Vivo a caballo entre San Sebastián, la ciudad que me adoptó cuando aún era un recién nacido, y Madrid, la capital que me ha acogido en la madurez. Hasta hace bien poco, no sé a cuento de qué, he ocultado mi edad con el mismo celo que un criminal esconde sus fechorías. Pero llega un momento en el que resulta imposible mantener este absurdo secreto. Arrugas, ojeras y canas, sobre todo cuando se asocian para conspirar, son tan traidoras, o más, que una partida de nacimiento. Y el documento oficial acredita que tengo 66 años. Cómo pasa el tiempo. A partir de los cincuenta, cumples años de dos en dos. Y a partir de los sesenta, de seis en seis. Estuve felizmente casado durante doce años y, desde 2010, estoy resignadamente separado. Fruto del nacimiento nacieron Blanca y Begoña, de 19 y 15 años, respectivamente.
Nací el 25 de septiembre de 1955 en la habitación de una rústica villa de Hernani (Guipúzcoa), donde mi familia apuraba los últimos días del veraneo. A los tres años quedé huérfano de padre, así que todo se lo debo a una madre coraje, que, con 42, se enfrentó al reto de sacar adelante, en solitario, a sus seis hijos. Gracias a su sacrificio cursé estudios en el colegio de los Marianistas de San Sebastián. En 1979 me licencié en Ciencias de la Información por la Universidad de Navarra. Cinco años antes, cuando arribé a Pamplona, pensé que no podía haber en España ciudad más antipática y deprimente. Tan negativa resultó esta impresión a primera vista que puse poco empeño en superar las pruebas de acceso. Y, miren por dónde, aprobé. Me alegro, porque fue conocer a sus gentes y abrirse ante mis ojos y mis sentidos la ciudad más maravillosa del mundo. Está claro que una metrópoli la hacen bella o fea las personas que la habitan, por encima de emblemáticos edificios, anchas alamedas, fastuosos monumentos, verdes parques o incluso sinfín de atractivos turísticos.
Finalizada la carrera hice prácticas en el vespertino Unidad, donde desempeñé el papel de Petra, criada para todo, entrañable personaje de una de las historietas que se publicaban en la revista Pulgarcito, allá por los sesenta. Hoy sería políticamente más correcto decir que me comía todos los marrones. Me alegro también porque, principiando en el oficio, aprendía un poco de todo. Después me fui abriendo paso por los vericuetos de la profesión como reportero en Europa Press
y Vasco Press. Sin duda, dos grandes agencias de prensa, auténticas escuelas de prácticas para que un alevín se convierta en un todoterreno. A finales de 1981 recalé en ABC, como corresponsal en San Sebastián. Ello me ha permitido ser testigo directo de aquellos duros años de plomo, precisamente en el epicentro de la ciclogénesis terrorista de ETA. Su fuerza devastadora y cruel se llevó para siempre a muchos amigos, algo que, sin duda, me ha marcado de por vida. El odio nunca es el camino, por estéril y porque no conduce a nada bueno. Así que he optado por acopiar todo aquello que presencié, lo mucho que sentí y la rabia infinita que coseché como arsenal para librar ahora la batalla del Relato. Se ganará si las nuevas y futuras generaciones conocen la verdad de cuanto aconteció mientras arreciaba la lluvia de plomo. Todo un reto.
Me dan cierto pudor los reconocimientos en forma de premio. Pero cierto es que esto no ha sido un problema para mí, porque después de casi cuarenta años, solo me han otorgado tres. Pero tres que me emocionan, al venir de la propia profesión y de las víctimas del terrorismo. Así que los comparto con ustedes, sin ruborizarme en exceso, tan agradecido que estoy por ellos: Premio al Mejor Trabajo Periodístico en Prensa Escrita en 1995, concedido por el Club Internacional de Prensa. Entrega de una placa “en prueba de reconocimiento y gratitud”, “por su valiente labor informativa en el diario ABC”, en 2016, a cargo de la Asociación Víctimas del Terrorismo. Dignidad y Justicia me concedió la Medalla de Plata por mi contribución, desde las páginas de ABC, al final de la actividad terrorista de ETA.
Aficiones: Me gusta caminar, con mochila ligera, por senderos y veredas que no llevan a ninguna parte, pero también disfruto cuando me adentro en los entresijos de la ciudad. Si la contemplación de montes, valles, bosques y ríos estimula el placer, el paisaje urbano agita la curiosidad. Y perderse entre calles y callejuelas despierta la fantasía, cualidad que se lleva bien con el misterio. Siempre llevo a mano un kit de supervivencia con la estilográfica, el lápiz, un cuaderno de notas y otro de bocetos, para perpetuar todo aquello que atraiga mi interés. Y a veces, el móvil. El día que camine y nada me sorprenda, el día que prefiera repasar lo viejo antes que aprender de lo nuevo, algo en mí empezará a morir. Tengo también, entre mis aficiones favoritas, dibujar escenas cotidianas, en la terraza de un bar, o en el banco de un parque. Y, por supuesto, visitar librerías, donde me lanzo a una conversación imaginaria, sobre lo divino y lo humano, con Galdós, Baroja, Balzac, Flaubert, Dickens… Casi nada. A veces, hasta me atrevo a replicarles. Osado ignorante.
Me agrada, también, conversar con mis amigos, no a través del móvil o de las redes sociales, tan útiles para otros menesteres, sino deteniendo el tiempo, en una casa -en la tuya o en la mía-; en el rincón de un bar silencioso; en la playa, con el atardecer al fondo…
Rasgo más sobresaliente de tu personalidad: Soy persona más de reflexión que de acción. Intento aprovechar los momentos de silencios y soledades para pensar y recordar. O soñar. Y esos otros ratos de caminar sin rumbo los reservo para aprender. Aunque aún queda alguna secuela, vencí la timidez de la infancia con la terapia del periodismo. Y no porque el ejercicio de la profesión me obligara a relacionarme con otros, sino porque comprobé que hablar con la gente enriquece el espíritu. Pero también hago mis retiros. A veces lo necesito, lo necesitamos. Dicen, quienes mejor me conocen, que tengo sentido del humor, pero no ese que provoca carcajada sonora y efímera, sino el otro, el que dibuja en el rostro una risa a medio volumen,
abierta y sincera, que se prolonga un buen rato. Incluso en momentos tensos, o en circunstancias tristes. También dicen, esos que me conocen tanto, que soy de carácter tranquilo, paciente. Por eso, cuando el genio, el mal genio irrumpe en mí, alcanza el estruendo de un trueno y tarda en irse lo que un relámpago. Malos humos que se disipan al instante y demoran su regreso.
Pero no saben, sí, esos que tan bien me conocen, que soy aficionado a la peripecia, a la andanza, aunque viaje menos de lo que me gustaría, porque desde hace un tiempo afronto la vida como una aventura, para que cada día tenga su afán, siempre con la esperanza de descubrir, en cualquier instante, algo nuevo.
Tengo dudas en mis convicciones más profundas, que son las religiosas y las morales. A veces, estas luchas internas atormentan, pero casi mejor, porque eso, al menos en mi caso, me lleva a meditar cada día, y la reconversión hace a uno más fuerte. Sí, lo admito, envidio a quien conserva sólidas sus creencias, sobre raíces profundas, porque tan seguro está que sabrá escuchar. Pero desconfío de aquel que proclama a los cuatro vientos, rotundo, tener la patente exclusiva de la verdad. Una de dos, es un dogmático o, simplemente, alguien que se acomoda en la inercia. “Si una persona nunca se contradice a sí misma, debe ser que no dice nada”, sentenció Unamuno. Y que no piensa nada, añadiría yo.
Cuéntanos por qué decidiste ser escritor: Me gusta contar historias. Casi desde que tengo uso de razón. Por este motivo me he dedicado al periodismo. Eso sí, he disfrutado más escribiendo reportajes que me brindaran la oportunidad de hablar con gente dispar, que cubriendo la información puntual del día a día. Reconozco, con independencia del género periodístico, que el hecho de escribir en un rotativo impone limitaciones infranqueables: el espacio, el tiempo -en la mayoría de los casos hay que hacerlo contra reloj-, la objetividad, que pone freno a la imaginación… Pero, concluido mi ciclo laboral en una redacción, me han sido levantadas esas restricciones. A la vista está que cuando trabajas en un periódico eres notario de una realidad y mensajero; en cambio, cuando escribes un libro te conviertes en creador. Casi nada.
Autores preferidos y por qué: Admiro a Benito Pérez Galdós, Pío Baroja, Miguel Delibes, Charles Dickens, Honoré de Balzac, Gustave Flaubert, Emile Zola… Y les estoy profundamente agradecido porque me permiten eludir una realidad, muchas veces dura y aburrida, y porque me he dejado influir por ellos. Que te siga emocionando un texto más de doscientos años después de haber sido escrito dice mucho de su autor. Alcanzan la categoría de genios de la literatura universal, pero para mí, la mayoría de ellos son, antes que eso, grandes cronistas de su tiempo. Describieron con pluma maestra la sociedad, sus ambientes, sus costumbres, como los mejores referentes de la novela naturalista que son. ¡Y cómo trazaron los rasgos sicológicos de sus personajes! Diríase que son reales, extraídos de lo cotidiano. Desde el héroe al villano; desde el opulento y derrochador al avaro; desde el rico al más pordiosero; desde el gris y corrupto funcionario al loco idealista. La descripción de cada personaje constituye un tratado de sicología. Fueron grandes periodistas, autores de las más grandes crónicas literarias. Me emociono, claro. He intentado siempre inspirarme en ellos, y siempre me he quedado a años luz. Por las limitaciones de un periódico, y por las mías propias. Me gustan, además, Victor Hugo, Franz Kafka, Hermann Hesse y Antonio Muñoz Molina.
Tu obra favorita de otro autor: Es muy complicado elegir una sola cuando he tenido la suerte de leer tantas obras geniales, inolvidables. Pero acepto el reto. Me quedo con… ¡Caray, pero qué difícil! Esta bien, elijo Marianela, de Pérez Galdós. Me impactó mucho el desenlace final, por inesperado. Hagamos memoria: Pablo Penálguilas, un joven ciego, se enamora de la belleza interior de su lazarillo, una adolescente a la que llaman Nela (Marianela). Ella, que es pobre, andrajosa, fea y contrahecha, alberga los mismos sentimientos. Pero sus sueños se derrumban cuando él comienza a ver y seduce a su prima, la bella Florentina. Nela desea entonces un final trágico antes que el amado descubra su fealdad exterior. El libro es una crítica social, pero también una historia de amor y desamor poco convencional. Pero sobre todo es un libro que no dejará indiferente a quien lo lee.
Tu obra favorita de las que has escrito: Bajo lluvia de Plomo. Si hubiera escrito mil libros, seguiría siendo mi favorito. Es un relato que comencé en 1979 y lo he acabado, como quien dice, anteayer. Los personajes que aparecen son reales. Yo mismo me he convertido en uno de ellos, eso sí, secundario. En lugar de crearlos conforme avanzaba la narración, ellos me han ido creando a mí. Sí, porque concluida, ya no soy el mismo. Necesitaba compartir todas esas vivencias, tan reales como dramáticas. Por ello convertí el relato en un viaje al pasado, al que están invitados los lectores. Son varias las personas que me han dicho que al leer Bajo lluvia de plomo han tenido la impresión de hacer ese viaje a aquellos terribles años acompañadas por mí. No podría recibir mayor elogio, porque ese era mi objetivo prioritario: lograr la complicidad del lector, que tenga los mismos sentimientos que tuve yo cuando viví de cerca aquellos tiempos.
Tu estilo literario: Lo sitúo entre el ensayo y la crónica. Me gusta contar lo que ven mis ojos, de la manera más natural y sencilla posible, y al mismo tiempo reflexionar sobre esa realidad que capto. Creo que mi estilo es directo, a veces coloquial, quizá demasiado, pero nunca ordinario. Pretendo así buscar la complicidad de los lectores, para mí, algo fundamental. Y si se trata de una novela, intento que se asemeje, en la medida de lo posible, a una crónica social.
Una cita de un autor que te guste: “En los ojos del joven arde la llama; en los del viejo brilla la luz”. Victor Hugo.
Obra en la que te encuentras trabajando en la actualidad: Escribo una novela que se desarrolla básicamente en San Sebastián poco después de que ETA abandonara la actividad terrorista. Los personajes principales son un profesor de Filosofía jubilado que regresa a la Ciudad tras una ausencia de 30 años, y que vive atormentado por el recuerdo de su mujer; un miembro de ETA que una vez recuperada la libertad no sabe qué hacer con ella y se convierte en preso de sus propias contradicciones; y la mujer de éste, esclava de una vida marcada por la soledad y por la falta de pautas morales. Ninguno de ellos es capaz de integrarse en una sociedad que se dice normalizada después de medio siglo sometida al terror de ETA. Tres perdedores cuyas vidas confluyen, cuando ya enfilan su último tramo, en la fatalidad, dando paso a un final inesperado.
Algo sobre tu manera de entender este mundo: Soy consciente de que estoy de paso, como lo acredita el hecho de que muchos de quienes caminaron junto a mí y compartieron proyectos conmigo han abandonado ya este mundo para marchar a otro, quiero creer y creo, mejor. Así que me he propuesto disfrutar de cada día como si fuera el último, ilusionarme con los pequeños detalles. A veces, demasiadas, la muerte llama a la puerta sin avisar. Mejor tener preparado el equipaje. Y mucho mejor si es ligero, no porque ansíes el viaje, sino para que cueste menos
emprenderlo. Más fácil será si se tiene poco apego, porque si abunda lo superfluo, resultará tarea dolorosa y pesada desprenderse de lo sobrante. Vaya lastre tener que acudir en el último suspiro al punto limpio: Esto al contenedor verde, aquello al amarillo y eso otro, al gris. Y todo esto me lleva a pensar, también, que tantas disputas entre semejantes por causas nimias no merecen la pena. Sobre todo, si van acompañadas de ruido.
Tus proyectos inmediatos: Durante el confinamiento, y también en los meses siguientes, escribí, como mero pasatiempo, una serie de relatos cortos sobre temas variados. Pero en todos ellos he pretendido transmitir optimismo, nuestra tabla de salvación en momentos complicados. Me gustaría trabajarlos algo más y, quién sabe, quizá me proponga recopilarlos en un nuevo libro. A ello me han animado personas de mi entorno que los han leído. Y tengo también algunas ideas para ir preparando otra novela. Creo que el terrorismo puede ser una fuente literaria, pero no para inspirar grandes gestas, sino todo lo contrario, porque lo que ha dejado ETA tras su paso devastador son historias de perdedores. Unos con dignidad, otros sin dignidad. Desde el punto de vista humano, nadie ha ganado.