Entre solapas encontrarán una historia de amor. Amor en una amplia escala de matices que tendrá por comienzo un destello hasta la distancia que induce a la reminiscencia, donde amor y desvarío tomen sus cartas para apostar, ferozmente, contra la baraja sombría del olvido. En la ribera de los sueños florecerá la fantasía, saldrán a flote del océano alma y sentimientos capaces de surcar las aguas dormidas del silencio, hasta dar con el eco de su voz, donde nace la marea y, lejana, siempre ella. El mar será testigo de aquel amor y una extraña promesa; será mejor llevar a cuestas un desamor a dar amor por perdido. Llegará hasta ella, porque no existió tal peso, por contrario: solo aliento.
Silvio Fernando Landa se crió en el barrio bonaerense de Santos Lugares, donde maravillas como la casa de Sabato, la escuela primaria n° 6, el castillo de la iglesia de Lourdes, la estación con los bancos de madera que tuvo y el acompañamiento del susurro interminable de los eucaliptos se convirtieron en pinturas habituales de su camino y parte de suya. Lejos de allí no puede evitar nombrar el mar, el garabato difuso de un cuerpo de mujer, el silencio, a veces soledad. Como muchos, ha perseguido un presentimiento, una inquietud, que lo condujo al inicio de esta historia que verán sus ojos y tomarán sus manos, donde avanzó pese a cualquier duda por sentir esa extraña certeza de ilusión y de luz que involucran los sueños.