Mi llegada al mundo estaba programada por cesárea. Yo decidí adelantarme por unos días iniciando los movimientos del parto, porque no me gusta que me programen las cosas y/o porque quería nacer en Castejón, aun así, no fue posible y mi madre fue trasladada a Cuenca donde el día que daba comienzo el solsticio de invierno, el más corto del año de 1974 vi la luz. Desde entonces he sentido urgencia por hacer, por aprender, por apasionarme con cosas nuevas. Y debido a mi nacimiento por cesárea, durante años, entre otras cosas, he padecido la dualidad de creer que necesitaba ayuda y al mismo tiempo la rechazaba, porque la ayuda, en ese caso dolía, me recordaba que no podía nacer sola, hacer las cosas por mí misma. Ahora, mi lema es «uno más uno, es más que dos» y lo aplico siempre que puedo.
En casa me esperaba Esther, la hermana mayor y mi hermano Julián, con quien me llevaba algo más de año y medio de edad y que de modo inconsciente pasó a ocupar en mi vida el lugar de un hermano gemelo, supliendo de este modo a la hermana gemela evanescente con la que compartí útero y a la que hace apenas unos años reconocí con el nombre de Micaela.
Mis padres poseían una pequeña tienda en la que había un poco de todo para abastecer, en la medida de sus posibilidades, las necesidades de los vecinos del pueblo que por aquél entonces contaba con unos 400 más de los que hay ahora.
Siempre he agradecido ser de pueblo, mi infancia transcurrió jugando en la placeta, la plaza y el frontón, luego vendría llegar hasta la fuente vieja, las eras o las «visitas delictivas» a los huertos.
Fui a un colegio en el que compartíamos aula parvulitos de primero, de segundo, y de primero a quinto de EGB. Esos maestros y maestras sí que sabían cómo hacer «bolillos con el tiempo»; preguntarnos a todos, corregir los ejercicios… y nos daba tiempo a jugar y a cuidar el jardín, algo para lo que nos turnábamos y que a veces también se utilizaba como castigo: «a cavar al jardín» Lo que no sabía la maestra, es que era mucho más castigo, estar en clase que cavar el jardín.
En la escuela, con la llegada de la multicopista, vi por primera vez mis poemas y dibujos publicados en el periódico Perfil Escolar, una experiencia fabulosa en la que además de publicar nuestros cuentos, dibujos, poemas, aprendíamos jugando a ser periodistas, entrevistamos al mielero, al pastor, al que controlaba el vor…
La poesía fue sin duda la que me ayudó a traspasar la adolescencia; ese mar embravecido en el que el cuerpo emocional, que tanto pesa, hace su entrada en el cuerpo físico; ese momento en el que te revelas con todo y con todos al ver tanta incomprensión a tu alrededor y quieres ser abanderada de todas las causas y empiezas gravemente a olvidarte y desconectarte de ti misma. A los 20 años se sumaba la muerte de mi hermano a quien dediqué mi primer libro de poemas Una brizna de esperanza en 1997. Posteriormente llegó la primera edición de Batalla blanca en 1999. Tras los años, soy consciente de todo lo que tengo que agradecerle a Batalla blanca: sobrellevar el dolor por la marcha de mi hermano conservando al mismo tiempo la cordura, canalizar la incoherencia en la que vivía y reafirmar interiormente mi orientación sexual, aunque no tuviese el valor de hacerlo verbalmente.
Tras 18 años dejando de lado el deseo de publicar, en 2017, como un sueño inesperado, surgió mi primer cuento infantil ilustrado, Alex y el Lobero, cuyo mayor reconocimiento ha sido emocionar a un público tan agradecido como exigente: los niños. Hace años intenté escribir cuentos, pero todos ellos acababan en la papelera, no conservé ninguno, siempre me ha parecido complicado escribir para niños, ahora además de complicado, me parece una responsabilidad ya que en los cuentos introducimos de manera consciente o inconsciente los valores para los futuros adultos y eso es cosa seria.
Si he de elegir una obra favorita de las mías, hoy por hoy, me quedo con Batalla blanca, por todo lo que ha aportado a mi vida.
¿Por qué elegí ser escritora? No creo que fuese una elección, vino conmigo de serie.
Me gusta vivir a caballo entre el pueblo y la ciudad. Practico el Rebirthing (Respiración consciente conectada), la purificación con los elementos, cada día conecto con los Registros Akáshicos y, como la gran mayoría de las personas, estoy en constante aprendizaje.
Dedico, por tanto, mi tiempo a la sanación, para mí es una filosofía de vida. Y acompaño, siempre desde el amor y el respeto, a quien así lo desea, en su propio camino de sanación. Me gusta decir acompañar o facilitar, porque yo no sano a nadie, eso sería arrogante y falso, es la persona quien se sana a sí misma.
Disfruto con una grata compañía y una buena conversación; me gusta montar en bici, leer, cuidar el jardín, ver pelis o series en internet. Hace como 7 años que me deshice de la televisión, prefiero elegir lo que ver y evitar en la medida de lo posible la saturación de información controlada, manipulada y manipuladora. Todos los días tocan paseos con Mixta, una maravillosa maestra perruna que llegó a mi vida y se adueñó del sofá, de la cama y de mi corazón.
Soy pésima compañera de fiesta, evito las aglomeraciones, me van las cosas tranquilas, sencillas, la comida vegetariana y el refresco de naranja con gas. ¿Qué le vamos a hacer? Me van las burbujas. Confieso que una de mis debilidades es el chocolate y una de mis asignaturas pendientes, el deporte. Pese a ello, soy perfecta.
Antes, si tuviese que decir un solo autor, lo tendría claro, me quedaría con «el músico», como le llamaban sus amigos, es decir, con Lorca. Le descubrí en la adolescencia y esa muerte tan acechante en sus versos, la profundidad de sus expresiones, la riqueza de imágenes y metáforas brillantes, me sedujo. Así es que, tras su antología, cogí el libro más gordo que me he leído: Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca, escrito por Ian Gibson. Ahora te diría que Alejandra Pizarnik, Alfonsina Storni, Sylvia Plath, Eckhart Tolle, Ángeles Caso…, no sabría elegir, mejor dicho, no quiero elegir, todos me aportan algo. Últimamente leo, sobretodo, a autores poco conocidos; hay una gran enseñanza en las obras de cualquier escritor y en las de los escritores nóveles además hay verdad, algo imprescindible para que un libro me guste.
Como recomendación me viene a la mente Un mundo nuevo ahora, de Eckhart Tolle, un libro sencillo de entender para todos los que queremos crear un mundo nuevo y mejor en el que vivir. Y para quienes no son alumnos de Un curso de Milagros que es pura metafísica, Un mundo nuevo ahora es una lección magistral para reconocer, aceptar y disolver el ego.
Y justo de Eckhart Tolle me viene una frase que siento como un zasca: «A lo largo de mi vida he vivido con varios maestros zen, todos ellos gatos». ¡Toda la razón del mundo!, la mía se llama Mixta; es un perro, pero para el caso es lo mismo. ¡Cuánto por aprender de los animales!