Autor del libro El evangelio según Jesús.
Dirigente sindical perseguido por el gobierno peronista en 1973, tiene que esconderse durante dos años. Trabaja como periodista hasta que huye a Brasil y pide refugio ante Naciones Unidas. En 1978 llega a Suecia, donde trabaja como profesor de Literatura Hispánica y Lengua Española en la Universidad de Estocolmo. Doctor en Letras, obtiene el premio Vargas Llosa de novela (U. de Murcia). Catedrático de Dramaturgia en la Facultad de Artes y Diseño de la U. Nacional de Cuyo y de Historia de la Cultura y el Teatro Universales I, ha escrito El cielo no puede esperar, así como diversas novelas negras y cuentos infantiles que han sido acreedores de algunos galardones en diferentes certámenes literarios.
Vivo en un barrio de Vistalba, una de las zonas verdes más apreciadas de Mendoza, al pie de Los Andes y bajo un cielo azul intenso y puro donde el aire diáfano vibra en el sol la mayor parte de los días. Estoy casado con la misma mujer desde hace veinte años y a quien quiero intensamente. Mis tres hijas y seis nietos nacieron y viven en Suecia. Tengo 73 años.
Nací en Mendoza, Argentina, a comienzos de los cincuenta, de padres católicos practicantes de clase media. Dicen que era un niño bonito, un poco moreno pero bonito, por lo menos así parece en la única foto que llegó a mis manos. Todavía miro y me veo así, solo entonces, después me estropeé un poco. Hice mi primaria en colegios privados católicos, la mayor parte entre jesuitas, algunos severos, otros adelantados, había de todo entre ellos, buena gente en general. Mi escuela secundaria la hice en el liceo militar de la ciudad, pensando ser militar, lo que me duró muy poco, unos días, a las dos semanas me quería ir pero aguanté cuatro años para salvarme del servicio militar. Fue duro, no tanto como en las Tribulaciones del joven Törless, de Musil, pero bastante y sí eso me curó definitivamente de mi idea de ser militar. Lo que sí perduró durante unos años fue mi deseo de hacerme cura, jesuita, otra cosa no. Leí a San Ignacio de Loyola y me impresionó mucho y creo que si hoy lo releyera me volvería a impresionar. Quería irme a África, donde las cosas estaban más mal que en Argentina pero después vi que también estaban mal en mi país, terriblemente mal, cierto que acá no nos caíamos de hambre pero tanta dictadura militar, tanto gobierno fracasado, tanto no poder decir nada de nada y al final todo explotó con la guerrilla. Pero yo era niño todavía, pasé de la Acción Católica a militar con los curas del Tercer Mundo y eso, claro, me hizo tomar posturas políticas más radicales. Nada raro, una buena parte de la izquierda argentina tuvo ese origen, peronistas y de los otros.
Yo era de los otros, los que no eran peronistas, el populismo local. También era un poco diferente en otras cosas. Cuando se hizo hora de ir a la universidad en vez de Medicina, Abogacía o Ingeniería yo quería estudiar filosofía para ser bueno escribiendo, profundo. Quería ser poeta, fascinado como estaba por García Lorca, Octavio Paz, Alejandra Pizarnik, Eliot y sus cuatro cuartetos poco después, Montale, Ungaretti, Celan. Recuerdo que me sentaba lápiz y cuaderno en mano al lado de mi acequia, mi surco de agua mendocino para escuchar el ruido del agua e inspirarme. Me inspiré unas cuantas veces, había momentos en los que escribía sin parar y otros en los que no me venía ni una palabra a mi cabeza. Un poema me pareció bien y también a mis amigos pero se me perdió entre algunas de mis corridas dejando mis libros y cuadernos de poemas. Todo era súbito, no había tiempo de nada, tenía que irme con lo puesto, ni soñar con buscar algo. También escribí cuentos, novelas, obras de teatro, pero bastante después. Las primeras novelas me costaron mucho. Tres, cuatro, cinco intentos fracasados, la primera buena luego, la que terminé, ganó el premio, llevaba un dolor que no sabía que tenía, que descubrí entonces, mientras escribía cada página y me salió a chorros. Tuve que escribir otros dos libros para contenerlo. Pero lo hice, después pude escribir sobre otras cosas.
Estudié literatura en la universidad local, algunos profesores eran excelentes y otros torpes como piedras, uno ultracatólico, adoraba a San Juan de la Cruz, lo conocía de memoria, un descendiente de inmigrante libanés, realmente muy católico. Por fin me recibí en 1976, tan ocupado en política como estaba entonces. Escondido en otra provincia durante mi exilio interno, como lo llamamos entonces, estudié durante año y medio los dos tercios que faltaban de mis estudios de literatura. Me fue bien. Hasta obtuve un buen promedio general, el mejor de mi camada. Todavía estoy orgulloso de eso, increíble. Durante los años 70’ milité en una organización política de izquierda y como empleado público fui dirigente de un sindicato muy combativo. La ola represiva del entonces gobierno peronista comenzó en 1973 con la creación de una fuerza paramilitar llamada las tres A (Alianza Anticomunista Argentina) que asesinó a más de mil quinientas personas, todo ello con dinero del gobierno populista. Con ellos empezó la primera ola de exilio, el exilio interno y el exilio externo, el de los 70’. La represión hacia los sindicatos no asociados con el gobierno se endureció mucho, lo que hizo que tuviera que esconderme en otra provincia durante casi dos años. De hecho soy un gran lector de libros de sicología. Y de filosofía también. Empecé estudiando Filosofía en la facultad un par de años. Conocí a Foucault, Deleuze, Derrida, los franceses.
En 1976 trabajé luego como periodista por un corto tiempo, un año y medio, fue tan corto. Aquel trabajo era una gloria. Todos los días algo nuevo, escribir sobre algo que uno nunca antes había escrito, conocer gente que jamás hubiera conocido sin ser periodista. Pero no duré mucho haciendo eso, el ejército fue a buscarme y tuve que poner de nuevo mis pies en polvorosa. En 1978 hui a Brasil y pedí refugio político ante las Naciones Unidas (ACNUR). Me lo dieron después de preguntarme y volverme a preguntar muchas cosas, de todo. Querían evitar inmigrantes económicos. En aquel entonces comenzaron los asesinatos de militantes de izquierda realizados en el Plan Cóndor (la alianza de las dictaduras militares en Hispanoamérica) y tuve que partir a Suecia. Fui obrero gráfico en la imprenta de huecograbado más grande de Suecia. Imprimíamos el Dagens Nyheter (Noticias del Día) y muchas otras cosas, unas cuantas, también algunas revistas de fotos de mujeres desnudas que se vendían en los quioscos al lado de las entradas del metro. Entre mis compañeros todo consistía en no mirar. Y no miraban. Por lo menos no vi a ninguno que mirara. Algunos meses duró aquello. Luego estuve un tiempo en un psiquiátrico cuidando enfermos, algo que encontré apasionante, muchas noches en vela, algunos sueños eran terribles, otras eran obsesiones. Como decía Borges uno puede obsesionarse por las cosas más insignificantes. Mientras tanto hacía mi doctorado, lo que también me dio trabajo porque me llamaron para tomar unas horas como profesor de literatura hispánica y lengua española en la universidad de Estocolmo. Hacía entonces el doctorado en letras, cuyo título obtuve en 1988. Años después, en 1998 me concedieron el premio Vargas Llosa de novela otorgado por la universidad de Murcia, esa primera mía. Durante los siguientes años a la obtención del título de doctor trabajé en otras dos universidades suecas como profesor titular hasta que en el 2005 retorné a la Argentina. En Suecia viví 25 años, conocí a mi segunda mujer, la sueca y tuve tres hijas y seis nietos. Los visito cada vez que puedo, casi anualmente. Hay que ver cómo crecen mis nietos, es impresionante. El clima todavía me cuesta, por eso mayormente voy en verano. A veces tengo suerte y no llueve todo el tiempo. Yo vengo de una tierra muy seca.
En mi ciudad natal, Mendoza, obtuve primero la cátedra de Dramaturgia en la Facultad de Artes y Diseño de la Universidad Nacional de Cuyo. Titular de Dramaturgia, otro trabajo ideal, enseñar a mis alumnos a escribir obras de teatro, más fabuloso que eso imposible. Creo que lo hice bastante bien, por lo menos muchos de mis alumnos escriben hoy. Algunos escriben y escriben y vuelven a escribir, como yo. Tres años después gané la cátedra de Historia de la Cultura y el Teatro Universales I, una historia del teatro universal, desde los griegos hasta Shakespeare inclusive. ¡Sófocles!, ¡Shakespeare!, ¡La Celestina!, puro gozo, me divertí todo el tiempo que fui profesor, les mostré películas a los chicos, los hice trabajar, hablamos y yo hablé y hablé, les hice ver qué, por qué, cómo, lo que estaba relacionado con el contexto social e histórico, las ideas generales de entonces, la concepción del mundo de cada cultura, de cada época europea. También escribí una historia ad hoc que funcionó de apuntes de clase, no había nada, o sí, viejo, muy general y poco. Trabajé en ambas cátedras hasta diciembre del año pasado.
En lo literario escribí una trilogía sobre la guerra sucia. La primera novela, “El cielo no puede esperar”, fue la premiada. He escrito también novelas negras, una de ellas inspirándome en Nietzsche y otras sobre temas diversos, entre los cuales la última está ambientada en 2047 y trata de la inmigración a Europa de grandes masas provenientes de Cercano y Medio Oriente y de África. También hice un ajuste de cuentas con mi pasado de izquierda. Ya no pienso como entonces, ya no estoy de acuerdo con la visión que teníamos entonces. Me dediqué mucho y durante mucho tiempo a escribir e ilustrar cuentos infantiles para diferentes edades. En ese género gané también un premio otorgado por la revista Imaginaria. Mi novela sobre Jesús me persiguió muchos años. Recopilé libros a lo largo del tiempo, leí mucho, investigué. Tenía que escribir algo sobre él y poco a poco fui viendo al personaje de Jesús, uno tan diferente a todo lo que había leído.
Mis aficiones, leer y escribir, es lo natural, como Sartre en su Les mots, el teatro y el cine. Siempre leí muchas novelas y mucho teatro también. Vi mucho teatro pero también leí todo lo que encontraba a mi alcance, teatro inglés, europeo, el no japonés. Viviendo en Suecia conseguía obras europeas más que nada, inglesas y norteamericanas. Conseguí muchísimo por medio de la biblioteca pública sueca, que tiene contacto e intercambio con varias europeas. Eso para las obras de teatro, las novelas era más fácil conseguirlas. Muchas eran grandes clásicos. Durante toda mi vida leí grandes clásicos, los leí y los releí, siempre pensando que eran probadas grandes obras, que no me decepcionarían y así fue normalmente, todo lo contrario, la relectura me hacía comprenderlas mejor, verlas de otro modo. También leí los de moda entonces, los que llegaban a las facultades de filosofía y literatura y esos, claro, unos cuantos no me parecieron suficientemente buenos.
Siempre fui tímido, retraído, me cuestan muchas cosas. Nunca aprendí a bailar o bailaba horrible, más bien no bailo. Me fue mejor conquistando chicas con mi capacidad de hablar. Me fue bastante bien. Todavía me encanta hacerlo, eso de hablar. Tengo, creo, gran capacidad de empatía con los otros. Me conmuevo fácilmente, me pongo en el lugar del otro casi sin quererlo. Creo que la aventura más grande de mi vida fue ser padre, primero de dos niñas mellizas prematuras. La experiencia más intensa de mi vida. Como hacía el doctorado por entonces me tocó estar mucho en casa y encargarme de ellas. Nunca sentí tan fuerte como lo que sentí con ellas. Mi vida fue otra desde entonces. La llegada de mi tercera hija no hizo más que confirmarlo todo.
Soy escritor porque no puedo ser otra cosa. Por cierto que soy profesor universitario y me encanta serlo pero lo fundamental para mí es escribir, no puedo hacer otra cosa, no quiero hacer otra cosa. Lo que dijo Vargas Llosa en su ensayo Historia de un deicidio sobre que el escritor quiere reemplazar el mundo real por el suyo propio me parece cierto. No me gusta el mundo como es, quiero cambiarlo y en cada libro, por más que trate de evitarlo muchas veces, hay siempre bastante de justicia poética. Mi novela sobre Jesús es un libro sobre el Jesús que debió haber sido si Roma no se hubiera apropiado de él.
Mis autores preferidos son Kafka, Dostoievsky, a ellos siempre vuelvo. Melville, Flaubert, Tolstoy, Sófocles, Shakespeare, von Kleist, Albee, Cervantes, a quien releí hace poco, Cortázar, Carver, García Lorca, Hemingway, Virginia Woolf, Arthur Miller, Tennessee Williams, Becket, Pinter, Ibsen, Chéjov, tantos. Kafka y Dostoievsky son mis favoritos por su capacidad de crear un mundo completamente propio en el que la condición humana es el impiadoso fuego que anima y devela todo. Porque leyéndolos está nuestra entera existencia humana ahí.
En Los hermanos Karamázov está esa existencia humana en todas caras, todas sus emociones, sus personalidades, su dolor, su felicidad, su absurdo.
El evangelio según Jesús es mi obra preferida. Creo que en ella logré lo que busco siempre: empatía total, el mundo entero de una persona desde su época.
Creo que mis novelas son realistas desde el personaje mismo y su mundo. Pueden ser novelas negras, cómicas, históricas, de ciencia ficción. No me interesa mostrar un mundo entero sino un hombre y su mundo, la condición humana desde un hombre y su circunstancia.
Life’s… is a tale told by an idiot, full of sound and fury, signifying nothing, Macbeth, Shakespeare
Es mi cita literaria favorita. Creo que lo dice todo sobre la vida.
En este momento trabajo en una novela de ciencia ficción sobre la existencia humana interpelada desde un alienígena.
Crecí con la visión católica del mundo pero viendo el tamaño del universo y comprendiendo nuestro común origen con los primates me parece más creíble que somos animales inteligentes que se inventan historias sobre ellos mismos para vivir. Nuestra cultura, la sucesiva serie de culturas occidentales que constituyen nuestra historia común, nos dicen en qué creímos antes y ahora. Somos finitos. Fuera de esos relatos nuestra vida es la que tenemos, nuestros deseos, nuestros planes, nuestros amores, nuestra continuidad a través de ellos, los encuentros con la realidad. Somos lo que somos en continuo cambio, Heráclito lo dijo.
Mi próximo proyecto es la novela de ciencia ficción. Mientras tanto viviré hasta que muera.
Conozco a Julio. Es un persona sensible, culta, interesante. Compartimos almuerzos y charlas. Ambos muy respetuosos de la forma de pensar del otro; no siempre coincidimos. Su novela de Jesús está precedida por un gran trabajo de investigación. Aprendí, me conmoví y agradecí ese texto. Ojalá escriba todo lo que tiene en su cabeza y en su corazón