Retrato por Pedro Crespo.

Manuel Gallego Arroyo. Madrid, 1966. Reconocido articulista en diversos medios de La Mancha es, además, crítico de arte y poeta. Actualmente forma parte del consejo de redacción de la Revista Literaria Calicanto. Cursó estudios de Filosofía, Geografía e Historia e Historia del Arte y es profesor de Enseñanza Secundaria en su localidad, Manzanares. Autor de los poemarios Del verbo, la oscuridad (D.P.C.R, 2013) y La piel en el tacto (Ayto. de Miguelturra, 2021), ha sido acreedor del Premio de Poesía Carta Puebla, XXI. Ganador del XII Premio Internacional ALCAP de Poesía 2024, por el poemario Tratado sobre el vacío. También ha publicado Filosofía en El Quijote (Ed. Síntesis, 2016) y La Casa de María (Ed. Almud 2021).

LEER PRIMEROS CAPÍTULOS

Háblanos un poco de ti

Ciertamente no hay mucho de lo que hablar. Soy profesor y creo en el ser humano. Supongo que es lo que me lleva a escribir. Amo mi tierra, sus paisajes y a sus gentes como una suerte de curiosa intrahistoria. Tal vez por ello estimo que la literatura tiene que ser algo más que contar historias, algo más que la moda recurrente. Que hay que asumir riesgos y que, en fin, merece la pena, sin descuidar mucho el modo de contar, dar que pensar.

¿Qué podremos encontrar entre las páginas de La disyunción?

A veces me pregunto si en estas páginas late la necesidad de una revolución o nada más una invitación a la rebeldía. La disyunción habla de la necesidad que el ser humano tiene de elegir en su vida… “¿esto o lo otro?” Es como si se tuviese que vivir a fuerza de riesgo y abandono. Pues bien, en la novela es como si el riesgo lo hubiese puesto el tiempo presente, estos tiempos tecnológicos, histéricos y deshumanizados que nos toca vivir; y a la persona solo le quedase la renuncia.

¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro?

No es que sea su fuerza. ¡Ya quisiera! Tal vez tendría que serla… la palabra. La palabra que se hace concepto o que capta; la palabra que se hace poética, que embellece; la palabra que describe y realiza. La palabra que desnuda al ser humano y al paisaje en el que decide envolverse. La palabra que pretende ser sustancia, poso en el lector. 

También hay mucho paisaje. ¿No es así?

Es verdad. Creo que toda la novela es paisaje. El silenciado e incomprendido paisaje manchego. Paisaje en el que los seres humanos solo pueden ser paisaje, el paisaje directo, sin mediación, sin pantalla, pura temperie. Desnudez.

¿Qué quieres transmitir a través de este libro?

Sin duda, consciencia. El famoso “quiénes somos, a dónde vamos, de dónde venimos”; al que agrego ahora “qué hacemos y qué queremos”. En fin, qué puede hoy llevar a alguien al total abandono y a buscarse en él.

¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta esta última?

Estimo que he aumentado mi dosis de rigor. Soy más exigente. No conmigo, sino con lo que quiero decir, con la semilla que quiero plantar. Quiero que este decir sirva, descoloque, obligue a replantear cuestiones. De otro lado he tratado de ser más grato al lector, quizás menos hermético.

¿Cuál fue el último libro que leíste? ¿Por qué lo elegiste?

Es curioso… releí el famoso 1984, de Orwell. Resulta siempre interesante buscarle paralelos en el mundo actual.

Y ahora qué, ¿algún nuevo proyecto?

Sí, claro. Uno nunca abandona la poesía, por ejemplo. Aunque me he embarcado también en un ensayo sobre la sensibilidad y en una novela ambientada en la Guerra de la Independencia. El tiempo nos susurra…

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