Reproducimos en esta sección la completa reseña que el autor Mikel Askunze ha elaborado para la revista filosófica Mentes inquietas-Jakinmina.

Mikel es catedrático de filosofía de Enseñanza Secundaria. Desde su jubilación, imparte enseñanzas de filosofía clásica y contemporánea a personas mayores de 55 años en la Fundación Vital de Vitoria-Gasteiz. Por estas clases, que ofrece desde hace 15 años, han pasado anualmente numerosas personas interesadas en esta materia. La opinión generalizada de los alumnos sobre estas clases son de satisfacción y en muchos casos de reconciliación con la disciplina filosófica. Como extensión de estas clases y gracias al impulso de Mikel M. Askunze se publica la revista de filosofía ‘Mentes inquietas-Jakinmina’ que ha dado a la luz 47 números y cuyo contenido puede consultarse en el enlace  https://revistamentesinquietas.blogspot.com/  Además, con su colaboración se han retransmitido más de un centenar de programas de radio con temática filosófica que son igualmente accesibles en el blog citado. Coordina, asimismo, sesiones de debate en torno a libros actuales de pensamiento y reflexión con una periodicidad quincenal. Es finalmente autor del libro editado por la Fundación Caja Vital Kutxa ‘Diálogos con los filósofos griegos’.  

Era menester es un libro atractivo y apto para todos los públicos, por su carácter amable, su sugerente estilo periodístico y su redacción sencilla que facilita su lectura.

Su autor, Jesús Grisaleña Galdós (Erpin) es un escritor ya veterano que ha colaborado con sus artículos desde hace más de veinte años en diversos periódicos. Ahora todos nosotros tenemos el placer de poder leer sus escritos en nuestra revista “Mentes inquietas-Jakin mina”

Leyendo este libro vivimos de cerca muchos de los momentos de la vida cotidiana de Pobes (Trobes en su visión idealizada) y, a pesar de su ubicación en un solo pueblo, nos transporta a historias de carácter universal que todas y todos hemos vivido en alguna ocasión.

Trobes, creación del autor, adquiere las dimensiones de un lugar mágico de la literatura, como las realizadas por grandes escritores como Gabriel Márquez cuando nos habla de Macondo, Juan Rulfo que nos sumerge en Comala, Bernardo Atxaga que nos ilusiona con Obaba o Combray al que nos condujo Marcel Proust. Por eso las historias de este libro, aunque sean realistas, adquieren una dimensión fantástica.

Pasaré ahora a describir mi encuentro con esta obra que, al leerla, hizo que la situación de aquel momento fuera solo un telón de fondo. Viajaba yo en el tren y tuve por agradable compañía este libro con el extraño título de “Era menester”. Parte de su lectura ocupó todo el tiempo del viaje de ida. Entre relato y relato miraba por la ventanilla y encontraba un paisaje que encajaba en los alrededores de Trobes y, a veces, en el pueblo mismo.

Pasó volando el recorrido y esperé con ilusión el retorno para seguir leyendo. Mi fiel compañero tenía la ventaja de que no pagaba el asiento porque iba en mis manos. Cuando llegué al final, me enteré del motivo de su título, lo que tranquilizó mi curiosidad. Al término de mi recorrido saboreé los episodios que me habían cautivado más, degustando en la relectura sus idas y venidas.

Tendría que decir que no es una novela al uso, sino una serie de relatos que forman un todo coherente. Se trata de narraciones de la vida cotidiana, contadas con cierto humor, ironía y gracia. Por un defecto profesional quise buscar en ellos algún trasfondo filosófico. No encontré en estos episodios una clara referencia a las contradicciones sociales,  políticas y económicas que habrían supuesto un seguimiento del pensamiento de Carlos Marx. Hallé, sin embargo, la paz y el sosiego de los filósofos estoicos. Encontré que en algunos casos el hedonismo epicúreo asomaba en el trasfondo de las vivencias relatadas. Un placer equilibrado y sosegado presidía con humor las actitudes de algunos de los personajes, incluido el autor.

Cuando iba leyendo el libro en el viaje que he citado me encontraba en cada estación por las que pasaba el rostro sonriente de Jesús Grisaleña, charlando conmigo. Esto creo que me ocurría porque el autor establece un diálogo continuo con el lector al que se dirige preguntándole cosas y confiando que esté al otro lado de sus palabras. Creo que Jesús se imagina a su lector con cara de gozar y sonreír, degustando los distintos episodios e incluso algunas veces teme que su leedor le reproche algo, por ejemplo el acabar demasiado pronto algunos relatos que él mismo habrá vivido en alguna ocasión.

Un día saqué a pasear el libro de Erpin (pseudónimo utilizado muchas veces en sus escritos por Jesús Grisaleña) y me fui a dar una vuelta por el bosque de Armentia. Los parajes que recorría, los olores que aspiraba y hasta el viento fresco que me animaba a caminar me recordaban al Trobes (Pobes) de “Era menester”. Y es que ese libro establece un contacto con la naturaleza que se rebela contra la contaminación. Recordé uno de los episodios de la obra en el que una perra ladra furiosa al avión que vuela inalcanzable, metiendo ruido y chorreando humo. Todo un símbolo de esa reivindicación de la pureza del medio ambiente.

La paz del bosque me devolvió la calma, a pesar de que yo también divisé un avión desafiante por el firmamento. Me senté en un árbol caído y fui releyendo algunos relatos. La tentación de narrarlos en mi reseña sobre este libro se desvaneció ante la idea de que eso sería hacer spoiler y le quitaría frescura a la lectura de la obra.

De repente percibí con cierto sobresalto que las ramas que estaban frente a mí se removían violentamente. Me sobresaltó la idea de que el jabalí del que Erpin nos hablaba en el libro iba a surgir iracundo ante mis ojos. Un cierto temblor aceleró mi corazón hasta que comprobé que del matorral salía un perro juguetón que corría tras su amo. Ya tranquilizado, pensé en el jabalí de los relatos de “Era menester”. Se trataba sin duda de un animal totémico que, sacrificado y muerto en un accidente, después servía de comida a todo un grupo de la comunidad de Trobes. Muerte y comunión de un cuerpo sagrado y misterioso. El autor del libro debió experimentar las mismas pesadillas mítico-mágicas que algunos de nuestros ancestros en el paleolítico. Reconoció al animal totémico, vengador de su muerte, en un gato enfurecido que le intimidaba por las calles del pueblo y sobre todo en un pájaro negro del mal agüero  que le sobrevoló amenazante en círculos concéntricos sobre su cabeza. Eran encarnaciones del animal sagrado. En fin Trobes era realmente un lugar mágico.

Tras un largo paseo en el que, como buen peripatético, fui releyendo algunos de los sabrosos episodios, decidí regresar a Gasteiz. Compraría antes de ir a casa “pan de verdad” como el que a veces se vendía en Pobes. Al entrar en la ciudad, me encontré con un amigo que a su vez era vecino de Jesús Grisaleña y le hablé del libro que llevaba en mis manos. Como se interesó sobre el tema, le fui comentando relatos en los que se hablaba de los tomates de Trobes, de los huevos de dos yemas que alimentaban a la población, de la casa de Benita, de los graciosos motes que se usaban en el pueblo, de la historia del ladrón de flores, de los problemas que creaba el paso a nivel, de…

Bueno, bueno, que se hace tarde nos dijimos. Cuando nos despedíamos mi amigo prometió leer el libro de cabo a rabo y no aceptó que le prestara el mío porque él quería tener el suyo propio. Finalmente le comenté  que había escrito ya una pequeña reseña o crítica sobre este libro para que se publicara en nuestra revista en la que Erpin era una figura muy importante. Él me preguntó: ¿Por qué has escrito esa reseña? Y a mí no se me ocurrió otra cosa que contestarle: Porque era menester.

                                                                                 Mikel Askunze

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