Nací en la maternidad de O´Donnell, en Madrid, el 9 de abril de 1962. Mi familia es de Sotillo de la Adrada (Ávila), pero mis padres no se atrevieron a que naciera en casa con una comadrona y por eso soy “madrileño con pueblo”.
Tengo muchos y buenos recuerdos de mi infancia: mi abuela María, la casa de la Placetuela, mis padres y mis hermanos, los amigos, los juegos por las calles sin pavimentar del pueblo desde que salíamos del colegio hasta que se hacía de noche, las nevadas del invierno con los pantalones cortos y tan felices, la llegada de los veraneantes -todavía me acuerdo de los nombres y de las caras de aquellas niñas que nos parecían marcianas y de las que nos enamoramos platónicamente en las verbenas del pueblo- y el clima tan benigno que teníamos en verano cuando todos los arroyos y gargantas corrían rebosantes de agua fresca por la laderas de Gredos.
También tengo el recuerdo negativo de la escuela. Y eso que empezó fenomenal con mi tío Julio de maestro de 1º de EGB. Pero en los cursos siguientes llegó el miedo y el dolor producido por unos maestros que no parecían humanos y que nos pegaban a diario para preguntarnos las lecciones. Uno de esos días de temor en la escuela, decidí que tenía que ser maestro para asegurarme que hubiera alguno bueno cuando fuera mayor. ¡Qué pretencioso me parece ahora ese pensamiento! Pero mantuve la decisión y lo he sido la friolera de treinta y tres años y todos y cada uno de ellos con el deseo de ser uno bueno de verdad.
Cuando el tema de la escuela empezaba a mejorar mis padres decidieron que me fuera a un internado. Pensaban que valía para estudiar y que esta era la única manera que tenían de asegurarse de que yo lo lograra. Y a mí me pareció muy bien y todavía lo pienso. Así que los siguientes años de mis estudios los pasé interno lejos de casa. Primero en Arévalo (Ávila) de donde guardo un recuerdo imperecedero en el que se mezclan buenos momentos con otros de soledad y zozobra, como la imborrable tristeza de las tardes de los domingos. Lo mejor es que en esos años hice los mejores amigos que todavía mantengo a pesar de que vivimos todos muy alejados unos de otros. Después pasé por Mohernando (Guadalajara), en un paraje idílico y muy solitario en la vega del río Henares.
De los pueblos pasé a Madrid en donde hice COU el año del golpe de estado de Tejero. Y por fin la Universidad en donde cursé magisterio en los campus de Alcalá de Henares y Salamanca. Fue en estos años cuando comencé a escribir, sobre todo poesía. Todavía guardo muchos de aquellos poemas de juventud. Recuerdo la paciencia de mi amigo Juanfran escuchando con todo el interés que podía todos y cada uno de mis versos y sus miles de variaciones. Le agradezco su atención y su infinita paciencia.
También en la universidad, influido por autores relacionados con la educación como Gianni Rodari, comencé una vasta producción de cuentos y relatos. Esto me sirvió muy bien después en mi trabajo pedagógico.
Esta época universitaria me marcó como persona y terminó de formar mi espíritu además de mi cabeza. Fueron años en los que disfruté muchísimo de la amistad y de las relaciones personales. En los internados me había refugiado en la lectura gracias a las buenas bibliotecas de las que disponían y había descubierto que me sentía bien en soledad. En cambio, en la Universidad descubrí el gozo de compartir y estar con los demás. También físicamente estaba en el mejor momento de mi vida, así que me apunté en las ligas universitarias de baloncesto, fútbol y fútbol sala, algunos sábados jugaba dos partidos en diferentes disciplinas y, claro, se me salió el líquido sinovial de la rodilla izquierda. Tuve que estar en rehabilitación con onda corta el resto de ese curso, pero sólo afectó a mi movilidad los primeros días, enseguida me apañé bien para las escapadas por una Salamanca que estaba naciendo, como España, a la modernidad.
Y después me fui a la mili, rompí la prórroga de estudios universitarios y elegí San Sebastián (Guipúzcoa). Al lado de ese mar que tanto echamos de menos los de la Meseta. El recuerdo que me queda de la mili no es malo, en mi reemplazo éramos todos universitarios y fuimos capaces de evitar todo el tema de novatadas y esa parte negativa de la mili que se produce entre iguales. Aproveché para conocer mucha gente y todo el norte desde Navarra hasta Asturias visitando los pueblos y ciudades de los compañeros de reemplazo. Un recuerdo especial es el de un día de otoño, en una guardia en Jaizkibel en la que dábamos seguridad a otros soldados, en un momento dado pude “escaquearme” y después de bajar aquellos vertiginosos, escabrosos y peligrosos acantilados me quité la ropa militar y me di un baño entre las rocas en un Cantábrico frío, cristalino y para mí sólo, inmerso en un paisaje de una hermosura sobrecogedora.
También recuerdo las subidas al Pirineo Navarro y las marchas por sus cumbres admirando embobado aquellas vistas increíbles. De esa época me queda la manía de recorrerme los senderos de todos los lugares que visito hasta lograr subir a su montaña más alta.
Debo añadir sobre la mili que, después de terminarla, estuve un año entero soñando con un militar que me leía un documento en el que ponía que mi servicio militar obligatorio no había valido y tenía que repetirlo. O sea, que no sería tan idílica como mi conciencia ha ido dibujando con el paso del tiempo.
Ahí va un poema escrito en san Sebastián vestido de caqui:
“He conocido a alguien como tú.
He vivido con ella
momentos inventados contigo.
Ahora me marcho y la pierdo,
y cuando llegue
no te encuentro.”
Después, un par de años trabajando de todo, incluida la hostelería, hasta que por fin logré mi puesto de maestro en el que me ha dado tiempo para trabajar muchísimo en esta profesión que elegí y que me encanta y en la que siempre me ha guiado la idea de que el alumno es el protagonista. Con el fin de llegar a todos ellos, desarrollé capacidades de comunicación y liderazgo de personas que eran impensables en ese niño sencillo de pueblo que en el fondo de mi alma creo seguir siendo. He tenido la suerte de tener, casi siempre, magníficos compañeros y compañeras de profesión como Agustín o David de la Fuente, buenos pedagogos y mejores personas de los que he aprendido y disfrutado. También guardo un recuerdo agradecido de las familias y de los propios alumnos y alumnas que es de los que más he aprendido siempre.
De mis años juveniles me quedan todos los gustos y aficiones. Mi tendencia a la soledad y a llenarla de lecturas desde lo clásicos a lo más actual, novela y poesía sobre todo, pero también ensayo, filosofía, historia, infantil y juvenil… Mis autores preferidos son los cásicos españoles y europeos, sobre todo Garcilaso de la Vega, pero también Lope, Calderón del que “La vida es sueño” hay mucho en mi novela, Góngora (que sale también),…Shakespeare, por supuesto y también Wordsworth, Coleridge, Keats, Goethe y su época en Jena con los pensadores Fichte y Schelling, y algunos clásicos franceses también, claro. Mas actuales me gusta la “Generación del 27”, Octavio Paz, Albert Camús, Houellebecq, Harlan Coben, Louis Sachar, Eduardo Mendoza, J.L. Sanpedro, Miguel Delibes, al que tuve la suerte de conocer en una conferencia en la Universidad de Salamanca. Que no se me olviden Antonio Machado, Federico García Lorca, Rosalía de Castro… y los grandes creadores de cuentos como Rudyard Kipling, Edgar Allan Poe, Chejov, Borges, Kafka…
Deporte hago poco, andar mucho con mi perrilla, algo de bici y ver fútbol por televisión.
Me gusta mucho el cine, sobre todo el de autor y el de guiones basados en libros, pero disfruto también con lo que viene de Hollywood o lo que empieza a llegar de China o de la India. En mi novela se nombran algunas de mis películas preferidas como “Rocky” y “La guerra de las galaxias” que vi en mi adolescencia enclaustrada y que me impresionaron muchísimo. Pero también “Atrapado en el tiempo”, “Blade Runner”, “Encuentros en la tercera fase”, “El bosque animado” o alguna de Almodóvar. Tengo que decir que en mi juventud también me “chupé” a Truffaut, Godard, Fellini, Bertolucci y compañía. De esa sobreexposición me queda un gustillo por descubrir tesoros entre películas poco vistas o que pasan casi desapercibidas. Vamos, que me gustan las pelis “raras”.
También me paso horas oyendo música de todo tipo desde los clásicos hasta el ballenato, el reguetón ya no tanto. Mi época musical preferida es la del Pop de los ochenta a nivel mundial y de la “Movida Madrileña “a nivel estatal, jaja. También puedo pasarme un fin de semana entero escuchando y saboreando las grandes obras del rock sinfónico de Pink Floyd, la Ello, Alan Parsons, Jethro Tulll o Supertramp, mi grupo preferido. Pero también me encanta la música clásica. En “El guardián entre la arena” aparece por ejemplo “La música nocturna de las calles de Madrid” de Boccherini.
Actualmente mi afición favorita es pasear con mi perrilla “Bulma”, una Yorkshire de cuatro años muy cariñosa, juguetona y andarina que me obliga a salir y a saludar a todo el mundo como hace ella durante todo el paseo.
Bueno, tengo que leer y escribir algo todos los días. Y hablar con mis hijos. Daniel, el mayor, me dio hace poco una lección de vida cuando ejerció “la gran renuncia” y se marchó a vivir al pueblo. Isma es un valiente que afrontó el cambio a Vejer en plena “pandemia”. Gabriel, el pequeño, es mi verdadero héroe y un saber enciclopédico viviente con el que las conversaciones se alargan sin querer y me llenan de sabiduría y felicidad.
Esos momentos del día que os he ido comentando, una adolescencia y juventud “especiales”, las experiencias que te van marcando en la vida y el sencillo paso del tiempo han ido esculpiendo lo que soy y lo que hago. Principalmente me considero un “empanao” como Sciulo Mauregato, el protagonista de “El guardián entre la arena”. Mi tendencia natural es a la soledad y a estar ensimismado. Por ejemplo, puedo dedicar horas enteras, absolutamente ido de la realidad, a la lectura y relectura de los poetas clásicos ingleses y españoles para descubrir alguno de sus versos que haya servido de título de algún libro o de su encabezamiento o de título de alguna película famosa como cuando me topé con el verso de Keats “No es país para viejos”. En fin, otro soñador con los ojos abiertos. En mí se cumplen también los versos de Quevedo “Nada me desengaña, el mundo me ha hechizado”. Siempre me quedo mirando embobado buscando la belleza o el sentido de toda la realidad que pasa ante mis ojos. La lectura ha sido el complemento y la compañera perfecta para este fin primordial de mi vida y la escritura me permite poner orden y luz en el caos de datos, ideas y sentimientos que crea la relación de mi mente con el universo.
Confío mucho en lo que hago y el haber acertado con las personas que han estado a mi lado durante toda mi vida me anima a seguir haciéndolo. Tuve una suerte infinita en “pillar” a Gloria, ella es la “clave de bóveda” de pasado, presente y futuro. Me siento afortunado y con muchas ganas de seguir haciendo cosas y poner mi parte en la realidad que nos rodea y que se empecina, si nos dejamos, en hacerse dueña de nosotros.
Aunque no es el tema principal de “El guardián entre la arena”, me preocupa España porque la amo; de verdad pienso que es el mejor país del mundo, pero también creo que somos los españoles los que menos queremos a nuestro país. Dentro de la novela, Sciulo intenta comprender el porqué de esta desafección con lo nuestro y estudia a los grandes historiadores y pensadores españoles: Ortega, Jovellanos, Galdós, Clara Campoamor, Xavier Zubiri… y en todos ellos encuentra el mismo dolor por ese malquerer lo nuestro que nos afecta todos. Si repasamos la historia de España y su literatura siempre ha sido igual: españoles hablando mal de España. Da igual la época, en el desastre de 1898; en la Segunda República, a mediados del siglo pasado; o en el Nou Camp o en un bar de Madrid, antes de ayer. Para colmo, hemos tenido un Gibraltar que nos ha pesado mucho. El llevarnos históricamente mal con Inglaterra nos ha convertido en la diana preferida de una máquina de propaganda invencible que ha ido moldeando la idea negativa de España que ha imperado en el mundo hasta hace dos días y que ha calado también en nosotros. La Olimpiada de Barcelona fue un punto de inflexión que hizo que el planeta entero no descubriera de verdad y empezara a mirarnos con sus propios ojos desempolvando nuestra imagen y sacudiéndola de la inquisición, el imperio, el colonialismo y el franquismo, de manera que muchas veces fuera nos ven y nos consideran mejor que nosotros mismos.
He visto cambiar España en la evolución de un pueblecito de Cádiz. He pasado el mes de agosto de los últimos treinta y cinco años en Vejer de la Frontera. He vivido la transformación de un pueblo, cerrado y anclado en el tiempo cuando nuestro amigo Antonio Casado nos animó a descubrirlo en los noventa, hasta convertirse en un destino turístico y gourmet de primera clase y, ahora, me sirve como metáfora del cambio a la modernización de nuestro país. (Por cierto, mi hijo Ismael se quedó allí a vivir y tiene un negocio de hostelería en el mercado de San Francisco, “Sushi Time”, por si os queréis acercar, tanto él como su amigo Dani os van a tratar fenomenal). Como decía, os aseguro que ese cambio paralelo que he vivido en Vejer y España ha sido a infinitamente mejor. Creo que son afortunadas estas generaciones educadas por la denostada y, para mí, imprescindible LOGSE y no por el franquismo. Estoy convencido que España va a superar cualquier prueba como lo ha hecho siempre a lo largo de la historia. Creo que ayudará seguir siendo parte importante de Europa, pero la mejora económica que esto supone tiene que terminar de hacerse tangible en unos sueldos definitivamente “europeos” que apuntalen de una vez las posibilidades económicas de los españoles haciendo desaparecer la desigualdad entre comunidades y territorios y en las mismas sociedades y alejar definitivamente el fantasma de la pobreza.
En cuanto a la política en general creo que está un poco desfasada. Lo de los partidos políticos de izquierda y derecha me parece que empieza a ser un poco “viejuno” y que no refleja cómo se va conformando la sociedad actualmente: como reflejo en “El guardián entre la arena”, ya hay dos bandos, el tecnológico y el ecologista y tenemos que elegir con cuál de los dos vamos a estar según la esperanza de futuro que tengamos para la humanidad y para el planeta. Creo que la parte ecologista no termina de arrancar porque en su mensaje hay una importante contradicción que debe solucionar de una vez si quieren crecer. No hace falta fijarse mucho para darse cuenta de que quieren proteger las plantas y los animales, revertir el cambio climático, sanear el agua, la tierra y el aire, pero ¿y el hombre? Para el ser humano quedan los planes de planificación familiar, la eutanasia, el aborto…Es decir, todo para el planeta, pero el ser humano que desaparezca porque es el cáncer causante de todo. Una vez que superen este escollo e incluyan al ser humano dentro de su plan de salvamento despegarán definitivamente, pero que se den prisa porque los que quieren el progreso tecnológico a toda costa ya les llevan ventaja.
Mi novela “El guardián entre la rena” recoge todas estas ideas y sentimientos como no podía ser de otra manera. He intentado escribirla en el lenguaje más sencillo posible en un contexto de peregrinaje y aventura inspirado en los paisajes decididamente medioambientales que aparecen en novelas como “Dune” de Frank Herbert y “Hoyos” de Louis Sachar y que facilitan una narración en primera persona que me ha permitido un tono pausado, íntimo y personal. En el título hay un homenaje a una de mis novelas preferidas “El guardián entre el centeno” de Salinger. En la parte poética trato de imitar un poquito a Garcilaso de la Vega y he creado mis poemas con la métrica de sus “estancias” hechas “al itálico modo”. También se nota en toda la novela la influencia de los grandes libros que han hablado del desierto y de la soledad ante las grandes preguntas de la vida: La Biblia, la Odisea, Don Quijote de la Mancha, La Divina Comedia, Fausto, la Mitología clásica y oriental, la Historia de la Filosofía, el Humanismo, el Romanticismo Alemán o el Espiritualismo del grupo de Concord.
Sigo escribiendo, por supuesto. Estoy preparando una edición de los poemas que forman parte de “El guardián entre la arena” junto a otros que no han cabido por motivos de espacio o de contenido. A la vez me estoy documentando sobre lo que quiero que sea mi primera novela no breve.
Me he sentido libre durante todo el proceso de creación de “El guardián entre la arena”, tal vez a la manera que decía maría Zambrano cuando decía “si la piedra tuviera conciencia creería que cae libre”. En fin, quiero creer que soy real y me lo demuestro escribiendo. También me he sentido muy feliz y esa misma felicidad os la deseo a todos al leerla y hacerla vuestra. Ojalá os pase con mi novela como a mí con la lectura obligatoria de Bachillerato de “El árbol de la ciencia” de Pío Baroja; lo que parecía un castigo se convirtió en algo mágico desde la primera palabra, página a página y hasta el final. Nos vemos en “El guardián entre la arena”.
Un saludo afectuoso.