Autor del libro Shayif el bahar (Mira el mar)

Estudia en la Facultad de Filosofía y Letras de su ciudad natal y trabaja como redactor en la prensa local antes de trasladarse al Reino Unido, donde se licencia en Español, Inglés y Cultura Británica por la Universidad de Middlesex. Profesor de Español en Rabat, descubre un Marruecos distinto del que creía conocer. En la actualidad, ejerce la docencia en el país vecino. En esta su primera novela consigue transmitirnos una experiencia tan impactante como profunda. 

Mi nombre es Manuel Fernández Rodríguez, vivo en Salé, Marruecos, y soy divorciado.

Nací en Málaga, en 1962. Empecé a estudiar Filosofía y Letras en mi ciudad natal, pero no terminé la carrera, porque empecé a colaborar en el suplemento de Universidad de un diario local, ya desaparecido,  y terminé trabajando en él como redactor a tiempo completo. Cuando el diario cerró, emigré al Reino Unido. Allí me licencié en Español, Inglés y Cultura Británica por la Universidad de Middlesex y obtuve una plaza de funcionario en la Seguridad Social Británica. No me llevó mucho tiempo descubrir que tramitar expedientes no era lo mío.

En el año 2000, acepté una oferta de una academia en Rabat que necesitaba profesores de español. Y, desde entonces, vivo en Marruecos y me he dedicado a la enseñanza.

Mis aficiones son leer, escribir, cocinar, pasear y ver cine. También los conciertos de música clásica y el teatro, en las escasas oportunidades en que es posible asistir a tales espectáculos en Rabat, la capital del reino y muy próxima a Salé. Por lo demás, me gustan los juegos de estrategia, pero contra competidores humanos a los que conozca personalmente, no contra un ordenador.

No sabría yo decir cuáles son mis cualidades, si es que tengo alguna, pero la gente a mi alrededor siempre se ha admirado de mi memoria. Será de cierto tipo de memoria, porque siempre olvido dónde he dejado las cosas, si bien es cierto que soy capaz de reproducir en su integridad diálogos que escuché cuando era niño, cuyo significado se me escapaba entonces y solo he llegado a comprender con el tiempo. Asimismo, puedo recordar poemas y párrafos enteros de libros que leí hace décadas, pero que me llamaron la atención. Por otra parte, tengo la reputación de ser un buen contador de historias, virtud que le viene de perlas a cualquier escritor, y, tal vez en mayor medida, a cualquier docente.

He escrito desde niño. Gané un concurso de teatro en el colegio, uno de narrativa en el instituto, otro de poesía en el servicio militar. Durante años, me gané la vida escribiendo cada día en un periódico. Mi traslado a Marruecos influyó en la forma y en el contenido de lo que escribía. Para un europeo, instalarse aquí supone, entre otras cosas, un viaje en el tiempo. Se ven y se experimentan situaciones que uno creía que no pertenecían a su época. Para plasmarlas, me decidí por una forma también arcaica, el romance de frontera del siglo XV. Cuando tuve una colección de estos romances, pensé en integrarlos todos en una obra, y, al final, me salió una novela, Shayif el bahar. Se la di a leer a algunos amigos cuyo criterio me merece gran respeto y, para mi sorpresa, todos la pusieron por las nubes, y me convencieron para que intentara publicarla.

Mis autores favoritos son Friedrich Nietzsche y Miguel de Cervantes. No hablamos aquí de Nietzsche como filósofo, sino como escritor. “Así habló Zaratustra” es uno de los más bellos libros que jamás se hayan escrito, independientemente de que uno esté de acuerdo o no con las ideas que sostiene. Y eso que, por no saber alemán, no he podido leerlo en su lengua original, por lo que me he perdido mucho.

Portada del libro Shayif El Bahar, Editorial Adarve

Si en mi juventud me impactó Nietzsche, en mi madurez lo hizo Cervantes. Hay una curiosa relación entre ambos. Cervantes, hombre de enorme cordura, es conocido, sobre todo, por el personaje de don Quijote, un loco, mientras que Nietzsche, que acabó sus días en un sanatorio mental, creó a Zaratustra, hombre cuerdo a carta cabal. Si se me permite parafrasear la Biblia, libro que también me ha influido poderosamente como a tantos antes que a mí y a bastantes menos después de mí, del cuerdo salió locura, y del loco salió cordura.

El Quijote, como la Biblia, como “Así habló Zaratustra”, son libros que no basta con leer, sino que hay que volver muchas veces a ellos para aprovechar toda la riqueza que encierran. Por poner un solo ejemplo, leyéndolo solo con los ojos de un profesor de Lengua, es fascinante la cantidad de asuntos que se tratan en el Quijote: El arabismo, el ambiguo valor de la palabrota, los problemas de comunicación entre personas que utilizan registros lingüísticos diferentes (el culto de don Quijote y el vulgar de Sancho).

¿Qué cuál es mi favorita entre las obras que he escrito? Pues no lo sé, solo he escrito dos y una de ellas está sin publicar. Responder a eso sería como decidir a cuál de tus hijos quieres más. ¿Qué encuadre mi producción literaria dentro de un género? El editor de Adarve, Luis C. Folgado de Torres, no fue capaz de hacerlo. Esto es lo que dijo sobre Shayif al bahar: “Es este un libro de género indescifrable: Novela costumbrista, libro de viajes, novela social o novela de amor, este conglomerado de géneros le aporta una gran riqueza y permite que cada lector destaque el punto primordial desde donde leerla.”. Algunos lectores me han comentado que el género al que más se aproxima mi novela es la picaresca. En estos momentos, estoy trabajando en algo diferente, una novela histórica ambientada en la segunda década del siglo XIX.

¿Mi frase preferida de un autor? Me quedo con esta de Nietzsche:

«Donde no se puede amar, hay que pasar de largo».

¿Mi forma de entender el mundo? Creo que es imposible llegar a mi edad sin sufrir una buena cantidad de decepciones, y sin decepcionar tú mismo a otros, y eso te vuelve muy escéptico. Pero, en mi caso, sin caer en el pesimismo, porque siempre te queda, al menos, una certeza: Un buen libro jamás te decepcionará.

¿Proyectos inmediatos? Seguir enseñando, seguir escribiendo, intentar publicar lo escrito y promocionar lo publicado. Y, cómo no, seguir viviendo en Marruecos.

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