Resido en San Cristóbal de La Laguna, una ciudad Patrimonio de la Humanidad que fue la antigua capital de la isla de Tenerife. Es un lugar que hace la vida agradable y tranquila. Todo lo que puede pedir un escritor. Tengo 78 años. Me acaban de descubrir que soy población de riesgo. Mirando a mi alrededor creo que el riesgo de vivir lo tienen los otros. He aprendido muchas cosas y son demasiadas las que me quedan por contar.
Mi vida ha estado relacionada con la escritura y con la música. Son dos campos complementarios. Uno aporta ritmo y medida, tiempo y sonoridad; y el otro, idea, historia y el rigor de saberla contar. No puedo acordarme de cuándo empecé a escribir. Tampoco de cuándo aprendí a leer. Yo creo que ambas cosas nacieron en mí sin proponérmelo. Cuando tenía cuatro años, los curas de mi colegio me llevaban a leer delante de las visitas, para demostrar lo bien que enseñaban allí, pero lo cierto es que lo traía aprendido de mi casa. Así que esas cosas han estado conmigo desde antes de que pueda hacer memoria. Estas habilidades no te llevan necesariamente a elegirlo como una actividad profesional. Estudié unos años de Arquitectura en la Escuela de Barcelona. Fui cantautor y he sentido el estremecimiento de ver ante mí los paraninfos abarrotados de público. También presenté un programa de televisión durante diez años, y he vivido esa experiencia, ficticia y pasajera, de que todos te conozcan, sin conocerte realmente. Prefiero que lean uno de mis libros. Ahí sí que vamos a entrar en una intimidad más duradera. Estuve en la política, después de la transición. Doce años dedicados a asuntos relacionados con el Urbanismo. En ese campo aprendes a relacionarte con la realidad física de las cosas, a entender la vida como algo sometido a su vinculación con el suelo, que es el soporte donde se apoya nuestra existencia. Entendiendo estos aspectos materiales se acaba comprendiendo mejor su dimensión espiritual. En Urbanismo hice unas cuantas cosas. Fundé una Gerencia, cuando estos órganos empezaron a ponerse de moda, y pertenecí, como vocal, a la Comisión de la Federación de Municipios y Provincias. Conocí que las leyes no sirven de nada si no es a través de su aplicación práctica, y estas, que regulan los modos de vida de la gente, son muy enriquecedoras para verlo todo de otra manera.
Tenía muchas cosas escritas. Un día me presenté a un concurso de novela y lo gané. El libro se llamaba El polvo debajo de la alfombra. Confieso que hoy no le hubiera puesto ese título. Es una historia que me gusta, que habla de la ciudad en donde vivo. Después publiqué otras más. Reconozco mi incapacidad para promocionarme en el mundo editorial. Nos pasa a muchos escritores. Tienes que elegir entre el placer de sentarte ante el ordenador o estar pendiente del email o del teléfono. Esta novela que he publicado en Adarve tiene que ver con la guerra civil. No obedece a ninguna moda reivindicativa. Al contrario, se trata de mostrar unas cartas de mi abuelo, que se quedó en Madrid, por su trabajo, en 1936, mientras enviaba a su familia a las islas para que estuvieran más protegidos. Describe todo lo que pasa, incluso lo hace desde la cárcel de Porlier, después de ser detenido. Al final, lo sacan de allí un grupo de milicianos para matarlo en Paracuellos. Una historia como tantas. Después cuento lo incómodo que fue, en mi juventud, estar en contra de la dictadura y tener un pariente asesinado en el Jarama. Hablo de la transición y de la gran ilusión que supuso para todos nosotros.
Tengo varios libros que están sin publicar. Lo importante es escribirlos. Los libros no deben tener prisa, a menos que sean oportunistas. Con la pintura y la música pasa igual. En este terreno la frase «pasar de moda» no debería tener significado. Hago muchas cosas. Mi hermano, que es pintor, dice que cuando no tiene ganas de pintar se pone a barrer el estudio. Creo que Picasso decía algo parecido. Yo soy un poco más sucio y desordenado, y cuando paro sigo pensando, llenando mi cabeza de ideas endiabladas para tener un almacén lleno para lo que voy a hacer después. La vida del que escribe nunca puede ser aburrida. Todo lo que existe en el mundo es una posibilidad. Y luego está esa oportunidad maravillosa de que alguien lo lea y te diga que conectó contigo. En el fondo pretendemos ser unos tremendos seductores. En la vida real es diferente, y los seductores son otra cosa y utilizan otras armas, y defraudan y son odiados por eso.
Aficiones: Mis aficiones son escribir, la música y la buena lectura.
Rasgo más sobresaliente de tu personalidad: Yo pienso que soy sencillo y reflexivo. Me gusta ser perfeccionista. Lo bien hecho. Hoy existen algoritmos que indican cuando todo está bien, pero huyo de ellos. Mi formación matemática me dice que no sirven más que para lo que sirven, y que extrapolarlos a la cotidianidad de la vida es una forma bastante alevosa de desvirtuarla. Para un escritor suponen el aborto de su espontaneidad y, sobre todo, de su sinceridad. Tengo un carácter fuerte, sino no me atrevería a decir las cosas que digo, aunque sea por escrito, que es donde algunos dicen que no se da la cara. Es justo, al contrario. Con lo que escribes te la juegas. Las palabras se las lleva el viento. La verdadera franqueza está en lo que se escribe. Por eso, como decía Nietzsche, hay que hacerlo a sangre, que se note la herida que produce lo que es parido desde el alma.
Cuéntanos por qué decidiste ser escritor: Nunca tomé la decisión de ser escritor. Lo soy, y punto. Conozco el sacrificio y el esfuerzo de una tarea que no es sencilla. Mis primeros compases no son tal cosa. Eso es exigible a una sinfonía para poderla continuar y que acabe bien. El mundo de las letras es mi mundo, por tanto, no lo entiendo como una competencia. Lucho conmigo mismo; me comparo conmigo mismo; intento superarme a mí mismo y, en fin, todo se crea y se resuelve en el ámbito de mi interior. Supongo que estas son las cosas que, si las sabe ver, debe apreciar un buen lector.
Autores preferidos y por qué: He leído muchos libros a lo largo de mi vida. Hay muchos autores y demasiados títulos. Quizá me sienta identificado con algún norteamericano actual. Me gustan los clásicos. Obtengo placer en el descubrimiento de muchos que siguen siendo unos desconocidos para el gran mundo. No voy a hablar de Flaubert. Todos hablan de Emma Bovary. Joyce me sobrecoge. Siempre lo comparo con Cervantes (el más importante) que inició una aventura sin salir de los alrededores de Argamasilla, y don James, escribió su Ulises sobre un barrió de Dublín mientras se recorría toda Europa. Todos ellos tienen que ver con un griego llamado Homero. Me gusta el Mann de Montaña mágica o de Muerte en Venecia; el Dostoyevski de Crimen y castigo, o el Tolstoi de Resurrección. No sé. Oram Pamuk, de Estambul. Los franceses Houellebecq, Beigbeder, Modiano y Emmanuel Carriere. Aunque sea un pecado fascista, adoro a Gabriele D’Annunzio. El mundo pierde sus coordenadas con los novelistas. Estoy con Coetzel, en Sudáfrica, penetro en las selvas por un río del Congo, con Conrad, me paseo por nueva York con Mailer o con Auster. No acabaría con la lista. Donde descubra esa mezcla de pertinencia y de ironía tan necesaria, que decía Rilke, me doy por satisfecho. El leerlos a todos te proporciona la ventaja de después no parecerte a ninguno, lo cual no está nada mal.
Tu obra favorita de otro autor: Mi obra favorita es una recopilación de todas las que he leído y me han dejado plenamente inundado de dicha.
Tu obra favorita de las que has escrito: Un libro dedicado a mi ciudad: La Laguna.
Tu estilo literario: Escribo novela, ensayo y poesía. Las tres cosas están mezcladas, y no se pueden separar en las obras que escribo. Si alguien estuviera encargado de enjuiciarlas diría que son eclécticas
Una cita de un autor que te guste: No me gustan las frases. Ni siquiera las mías.
Obra en la que te encuentras trabajando en la actualidad: Estoy escribiendo una obra ambiciosa sobre Caín. Trata de la instauración del asesinato en la vida de los hombres, y de cómo han llegado a considerarlo como algo habitual y, a veces, necesario.
Algo sobre tu manera de entender este mundo: Hay gente que se pasa la vida esperando que sea el mundo el que los entienda a ellos. Yo ya he claudicado. Así que, a medida que pasa el tiempo, me esfuerzo en intentar comprenderlo y la versión que tengo de él se parece cada vez menos a la que tienen los demás. El conformismo me hace pensar en que el mundo tiene una velocidad que no coincide con la de los que quieren pararlo y tampoco con la de los que pretenden que todo se adelante y llegue antes de tiempo. Esto lo sabían los antiguos, por eso las cosas que pensaban han llegado hasta nosotros como si fueran actuales. Schrodinger creo que dijo que la falta de humildad de los científicos de hoy les impide reconocer que lo que afirman ahora, ya lo dijeron otros hace ocho mil años. Yo no estoy en esas, pero el conocimiento y esa intuición selectiva que nos aparece rotunda con la tercera madurez (me niego a llamarla tercera edad), me obliga a pensar que podríamos abarcar una verdad que nos satisficiera de forma universal, si fuéramos capaces de separar tanta paja de tan poco trigo. A veces pensamos que por tener la mochila cargada con currículos marchamos más seguros hacia el camino del futuro. La verdad está en Antonio Machado, cuando decía que iba ligero de equipaje. Desnudo, como los hijos del mar.
Tus proyectos inmediatos: Mi proyecto personal se llama «vida». En lo literario: escribir. Algo tan sencillo como esa afirmación que dice que «la función hace al órgano».