Martín Rodríguez —Manguera, a causa de cierto detalle anatómico— es auxiliar de la Policía Nacional Revolucionaria y cada atardecer recorre en su bicicletica la ciudad de Ciego de Ávila, armado del antiquísimo revólver de cañón hiperlargo que perteneciera al Conde Villamar y para el que ya no existen balas. Él quiere atrapar a un delincuente y que la «hazaña» le acerque al ansiado carné del partido, pero regresa al hogar pasada la media noche con las manos vacías. Martincito entra con la bicicletica, saluda en el jardín a la bestia que tiene como perro y se acerca a la bella y grandota Esperanza, quien le ha esperado despierta y en la cama. A la vez, Olivia, la hija divorciada de Leoncio (concuño de Martincito y secretario del partido en zoonosis) sale a la terraza trasera de la casa acompañada de su novio para amarse en la oscuridad. Carlos no lo sabe pero la muchacha ha seguido el consejo de la madre santera y espiritista y se ha untado ahí abajo el mejunje mágico para amarrar al joven. Y estando los dos en el mejor momento, Leoncio salta de la cama armado de un machete. Carlos corre a meterse entre una pared y un cercado de alambres de púas, con los pantalones sobre los tobillos. Más tarde, todo se complica.
Rodolfo Torres. Ciego de Ávila (Cuba), 1950. Licenciado en Periodismo por la Universidad de La Habana, ha trabajado en diferentes medios. Tiene publicados por Letras Cubanas los libros de cuentos Mis hermanos en la guerra (Premio 26 de Julio 1981) y El camino del Infierno. Asimismo, la monografía histórica Un cementerio que agoniza (Voces de Hoy, 2011), ¿Pero las vacas no ponen huevos? (Entre Líneas, 2012), La soledad siempre viene acompañada (Entre Líneas, 2015) y El sexo sentido (Entre Líneas, 2017), además de los libros de cuentos Irse (Entre Líneas, 2014) y Gealitterazos (Entre Líneas, 2019).