Actualmente resido en mi natal Envigado, Colombia. El próximo 20 de abril cumplo 54 años, de los cuales he compartido 28 con mi esposa Jenny. Mis hijos, Valeria, de 23 años y Santiago de 22, están en la recta final de sus estudios universitarios, así que como cualquier parroquiano debo trabajar para cubrir los recurrentes sobregiros bancarios y las cuotas de los interminables créditos.
Soy el menor de siete hijos, así que entenderán que prácticamente nunca estrené ropa y pasé buena parte de mi niñez oficiando de control remoto del televisor. Para ser justo con mis hermanos, debo reconocer que he contado con su apoyo incondicional desde que tengo recuerdos. Cuando cursaba tercer grado de primaria mi papá perdió su trabajo, de manera que pasé de la rigidez y exigencia casi militar de un colegio católico a la laxitud y mediocridad de las escuelas públicas de Colombia. El español y la literatura no son prioridad aquí por razones de gobernabilidad. Es mejor un pueblo ignorante y mal informado. Así que mis elucubraciones y fantasías se represaron hasta que cumplí 35 años.
Como era bueno en matemáticas y física, aparentemente dibujaba bien y me sobraba imaginación, decidí estudiar Arquitectura. Necesité un año para entender que debía trabajar para seguir estudiando, pues no quería ser una carga para mis hermanos. Ellos tenían sus propias obligaciones y sueños. Estudiar Contaduría en la facultad nocturna me permitía trabajar. Además, la profesión ofrecía mejores y más alternativas laborales futuras. Aún cargo con las consecuencias de esa decisión, aunque no por eso me arrepiento. Me casé en 1990, me gradué de contador en 1991 y me especialicé en auditoria en el año 2000. Diez años hundido en la profesión, hasta que el dique que contenía mis ficciones cedió ante la fuerza incontenible del caudaloso río de personajes y diálogos que atosigaban mi cabeza. Temí estar loco, esquizofrénico tal vez.
Para encausar esa riada busqué la lectura, y nada mejor que empezar por leer los clásicos, junto con otra de mis pasiones: la Historia. Fue una revelación. Sentí que mis ficciones tenían un mundo y debía llegar a él. Tomé notas desordenadas de mis historias para no olvidar. Dos años después escribía compulsivamente en cuadernos que llené desesperadamente. Temía perder el hilo y la inspiración. Dos, tres y hasta cuatro días sin dormir. Tenía que cumplir con mi trabajo y estirar el tiempo para leer y escribir. Durante las duermevelas no dejaban de acosarme los personajes. Diálogos, escenas, cambios, tachones, descartar, borrar, investigar, leer, releer, volver a empezar. Mi profesión me recordó que hay un método para todo. Ordené mis ideas, mis historias y mi tiempo. Reconocí mis falencias en literatura y español. Busqué donde estudiar. Hice un diplomado en creación literaria. Mis condiscípulos eran profesores que buscaban adornar sus hojas de vida para mejorar sus sueldos. No era suficiente ni lo que esperaba. Supe que iba por el camino correcto, que mis historias tenían una estructura correcta, pero debía mejorarlas. Contraté clases particulares con un maestro que hasta el día de hoy consulto. Sigo aprendiendo. Desaprender ha sido lo más difícil. Debo trabajar el doble para superar las falencias enquistadas en mi cerebro. Nunca aprendí de figuras literarias. Ahora las estudio, aunque no memorizo sus nombres. Amo la sonoridad de las palabras y cómo despiertan sentimientos y pasiones, cómo producen sensaciones. Escribo espontáneamente, sin cortapisas. Trabajo por años en mis libros. Siempre encuentro algo que cambiar, mejorar o corregir. Estudio asiduamente los temas relacionados con las ficciones que escribo para reforzar su verosimilitud: Historia, matemáticas, física, psicología, ciencia, los misterios de la mente, biografías, esoterismo, brujería, religiones, sociología. También someto los borradores de mis libros a algunos familiares, amigos y a mi maestro de literatura para que lo critiquen y sugieran correcciones. La profesión de contador también me enseñó a escuchar a las personas, aprender de ellas y retroalimentar mi trabajo.
Tengo muy mala memoria, defecto que azotó mi ánimo hasta que descubrí sus bondades. Los desmemoriados no sufrimos de rencor y envidia, pues olvidamos fácilmente las ofensas y no recordamos qué bienes tienen los demás. Me ha sido de gran utilidad para consolidar mi estilo. Por más que lea obras de autores de extraordinaria calidad poco recuerdo lo leído. Estoy seguro de que sus influencias en mí surgen desde el inconsciente. Dejo en manos de los lectores y entendidos en la materia qué tipo de influencias se hallan en mis obras.
La timidez ha sido otro obstáculo para superar cada día. Mi corazón retumba cuando debo hablar ante un grupo de personas. Una razón más para preferir expresarme por escrito. Aunque no por esta condición renuncio o huyo al momento de tener que enfrentar las circunstancias del caso. Ejercer mi profesión y presentar mis libros ha sido de gran ayuda para vencer el temor a exponerme. Soy de carácter fuerte. Suelo ir de frente, decir lo que pienso y siento. No me preocupan las discrepancias ajenas al respecto. Las asumo con beneficio de inventario porque suelen ser fuente de reflexión. Saber escuchar lo aprendí de mi oficio como auditor, al igual que escuchar más allá de las palabras y ver tras las caretas y velos. Es alimento para mi capacidad de reflexión y de análisis profundo de las personas y la sociedad que plasmo en mis ficciones.
Mi mayor pasión es leer. Leo más de lo que puedo y menos de lo que deseo. Las obligaciones laborales y el oficio de escribir me demandan un tiempo valioso. Mi afición por leer no contempla el afán de figurar como erudito en letras o literatura, solo lo disfruto. Sin análisis. Desprevenido. Sin esfuerzos de memoria. Sin pretender recitar pasajes o frases de autores y disertar sobre libros con el ánimo de pasar por erudito. Además de leer, me apasiona el fútbol, pasear por centros comerciales con esposa e hijos y coleccionar autos a escala y libros antiguos.
Quizá suene raro, pero no tengo autores preferidos, como tampoco música predilecta. He disfrutado y saboreo cada libro que ha pasado por mis manos. Unos quizá más que otros, como sospecho nos pasa todos. He releído El Quijote, Cien años de soledad, La divina comedia, Narraciones extraordinarias de Poe, La Ilíada, y la Biblia, y en cada relectura siento que leo otro libro. Estoy convencido de que un libro son muchos libros, pues cada lector es un mundo diferente cada día. Quizá por esta razón y mi escasa memoria no suelo citar frases ajenas, además porque mi naturaleza rebelde me impide opinar según el parecer de otro. No niego que en ocasiones he estado tentado a escribir en mis libretas las frases que me conmueven, pero resisto el deseo y sigo de largo, no por desprecio al autor, sino porque sé que jamás voy a usarla para reforzar mis opiniones. Sin embargo, si debo escoger una frase, poema o canción, sin duda me quedo con el tema A mi manera de Paul Anka. Es lo más cercano a mi sentir, a mi vida. He porfiado por salir adelante con mi estilo, mis temas y mis ficciones. Evito encasillarme en un estilo. Cada uno de mis libros es diferente. Son ficciones que estoy seguro motivan distintos tipos de lector, que van desde la ficción histórica y ciencia ficción hasta la novela psicológica.
Me inspiran principalmente la Historia y la abrumadora repitencia que leo y escucho a diario en las noticias. El factor humano con sus pasiones, perversiones, debilidades y tendencia autodestructiva, en contraste con su capacidad de amar, y de crear distintas formas y obras de arte, máquinas, construcciones y cadenas de solidaridad maravillosas. La sociedad con sus dilemas políticos, culturales y religiosos que amalgaman las pasiones individuales, las ambiciones y temores, dando vida a la única criatura atribuible a ser humano: la sociedad. Un ser que crece y se resiste a morir a pesar de su hacedor. Estos aspectos son infaltables en mis libros. Son el tema recurrente de mis historias y la preocupación, acción y motivación de mis personajes. Todos mis libros son mis preferidos. Además de Leonardo da Vinci, las sombras del futuro (Adarve, 2018), espero que conozcan obras como:
Uroboros, historia futura del mundo. Una distopía que proyecta el resultado de la sociedad belicista actual que la arrastra a la aniquilación, pero que resurge gracias a una generación acrisolada por la guerra. Una nueva civilización que heredó el afán por jubilar la muerte y desterrar a Dios de una vez por todas de este mundo. Una eternidad corpórea que por razones de espacio requiere suspender la procreación. Sin espíritus nuevos, la sociedad sucumbe a la monotonía. Como el ave fénix, la humanidad renace de sus cenizas para iniciar otro ciclo bajo nuevas circunstancias, edificando sobre las ruinas de la anterior civilización bajo nuevas amenazas y ambiciones.
Conspiración África nos remite al pasado, al siglo XIX, para revelarnos los orígenes del sistema político y social actual. Tras el telón de una tórrida y dramática historia de amor, Támara, la protagonista, denuncia las intrigas de los poderosos del Imperio occidental encarnados en los ingleses. Cómo someten o destruyen las culturas autóctonas del llamado Tercer Mundo, representadas por África en esta historia. Estrategias que van desde encender guerras para barajar cambios, incitar el endeudamiento individual, incoar epidemias para arrasar culturas enteras, controlar la educación y los medios de comunicación, entre otras artimañas, revelan el origen del mundo actual.
La niña de la Amikacina es hasta ahora la única novela basada en una historia real. Se mueve entre lo escalofriante de la brujería y los exorcismos, y el amor de una madre y un padre por rescatar a su niña de la posesión demoníaca. Una confrontación entre el bien y el mal. Una historia que se mueve al vaivén del escepticismo del papá y la credulidad de la madre.
Actualmente estoy trabajando en obras como Escalera al infierno, Déjà vu, Experimento génesis, Zipazgo, el reino oculto, La traición de los dioses, y en algunos cuentos y fábulas como Los resortes mágicos, La granja de doña Pangea, ¿Vida inteligente?