Licenciado en Historia Medieval y Moderna por la Universidad de Zaragoza, desarrolla su investigación en el Bajo Jalón y Valdejalón, lo que da lugar a sus primeras publicaciones. A instancias de diferentes instituciones, y tras investigar aspectos relacionados con el X conde de Aranda, culmina diferentes estudios sobre su testamento y sus memorias. Se convierte así en el gran promulgador de dicha figura histórica, responsable de ensayos históricos como La huella del conde de Aranda en Aragón (2002) o 1794. El destierro del conde de Aranda: Sus memorias (2013). Actualmente colabora en la sección de Historia de diferentes medios, que compagina con la creación de novela histórica: La traición de Rueda (2018) o El príncipe de Rueda (2021), ambientadas en la Alta Edad Media de Aragón, han sido sus dos primeras obras.  

 


Soy Pedro J. López Correas (1-5-1961, Zaragoza). Casado y con dos hijos (Diego de 30 años y Héctor de 24). Vivo en Épila porque mi esposa (María Carmen) es de esta villa a 45 kms de Zaragoza; aunque mi crianza ha sido siempre en Bárboles (otro pueblo a 30 kms. de la capital).

Por aquellos tiempos de la década de los 60, el maestro del pueblo pegaba y daba buenas bofetadas, por lo que mis padres decidieron (el cura tuvo mucho que ver) llevarnos a mi hermano y a mí al Seminario Metropolitano de Zaragoza. Mas, allí por ambiente tan apesadumbrado del internado no conseguiría adaptación. Solo la alegría de ir los domingos a ver al Real Zaragoza a la Romareda suponía una bocanada de aire fresco. Por el camino una fuerte anemia me haría perder un curso… Se dice que cuando se pasa mal, la amistad es para siempre. Y es verdad, con algunos (incluso catedráticos de Universidad) la afinidad hay sigue… Luego, tocaría ir al Instituto Conde de Aranda de Alagón (quien me iba a decir por entonces que con los años me iba a convertir en experto de esa figura…). Y allí me encontraría a un profesor, Manuel Serrano Villalba su nombre, y gran docente. Pero más impresionado todavía por involucrar a los padres en solucionar los problemas de sus alumnos (incluidos los de drogas, que por entonces se extendía); lo que ni por asomo observaría en el colegio del que provenía. Y desde entonces la amistad ya impertérrita por los tiempos. Seguidamente llegaría ir a la Universidad, licenciatura en Geografía e Historia y especializado en Edad Media y Moderna. Fueron cinco buenos años (1980-85) que corrieron rápido; recuerdo que nos juntamos cuatro chicos del pueblo y todos los días íbamos en coche a la Universidad.



Como la objeción de conciencia eran 18 meses, decidí apostar por la brevedad de la mili que eran 12 meses en Tierra. Pero ¡me tocó Marina 15 meses! Y en la Escuela Naval de Marín la pasé de oficinista en el Hospital…Casualmente coincidí con el Príncipe, actual rey Felipe VI, al que un día llamé maño (¡no alteza!) por hacerme una pregunta cuando yo estaba de espaldas; al igual que su pasaporte para el Juan Sebastián Elcano tendría mi autoría.

Los tres o cuatro años siguientes fueron años duros, ¡los más!, arriesgué todo para oposiciones de Secundaria para las que había minúsculas plazas. En alguna interinidad sí pude ejercer de profesor. Recuerdo a un alumno que de un 3 o 3,5 no pasaba, pero me hizo un trabajo que pocos hicieron (que para un escaso 5 era). Sin embargo, ¡le puse un 10!, pareció que sus ojos saliesen de sus órbitas cuando lo vio. Y desde entonces, su progresión por acrecida autoestima, ya se le podía aprobar. Igual que yo me acuerdo de él, sé que él también se acuerda de mí… No obstante, sin saber, algo bueno sí hice en ese tiempo: escribí un libro de historia de mi pueblo (“Bárboles en los siglos XVII y XVIII: una encrucijada en el Bajo Jalón”) del que vendería cerca de 500 ejemplares, pero mi abuela me ayudaría a pagarlo con 168.000 pesetas por ser autoedición. Pero la semilla estaba ya echada, y del siguiente:

“La villa de Épila en el siglo XVI: vida y costumbres” se vendieron los 1.000 ejemplares que se hicieron, ¡y con total respaldo económico del ayuntamiento! ¡Y lo que es la vida!, vendiendo un ejemplar de este libro a un director de banco que de Épila era, el mismo me haría ofrecimiento de entrar a trabajar en Caja Rural de Aragón (entonces Cajalón). Y como me quería casar acepté. Recuerdo “los acosos” de los jefes para que me hiciera director, siempre con mi firme negativa. Porque yo quería tener libres las tardes para investigar, para escribir… Hasta que, investigando por diferentes archivos, di con dos auténticas joyas históricas e inéditas: El testamento del conde de Aranda y las memorias de su destierro por Andalucía (siempre del X de los condes). ¡Ya sí!, está figura irá siempre aunada a mi persona. Y hasta mi última novela de Adarve así lo demuestra: “Misterio en el palacio del conde de Aranda”.

Me gusta viajar por lugares que tengan historia. Y contra más antigua mejor. Por ejemplo, iría más a gusto a Filadelfia (que fue donde se inició la independencia de EEUU con ayuda de España) que a Nueva York. Recuerdo la alegría de mi mujer cuando dije que tocaba vacaciones en Grecia, pensando en las islas cuando, “engañada”, no faltó ninguna “piedra” de las del interior sin ver, ja, ja, ja…  Me gusta las tradiciones antiguas de los pueblos: sus leyendas y dances. Me gusta ir a la Romareda con mis dos hijos, sin ningún fanatismo y como reminiscencia de que un lejano día me ayudó psicológicamente a subsistir (¡qué subamos a Primera eso es harina de otro costal!). Me gusta pasear por la arena de la playa y me relaja el ruido de las olas. Y me gusta mucho tomar un café con mis amigos…

Soy reflexivo, me encanta escuchar del que sabe y evito al intolerante, ese que su discurso no tiene ni una pizca de tolerancia y solo el suyo tiene validez bíblica. Me gusta más escribir que hablar (como dice el escritor Herman Hesse en la escritura está la reflexión y la precisión). Tengo un buen humor heredado de mi padre (recuerdo que en el Banco venían clientes a que les contase algo para levantar el ánimo, y yo les decía que era el director el que “me mandaba” contar chistes, ja, ja, ja…). Y concibo el enfado como un castigo a uno mismo.

 

Siempre me considero más historiador que escritor, pero las dos cosas no están reñidas. Recuerdo participar en la Feria del Libro de Calatayud (para entonces solo libros de Historia tenía escritos) y yo en medio de dos novelistas, recuerdo decirle a mi mujer que con los libros que vendiera comeríamos bien, y recuerdo también que a mis contiguos les compraban libros y a mí cero patatero (únicamente dos para la biblioteca de Calatayud). Desde luego, tuvimos mucho cuidado qué pedir para comer… Me di cuenta ese día que podía ser didáctico, enseñar historia, aportar investigación… con narraciones de ficción. ¡Y todo cambio! Con mi primera novela histórica: “La traición de Rueda”, recuerdo caérseme lagrimones en momento específico de transmitir. Para luego decirme algún lector: “Que le había hecho llorar”. ¡Eureka! Podía estar investido del poder de la palabra (ya que de otras cosas me mueve la torpeza: manualidades, cocinar…) Y todo en el pequeño mundo en el que me muevo. No me obsesiona ser conocido ni premiado ni entrar en esas disyuntivas envidiosas que unos escritores tienen con otros. Por el contrario, sí me dolería en el alma que despareciera el ratico del café con mis amigos…

 

Mis gustos literarios los tengo muy esparcidos. Me gusta releer los libros con los que fui educado: La Regenta, La Celestina y, sobre todo, a Antonio Machado. Me acuerdo en la mili, tenía fresco El Quijote, y a los compañeros les llamaba “vuesa merced” y aun subteniente se me escapó decirle: “Vuesa merced, deje que los perros ladren, es señal que cabalgamos…” Silenciosa fue su respuesta. Recuerdo leer con mucha avidez, de una tacada, un libro de Manuel Leguineche: Los topos (1977), sobre un alcalde de Mijas escondido en la dictadura. Y un último libro: Valdeambre (escrito por un amigo catedrático de Veterinaria) sobre el hambre de la postguerra en un pueblo de Soria me ha encantado. Leo muchos libros de historia. Pero fracción de ellos por necesitada ayuda cuando estoy con algún libro. Así cuando estaba escribiendo “Las memorias del conde de Aranda”, me leí las “Memorias de Godoy” -su gran enemigo- (más de 1.900 páginas) en un ejercicio de rigor histórico. Y todavía me llega a la mente el primer libro de niño (amén de los tebeos) que me incitó a la lectura: “Zalacaín el aventurero” de Pío Baroja.

No sabría decir un escritor favorito, aunque con Irene Vallejo solo oírla hablar o atender sus lecturas ya quedas fascinado y transportado. Pero yo tiendo más a lecturas de historia y mucho más, si cabe, a utilizar mis propias investigaciones (muchos han sido mis años por archivos) para aplicarlas a mis novelas. ¡A ver quién me lleva la contraria, si el descubridor soy yo, ja, ja, ja…! Un ejemplo nimio, en el siglo XVI, el conde Aranda cortaba una oreja como castigo a todo aquel que pillaba robando dentro de su señorío.

Por lo antecedido, se infiere que mi género es novela histórica. Y cuando me sumerjo en época me gusta crear una ambientación acorde a su contexto real (personajes históricos, comidas, enfermedades…) y una forma expresiva llena de matices que responda a cada siglo pertinente (vocabulario, cantares o hasta propios exabruptos). Eso lleva concienzudo rigor, porque una metedura puede dar al traste con todo el trabajo. No obstante, por su importancia historiográfica mi libro más significado ha sido histórico: “1794. El destierro del conde de Aranda: Sus memorias”, el cual me ha permitido dar conferencias y escribir artículos para revistas especializadas de España.

Hay dos frases que me mueven como “si bala de cañón fuera” a la hora de escribir. Una es de Aristóteles: “No hay que empezar por el principio sino por lo que motiva”; una vez motivado el esfuerzo y las ganas de ser creador vienen solos. Y la otra es de Gandhi: “La recompensa está en el esfuerzo, no en el resultado”; en sentido de que, si has puesto todo tu saber y todas tus ganas, más no se puede hacer.

 

 

Recientemente ha sido presentado mi último libro: “Misterio en el palacio del conde de Aranda” (y publicado con Adarve) en dos lugares muy significados para mí: en el Salón de Columnas (siglo XVI) de la Fundación Caja Rural de Aragón en Zaragoza y en el propio palacio del conde de Aranda (siglo XV) en Épila. Ambas exitosas y con gran aceptación. En plena resaca he recibido la agradable noticia de que Adarve también se va a hacer cargo de la publicación de mi novela: “Entre dos fronteras” (esas que dividían al reino de Aragón entre cristianos y almorávides en el siglo XII). Y también tengo otra acabada y titulada. “Contrafuero” (relativa a la decapitación del Justicia del Aragón en 1591 por Felipe II). Y ahora, algunas amistades me están pidiendo una obra de teatro. Ahí sí que estoy en un embrollo, ja, ja, ja…

En el mundo debemos caber todos, nosotros mismos no seríamos nada si no estuviéramos rodeados de más personas. Por eso todo ser humano tiene derecho a tender a una vida digna. No entiendo las guerras, olvidando el sufrimiento pasado, y que dictadores se hagan rectores de sus países. Jugando con la vida de sus conciudadanos al soplo de su dedo índice. Me preocupa el mundo que estamos dejando a las generaciones venideras (la hambruna de muchos, el cambio climático o una guerra que puede ser ya la definitiva). Debemos aprender del sufrimiento de los que nos precedieron, ¡y no lo estamos haciendo!  

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