Nací en la ciudad de Vigo hace 59 años, donde resido y estoy casado con la maravillosa mujer que conocí hace muchos años bajo la lluvia.
Mi infancia son recuerdos de un modesto barrio junto a una finca con un pazo. La imaginación infantil me empujaba a pensar cómo vivirían aquellos que hasta tenían iglesia propia. Y los años corrieron a la adolescencia construyendo pésimos poemas melancólicos hasta que, con 18 años, gané un premio en el II Certamen Literario del Ayuntamiento de Cee (La Coruña). El Servicio Militar interrumpió mis estudios de Psicología y me alejó de los círculos de Ufología y Parapsicología en los que me movía. Luego, la vida misma me apartó del mundo literario para centrarme en el laboral hasta que el cambio de milenio me trajo alguna sorpresa desagradable, lo que me hizo refugiarme nuevamente en la Literatura. Necesitaba desarrollar ideas ampliamente y comencé a escribir novelas.
Escribir es mi verdadera afición, pero tengo otra que me relaja y sirve para ordenar ideas: hago y cuido bonsái. En ese remanso de paz, los pequeños árboles me aconsejan en los momentos de bloqueo.
Quien me conoce no se molesta por mis silencios y miradas: sabe que me gusta observar y aprender de los demás. Ver más allá de lo superficial me sirve para determinar cualidades a mis personajes. Del mismo modo, me gusta aprender de todo, desde cómo cambiar un grifo hasta de religión o filosofía: nunca se sabe lo suficiente. En ese continuo aprendizaje surgen innumerables ideas, pero cuando una toma cuerpo me absorbe hasta en los sueños.
Mi contacto con la literatura fue ya a temprana edad. Cuando en la escuela se cruzaron los versos de Rabindranath Tagore y Gustavo Adolfo Bécquer en mi camino, comencé a experimentar con la poesía, lo que me llevó a conseguir un premio allá por 1979. Con la edad adulta llegó la necesidad de desarrollar más ampliamente ideas y experiencias para lo que necesitaba la prosa, pero sin dejar abandonados los versos.
Hay dos autores que influyeron notablemente en mi forma de escribir y se convirtieron en mis favoritos, sin menospreciar o dejar de seguir a otros. El primero de ellos es Arthur Conan Doyle, por su habilidad para mantener el suspense con giros insospechados y haber creado un personaje de mentalidad compleja. El otro es Rafael Sánchez Ferlosio, en bachillerato tuve que hacer un trabajo sobre su novela más conocida, El Jarama, y me fascinó la cuidada prosa, los diálogos y la construcción de una novela sobre algo tan común como un día de escapada de lo ordinario. Desde entonces comprendí la importancia del diálogo dentro de la narración y de tratar de incluir características mundanas y mentalmente virulentas en mis personajes.
De entre todas las grandes obras literarias, hay una que es sin duda mi favorita: El Quijote. No, no es por snobismo: he leído sus dos partes cinco veces y me parece fascinante la combinación de la realidad frente a la fantasía del personaje, dos formas opuestas de ver lo mismo.
En cuanto a mi obra favorita de las que he escrito, resulta sumamente difícil la decisión: ¿acaso un padre puede decidir cuál de sus hijos es el que más le gusta? Por cómo supe aunar en una sola pieza multitud de sucesos conocidos sin relación entre ellos, así como los personajes que viven en esas líneas, La vieja historia de los Otero. Pero por lo que significa, la historia de mi ciudad, una obra todavía sin publicar titulada Cuando el dragón amenazó la bahía, que narra los ataques de Francis Drake a Vigo.
El género literario que más me gusta desarrollar es el de la novela histórica. De hecho, todas mis obras conllevan siempre algo de historia, como Caminando hacia el pasado, que se puede considerar un libro de viaje pero tiene el trasfondo del mítico concierto de Woodstock de 1969. Considero que siempre debemos recordar la historia para conocer aquellas cosas que para bien o para mal nos trajeron al momento actual. En ese ansia por conocer de todo, uno se encuentra muchas veces con partes de la historia que fueron abandonadas en el olvido y merecen estar vivas en la memoria del público.
«El ingenio de los hombres se aviva al ver mucho y al leer mucho», de Miguel de Cervantes, es una de mis frases favoritas. Tal como ya mencioné, me gusta observar y aprender, y eso solo se consigue absorbiendo todo lo que nos rodea.
Actualmente estoy trabajando en dos proyectos bien distintos. El primero, en fase ya de escritura, es una novela de intriga que se desarrolla en el ámbito laboral que supuso mi vida durante una veintena de años, el sector del seguro; el segundo, en fase de investigación, narrará una de las grandes batallas navales en las costas españolas, la batalla de Rande. Este proyecto será la segunda parte de una trilogía de novelas históricas cuyo factor común es mi ciudad natal, Vigo.
Personalmente sufrí un gran cambio en la forma de percibir la vida y el mundo poco después de alcanzar el año 2000. Lo que antes era una atención centralizada casi exclusivamente en lo material, con sus prisas y estrés, se volvió más filosófica y pausada donde levantarte cada día es una oportunidad para mejorar como persona y ayudar a los demás en su propia transformación. La muerte no es traumática para el alma, más bien un escalón que tarde o temprano debemos subir.
Tal como avancé antes, intento terminar una trilogía sobre sucesos bélicos acaecidos en Vigo y su Ría, cumpliendo así con un deseado homenaje a mi padre (fallecido hace años) quien me motivó a no olvidar el pasado de la ciudad. Para ello, espero mantener la confianza demostrada por Editorial Adarve y que dichas obras vean la luz. En lo personal, tan solo espero envejecer siendo feliz. Una de las ilusiones que tenía desde joven se vio finalmente cumplida al ver publicadas varias de mis obras (aunque haya cuatro inéditas por el momento). Pero seguiré escribiendo porque es una motivación más para seguir aprendiendo.