Manuel Martín Hidalgo

 

Manuel Martín Hidalgo - Un puente español sobre neretva. Editorial Adarve, Editoriales de España

Resido en Madrid en situación de «retiro», en el argot militar o de jubilado, en lo civil. He llevado una vida que ha resultado plena hasta estos 67 años; una vida que comenzó un 8 de septiembre en una ciudad del sur de Extremadura, llena de historia y exageradamente hermosa: Llerena. Mi paisaje de infancia fue la calle, la plaza, pues Llerena tiene, –no una plaza cualquiera –, sino una magnífica plaza, que ha sido testigo no solo de nuestra Historia, con mayúscula, sino de nuestras pequeñas historias personales e individuales de cada llerenense. Tan hermoso lugar ha servido de paseo; ha sido mentidero y testigo de tratos bajos sus soportales; y ha sido, ¡cómo no! lugar para los juegos de los niños, cuando los niños jugábamos allí al balón molestando a los sesudos y parlanchines paseantes. Y, también, mi niñez fue de tardes de fútbol y peleas callejeras con los de otros barrios; y, sobre todo, de cine –sesión doble los sábados. –, y lectura.

¡Llerena! La abandoné un día como muchos otros muchachos de mi edad, con mi juventud, mis ilusiones a cuestas, y mis esperanzas de alcanzar la meta trazada de esos mundos nuevos que deseaba conquistar… Esa infancia y adolescencia lejana, y todos aquellos sueños, me acompañan ahora cuando escribo, tintados de una plácida nostalgia. Pero no es una nostalgia negra, ni amarga, al contrario, su color es blanco y el sabor dulce, como de merengue. Porque hoy, todavía, sigo diciéndome al levantarme «¡adelante!, ¡adelante, la vida te espera!».

Cuando abandoné mi querida ciudad y se perdía, con la última mirada atrás, el giraldillo de la torre de su iglesia, sentí que desaparecía para siempre esa arropada niñez y dorada adolescencia. Me había puesto en camino hacia un nuevo mundo que estaba más allá de mis fronteras infantiles; en mi cuello, la medalla de la Virgen de la Granada que me había colgado mi madre con el último beso. Atrás dejaba la pequeña luz de una linterna, disminuyendo conforme se alargaba la distancia entre Llerena y el autobús que me llevaba lejos y, delante de mí, un enorme faro alumbrando mis esperanzas y sueños.

Torre de la iglesia de Llerena. Editorial Adarve

Vistas de la torre de la Iglesia Mayor Nuestra Señora de Granada, Llerena

Así comencé mi camino de adulto hacia mi deseado destino, pues he conseguido ser lo que siempre quise ser: un soldado. Yo elegí la milicia, y tengo que deciros que elegí bien, pues, lo repito siempre, he sido enormemente feliz cada día que me he puesto el uniforme.

Tras mi periodo de academia solicité destino a la Brigada Paracaidista. Para mí aquel tiempo, además de la ventaja de ser joven, y muchas veces alegremente irresponsable —porque ese es uno de los rasgos de la juventud—, fue en el que aprendí el valor de la vida, que ponía en riesgo en cada salto. Y aprendí todavía mucho más. A partir de aquel momento en que me toqué con «la boina negra» adopté a la conducta de mi vida el código de honor y el espíritu paracaidista… En esta Gran Unidad encontré un mundo excepcional, con otros jóvenes que llevaban dentro de sí un enorme bagaje de empuje y entrega a los que necesitaban dar rienda suelta.

Aquel tiempo de servicio fue, ciertamente, una vida de entrega, ausencias del hogar y de sacrificio, pero también lo fue de aventura: maniobras fuera de España con otros ejércitos; cursos de paracaidista alemán, americano, belga… Al escribir estas líneas me viene a la memoria la última estrofa de la Oración Paracaidista que recitábamos cada noche a retreta:

«…Y la esperanza en que Tú, Dios Padre,

Creador de todas las cosas,

estés en el aire y en el suelo

para curar mi herida

o recoger mi alma.

Así sea».

Hasta ahora.

 

Aficiones: Las aficiones cambian con la edad. Antes, además de la lectura, era aficionado a practicar deportes, senderismo, rutas culturales; pero ahora ha llegado un momento en mi vida que, aunque sigo siendo aficionado, los deportes los veo desde el sofá y lo que más practico son el paseo y la amistad con los amigos ante una copa de buen vino. Eso sí, sigo manteniendo las aficiones, aunque más que aficiones son auténticas pasiones, leer y escribir.

 

Rasgos de mi carácter: Nací en septiembre, como dije al principio y, por lo tanto, soy del signo Virgo. Y, como tal, soy reservado, tímido, muy metódico y ordenado. Y debe ser cierto eso de que los virgos somos leales en el amor, pues llevo casi cuarenta años de matrimonio.

 

Por qué decidiste ser escritor: ¿Porqué quise ser escritor? Antes que escritor he sido —¡y soy!— un voraz lector. No hay una cosa sin la otra o, dicho de otra manera, lo uno lleva a lo otro. «No me jacto de los libros que he escrito, sino de los que leído», decía Borges. Ya he repetido muchas veces mi proceso de llegar a ser ese lector que, a los pocos años, intentó su primera novela. Y, a la misma pregunta, debo responder igual. Lo reflejé en la dedicatoria a mi madre en mi primera novela, El freire de Santiago: «A Inesita, –in memoriam –, mi madre, que siendo niño me regaló un libro, Ivanhoe, y depositó en mí la semilla de la lectura».

Y cuando en la misma colección leí Los tres mosqueteros, comencé a escribir, por la parte de atrás del cuaderno de Lengua, mis primeras páginas, por supuesto de «capa y espada».

Leer y escribir robándole horas al sueño, al tiempo de ocio y a la familia ha sido y es mi vida. ¿Es recompensable? ¡Lo es! Lo es porque creo que los escritores, como otras muchas personas que se dedican a los demás, somos los que menos desperdiciamos nuestra propia vida, porque la damos a manos llenas. Damos entretenimiento, consuelo, caricias, amor y, en otros personajes, todo lo contrario.

 

Mi obra favorita: Pero desde luego la obra que más me impresionó y de la que más he aprendido ha sido con los Episodios nacionales de Galdós.

Después de estas lecturas iniciales que tanto me animaron a seguir leyendo, me topé con un amigo que me ha acompañado toda la vida y que, sin duda, ha influido en mi forma de ser. Ya lo he presentado otras veces. Lo conocí siendo yo todavía niño y, él, golfillo de la Caleta. Me estoy refiriendo a Gabriel de Araceli, el personaje de la primera serie de los Episodios Nacionales de Galdós. Junto a él, en lo hondo de mi imaginación, estuve en el desarbolado Santísima Trinidad ayudándole a cargar los cañones contra el pérfido inglés en el combate de Trafalgar. Y con él estuve en el Madrid pre-napoleónico, y en los sitios de Gerona y Zaragoza. Con ese imaginario amigo me hice mayor y, todavía hoy, mantengo una estrecha amistad. Con él soñé batallas, y me divertí cuando niño. Luego, Gabriel de Araceli me hizo pensar al volver a sus páginas cuando lo leí en la madurez y, ahora, en la vejez de sus últimos volúmenes de la serie, y yo a las puertas de la mía, nos juntamos como viejos camaradas y me sigue enseñando que los pecados que él combatió siguen siendo los mismos en una distinta España: el cambio de casaca, la afición al dinero, la ambición de poder y el conseguirlo a cualquier precio, aunque la moneda sea la propia Patria.

Después de muchas lecturas intermedias llegó a mis manos un libro que me marcó en sentido contrario: La catedral, de Vicente Blasco Ibáñez. Otro Gabriel, el revolucionario Gabriel Luna, me mostró otra cara distinta de España. Y esa dicotomía, Gabriel de Araceli/Gabriel Luna, hacía a veces tambalear mi todavía no formada personalidad, porque quería entender a los dos y, a veces, los dos personajes eran incompatibles en la mente de un adolescente.

Contemporáneo del llamado Boom Hispanoamericano, se llenó mi estantería de los libros de Vargas Llosa, de Gabo, Bryce Echenique, Donoso Cortés… Luego, toda la literatura rusa del XIX y XX.

 

De las novelas que he publicado mi favorita es La última puesta de sol en Flandes. Es esta novela la más histórica de las que he escrito, pues pienso que ha sido donde mejor he conseguido que los personajes ficticios tengan más fuerza ante los ojos del lector. Y es en esta novela donde la descripción, tanto del viaje de los Tercios a Flandes abriendo lo que luego se conocería como El camino español, como de la vida de los soldados de los Viejos Tercios, de las batallas, los asedios para rendir a las grandes ciudades que sitiaban, sus penalidades; y también la entereza de los condes Horn y Egmont en el patíbulo, pienso que las he conseguido pintar con gran realismo. Para alcanzar esto, la bibliografía en la que bebí fue en las obras de los escritores contemporáneos o cercanos a los hechos: don Bernardino de Mendoza, cardenal Bentivoglio, Alonso Vázquez.

 

Mi estilo literario: Cada autor escribe según sus lecturas, y mis lecturas han sido tantas y tan diferentes que no sabría decir si en mi obra hay un solo estilo. Pero en cuanto al género, hasta ahora las novelas publicadas podría catalogarlas de “novela histórica”. De cada página de la historia de España se pueden escribir cientos de novelas.

 

¿Una cita?: Pues elegiría una de Cervantes en su inmortal obra No hay libro tan malo que no tenga algo bueno y aplicarla a mi novela. Si es así, como dice el padre del Ingenioso hidalgo, espero que los lectores lo encuentren en esta de Un puente español sobre el Neretva.

 

En qué estoy trabajando: Pues estoy en la recopilación y revisión de relatos, –esos primeros escritos de los que he comentado antes en los que son más palpables las influencias autobiográficas –, para formar una antología con ellos. Varios los presenté a concursos literarios y alguno de ellos fue seleccionado para su publicación por la entidad convocante. Ya veremos qué sale.

 

Mi manera de entender este mundo: Yo NO entiendo nada de lo que ocurre en esta España nacida del 11M. No hay nada más opuesto a la severidad de la milicia que la política, tan mentirosa y cambiante como la luna. En vista de que los dos grandes partidos, PP-PSOE —claro, que ahora ya no existe el antiguo PSOE con el que se pueda negociar asuntos de estado, sino un tal y ambicioso, Pedro Sánchez—, no son capaces de ponerse de acuerdo para lo más importante, que es la razón de ser de España y el bienestar de sus ciudadanos, lo mejor será apartarse de ellos después de lo demostrado por unos y por otros. Ha llegado el momento de hacer un examen de conciencia ante el voto que vamos a entregar. La corrupción, la permisividad ante la tergiversación de la Historia, la politización de los profesionales de la información, de la justicia y de la educación, así como la hipocresía y la mentira dentro del parlamento, por no hablar de la prohibición de la lengua española en gran parte del territorio español, son problemas endémicos a los que nuestros «elegidos» por distintos intereses no se han atrevido, ni se atreven, a hacerles frente. Y hoy más que nunca lo que necesita España es un grupo de hombres de estado y auténticos líderes que, aunando voluntades, sean capaces de canalizar las inquietudes y necesidades de los ciudadanos, y no estar gobernados por intrigantes en el poder, que solo saben mirarse su propio ombligo y ponerse por montera la legalidad y la constitucionalidad que fuimos capaces de darnos. Tenemos delante de nuestros ojos acuciantes problemas que no queremos ver: la amenazante actitud de los nacionalismos, la inmigración ilegal, la falta de previsión para las pensiones ante una población que envejece a pasos agigantados, la falta de nacimientos, la despoblación del interior y la islamización de España, el intento de destrucción de la familia y que los niños sean adoctrinados por el Estado… La responsabilidad del nuevo gobierno que salga tras las próximas elecciones es grande, y la nuestra —porque también somos parte con nuestros votos— también.

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