La Habana, 1965. 
Abogado, ex militar y escritor cubano radicado en Canadá. Luego de servir algunos años como oficial en los servicios de Guardacostas y la Policía Antidrogas, obtuvo un diplomado en Marketing del Turismo e inició su labor en esta especialidad. Fue ejecutivo comercial de diferentes corporaciones, representándolas en ferias internacionales. También fue agente de viajes. Actualmente trabaja en el sector social. Articulista de internet y columnista del Boletín Línea Uno, ha publicado Los rehenes del poder (Ed. Oblicuas, 2021) y Los guerreros de Saturno (Amazon KDP, 2021).

Resido en Canadá, en la ciudad de Toronto, desde el 2009. Vivo con mi esposa, mi compañera de vida y aventuras. Los hijos ya crecieron y son independientes. Mi hija mayor se convirtió en madre hace poco más de un año, lo cual me convirtió a mí en abuelo.

Nací en La Habana, en 1965, en plena Guerra Fría, una época de convulsión social globalizada. Provengo de una familia de profesionales —médicos, ingenieros y arquitectos— muy involucrados en la vida política cubana. Mis ancestros participaron activamente en todas las revoluciones del siglo XIX y del XX en la isla, y escalaron a altas posiciones en el entramado de la sociedad local. En ese entorno privilegiado, que conservó sus ventajas incluso tras la Revolución de 1959, me crie yo dentro de Cuba.

Tuve una niñez y una adolescencia muy activas y felices. A pesar de ser hijo único, estuve siempre rodeado de muy buenos amigos. Conservo la amistad con varios de ellos y los considero familia. Desde pequeño practiqué deportes, llegando a ser bueno en algunos. Viviendo en una isla rodeada de mar, las actividades náuticas fueron la prioridad: la natación, la pesca submarina, el remo y, finalmente, el buceo.

Al terminar el Preuniversitario, ingresé a la universidad tecnológica para estudiar ingeniería civil. Pero solo resistí un año, pues descubrí que no era mi verdadera vocación. Al abandonar los estudios, en concordancia con la ley, fui llamado al servicio militar obligatorio. Luego de tres años como conscripto, sirviendo en las patrullas fronterizas y el servicio de guardacostas, me ofrecieron pasar a la academia y convertirme en oficial. Y terminé sirviendo una década más en las instituciones militares, la mayor parte del tiempo en organismos antidrogas.  En este período, con muchísimo esfuerzo debido a las restricciones de tiempo, cursé la carrera de Derecho en la Universidad de La Habana y me gradué como abogado en 1993. Tampoco es que fuese esta una vocación muy fuerte; me interesaban más la psicología y la arquitectura, pero estas eran más demandantes en cuanto a asistencia a clases. No obstante, al desmovilizarme del servicio activo, trabajé brevemente en el sector legal, solo para reafirmarme en la idea de que debía tomar otra dirección.

Entonces descubrí que me apasionaba el marketing como ciencia y estudié un diplomado de esa especialidad. Una vez graduado, me fui a trabajar a la industria turística. En los noventa, este era un sector recién nacido en la isla; una oportunidad única de sobrevivir a la debacle económica que sacudió a Cuba tras la desaparición del bloque socialista europeo. Por varios años fui ejecutivo comercial y participé en ferias internacionales, visité países de Europa, Centroamérica y el Caribe. Conocí e interactué con nuevas culturas y amplié mi espectro sociocultural y mis enfoques filosóficos y políticos. Básicamente, me convertí en una persona madura, con una visión del mundo más informada y realista. Durante este periodo continué dando rienda suelta a mi espíritu aventurero y practiqué el paracaidismo y el buceo contemplativo, entre otros deportes.

En los inicios del siglo, viendo que prosperaban las inversiones extranjeras en el sector del turismo en Cuba, decidí incursionar en el mundo de los negocios y abrí mi propia agencia de viajes. Como agente de viajes, especializado en tours de tipo cultural, operé casi veinte años, hasta la pandemia del COVID-19. En mitad de este periodo, en 2009, emigré definitivamente a Canadá y me establecí acá con la familia.

Producto del COVID, tuve que cerrar el negocio de la agencia de viajes y reinventarme una vez más. Decidí entonces estudiar un diplomado de servicio social, el cual terminé en el 2021. Y a partir de ese momento he trabajado en el sector como trabajador social.
Comencé a escribir novelas, con seriedad, a partir de mi establecimiento en Canadá; algunas han sido publicadas, otras no, todavía. Pero escribir es, honestamente, lo que más disfruto hoy en día. Se ha convertido en mi mejor pasatiempo, en adicción, y pienso seguir con ello mientras pueda.

Mis aficiones han variado con el tiempo. En una época fueron los deportes náuticos y de combate, después el paracaidismo y, más recientemente, el camping y la pesca. Nunca había pescado con vara, solo submarino. Y hace unos diez años un amigo me invitó a pescar en los lagos. Tuve una suerte increíble y capturé muchos peces, y eso me motivó a aprender sobre esta actividad. Ahora la practico a menudo.

El rasgo más distintivo de mi personalidad es la voluntad y la resiliencia. Me criaron desde pequeño con la máxima de que “con voluntad todo se puede”. Era una frase tradicional en mi familia. Y mis mayores, mis ancestros, la practicaban a cabalidad. Soy un convencido de que no importa cuántas veces te caigas, sino cuántas te levantes. Y de que como único pueden vencerte es si no tienes la vida. Mientras la poseas, depende de ti cuánto quieres y puedes luchar para seguir adelante.

Decidí escribir por varias razones. Siempre fui un buen lector; desde los diez años leía libros clásicos de aventuras, las novelas de Alejandro Dumas y Emilio Salgari. Después me interesé en literatura histórica europea, luego en el género negro o policial y el thriller, desde Chandler hasta Forsyth; y terminé con los grandes latinoamericanos como García Márquez y Vargas Llosa. Leí también a autores cubanos como Padura. Pero resulta que mi hija comenzó a escribir cuando era adolescente y me gustó lo que escribía. Pensé que yo también podría y quise probar. Entonces descubrí que escribir es súper entretenido e instructivo. Porque para hacerlo, en especial la novela, debes investigar muchísimo el contexto histórico en que se desarrolla la trama. Y aprendes historia de esa manera. También descubrí que tengo una mente creativa; me gusta inventar historias basadas en hechos y periodos de la civilización humana. Y como además me encanta el cine, pero no sé escribir guiones, la literatura me acerca a ese campo. Yo escribo con una visión cinematográfica siempre.

Tengo varios autores preferidos, los cuales han variado en posición a través del tiempo. En un inicio, cuando yo era un adolescente, mi preferido era Frederick Forsyth. El primer libro suyo que leí fue El día del Chacal, traducido al español (por entonces yo no hablaba inglés). Después, a lo largo de los años, leí todas sus obras, las últimas en el inglés original. Lo mismo me pasó con John Le Carré. En la literatura en español, mis preferidos han sido de siempre Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Arturo Pérez-Reverte y Leonardo Padura. A Forsyth y a Le Carré los prefiero como maestros del thriller. El primero teje la intriga magistralmente y sorprende siempre con el final. El segundo se adentra como nadie en la psicología de los personajes y los secretos de las instituciones. García Márquez, con su realismo mágico, hace volar tu imaginación y te sitúa en los contextos como si vivieras dentro de ellos. Vargas Llosa, también, navega el momento histórico específico a través de sus personajes y lo hace de forma magistral. Y Pérez-Reverte describe como nadie, con un realismo crudo, la psicología humana en situaciones de estrés y violencia. Todos han influido en mi manera de escribir, cada uno aportando algo de lo mencionado.

El hombre que amaba a los perros, de Leonardo Padura. Esta novela me impresionó mucho. No solo por su calidad literaria en términos del lenguaje, la descripción de ambientes históricos y personajes, sino por el nivel de detalle con que se describe la historia. Solo con una investigación académica, profunda y paciente, de muchos años, alguien podría diseccionar hechos y personajes al nivel con que lo hizo Padura.

La maldición de Cipango es, de entre mis obras, mi favorita, porque es una narración que me toca en lo personal; está basada en la historia de mi familia. Y pretendo escribir una saga que llegue hasta nuestros días.

En general, mi estilo literario es una combinación del thriller, la novela policiaca o negra y la histórica. Dependiendo de la obra en particular, prevalece uno de estos estilos. Pero los otros estarán presentes, sin duda alguna.

Actualmente me encuentro trabajando en la novela El espía canario. Un thriller sobre el crimen organizado internacional con centro en España.

En cuanto a mis proyectos inmediatos, en lo literario, terminar mi novela El espía canario y la segunda parte de la saga iniciada con La maldición de Cipango. En lo personal, adquirir la ciudadanía española a través de la Ley de Memoria Histórica y reunificar a toda mi familia en España. A punto de retirarme, en lo laboral, quisiera radicarme en Europa y escribir a tiempo completo allí. No hay mejor geografía para ello.

«El pasado puede ser una mancha indeleble».
Como polvo en el viento, novela de Leonardo Padura.

He vivido con gran intensidad, recorrido geografías diversas, he trabajado en varios sectores y me he relacionado con gente de diferentes culturas. A partir de mis experiencias e interacciones, he llegado a la conclusión de que los humanos no somos más que animales de horda desarrollados. La tendencia natural de nuestra especie – y de las otras dentro del reino animal – es actuar según los instintos para cubrir necesidades básicas: la seguridad es la primera de ellas. Necesitamos ponernos en una zona de confort donde nos sentimos seguros y, por ende, felices. Pero es difícil ser objetivos porque en ese proceso prima la inteligencia emocional, no la racional. Por eso somos tan imperfectos, por eso cometemos errores, seguimos filosofías y líderes equivocados con mucha frecuencia, y llegamos incluso a pelear con violencia los unos con los otros. Ahora, teniendo en cuenta que somos la única especie que posee estas dos cosas: raciocinio y lenguaje, existe una herramienta para frenar esas tendencias negativas y sus resultados. Me refiero a la educación. En la medida en que se educa masivamente a los humanos, enseñándoles los principios de la lógica, el análisis crítico y la ética, nos acercamos más a la posibilidad de tener una sociedad desarrollada y equilibrada. Una sociedad de personas felices y realizadas. Eso, en mi opinión, lo están logrando muy pocas naciones. Creo que podría contarlas con los dedos de mis manos.

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