Desde el año 2012 Rafael Madrid abre su mirada artística y viene escribiendo basándose en la experiencia personal, tal es Glownlords. Tiene cuentos infantiles, como Ratapúm, y otros títulos de novelas, como su trilogía Las cábalas del mensajero, su ensayo Dei, o el cómic Alas (Libros INDIE), del que es guionista y productor. Fue deportista de élite durante cinco años, tema que refleja en una competitiva aventura marina realista de título El décimo palista. Es compositor, cantautor y guionista. Pertenece a la SGAE y con obra musical en redes.

Rafael Madrid Gimeno (Nazaret – Valencia 1958). Nací seis meses tras la riada de 1957 y viví aquellos momentos en el vientre de mi madre mientras ella, con tres de mis hermanas mayores que yo y algunos vecinos que subieron hasta allí, veían como el agua iba trepando por las escaleras hasta el primer piso donde estaban. Aquel lugar, las gentes con quienes compartí mis días de crecimiento, unido a la educación familiar y escolar religiosa que recibí, me hizo ver las cosas desde un punto de vista humilde, sencillo y claro, que me acompañó de la mano de la profundidad de cierta filosofía de contemplación que más tarde se reflejó en mi etapa literaria, pues así se viene a ver en casi todo lo que escribo. Me crie a faldas de mi abuela, mujer trabajadora, huérfana y sorda, cuya forma de pensar también influyó en mí. Sin embargo, mi posterior traslado y dedicación a mi trabajo como administrativo en Alicante, a la edad de veinticinco años, me hizo crecer en otros sentidos, como lo fue en la creación de formas, invenciones y utilidades, o en lo musical y en lo deportivo, tareas que vinieron a engrosar mi experiencia, hasta entonces estacionada por obligaciones más apremiantes de tipo familiar. Aquello me introdujo para investigar en las áreas de fabricación y producción de producto de juguete y merchandasing, una parte de mi curiosidad creativa que tenía pendiente. El conocer el proceso de fabricación con plásticos, como método de obtener productos de todo tipo, era una incógnita que necesitaba conocer, en la que empleé diez años llegando a materializar creaciones propias en una empresa de ámbito nacional que fundamos mi esposa y yo.

En mi adolescencia la escritura solo se había limitado a hacer letras con cierta rima poética para canciones de pop-rock y a mi presencia en formaciones de grupos musicales. Fue a partir del año 2012 cuando comencé el itinerario literario, con la ilusión que siempre me acompañó con la intención de transmitir los momentos más relevantes de mi propia experiencia y con el propósito de comunicar ideas para poder hacer llegar a través del hilo conductor de una historia, una aventura o un ensayo testimonial. Durante mi juventud, aparte de estudiar y trabajar en la empresa familiar de mis padres, me gustaba recrearme en actividades deportivas, musicales y manualidades, posiblemente para calmar algún tipo de hiperactividad interna. Pasaron por mis manos libros, como las conocidas novelas de aventura de Julio Verne: Veinte mil leguas de viaje submarino, Un viaje a la luna, Ochenta días en globo; La vida sale al encuentro, de Luis Martín Vigíl; El Principito, de Antoine Sant Exuperi; Papillon, de Henri Charrière; La túnica azafrán y El médico de Lhasa, de T. Lobsang Rampa; y El Mundo, de José Juan Millas, premio Planeta.

Aunque nunca me sentí como una máquina de devorar libros, pues mi objetivo principal era dominar la guitarra y ser el rey del rock, siempre mantuve una inquietud vocacional por poder hacer algo de interés para ofrecer al público, historias o aventuras de forma diferente a como se viene haciendo habitualmente, de ahí el aplicar mis composiciones musicales entre las páginas de mis escritos mediante códigos QR, desde el año 2012, acercándose mucho aquella tarea a la elaboración de guion cinematográfico, tal como en lenguaje gráfico se puede asemejar un borrador de cómic a un storyboard.

Todo aquel atraso en la toma de aquel testigo cultural no había sido casual, algo había en él que, de forma aletargada, había postergado mi relación profunda con el mundo de las letras. Pero, como ya decía mi padre, pescador gran enamorado del mar, cuando de pequeño me contaba historias mientras remendaba las redes que el mismo hacía, y yo le preguntaba, «¿papá por qué me cuentas todo eso?», y el hombre me respondía «para que algún día lo escribas, hijo». La verdad es que siempre tuvo muchas expectativas en lo que yo pudiera hacer en el futuro y salir de allí, pues el barrio donde vivíamos no tenía muy buenas referencias. Lo cierto es que, de momento, de todo aquello relatado por mi padre, no recordaba ya casi nada, pero sí de los días de pesca compartidos con él, cosa que vengo a relatar en una bonita novela de aventura marina de competición de kayak, recreada con música, de título: El Décimo Palista y La Cueva del Diablo.

De aquellas novelas mencionadas aprendí la forma de buscar temáticas y expresar con naturalidad, era algo que encajaba en mi forma de ser, sin embargo, llamó mucho mi atención aquella época en la que se publicó el libro de Papillón (1975). Recuerdo su lanzamiento y el día en que en televisión, su autor y protagonista, Henri Charrière, convicto preso en la prisión de la Guayana Francesa, explicó cómo se produjo el manuscrito de su novela. Según contó, como no sabía escribir o le resultaba difícil, tuvo que reconstruir su relato autobiográfico mediante la grabación de los episodios en audio en casettes, para, luego reproducirlos, escuchar y redactar a texto. Este método me resultó de gran curiosidad, y también me hizo ver que la importancia de una historia es la forma de como se cuenta, lo que se dice de ella, y de que las historias interesantes no se debieran desperdiciar por no saber escribir. Esta quedó como una de mis lecturas favoritas, así como también lo fue El Mundo, una obra mucho más reciente, de José Juan Millas, tocayo valenciano, en la que se habla de forma narrativa imparable sobre su niñez y de como su padre experimentaba con el invento de su bisturí eléctrico cauterizador, con un gran trozo de carne de ternera.

De todo aquel poso literario, incluso de las de carácter tibetano, de T. Lobsang Rampa, de fácil lectura, tomó forma y fuerza mi modo de escribir y narrar, entrando en temas de crecimiento interior mediante el relato sutil de momentos que trasladan al lector a nuevos universos de tipo medieval o de escenarios atemporales, pero sobre todo en un intento de sumergir al público en una lectura apacible. Es la búsqueda de traspasar esa barrera de lo racional mediante pensamientos de crecimiento existencial, donde el mal no existe, pues el espíritu es bueno y sanador, aunque sí pueda existir el error como forma de aprendizaje. Fue durante la madurez, en mi tercera etapa, a la que llamo, la de la sabiduría, cuando me abrí totalmente a todo aquel tipo de forma de pensar existencial y universal que era algo que ya me venía de lejos, en torno a la experiencia, en la que comulga todo ser vivo, y que vengo a analizar en mi ensayo testimonial Dei: El Origen de Nuestro Destino. Una de mis últimas obras, sobre una experiencia personal y el análisis de un proceso progresivo experimentado a través de mi vida elevado a revelación.

Con el tiempo me di cuenta de que todo aquel compendio alrededor de la música, la escritura, la meditación y la creatividad era algo que me hacía bien, me ayudaba a calmar ciertas tensiones interiores y por tanto de necesidad determinante para mí. Esto es también lo que pienso exactamente de todo aquel que se dedica a este tipo de actividad, pues las asocio con una calma natural del estrés. Lo explico y aplico en profundidad en uno de mis más recientes ensayos, publicado bajo el título de Chamán: El Poder de Sanarte. Todo lo que hacemos en nuestra vida tiene una razón de ser y un equilibrio de sentido psico-vital como razón de pura subsistencia.

De todo eso surgió mi primera colección, curiosamente a fecha de hoy inédita, la trilogía que acuñé bajo el nombre de Las Cábalas del Mensajero y de la que conseguí materializar el primero de mis primeros proyectos, el cómic musical ALAS: El Gorjal Sagrado. Tras guionizar aquel primer tomo de la trilogía, en ella existía una mezcla de lo que en algún momento pude valorar como positivo de mi percepción artística y que aplico en mis obras: filosofías y enseñanzas a base de metáforas y acrónimos. Pero ahí no se detuvo la cosa, y se me ocurrió la feliz idea de unir literatura y música de aquel compendio musical que había ido creando: mis composiciones. Así fui dotando de banda sonora las aventuras que iba escribiendo, conformando con ello una obra interactiva. Al principio, situar cada una de las canciones para que encajaran en la escena exacta no fue tarea fácil, pero buscando la relación y un punto de conexión con la temática del instante, a modo de guion que más bien parecía lo mío, conseguí lo que me había propuesto: dotar de interactividad mis aventuras. El ofrecimiento de un nuevo producto al público totalmente propio entraba dentro de mis expectativas, mi forma de proceder, y hacía mucho más atractivo el mundo literario en aquel momento (año 2012) en que apenas existía aún el audiolibro.

Tras conseguir aquella primera publicación interactiva, retomé todo el arsenal literario que había tenido durante más de diez años, como quien dice, en un cajón bajo llave, y comencé a pulir las historias para poner a nivel de edición, poder ofrecer a editoriales y completar mi colección como escritor y autor. Sin embargo, en lugar de tomar la siguiente obra en orden, elegí la más avanzada en narrativa, literariamente hablando, es decir, la última que había escrito, Glownlords: Los 9 Señores del Resplandor. Glownlords es una bonita novela medieval con toques de fantasía, una aventura que contiene una gran profundidad entorno al crecimiento de un joven que en principio solo quiso escapar de casa en busca de conocer mundo, pero se encuentra con aquel otro universo: el esotérico. Lo excepcional de esta aventura es como se aprecia, según avanzas en sus páginas, el crecimiento interior de su protagonista.

Como autor quise siempre dotar a mis libros de algo más que de palabras, es decir, aumentar el atractivo visual con el añadido de grafismos, dibujos e ilustraciones que acompasaran y acercasen más al lector a la comprensión de lo que estaba leyendo. Para ello conté con la colaboración de dibujantes ilustradores gráficos, maestros a nivel nacional, del cómic. Ambos habían trabajado para empresas y al mismo tiempo tenían obra propia. El primero de ellos era de Alicante y había trabajado en empresas de diseño gráfico y publicidad de Villajoyosa. Hablamos de Benito Gallego. Benito, dibujante con largo recorrido profesional y artístico, trabajó para empresas americanas y ha sido uno de los imitadores del estilo de cómic de los años 1950-1960, portadas de Conan el Bárbaro, etcétera. El colaboró con su estilo característico en la trilogía de Las Cábalas del Mensajero. Por su parte, el segundo de estos grandes artistas gráficos fue el cartagenero Mariano Saura. Mariano Saura es dibujante, profesor de cómic y de arte digital, e implementó mediante dibujos tridimensionales (3d), las ilustraciones que recorren las páginas de la novela fantástica medieval Glownlords, poniendo rostro a Gerian, el protagonista de la historia; así como de la ilustración del cuento infantil Ratapúm. Ratapúm es un interesante cuento infantil de aventura que trata sobre un murciémago, un murciélago de apellido Soy la Traca, que es mitad murciélago y mitad mago.

Pero mis inquietudes no cesaban, y en un encuentro amistoso entre artistas, con Mariano, me informó sobre la tarea que suponía el preparar todo el material para que aquel primer proyecto como cómic, de nombre Alas: El Gorjal Sagrado, con la primera parte de Las Cábalas del Mensajero, se hiciese realidad. Lo primero fue buscar un guionista, en lo que contribuyó por recomendación para el inicio del guion, Nacho Cabello, luego, debido a la envergadura de la historia, continuamos Miguel Hernández Navarro, dibujante valenciano precoz, encontrado en redes y reclutado a tal efecto, y yo. Ambos nos encargamos de terminar la gigantesca labor de doscientos cuarenta folios que conformaba el guion de cómic de aquella preciada obra que vine a nombrar como, lo más cercano al audiovisual, debido a la inclusión de música entre sus páginas: Alas: El Gorjal Sagrado, una reliquia milenaria que interviene en los propósitos de su adolescente poseedor.

Por otro lado, mi rasgo más sobresaliente siempre fue la capacidad de crear con el propósito de captar la atención del receptor. Lo que da un valor añadido por el interés que suelo poner en lo que hago. Cuando compongo o cuando creo cualquier cosa, todo ha de tener una intención o motivo que genere un interés para el interlocutor. Si es una canción lo será su melodía, su contenido o su estilo; si es un producto será su utilidad, forma o color; si es un texto de carácter esotérico lo será la forma de como veo esa teoría mística, etc…. En este sentido trabajo buscando la cercanía con el público, es una faceta que con diez años comencé en el comercio que regentaban mis padres y, de hecho, mi trabajo como administrativo siempre fue en contacto directo con el cliente: el consumidor. Aunque de apariencia tímida, yo ya había roto con este matiz enfrentándome a mis temores subiendo al escenario en formaciones musicales o en presentaciones, descubriendo que, en el fondo, esa cercanía era algo que siempre me hacía sentir mejor, posiblemente la adrenalina.

Mi forma de ver el mundo, si de mí dependiese, comenzaría por instaurar la paz y emplear toda la modernidad que existe hoy día para lograr el entendimiento entre las naciones en un equilibrio planetario que no existe. Vendría a ser algo así como manejar los pesos de una balanza buscando su punto de equilibrio. Me viene como heredada de aquellos, digamos, mentores musicales de los que aprendí de joven, influencias en las que intervinieron mis primos mayores que yo, pues, en aquella época, todavía carente de móviles y ordenadores domésticos, nos hacía imaginar más como poder conseguir los logros lejanos. Ellos me facilitaron referencias de artistas de éxito con quienes aprendí el sentido crítico constructivo de las temáticas que incluían sus canciones. El principal fue Pink Floyd y sus conocidos álbumes de The Wall, Animals, The Dark Side of the Moon, o Wish Your Were HerePink Floid o Erick Clapton, ellos fueron y aún lo son, autores atrevidos y contundentes con temas de conciencia social, ecológicos y antibélicos, que hacen saltar ampollas. Entre este tipo de música que lucha por un mundo mejor, y mi forma esotérica de pensar que yo defino como blanca o transparente, es como yo personalmente veo o quisiera ver el mundo. No admito la guerra como forma de diálogo, pues tampoco lo es, ni admito la extinción de animales, ni la tala indiscriminada de árboles o incendios forestales, ni el que se pueda producir o fabricar un producto sin antes haber estudiado el reciclado de sus envases. Este tipo de soluciones son a nivel gubernamental y debieran estar siempre claras. También en enseñanza, cultura y salud, creo que soy tan crítico como el resto de los mortales, puntos de necesidad básica que tenemos que defender, al igual que el poseer una economía independiente del resto del mundo. No podemos dejar de cultivar nuestros campos o dejar de hacer todo aquello que industrialmente siempre nos dio de comer pensando en el abastecimiento exterior, pues es tarea propia la base de nuestra subsistencia local y nacional. El ladrillo no se puede comer ni tampoco hemos de hacer todo aquello que otros países nos ordenan dejando de lado nuestra propia cultura. Ha de primar lo natural sobre lo artificial y lo cercano sobre lo lejano, así como el bien sobre el mal.

Actualmente mis miras se centran en mi esfuerzo por sacar a la luz todo lo que he escrito durante estos últimos años, y que son las obras que dije que tenía en un cajón. Entre ellas está la novela marina de El Décimo Palista y La Cueva del Diablo y la trilogía con la que empecé mi camino literario: Las Cábalas del Mensajero, todas ellas ilustradas, musicales y con subtítulos prometedores.

Como Rafael Madrid Gimeno, tengo varios videoclips en redes (YouTube, Instagram, Spotify, Amazon Music, ), donde figuro como #Theswan-duo, con tres álbumes: Adrenalina, Irreverente, Ángel de mi Inspiración. En ellos se puede comprobar como me desenvuelvo artísticamente, mis influencias del blues y del rock, y donde, en alguno, comparto muchas de mis canciones con David Villalón Camacho, intérprete vocal excepcional, incluso con los directores de los estudios de grabación, con quienes mantengo una estrecha amistad: Cayetano Lorenzo de Magic Moment Productions y Arturo Bernabeu de Hollywood Studios.

Siempre primó en mi la creación de frases espontáneas de mi propia cosecha, como: “deja que el agua fluya por su arroyo porque ella por su solo peso llegará hasta el mar”. Son un tipo de expresiones espontáneas, que nacen de mí como cierta filosofía, y que me gusta escribir, dejando a modo de huella en mis novelas. Pero, en especial hay una que recuerdo con cariño, pues me acompañó en mi adolescencia, en mi periplo cuando comencé mis andanzas con la guitarra, allá por los dieciséis años, y que fue para mí una tónica habitual, una plegaria interior con carácter de validez moral que se resumía en una sencilla frase. Con ella me imprimía ánimos para continuar en mis ensayos y conseguir mis propósitos, y decía así: “Rafa, tú no eres solo esto…eres algo más. Ánimo tío”.

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