Desde hace un par de años vivo en Israel, unos kilómetros al norte de Tel Aviv, en la costa. Tengo 48 años. Mi mujer Rosa y yo tenemos tres hijos.
Nací junto al mar, en La Coruña. A los ocho años dejé mi ciudad natal y desde entonces no he logrado vivir tanto tiempo seguido en un mismo lugar. Infancia en Canarias, adolescencia en Madrid, estudios universitarios en Montreal y después en Madrid, París y Madrid otra vez. Me gustaban las matemáticas, pero por hacer algo menos abstracto estudié físicas. Como la cabra tira al monte, me rendí luego a la filosofía. Y como hay que comer, me hice diplomático. Desde entonces he trabajado en Paraguay (sus asados, mi primera hija), en Senegal (su gente y sus sonrisas), Sudáfrica (división humana y belleza natural), Madrid (familia, amigos), Costa Rica (bosque, mi perra) y ahora Israel (memoria y tesón). He podido conocer a mucha gente y a muchas gentes, escuchar mucha historia y muchas historias. El oficio se erige en dique y me obliga a escribir aburridos informes administrativos. Las historias, como un torrente, se agolpan y piden salir.
Aficiones: No me gusta viajar, no me gusta hablar. Me gusta escuchar y conocer lugares y gentes. Corro, lo necesito, como dormir, leer y escribir. He corrido más de media docena de maratones y sigo. Caminar junto a mi mujer. Caminar en el monte solo. Leer obsesivamente sobre algún asunto. Fregar platos (en serio).
Rasgo más sobresaliente de mi personalidad: Soy solitario, pero siempre estoy rodeado de gente. Me suelo ganar su confianza porque escucho y me intereso, pero me cuesta trabajar en equipo.
Por qué decidí ser escritor: Mi trabajo me ha llevado a conocer a delincuentes y a personas honradas, a gente muy rica, a gente necesitada y a gente de la que yo necesitaba algo. Como diplomático me han mentido y alagado, me han amenazado, querido comprar o simplemente ignorado. Como hablo poco, he podido escuchar mucho: hombres e historias de muchos lugares. Todo eso se te agolpa dentro y necesita salir. Como lo que me exige la profesión es escribir informes, notas y telegramas, tuve que empezar a dar salida a esos relatos por medio de la ficción. Ficción para evitar la infección.
Autores preferidos y por qué: John Kennedy Toole. Tuvo éxito póstumo, que es a lo que yo aspiro. Su Conjura de los negocios es un libro inteligente y muy divertido, otra aspiración. Unamuno, porque crea personajes con mucha alma y escribe novelas cortas.
Mi obra favorita de otro autor: Las aventuras de Huckleberry Finn. Para mi gusto es la mejor novela de aventuras itinerantes. Mark Twain te hace sentir que navegas en una barcaza por el Misisipi junto a Huck y Jim. Te hace compartir sus aventuras. Me hizo sentir libre.
Mi obra favorita de las que he escrito: La condición binaria, por la vitalidad de los Eutanasios, un grupo de ancianos que se lanzan a la aventura sin reparar en sus limitaciones físicas.
Mi estilo literario: Ficción reflexiva. Busco dar cuerpo a mis reflexiones a través de mis personajes. Luego estos me sorprenden aportando ideas que no se me habían ocurrido. Empiezo la novela con una idea, pero los personajes van cobrando vida y actúan con arreglo a su propia lógica más que al plan inicial que yo les marqué en una ficha de cartón.
Una cita de un autor: «No sé de qué se trata, pero me opongo», dice Unamuno y también: «¡Creer lo que no vimos, no!, sino crear lo que no vemos».
Obra en la que me encuentro trabajando en la actualidad: Llevo año y medio pensando y medio año escribiendo la historia de un negro literario que quiere escribir la vuelta a la vida civil de un guardia civil que luchó y venció a ETA. A este luchador le pasa lo que a Ulises: regresar a casa después de años de lucha no es fácil. Quien no luchó no entiende al guerrero.
Algo sobre mi manera de entender este mundo: Basta abrir los ojos para que se nos inunden de colores, luces, sensaciones indefinidas. Necesitamos darles orden. Creamos entonces seres a los que domamos con palabras y leyes. Lo que era fugaz y cambiante adquiere persistencia de eternidad. La magia la operó el lenguaje y sus palabras, la matemática y sus números. A todo eso lo llamamos Dios, pero no hay que olvidar de dónde vino, para que la eternidad no nos arrebate lo fugaz. Contra la eternidad del Uno cabe bien matarlo y rendirnos al Cero, bien jugar con uno y cero y empezar a contar: un dios, dos dioses, otro y otro más. ¡Qué lejos están los muchos dioses griegos!
Mis proyectos inmediatos: Acabar un ensayo sobre el tiempo que empecé hace …, valga la redundancia. Empezar una web/app para enterrar proyectos póstumos propios y ajenos.