El balcón. Una cárcel de cintura para abajo – José María Cuéllar Céspedes
editorial adarve José María Cuéllar Céspedes
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PALOMA IZQUIERDO
el 30 mayo, 2025 a las 09:30
Una valiente confesión
El balcón (una cárcel de cintura para abajo) es el relato de dos generaciones de una familia castellana, con dos voces y dos estilos narrativos claramente diferenciados. El autor, José María Cuéllar, aprovecha una convalecencia para desgranar literalmente una suerte de diarios de Angelines, su madre. Como si ella misma nos lo contara de viva voz en su sala de estar, con un lenguaje fresco y directo, conocemos el periplo de una persona corriente y su entorno durante la guerra civil española y los años posteriores.
El narrador añade comentarios a los escritos de su madre, como asombrado de su descubrimiento, a la vez que entrelaza recuerdos de su propia infancia y juventud, muy condicionada por una familia que aprendió a sobrevivir, como tantas, en la dureza de la posguerra y, después, en la sociedad encorsetada que trajo consigo la dictadura.
“Deja la puerta de la calle abierta, no vayan a pensar lo que no hay”, dice Angelines a su novio.
La suerte es que esta mujer inteligente, superviviente, valiente, tuvo la feliz idea de redactar estos manuscritos al final de su vida. Ella pertenece a una generación orientada a los secretos, seres traumados que han sido reacios a contar apenas nada de su vida. El dolor y el miedo no eran tema de conversación con hijos y nietos, mejor apartar la pena, mejor olvidar los bombardeos, los paseíllos, las cárceles, traiciones de familiares y amigos, continuas mudanzas, el hacinamiento, las calumnias, los matrimonios desdichados… Y de todas aquellas mujeres valiosas en realidad no sabemos tanto: de lo que pensaban, de lo que sentían, de lo que callaban en ese patriarcado total. Carmen Martín Gaite nos habló de ellas en su ensayo mítico “Los usos amorosos de la posguerra española”. Y este año celebramos la nueva película de Celia Rico: “La buena letra”, y la ópera prima de José María Cuéllar. Todo suma.
El balcón recupera algunos sucesos tristes de nuestra historia reciente pero también es una historia personal difícil de contar, la de su autor. Es admirable y muy valiente el atrevimiento de José María Cuéllar, porque las vivencias de nuestros progenitores sin duda nos configuran, y todo lo que nos han transmitido y dejado de transmitir nos modela. El autor abre en canal ese balcón madrileño en el que también se sintió prisionero, asfixiado en otra guerra más silenciosa, la doméstica, que le robó su infancia y adolescencia.
La narración salta en el tiempo pero no pierde el foco, vuelve una y otra vez a la musa que la inspira. No faltan el humor ni el amor, también hay alegría, a pesar de los pesares, y mucha música. El autor hace incisos en el relato con una exquisita selección de música litúrgica, y recomienda escucharla mientras se lee ¡háganle caso!, es una experiencia espiritual gozosa, que además relaja la gravedad de lo que acontece en variados pasajes del libro.
En fin, esta novela breve es una reflexión honesta, sembrada de anécdotas divertidas y pensamientos inesperados. Mantiene el valor de lo auténtico hasta el epílogo, con esa receta de rosquillas caseras, que dan muchas ganas de probar, a la espera de conocer cuanto antes la siguiente propuesta de José María Cuéllar.
He leído tu libro en dos sentadas. Es muy original el planteamiento de la narración intercalada con los escritos de la madre.
Sinceridad, frescura, amenidad; todo le coge. Además citas nuestro barrio y me acuerdo que, desde mi balcón, yo veía a Bernardo el cerrajero, Isabelita la panadera y sus dioptrías, el carbonero, el tabernero de al lado, cuyo nombre no recuerdo ahora; *Mateos ( ficha y llamada de teléfono); el cine San Francisco, la tertulia a la puerta de los vecinos contiguos, cuya casa se cayó y vino Santos Yubero a hacer una foto desde la casa de mi abuela, con sus contraventanas de madera que le hacían burla al calor…y mucho más de lo que podríamos hablar. Muchas gracias.
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Una valiente confesión
El balcón (una cárcel de cintura para abajo) es el relato de dos generaciones de una familia castellana, con dos voces y dos estilos narrativos claramente diferenciados. El autor, José María Cuéllar, aprovecha una convalecencia para desgranar literalmente una suerte de diarios de Angelines, su madre. Como si ella misma nos lo contara de viva voz en su sala de estar, con un lenguaje fresco y directo, conocemos el periplo de una persona corriente y su entorno durante la guerra civil española y los años posteriores.
El narrador añade comentarios a los escritos de su madre, como asombrado de su descubrimiento, a la vez que entrelaza recuerdos de su propia infancia y juventud, muy condicionada por una familia que aprendió a sobrevivir, como tantas, en la dureza de la posguerra y, después, en la sociedad encorsetada que trajo consigo la dictadura.
“Deja la puerta de la calle abierta, no vayan a pensar lo que no hay”, dice Angelines a su novio.
La suerte es que esta mujer inteligente, superviviente, valiente, tuvo la feliz idea de redactar estos manuscritos al final de su vida. Ella pertenece a una generación orientada a los secretos, seres traumados que han sido reacios a contar apenas nada de su vida. El dolor y el miedo no eran tema de conversación con hijos y nietos, mejor apartar la pena, mejor olvidar los bombardeos, los paseíllos, las cárceles, traiciones de familiares y amigos, continuas mudanzas, el hacinamiento, las calumnias, los matrimonios desdichados… Y de todas aquellas mujeres valiosas en realidad no sabemos tanto: de lo que pensaban, de lo que sentían, de lo que callaban en ese patriarcado total. Carmen Martín Gaite nos habló de ellas en su ensayo mítico “Los usos amorosos de la posguerra española”. Y este año celebramos la nueva película de Celia Rico: “La buena letra”, y la ópera prima de José María Cuéllar. Todo suma.
El balcón recupera algunos sucesos tristes de nuestra historia reciente pero también es una historia personal difícil de contar, la de su autor. Es admirable y muy valiente el atrevimiento de José María Cuéllar, porque las vivencias de nuestros progenitores sin duda nos configuran, y todo lo que nos han transmitido y dejado de transmitir nos modela. El autor abre en canal ese balcón madrileño en el que también se sintió prisionero, asfixiado en otra guerra más silenciosa, la doméstica, que le robó su infancia y adolescencia.
La narración salta en el tiempo pero no pierde el foco, vuelve una y otra vez a la musa que la inspira. No faltan el humor ni el amor, también hay alegría, a pesar de los pesares, y mucha música. El autor hace incisos en el relato con una exquisita selección de música litúrgica, y recomienda escucharla mientras se lee ¡háganle caso!, es una experiencia espiritual gozosa, que además relaja la gravedad de lo que acontece en variados pasajes del libro.
En fin, esta novela breve es una reflexión honesta, sembrada de anécdotas divertidas y pensamientos inesperados. Mantiene el valor de lo auténtico hasta el epílogo, con esa receta de rosquillas caseras, que dan muchas ganas de probar, a la espera de conocer cuanto antes la siguiente propuesta de José María Cuéllar.
He leído tu libro en dos sentadas. Es muy original el planteamiento de la narración intercalada con los escritos de la madre.
Sinceridad, frescura, amenidad; todo le coge. Además citas nuestro barrio y me acuerdo que, desde mi balcón, yo veía a Bernardo el cerrajero, Isabelita la panadera y sus dioptrías, el carbonero, el tabernero de al lado, cuyo nombre no recuerdo ahora; *Mateos ( ficha y llamada de teléfono); el cine San Francisco, la tertulia a la puerta de los vecinos contiguos, cuya casa se cayó y vino Santos Yubero a hacer una foto desde la casa de mi abuela, con sus contraventanas de madera que le hacían burla al calor…y mucho más de lo que podríamos hablar. Muchas gracias.