Madrid, 1970.   Abogado y lingüista, ha residido en España, Estados Unidos y El Salvador y ha formado parte de organizaciones protectoras de los derechos humanos, estudiando las identidades colectivas y sus contradicciones, la diversidad cultural y el pensamiento cosmopolita contemporáneo. Entre sus obras: Revolución cosmopolita, en torno al declive del paradigma estado-nación (Ed. Adarve, 2023), Cien Lunas de Maíz (2004), sobre la guerra civil de El Salvador, y la que aquí se presenta, fruto de su pasión por los viajes, la antigüedad clásica, la historia y la filosofía.

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Háblanos un poco de ti.

Nací en Madrid hace 53 años, pero he residido en Estados Unidos y El Salvador. Soy licenciado en Derecho y también en Lengua y Literatura españolas. Siempre me han apasionado los viajes y la literatura, que en mi caso serían inconcebibles los unos sin la otra y viceversa. También la historia, la filosofía, la antropología, el arte y muchas otras -demasiadas- disciplinas, en las cuales he sido, fundamentalmente, un autodidacta. En 2004 publiqué la novela Cien lunas de maíz,basada en cientos de entrevistas y grabaciones que realicé entre los supervivientes de la guerra civil en El Salvador, en la selva de Chalatenango. A pesar de todos sus problemas, otra de mis pasiones es América Latina. En 2023 publiqué Revolución cosmopolita, una indagación sobre el “mal del nacionalismo” y la necesidad de reconstruir los ideales universalistas de la Ilustración. Me considero una persona a contracorriente, lo cual comporta un gran desgaste personal, aunque ese mismo vivir a contracorriente ha sido también la fuente principal de mi literatura, de mi manera de ver y de expresar el mundo. Otra de las fuerzas que me mueven, común a mis dos libros anteriores y también, inevitablemente, a la flor de Tebas, es mi solidaridad con los humildes, los que no tienen voz, los pequeños, los perseguidos, los “machacados”, los desahuciados, desclasados e ignorados, por expresarlo de alguna manera. Esto es algo fundamental y muy importante para mí.        

¿Qué podremos encontrar entre las páginas de La flor de Tebas?

La flor de Tebas pretende ser una biografía, por supuesto libre y novelada, de Crates de Tebas e Hiparquía de Maronea, la célebre pareja de filósofos cínicos que vivió durante los tiempos turbulentos de la Antigüedad tardía, concretamente en el siglo IV antes de nuestra era, coincidiendo con las conquistas de Alejandro Magno y la filosofía de Aristóteles. No se trata de una novela histórica stricto sensu,pues no pretendo explicar en detalle una época concreta, ni tampoco enseñar historia a los lectores, sino relatar una historia de amor, tal vez un poco extraña, pero que en realidad puede ser intemporal. Al mismo tiempo, muestro experiencia de rechazo hacia las convenciones sociales, de búsqueda de la libertad personal, desafío al consumismo y al materialismo, por parte de dos vagabundos que recorren los caminos de Grecia en un período de enorme crisis, incertidumbre e inestabilidad.

Los cínicos fueron una corriente filosófica que partía de la idea de que la filosofía -el amor a la sabiduría- era algo que debía ser vivido y experimentado, antes de estudiado o reflexionado, y, en definitiva, teorizado. Contestatarios, iconoclastas, disidentes, anti dogmáticos, ciudadanos del mundo, hippies avant la lettre, amantes de la naturaleza y de los animales (su propio nombre sugiere su propósito de vivir como los perros), multiculturales y firmes defensores de la igualdad entre hombres y mujeres, entre griegos y bárbaros, incluso entre dioses, hombres y animales, los cínicos representan una forma de encarar el mundo -una contracultura- que siempre existe y que siempre existirá.  

¿En qué ingrediente reside la fuerza de este libro?

Creo que la fuerza del libro reside en la combinación de dos factores. Por una parte, intento ofrecer un reflejo lo más fiel y preciso del mundo griego de principios del Helenismo, pues siempre me ha fascinado la Antigüedad y, en concreto, la cultura griega, la filosofía, el teatro, el arte, la mitología, además de que he recorrido la mayor parte de Grecia, donde he viajado hasta catorce veces a lo largo de mi vida. Lo segundo es que he intentado reflejar esta sensibilidad de la forma más sencilla y accesible, la del paganismo griego, encarnándola en dos almas libres, Crates e Hiparquía que, como todos nosotros, se enfrentan a un verdadero torbellino de acontecimientos y sucesos: la violencia, la guerra, la injusticia, pero también la sabiduría, el amor o las relaciones familiares. De una forma o de otra, salen victoriosos de todos estos acontecimientos. La cuestión es ¿Por qué triunfan un par de vagabundos donde sucumben otros muchos? Creo que la fuerza del libro, en caso de tenerla, es que está escrito desde el corazón, antes que desde la erudición o cualquier estética concreta.   

¿Qué quieres transmitir a través de este libro?

Son muchas las cosas que quiero transmitir en el libro, mi amor por la sensibilidad y la cultura clásicas, de las que tenemos tanto que aprender, la pasión por la libertad que caracteriza a Crates e Hiparquía, la necesidad de aprender a ser mujeres y a ser hombres, la identificación de las estructuras, los conceptos y prejuicios que nos esclavizan, la mayor parte de los cuales se encuentran dentro de nosotros mismos (la esclavitud del dinero, el estatus o el poder, el miedo a la muerte, el odio hacia lo diferente), es decir, todo aquello que distinguió a los cínicos, y, en parte, también, a los estoicos griegos y romanos. Y luego está la forma de encarnar todo esto y de vivir todo esto, de experimentar que el mundo puede construirse de otra forma y que nosotros mismos también podemos construirnos de otra forma. Y ahí es donde entran en juego estos personajes fascinantes, relativamente poco conocidos, Diógenes de Sínope, el Sócrates loco, como solía llamarlo Platón y los otros “perros”, entre ellos Hiparquía de Maronea -la verdadera flor de Tebas- y su compañero Crates. Su forma de vivir el amor, la paternidad y la familia, la pertenencia a todas y a ninguna parte, la tolerancia y el respeto mutuos, la posibilidad de vivir sin miedo en un mundo que aparentemente se derrumba.

¿Cómo describirías tu trayectoria de escritor desde la primera publicación hasta esta última?

Mi trayectoria como escritor desde que publiqué Cien lunas de maíz ha sido bastante poco regular. A pesar de escribir mucho, he tenido que trabajar en cosas que nada tienen que ver con la literatura, lo cual es inevitable, al menos para el noventa y nueve por ciento de los escritores. No me han faltado ideas ni proyectos, pero sí la calma y la estabilidad suficientes como para culminarlos. Sin embargo, no me he rendido ni creo que lo haga nunca, pues para mí escribir es como alimentarme o respirar, algo simplemente necesario, algo a lo que siempre vuelvo, una especie de hogar espiritual, la República de las Letras de la que hablaban los renacentistas, mi verdadera patria, en realidad. El 2023 publiqué Revolución cosmopolita, un ensayo que, a pesar de tratar de cuestiones culturales y políticas, y de abogar por determinadas tesis, en el fondo no es sino literatura, ya que no se trata de un libro académico, sino de otro libro escrito desde el corazón, un libro muy personal que casi, en realidad, es una autobiografía, aunque esto resulta difícil de entender.

¿Cuál fue el último libro que leíste? ¿Por qué lo elegiste?

El último libro que leí es La muerte de Virgilio, de Hermann Broch, un judío austríaco que tuvo que refugiarse en Estados Unidos, huyendo de los nazis antes de la Segunda Guerra Mundial. Se trata de un libro muy poético, denso y difícil de leer, sobre todo la primera parte, de una densidad a la que reconozco que no estoy acostumbrado, más incluso que Faulkner o que Proust. Lo elegí porque George Steiner hablaba mucho de él en Lenguaje y Silencio y lo citaba como una de las obras cumbre de la literatura universal, a pesar de que casi nadie lo conoce. Eso me despertó la curiosidad, el hecho de que Steiner, a quien admiro mucho como crítico y con cuyos libros he disfrutado de verdad, lo alabara tanto, parangonándolo con el Ulises de Joyce o con Esperando a Godot, de Samuel Beckett. A pesar del esfuerzo, ha merecido la pena leer a Broch, aunque no es un libro que recomendaría a todo el mundo.

Y ahora qué, ¿algún nuevo proyecto?

Tengo más proyectos que tiempo para realizarlos, no solo libros que escribir, sino viajes y lugares que visitar, idiomas que aprender, actividades que quiero realizar, gentes que conocer, incluso instrumentos que tocar o platos que aprender a cocinar, soy muy poco moderado en cuestión de proyectos. Y también poco realista. Literariamente, claro que estoy trabajando en otra cosa. Si me sale bien, será muy satisfactorio. Pero también puede ser un desastre. Para mí, la literatura, sobre todo la novela, es como caminar por un alambre, cualquier cosa te puede hacer perder el equilibrio, caer hacia un lado o hacia otro, perder el norte de la obra, la idea que quieres transmitir, o lo que no quieres transmitir, pues, a veces, el arte es solo forma, “artefacto”, y no necesariamente ninguna idea que transmitir. Muchas veces, la gente no se da cuenta de lo difícil que es escribir una obra que “se sostenga”, el esfuerzo y el riesgo que hay detrás, pero, como decía Lezama Lima, otro de mis favoritos, no recuerdo si en Paradiso o en Oppiano Licario, lo importante es “intentar lo más difícil”.

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