Resido en Murcia, a donde llegué tras vivir en mi León natal, Salamanca, Ponferrada, Jijona, Pilar de la Horadada, Orihuela, y algunos otros lugares. Tengo 53 años y estoy casado con una persona a la que amo y con la que comparto, entre otras muchas cosas, la crianza de dos niños. José Luis me llamo y Cachelo me decía mi padre, como una patata pequeña del Bierzo.
Cuando me hicieron la carta astral, en la que, por cierto, no creo, me aseguraron que lo mío eran los viajes largos. Eso sí resultó cierto. Nací en León, hijo y nieto de leoneses. La mitad de mi familia era de la zona del río Duerna, la otra de la comarca del Bierzo. No obstante, mis padres se instalaron en la capital, en la ciudad. Por eso siempre me he sentido una bisagra entre el mundo moderno urbano y el tradicional rural.
Para mí, la Universidad de León era prados llenos de vacas en los que se hicieron unos cimientos aptos para que los niños jugáramos. En Salamanca realicé mis estudios de Filología Bíblica Trilingüe. Disfruté mucho al conocer y poder traducir a los autores del mundo clásico, algo menos con los hebraicos, aunque me encantaba abrir el libro del Génesis y comenzar a leer eso de “Bereshit bará Eloim…” y darme cuenta de que lo entendía.
Hice viajes largos, como preveía mi carta astral: a Grecia, Israel, Turquía, Italia, siempre con ganas de absorber el presente y el pasado, la vida y el arte a grandes tragos. Entonces apareció una guapa albaceteña que me acompañó en alguno de ellos, pero con la que aprendí que en las distancias cortas también hay hermosos mundos. Ahora, en Murcia, con mi familia, me encuentro bien. Ya hace años que residimos aquí, y sospecho que seguiremos haciéndolo, aunque aún viajamos.
¿Aficiones? Me gusta la música. Me apasiona. La clásica, el Jazz, algo de Pop, Folk, Celta, casi todos los estilos que tengan “musicalidad”. Mis alumnos intentan enseñarme a apreciar el Trap, Rap, Reguetón, que es la música que acompaña a su generación. Los minutos últimos de las clases hacemos intercambio de saberes.
Me manejo en la guitarra y hago mis pinitos con el piano. En los momentos tensos, tocar me hace olvidarme del mundo y logro relajarme. Aunque me apasiona la pintura y la escultura, soy un excelente disfrutador, pero un nulo creador. Sé dibujar un pez y un romano. Punto. Sin embargo, la biblioteca de la casa está nutrida en libros de arte y láminas. Juego al ajedrez, pobremente, pero me gusta, y al FiFa, que es un juego de fútbol informático en el que compito con mi hijo. Me gusta porque juego con él y nos reímos juntos.
Esa es mi gran afición: la risa. A veces me paso, pero me encanta divertirme, con mi esposa, con los niños, en mis clases… Podría decirse que soy un tipo serio que se ríe mucho.
¿Cuál es el rasgo más sobresaliente de tu personalidad? Es un mundo complejo ese de la personalidad. Un rasgo que creo que predomina en mí es la sinceridad en mi manera de vivir y de tratar a los demás. La película que más miedo me ha dado fue “El verdugo”, de Berlanga, en la que se narraba el proceso mediante el que un hombre sencillo terminaba viviendo en contra de sus convicciones.
Me considero comprensivo, pero intento no vivir en un engaño y trato de que las personas de mi alrededor vean en mí a alguien fiable que apoya su individualidad y la respeta.
Cuéntanos por qué decidiste ser escritor De siempre me han gustado los cuentos. Cuando tenía cinco años, el momento más delicioso era cuando me despertaba los domingos y me iba corriendo a la cama de mis padres. Allí, mi padre me contaba el cuento de “Aladino”, el de “la estaca que salía del saco” y otros, que recordaba. También sabía muchas poesías y acertijos que eran casi novelas. Yo aún no lo sabía, pero se estaba gestando el escritor.
¿Cuáles son tus autores preferidos? Tengo cientos de autores favoritos. Los del XIX, su sentido de la aventura y la calidad de sus narraciones han sido fundamentales. Creo que lo primero que escribí eran dos páginas de algo que pretendía ser una novela (con unos diez años) y que hicieron reír a mi padre. En aquella época leía unos álbumes ilustrados que se llamaban “Joyas literarias juveniles”, y que eran adaptaciones en formato “cómic” de grandes obras literarias. Aquellos argumentos, pues apenas eran más que eso, me llevaron a los libros de verdad. Descubrí entonces que Salgari contaba sin parar, que Verne se deleitaba en los momentos, que Robert Louis Stevenson era un poeta que narraba con belleza episodios inolvidables
Después, pasado el ímpetu inicial, en la adolescencia, descubrí que con palabras pequeñas y sencillas se podía hacer resonar el corazón como las cuerdas de un arpa o con la reverberación de los timbales. El indio Rabindranath Tagore, sobre todo su teatro, me hicieron palpitar con fuerza con la tímida sinceridad de sus personajes.
En Juan Ramón Jiménez encontré aún una contención aún mayor, llena de energía y sentido de la belleza.
La inteligencia se vio retada con las narraciones de Borges, maestro sin duda. Los autores de la generación de 1927 también me sacaron del letargo de toda la literatura que los estudiantes leíamos entonces, porque así lo dictaba el programa. Acabé tan harto de novela social, que dejé de leer durante seis meses. Yo necesitaba mundos que se abrieran, no que se cerraran. En esos años leía todo lo que caía en mis manos. Llegué a tener un mueble librería en el baño, que es es un lugar que, según Vargas Llosa, garantiza la continuidad de la lectura. A veces esta era simplemente la caja de algún producto de higiene.
Pero, volviendo a mis autores favoritos: los narradores rusos como Pushkin y Tolstoy me gustan mucho. También el sudamericano Alejo Carpentier, sobre todo su novela “Los pasos perdidos” tan bien bien escrita que podía “ver” lo que narraba.
Cuando no sé qué leer, voy a mi colección de clásicos y me sumerjo en el maravilloso Tito Livio, que cuenta con emoción la historia de Roma, en los poetas arcaicos de Grecia, como Arquíloco, ese “malote” mercenario, de sensibilidad hiriente o en cualquier otro de los clásicos grecolatinos. Son maravillosos. ¿Acaso la Carta a los Pisones de Horacio no mejora cualquier curso moderno de estilo literario? ¿Y no resulta Safo de Lesbos tan fresca y fragante como la reciente Premio Cervantes Ida Vitale?
¿Tienes una obra favorita? De la Antigüedad, creo que Antígona y Edipo rey, de Sófocles. Del mundo moderno, tal vez Cien años de Soledad, de Gabriel García Marquez. Ahora recuerdo un par de obras estadounidenses que también me encantaron: Crónicas marcianas, de Ray Bradbury y Flores para Algernon, de Daniel Keyes.
¿Qué puedo decir yo ahora del teatro de Sófocles? Edipo es la primera obra policíaca de la historia de Europa; Antígona muestra la lucha de la conciencia personal contra la ley general.
Cien años de soledad me sacó del atolladero de la novela social. Me encontré frente a un texto que no estaba teñido de pesimismo, que contaba una historia que no iba a terminar en un fracaso, como todo lo que nos pedían leer en clase. ¡Qué triste era España en sus textos! Qué alivio cuando me encontré la historia del pistolero Billy el niño, escrita por Ramón J. Sénder, maravilloso escritor de novela histórica, exiliado, cuya única obra apreciada en España era Réquiem por un campesino español, (otra vez literatura social) pero que es uno de los grandes desconocidos de la novela histórica en España.
Respecto a Flores para Algernon, que me parece una novela soberbia, me impactó muchísimo la historia de ese muchacho al que vuelven inteligente y al tiempo, desde su inteligencia conseguida con fármacos, comprende, gracias a ella, que la reversión a su estado inicial, un tipo de coeficiente intelectual extremadamente bajo, es inevitable. Intenta retener en la memoria, al menos, el amor, la mujer que lo quiso como igual y a la que él quiso. ¿También eso olvidará?
¿Y de las tuyas? Me gusta especialmente mi colección de cuentos y cuentos mínimos La bisagra, que publicó la asociación cultural Brujazul, hace ya años. Tenía una belleza y una calidad literaria llenas de pureza. La editora, Miriam Sánchez Cuesta, hizo el libro exactamente como yo lo deseaba. Fue maravilloso.
¿Podrías definir tu estilo literario? Me gusta contar. Soy, pues, narrador. Pero a la vez aprecio la concreción hasta llegar a terrenos poéticos. Soy, pues, poeta en prosa. La mezcla de ambos elementos define mi estilo.
Danos una cita de un autor que te guste: Mañana no lo sé, pero hoy me quedo con esta de Quevedo:
“No he de callar, por más que con el dedo,
ya tocando la boca, o ya la frente,
silencio avises o amenaces miedo.
¿No ha de haber un espíritu valiente?
¿Siempre se ha de sentir lo que se dice?
¿Nunca se ha de decir lo que se siente?”
¿En qué estás trabajando en la actualidad? He rematado un nuevo libro de relatos del que me siento muy orgulloso. Creo que es el mejor que he hecho. Lo tengo en barbecho. Ahora me he metido a intentar un género nuevo: estoy haciendo una novelita corta ambientada en el León del siglo X. Lo cierto es que nunca había intentado trabajar en este género y me está regalando muchas satisfacciones y un sinfín de retos.
¿Nos dices algo sobre tu manera de entender este mundo? Lo cierto es que me interesa más saber cómo comportarme en este mundo que fluctúa. Tomo decisiones intentando que sean positivas para mí y mi entorno (llamémoslo familia, alumnos, país o mundo). Nunca me ha gustado la literatura pedagógica. Siempre he preferido la que surge de la persona a la que pretende influir en ella. Por eso, intento moverme por el mundo con honestidad tratando a cada uno como quiere ser tratado, y procurando ver siempre a la persona que tengo enfrente, al ser humano antes que al alumno, al compañero o incluso al “peligroso”. A mis años no soy ingenuo ni me pongo en peligro sin sentido, pero asumo los riesgos de poner el corazón en todo lo que hago.
¿Y tus proyectos inmediatos? En lo literario, me apetece mucho seguir con mi novela. Luego quisiera darle salida a un conjunto de prosas poéticas muy sencillas formalmente, pero amplias en sugerencias, que espera su momento.
Respecto a lo personal, mi proyecto inmediato y a largo plazo es mi familia. Espero ser lo suficientemente sabio para saber cómo comportarme en cada momento para que mi mujer siga queriéndome como me quiere y mis hijos crezcan sintiéndose seguros de sí mismos, felices y con la cabeza llena de pájaros que píen y les hagan reír. También me voy a esforzar en adelgazar un poco. Eso sí que es ihnjmediato.
Profesionalmente, decía el premio Nobel en medicina, Don Santiago Ramón y Cajal, que la enseñanza es la más noble de las profesiones. Intento cada día hacer honor a sus palabras.