Granada, 1962. Diplomado en Biblioteconomía y Documentación, es coeditor de las revistas Letra clara y El erizo abierto. Ha sido acreedor del Premio Federico García Lorca, 1999 (U. de Granada y Fundación García Lorca) con La batalla de Hastings. En 2001 publica el ensayo Herencia de la cocina andalusí, en colaboración con el jefe de cocina de La colina de Almanzora (Fundación Al Ándalus, 2004) y la colección de haikus Manos de seda, en Vitolas del Anaïs (Asociación del Diente de Oro). Más adelante publica las novelas Septimio de Ilíberis (Círculo Rojo, 2018) y la El ciego de Delos (Uno Editorial, 2019), así como la colección de cuentos En un pozo chico. En 2019 sale a la luz su novela Carlomagno en la ventana y en 2022 la colección de ensayos Reflejos de un mundo paralelo. Desde 2016 desarrolla su labor como crítico de flamenco en el diario Ideal de Granada.
Vivo en Granada, cerca de uno de los dos ríos de los que hablaba Lorca, donde «sólo reman los suspiros». No es navegable pero mi perra lo disfruta como si de nutria se tratara. Tengo sesenta y dos años, pero, normalmente, me echan menos; hay ocasiones, sin embargo, que siento como si fuera a cumplir trescientos y un día. Estoy divorciado, con un hijo fenomenal. Actualmente tengo pareja, no obstante, para no viajar solo en el pescante de la diligencia.
El estudio siempre se me hizo cuesta arriba. De cualquier manera, pude acabar Biblioteconomía y Documentación y casi terminar Geografía e Historia, formación básica para dedicarme a otra cosa. Nada oficial, soy crítico de flamenco en el periódico Ideal de Granada y, esporádicamente, me esfuerzo en el diseño gráfico y la maqueta. Desde muy joven me he dedicado al mundo de las publicaciones. He sido cofundador de la revista ‘Letra Clara’, de la Facultad de Filosofía y Letras de Granada, y de ‘El erizo abierto’, revista de literatura erótica, entre otras. También fundamos una pequeña editorial, no venal, para cuadernos mínimos, llamada Ediciones del Vértigo, que terminaba costándonos el dinero (como los anteriores proyectos), pero en la que dimos cuartel a todos los creadores jóvenes, granadinos y simpatizantes, de los años 90, sobre todo a poetas. Un año antes de que acabara el siglo XX, fui merecedor del premio Federico García Lorca 1999, de la Universidad de Granada y la Fundación García Lorca, en la modalidad de cuento, con La batalla de Hastings. Hubo que esperar una década para, en 2011, publicar el ensayo Herencia de la cocina andalusí, en colaboración con el Jefe de Cocina del restaurante La Colina de Almanzora; aunque seguía insertando mis escritos en otras publicaciones y antologías, como Granada en cuento, compartiendo páginas con Saramago, Justo Navarro o Muñoz Molina; o Cuentos desgranados, a favor del Banco de Alimentos.
En ese tiempo (2003), coincidiendo con el nacimiento de mi hijo y con la aparición de un pendiente en mi oreja izquierda o viceversa (un punto de luz en mi vida), comencé a escribir de flamenco, en el diario Granada Hoy y en revistas especializadas, como Acordes de Flamenco, Candil o Gallo de Cristal. También inauguré el blog volandovengo, que alimentaba casi a diario, durante nueve años, que no solo se ocupaba de flamenco, sino de los avatares y del pensamiento diario.
Comencé como poeta y, en 2004, publique, en Vitolas del Anaïs, Manos de seda, una colección de haiku. Después se me quitó la vena poética y quise solo ‘vivir del cuento’. En octubre de 2014 vio la luz mi primera novela, Septimio de Ilíberis, publicada por Círculo Rojo; en 2018 El ciego de Delos, en la editorial Uno; en 2020, Carlomagno en la ventana, en Talón de Aquiles. Y, en 2022, hice un paréntesis en la novelística y publiqué el libro de ensayo Reflejos de un mundo paralelo, en la remozada Ediciones del Vértigo, donde se recogen pequeños artículos, que fueron apareciendo los años anteriores en el diario digital La voz de Granada.
Mi última novela, Breviario de Santa Ana, acaba de ver la luz (2024), en la editorial Adarve, fruto de haber quedado finalista en la décima edición de su décimo premio Hispania de Novela Histórica.
Soy persona de pocas aficiones en la actualidad, aparte de la lectura y la escritura. No me gusta el fútbol ni los toros, aunque sí el flamenco (no solo por el trabajo que desarrollo en prensa). De joven, de niño, pintaba, y parece que se no se me daba mal; de hecho quería haber estudiado Bellas Artes. (Recuerdo que llegué a regalar cientos de dibujos, aguadas y pirograbados.) Pero me pasó como con la poesía, comencé a conocer a verdaderos artistas del género y acabé borrándolo de mis deberes pasionales. También entraba dentro de mis irrenunciables querencias la montaña. A la primera de cambio, aparejaba la mochila, me calzaba las botas y me iba a la Sierra, incluso solo. Por circunstancias, no obstante, también tuve que abandonar mi espíritu montañero (hábito que pienso retomar en cuanto se alineen los astros).
Soy tranquilo y tolerante y no conozco la pereza. Mi memoria es flaca; soy olvidadizo. Saludo a la gente por si acaso. Creo, no obstante, que lo que más define mi carácter es el humor. Más que gracioso soy ocurrente, como mi padre, y trato de sacarle punta a todo, con una rapidez que hasta a mí me asombra. Por lo demás, soy parco en palabras, tímido (dependiendo del foro y del momento) e introspectivo. Sin embargo, he presentado festivales flamencos y otros eventos, actuando a veces ante cientos de personas.
Una de mis primeras lecturas, cuando empezaba a tener razón de uso, fue el poeta libanés Khalil Gibran y pensé: «Si este puede escribir estas cosas, yo también puedo escribir las mías». Así comencé, en cierto modo, remedando su estilo. Después atendí un dicho de Platón que más o menos rezaba: «El hombre que lee es incompleto si no escribe». Entonces me decidí. Quise combinar pintura y letras, pero solo me quedaron los escritos. De la poesía, como digo, pasé al cuento y de este a la novela, pues me di cuenta que me sienta bien las distancias largas.
Es difícil decidirme por un autor o por varios. He sido un devorador de libros, desde que me atraparon las primeras lecturas, creo que las aventuras de Los Cinco, de Enid Blyton. Al elegir algún autor o algunos autores parece que estoy traicionando al resto. Me quedo, sin embargo, en la actualidad, con autores que le dan una vuelta a al mundo tal y como lo vemos, como, a vuelapluma, mencionaría a Borges, Italo Calvino, Marcel Schwob, Mujica Laínez, Fernández Florez, Sánchez Ferlosio… Pero si tengo que quedarme con alguien, sin duda, lo haría con Álvaro Cunqueiro, no solo por su mundo imaginativo y vital, sino también por hermosear sus frases, con un lenguaje tan lírico como fantástico. No me puedo olvidar de ninguna manera de Cela, Perucho o fray Antonio de Guevara. Aunque cualquier relación de este tipo es, como digo, injusta con la memoria y desvirtúa la realidad.
Es imposible decantarme por una obra favorita. Últimamente he releído Crónicas del sochantre, de Cunqueiro, con la que he disfrutado, aunque de otra manera, igual que si lo hubiera abordado por primera vez. Me gusta su mundo fantástico, su lirismo y erudición.
Diferente es pensar en mi obra, pues no es muy extensa. Si tuviera que decantarme por una, sería Septimio de Ilíberis, que fue mi primera novela, tras tres años de ‘trabajo’ (aunque el germen de la historia surgiera años atrás). Es el libro que definió mi estilo y la que me hizo novelista por fin, yo que siempre hacía pensado que no saldría nunca del escrito breve (a las tres páginas se me moría el protagonista). Aún no ha tenido mucho recorrido, a pesar de haber sido escrita hace más de una década y haber hecho una tirada de 500 ejemplares; pero, espero, que en un futuro me siga dando satisfacciones y llegue más lejos que de las manos de un puñado de amigos (y algunos más).
Me decanto por la ficción, el puro cuento, la novela fantástica encuadrada en un momento concreto de la historia, lo que sitúa mi estilo en la novela histórica (lo que no fue, pero que podía haber sido). Que nadie busque en mis libros verdades imbatibles, sin embargo. Primero son novelas y después históricas. Su contenido es fabuloso y no es extraño encontrar entre sus páginas descabezados, demonios y sirenas, entre personajes reales o prestados, sin un permiso específico, de cualquier otro autor.
Soy un coleccionista de citas, datos y aforismos. Leo tomando nota y entresacando pasajes relevantes. Tengo en el ordenador decenas de carpetas y subcarpetas de archivos que componen toda una biblioteca de Babel. Veo imposible seleccionar ‘la cita que más me guste’, la que más me ha influido o la que se adapte mejor a este discurso. Una frase que compendra muy bien la idea que me lleva, no sólo a escribir, sino a enfrentarme al día a día, es de Jorge Luis Borges, creo que en El Hacedor o El libro de arena: «voy a causar un tigre». Aunque la que me ronda por la cabeza en estos momentos es de Cunqueiro (mi autor de cabecera): «El hombre necesita, como quien bebe agua, beber sueños». También veo necesario aportar en este ítem el comienzo de un poema de Pessoa:
Maestro, son plácidas todas las horas
que nosotros perdemos, si en el perderlas,
cual en un jarrón,
ponemos flores.
Siempre tengo algo entre manos. Actualmente nada definido. Tengo empezados docenas de cuentos y de pequeños ensayos, que les voy dando salida con parsimonia. También tengo varías ideas de historias noveladas, sin saber si alguna cuajará. Empecé hace tiempo algo de piratas, también he pensado sobre un polizón en el Arca de Noé o, con más opciones de llegar a buen puerto, algo sobre un caballero cruzado (el cual ya aparece en un novela breve, de hace tiempo, que aún no he publicado).
Estamos de paso. Desde que nacemos estamos empezando a morir. Por eso, cuanto menos compliquemos las cosas mejor. El mundo, en un proverbio masai, no es un regalo de nuestros padres, sino un préstamo de nuestros hijos. Hay que procurar ser buenas personas, comprometidas, tolerantes, íntegras, útiles, en la medida que podamos…
Tus proyectos inmediatos: Tanto en lo literario como en lo personal.
Tengo ya nietos. De hecho, mi último libro está dedicado a ellos. Quizá un proyecto de vida sean ellos. También mi hijo. Yo, por mi parte, sigo buscando, como siempre, y esperando, como canta Silvio Rodríguez, «qué me deparará el futuro».