Resido en Sevilla, junto a mi esposa, dos hijos que aún conviven con nosotros y una gata que es la única criatura que no huye de mí cuando ronco. Dicen, por maldad, que el animalito muestra de este modo tan sacrificado su fidelidad hacia la mano que le da de comer; yo no lo creo, más bien sucede que Julieta, que así se llama, está agraciada con el don de la sensibilidad musical, algo de lo que carecen los restantes miembros de la familia.
Si algún territorio del estado español posee legitimidad para proclamarse independiente, este es, sin duda, El Cerro del Águila: un barrio sevillano donde eché los dientes royendo tronquitos de paloduz. En este pellizco urbano, originalmente aislado de la ciudad por un subafluente del Guadalquivir, no existen dos casas iguales: cada vecino edificó la suya, la amplió o la volvió a demoler según el devenir de sus necesidades domésticas. Aquí encontraron refugio millares de familias que huyeron de las hambrunas rurales que asolaron la España de los años veinte y treinta del pasado siglo. Muchos resolvieron sus penurias en la incipiente industria textil que prosperaría tras la guerra civil, pero no fueron pocos quienes emprendieron actividades mercantiles propias, complementarias unas de otras, que dotaron al barrio de autosuficiencia. No fue hasta varios lustros después, cuando el arroyo fronterizo fue desviado de su cauce y el trasporte público llegó al barrio, que los cerreños comenzamos a sentirnos sevillanos. La única deficiencia notable que aquejaba a este villorrio surgido de la precariedad, era su escasa oferta docente para acoger a la chiquillería que asaltaba las aceras prodigando travesuras. Es por esto que mis padres decidieron escolarizarme lejos del universo que hasta entonces había conocido. De aquellos inicios estudiantiles recuerdo que aprendí tediosamente a recitar el abecedario, componer sílabas me resultó tortuoso, la construcción de palabras comenzó a despertar en mí cierto interés; finalmente, formar frases fue toda una revelación. Desde entonces hasta hoy, leer cuanto cae en mis manos o construir historias, son gozos íntimos que he cultivado contra viento y marea. Años más tarde, el bachillerato me colocaría ante una encrucijada: ciencias o letras.
A la edad de catorce años, ni la conciencia ni la sesera dan para tomar una decisión de este calado con pleno conocimiento de causa. Existen, eso sí, ciertos indicios personales: soy un negado para este tipo de asignaturas, se me dan mejor estas otras. También, cómo no, algunas influencias externas que condicionan la voluntad de los jóvenes en nombre de la experiencia: hazme caso, yo sé lo que me digo, por tal o cual camino el futuro que te aguarda es más halagüeño. En mi caso debo decir que, a la edad referida, retiraba de tabernas y barberías ejemplares de prensa atrasados para devorar columnas de opinión, y especialmente, crónicas de todo tipo: políticas, deportivas, culturales, viajeras, incluso negras. Si alguna opción profesional me seducía, sin duda era el periodismo. Lamentablemente ello exigía algo que no estaba a mi alcance: trasladarme a Madrid, pues en Sevilla aún pasarían largos años hasta que naciera la facultad correspondiente. Descartada esta posibilidad universitaria opté por ciencias, estudiar exhaustivamente latín o griego no me seducía, en cambio me manejaba con razonable soltura en el ámbito del cálculo matemático. Como consecuencia de esta decisión me vi tres años después cursando ingeniería, aunque puedo asegurar que jamás renuncié a escribir. Colaboraba con revistas, daba forma a tesis doctorales o componía cartas románticas para amigos que marchaban a realizar el servicio militar, las cuales, posteriormente, remitían ellos como propias a sus novias. Comencé las actividades profesionales como empleado por cuenta ajena, mas tarde acometí una aventura empresarial, en el sector siderometalúrgico, que alcanza hasta la actualidad. Desde entonces disminuyeron notablemente los momentos que podía utilizar para entregarme al ejercicio literario, no obstante, si algún bien está sujeto a la ley de la oferta y la demanda, este es el tiempo: cuando escasea, cada hora disponible alcanza el valor de tres. Fue en este contexto que escribí mi primera obra publicada, Malicia. La historia de una mujer, insólita para su tiempo, que al escoger el camino de la sabiduría es tachada de bruja y se ve enfrentada a los tribunales inquisitoriales. Ahora ha visto luz impresa El Testamento de don Perafán, una novela construida sobre dos argumentos, el primero de ellos transcurre en el periodo convulso que sucede a los atentados terroristas perpetrados en New York, el segundo contempla el final del medioevo andalusí al hilo de los recuerdos del Adelantado don Per Afán de Ribera. Al momento presente ultimo un nuevo texto, el cual espero concluir definitivamente el próximo año.
Mis aficiones: La actividad física que cultivo para vencer el sedentarismo sin desconectar totalmente de las iniciativas literarias que manejo en cada ocasión, es caminar. Tanto me da hacerlo en el monte, a lo largo de una línea costera, o descubriendo por primera vez cualquier ciudad. En el transcurso de mis marchas suelen aparecer ideas que enriquecen las narraciones que dejé en suspenso momentos antes, y si concluyo las caminatas con una copa de cerveza, los resultados pueden llegar a ser sorprendentes. No obstante, cuando el intelecto no me da para más, encuentro sosiego en el cine y la lectura.
Rasgos más característicos de mi personalidad: Ser sordo, aunque no completamente como en mi caso, imprime carácter. Cuantas veces me niegan algo que realmente deseo, nunca me entero, por lo que insisto hasta conseguirlo. Confieso que, en virtud de esta deficiencia auditiva, no siempre real, cultivo la prerrogativa de hacer repetir cuanto se me dice en modo intempestivo o falto de reflexión, habitualmente, estas segundas oportunidades que otorgo a interlocutores que pierden ocasionalmente los papeles, suelen ser muy beneficiosas.
Por qué decidí ser escritor: No concibo la literatura como un ejercicio narrativo elaborado sobre determinado argumento preestablecido, para mí es un suceso que acontece por sí mismo y del cual es testigo el escritor. Las primeras páginas de una novela deben surgir sin premeditación alguna, después, obviamente, es necesario aplicar no poco esfuerzo intelectual hasta obtener un texto satisfactorio, pero esto ha de considerarse únicamente tributo del autor por participar del acto literario.
Mis autores preferidos y por qué: Dice el proverbio que cuando el discípulo está preparado, el maestro aparece. Yo topé con dos preceptores que me han guiado casi tanto como alcanzo a recordar hurgando en mi memoria: Miguel de Cervantes y Gabriel García Márquez. Del primero aprendí que a los personajes, por menores que sean en la trama, hay que desmenuzarlos desde sus adentros, de suerte que en el relato queden al descubierto las intenciones de unos y otros en razón de sus caracteres. Con Gabriel descubrí que en una buena historia no siempre es adecuado atenerse a la cronología de los acontecimientos descritos, también es posible manejar los tiempos narrativos: pasado, presente y futuro, como cubiletes de trilero, insinuando los núcleos argumentales en tal o cual momento, para revelarlos finalmente donde el lector no los espera.
Mi obra favorita de otro autor: Si tuviese que salvar algún libro de un holocausto universal, éste sería El Quijote. Todos los personajes son tratados con idéntico cariño por parte del autor. Cada episodio está construido, narrado y resuelto como si fuese en sí el objeto de la obra. Don Quijote y Sancho transitan el mundo sin apuntar a horizonte alguno, entregados a cuanto el destino les depare, es decir, absolutamente libres. Mas si por algo es sublime este texto, es por no dar jamás don Miguel puntada sin hilo. Sus páginas constituyen un recorrido por la condición humana, las reflexiones de sus protagonistas otras tantas lecciones tan válidas hoy como en el siglo diecisiete.
Mi obra favorita de las que he escrito: De entre las novelas que escribo, publicadas o no, mis predilectas suelen ser las últimas, pues en ellas reúno los propósitos de superación de las anteriores. Actualmente El Testamento de don Perafán ocupa ese lugar. Esta obra ha sido fraguada forzando paréntesis de serenidad durante los peores momentos de la crisis económica, cuyos efectos adversos alcanzaron mi actividad empresarial como a tantas otras. Quizás, el mayor valor de este texto sea poder testimoniar que es posible bregar contra los infortunios sin renunciar a cuanto nos hace realmente felices.
Mi estilo literario: Practico el género de ficción, aunque a veces edifique argumentos sobre episodios históricos. En todo caso, mis personajes, aun colocados en situaciones imaginarias, suelen comportarse con sensatez. Les tengo mucho respeto, nunca les agradezco suficientemente que tengan a bien prestarme su colaboración en las obras que escribo. La vida es pródiga en sucesos insólitos que sacan a relucir virtudes extraordinarias de personas comunes. Desarrollar novelas de ficción me concede libertad para plantear tal o cual trama, aunque siempre soy consciente de que la realidad es más rica y sorprendente que cuanto pueda ingeniar.
Una cita de un autor que me guste: Willian James estableció la siguiente cadena de consecuencias:
«Siembra una idea y cosecharás un deseo; siembra un deseo y cosecharás una acción; siembra una acción y cosecharás un hábito; siembra un hábito y cosecharás un carácter; siembra un carácter y cosecharás un destino».
De modo habitual carecemos de control sobre las ideas que fluyen por nuestras mentes y, sin embargo, a poco que analicemos la cita anterior, aceptaremos que de estos pensamientos dependen nada menos que nuestros destinos. Tanto leer como escribir reflexivamente surten como efecto despertar la conciencia, y con ella, el dominio propio. Este es sin duda el beneficio universal que aporta el ejercicio literario a la humanidad.
Obra en la que me encuentro trabajando en la actualidad: Decía en párrafos anteriores que actualmente ultimo una nueva obra, su título habla a las claras del tema tratado: Melchor, Gaspar, Baltasar. Aunque no sea mi propósito, algo hay en ella de reivindicativo frente a tanto Papá Noel como nos invade apenas asoma diciembre en los calendarios. Son tres personajes bien distintos, con formas de estar y contemplar el mundo fuertemente arraigadas en sus convicciones. El destino los une bajo la luz de una estrella a la que seguirán, superando penalidades, hasta Jerusalén. Allí serán testigos de las pulsiones religiosas, sociales, políticas y militares que agitaban Palestina en el año cero de nuestra era.
Algo sobre mi manera de entender este mundo: La fórmula de la felicidad es relativamente sencilla y no ha variado desde que el mundo es mundo: consiste en prosperar sin causar daño en el empeño y limitar el número de nuestros deseos a los que son realmente valiosos. Lamentablemente, llevar a la práctica estas palabras es tarea de toda una vida, quién sabe si de algo más. Cuando buscamos a tientas una porción de dicha duradera lo hacemos en cualquier parte menos en el lugar correcto, esto es, en nuestro interior. Ignorando nuestras capacidades, sin aceptarnos tal cual somos, difícilmente podemos reconocer la tarea que nos corresponde desarrollar en este mundo y disfrutar de ella por humilde que sea. Con frecuencia, innumerables circunstancias pueden alejarnos de la vocación que desearíamos cultivar; esto no debe ser motivo de lamentaciones ni coartadas para renunciar a tan genuinas aspiraciones, más bien debemos dar la bienvenida a semejantes dificultades, pues ellas miden nuestra determinación. Aunque la fortuna nos sonría, de modo que no necesitemos esforzarnos para vivir holgadamente, resulta imperdonable dejar pasar unos años tras de otros sin buscar en nosotros mismos aquello que nos hace verdaderamente felices, en este empeño no es necesario obtener éxitos rotundos ni reconocimiento público, para estar satisfechos nos basta con realizar un intento sincero.
Mis proyectos inmediatos: Actualmente guardo más ideas que me ilusionaría desarrollar que años pueda vivir para conseguirlo. Así las cosas, mi único proyecto posible es continuar trabajando como hasta ahora, pues no concibo la jubilación como estado existencial.