
Es este un viaje hacia los elementos: la tierra como iniciación primigenia del hombre, de su estructura material, formando el vínculo necesario para su propia existencia; somos polvo y en ello nos convertiremos sobre nuestro último acto supremo y definitivo. No basta la materia para construir la realidad transcendental del ser, necesitamos el fuego que destruye, renovando el ciclo de la evolución natural no solo del hombre como hombre, sino de su conciencia creativa. En ello ponemos nuestro empeño, buscando el camino que nos eleve hacia nuevas fronteras de superación manifiesta, el aire que nos empuja al renacimiento de un nuevo amanecer. Somos conscientes de las debilidades de esa condición, de su levedad, esperando que el agua purificadora nos transforme en esencia de nosotros mismos.
Jesús Benda Peña. A los ocho años sufre un accidente muy grave que casi le cuesta la vida. Desde entonces ha vivido con la sensación de hacerlo de prestado; cada momento único, cada amanecer diferente, cada año consumido se acerca más a la convicción de tener un propósito en esta vida. Silencia su voz durante muchos años, olvidando definitivamente el deseo de escribir poesía, la reflexión profunda de los pensamientos que lentamente morían en su interior, acallados por la propia inercia de la cotidianidad aplastante que la vida impone, sucumbiendo inexorablemente hacia un camino donde estaba solo expuesto a los avatares de la existencia en la derrota de su alma vacía, viviendo el sueño de una existencia oscura y gris. Ahora inicia la búsqueda de su propio interior, el conocimiento de su naturaleza transcendente en la palabra para alcanzar el equilibrio elemental de Ser y lo que Será en sí mismo.