos ellos procuro —no sé si con éxito— hacer buena literatura sin excesivas concesiones; dar a mis textos un cierto tono poético y cuidar el lenguaje, obligación de todo escritor que se precie. Dedico muchas horas a revisar el vocabulario, los adjetivos, a buscar sinónimos. ¡Qué difícil es hallar “le mot juste”!

Una cita de un autor que me gusta:

«No existe barco que pueda alejarte de ti mismo». Cavafis

Obra en la que me encuentras trabajando en la actualidad: Acabo de terminar de pulir, con minuciosa dedicación, un libro de relatos cubanos. Ahora mismo solo escribo artículos.

Algo sobre mi manera de entender este mundo: La vida es una aventura espiritual e intelectual. Estamos aquí para aprender y evolucionar. He cambiado muchas veces de piel. He variado una y otra vez de actividad, de amigos, de lugares, de estilos, acaso de manera de pensar. Pero nunca he dejado de escribir. Siempre procuro aprender algo nuevo.

Mis proyectos inmediatos: Como ya mencioné, mi proyecto más inmediato, para el invierno 2018-19, consiste en estrenar mi obra de teatro Espejismos en La Habana. La compañía está trabajando en ello. Tengo pendientes, además, otras publicaciones con diversas editoriales.

En lo personal, recorrer las putrefactas entrañas de esa ciudad canalla (La Habana), volver a compartir charlas y momentos con mis buenos amigos de Marrakech o de Mallorca, dedicar tiempo y cariño a mis seres queridos allá donde estén, descubrir nuevos destinos. Como decía Byron: «Todo menos conjugar, de la mañana a la noche, el maldito verbo aburrirse».

Esté donde esté, escribir siempre… sobre cuanto me llame la atención. Según se preguntó Flaubert a sí mismo: «Quelle est le plaisir de plume dont je n’ai pas envie d’écrire?»

Y procurar mantener una mente serena, lo que no siempre es fácil.

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