Barcelona, 1973. Tras la visita de la escritora María Barbal a su instituto, descubre el gusto por la literatura y también por la escritura. Desde entonces escribe a diario y en secreto. Técnico en Farmacia por el Colegio de Farmacéuticos de Barcelona, durante años ejerce esta profesión. Tras su paso por la facultad de Derecho trabaja para dos multinacionales y como concejal de Sant Boi del Llobregat. Entre sus obras premiadas y/o publicadas, Estoy en otoño, Premio Constantí, y la obra que aquí se presenta, en su versión reducida en catalán, Premio Delta y finalista del Hispania. Punto, finalista del Constantí, 2024, el relato Tengo Alzheimer, así, sin más, antología(Forjadores de Sueños, 2017), el relato Nieve en el Sahara (Ed. Publiberia, 2016), Paciente 4.0, finalista Premio Hospital Clínic, 2010, Punto muerto, finalista del Abacus Sant Jordi, 2010 y el relato Estoy en otoño (Tarragona, 2009), finalista del Premio Literario Constantí.

Dónde resides, tu edad, tus estado civil:

Vivo en Sant Boi de Llobregat ( Barcelona) y tengo 51 años.

Reseña biográfica informal:

Mi vida no es nada anodina. Soy fruto del amor de una pareja de adolescentes. Nací en Barcelona cuando mis padres tenían 17 años, así que, en muchos aspectos, han sido más hermanos que padres. Conviví toda mi infancia y parte de mi adolescencia con mis padres, abuelos y bisabuelos por parte materna. ¡Imaginaos el choque generacional! En mi colegio había compañeros con muchos hermanos, pero nadie vivía con gente nacida a finales de 1800. A eso sumad que era altísima – con trece años ya medía 1,76 – y la empollona oficial de la clase. El título de rarita me lo gané a pulso.

Empecé a leer muy pronto. Recuerdo que aún iba a párvulos, cuando una tarde, estando con mi abuela en la cocina, empecé a leer palabras sueltas del cuento que hojeaba cada día al salir del cole.

Mi abuela soltó el cucharón de golpe y emitió un grito estremecedor: ¡LA NIÑA LEE! Mi madre acudió rauda y con el índice fue señalando palabras. Yo las iba leyendo dando golpes de voz en cada sílaba. Parece que era algo no muy habitual, porque después de constatar que la niña leía, mi madre salió disparada a contarlo a la vecina. A partir de entonces mi frase favorita fue: Este cuento ya me lo sé, quiero otro. Más adelante cambié lo cuentos por TBO’s y luego vinieron los libros.

Lo que hizo tanta ilusión al principio, luego parece que causó disgusto porque la frase que más me repetían era: Pues lo vuelves a leer, que no ganamos para libros.

Lo de escribir ya no me gustaba tanto.

“Redacción: ¿Qué has hecho estas vacaciones?” 100 líneas. Sin faltas y buena letra, que después lo tengo que leer, no adivinarlo – ordenaba la señorita Pilar a la vuelta de cualquier periodo vacacional.

Y yo pensaba: Señora, pero ¿qué quiere que haga si tenemos en casa a los abuelos y no los podemos dejar solos? Pues, mire, mis tareas domésticas aumentan, porque somos muchos en casa y tengo que arrimar el hombro. También hago los deberes que usted me manda, que no son pocos. Con algo de suerte, mi padre nos lleva un día a la playa; sólo uno, porque a él no le gusta. Mis vecinos, que son muy piadosos, si van al cine con sus hijas, me llaman para que me acople y mi abuelo, que es agricultor, me lleva al campo a coger ciruelas. Y ya estaría, oiga, pero eso no da para cien líneas y ya no sé qué más poner.

Odié escribir durante mucho tiempo, porque escribir era contar y yo no tenía nada que contar.

Pero he aquí que llego a BUP, al Instituto Rubió i Ors, y me cambia la vida en todos los aspectos.

De ir a un colegio pequeño, de solo una línea, en el que el encorsetamiento estaba presente en cada rincón, paso a un instituto enorme. Yo iba a segundo G, imaginaos la de gente que había allí metida. Clases de 45 personas. La de literatura fumaba mientras te hablaba de Lorca, el de filosofía se presentaba con un eye-liner que ya hubiese querido Amy Winehouse, el de ética era un heviata, cada profe era un mundo por descubrir. Por los pasillos se oía hablar de sandinismo, del Che, de socialismo y de fascismo…Ahí descubro la música, la política y la literatura.

 La empollona, la que su madre procuraba que vistiera como una niña bien, se empieza a juntar con los heviatas culturetas, los que siempre andaban hablando de rock, de política, de libros, de tías buenas y de birras. Yo los observaba de lejos con cierta admiración, pero no me atrevía a hablarles porque lo de ser la rarita me había marcado a fuego.

A pesar de mi aspecto de fan de los Hombres G, uno de ellos se acercó a mí y me propuso escuchar una cinta de Mark Knopfler y otra de Queen. Ya no hubo marcha atrás. Quedé abducida por aquel ritmo y desde entonces soy una rockera empedernida. Ellos acabaron adoptándome y empecé a vestir de negro mañana, tarde y noche, para disgusto de mi madre que decía que el rosa palo me sentaba mejor. Y luego añadía: “Y no se te ocurra fumarte un porro o drogarte. A ver por qué no nos has podido salir normal”.

Pero cómo voy a salir normal si desde que nací no ha habido nada normal en mí, pensaba.

En el insti nos hacían leer muchísimo: Bécquer, Pérez Galdós, Lorca, Wilde, Vázquez Montalban, Guimerà, Montserrat Roig , Barbal…¡Ay, Barbal!

El día que vino Barbal al insti a presentar “Piedra de cantera”, ese día, me di cuenta que eso de las redacciones que tanto me martirizaban se había acabado. Esa mujer no relataba hechos, uno tras otro, como si hiciera la lista de la compra. Ella hablaba de sentimientos, describía cómo se sentía en cada frase y yo de sentir sabía mucho, porque me había pasado la vida sola, callada y mi única ocupación había sido dejarme llevar por las emociones.  

Mis escritos cambiaron radicalmente y esas cien líneas que antes me costaban un mundo, luego se convirtieron en doscientas, trescientas, quinientas…Ya no había quien me parara. Era el Forrest Gump de las letras. Los folios caían de la máquina de escribir, uno tras otro.

Aún así, y para sorpresa de todos, cursé el bachillerato científico, porque soy rara, pero sobre todo porque quería ser médico. Qué disgusto para mi profesora de literatura que me veía dedicándome a la filología, pero más disgusto fue para mi profe de mates que al verme el primer día en clase exclamó: “Pero, Lerma, ¿qué haces aquí si las matemáticas se te dan fatal?”.

A pesar de que nadie confiaba en que aprobara, lo hice y no entre en medicina por una cuestión muy larga de explicar, pero que igual un día os cuento. El caso es que acabé estudiando Técnico en Farmacia y durante muchos años trabajé en Oficina de Farmacia.  Luego en una multinacional inglesa y luego en otra francesa.

No os olvidéis de que Barbal me había metido el gusanillo de la escritura en el cuerpo, así que durante todo ese tiempo estuve escribiendo en secreto y escondiendo todos mis relatos.

Conocí al padre de mi hija, me casé, tuvimos a la niña y me convertí en la perfecta ama de casa. Lo que ahora llaman una tradwife. Era como vivir en el Show de Truman y me di cuenta que no me gustaba. Yo quería hacer más cosas, quería ir a la universidad, aprender, aprender, aprender. Era mi asignatura pendiente.

Me divorcié, pero entonces aún tenía que trabajar más y no podía estudiar, menos aún con una bebé. Lo de la uni tomaba distancia de nuevo.

Fruto del cansancio o de vete a saber qué, me brotó una enfermedad autoinmune que me provocó una artritis terrible que casi me impedía andar. Me incluyeron en un ensayo clínico porque ningún tratamiento funcionaba conmigo y me dieron una baja que se preveía muy larga y ¿sabéis qué hice?

Sí, eso, irme a la facultad de Medicina para intentar matricularme.

—Perdone ¿pero usted tiene disponibilidad para pasar media jornada en clase y otra media en el hospital? – preguntó la recepcionista.

—Pues… no

—Ya me parecía a mí que por la edad…

Salí cabizbaja, pero luego recordé que cuando llevaba la contraria a mi abuela ella me llamaba picapleitos y que cuando llegaba a casa hablando de justicia social, ella apuntaba: “Esta va a ser la bogada de los pobres”.

Ahí estaba la respuesta: Derecho era mi carrera. Me matriculé casi fuera de plazo. El primer día de clase, rodeada de yogurines, se me acercó el profe de Constitucional y dijo:

—Ya tenemos aquí a la madre. Cada año tenemos a una madre. ¿A que es madre?

—Sí…

—Ya. ¿Y pretende llegar a ser una gran abogada a su edad? Pues mire, usted va a ser la abogada de las 3 P: Putas, pobres y parientes.

—Lo de putas, bien. Lo de pobres, bien. Lo de parientes ya no me hace tanta ilusión. Aunque si no tengo clientela, igual puedo acabar en la uni dando clases de Constitucional —solté a la vez que pensaba que ese tío me iba a hacer cruz y raya in aeternum.

(Silencio) (Sonrisa)… La madre es buena… es buena.

Tuvimos muy buena relación, sorprendentemente.

Por aquella época escribí un cuento para mi hija, para que entendiera que su madre estaba enferma, pero que era algo pasajero. En casa alucinaron con el cuento, me preguntaron de quién era, dije que mío y para qué hablé… “¿PERO TÚ ESCRIBES? ¿DESDE CUÁNDO?

Nada, hará unos 20 años. Imaginaos la cara de mis padres. ¡*oño! La rarita escribe. Por fin la respuesta a la pregunta del millón: Ció ¿qué haces en la habitación encerrada tanto tiempo?

Descubierto el pastel, mi pareja me empujó a mandar algún relato a concursos literarios. Me llevé algún premio. No contentos con eso me propusieron escribir una novela, les dije que la escribieran ellos.

Llevé un día a mi hija a extraescolar y vi que se anunciaba un concurso de novela dotado con 3000 euros y publicación. Volví a casa y les dije: ¿sabéis? Igual teníais razón y he de escribir una novela. ¿A quién le amargan 3000 lereles?

La escribí en catalán. Un mes documentándome y 16 días escribiendo sin descanso, de 7 de la mañana a 1 de la madrugada, porque cuando vi el anuncio ya se agotaba el plazo de entrega. Gané. Otro día con más tiempo os cuento la entrega del premio que recibí de la gran Rosa Regás y que merece capítulo aparte por lo cómico que resultó todo, por mí, no por ella que estuvo estupenda.

El ensayo clínico funcionó y me pude reincorporar al trabajo. Quise compaginarlo con la uni, pero aguanté sólo un semestre más. Niña, trabajo y uni se me hacía cuesta arriba. Eso sí, Civil me lo dejé terminadito hasta cuarto porque me apasionaba.

Con el tema del libro me di a conocer en mi ciudad y acabé en política. Fui concejal de Salud Pública, Tenencia Responsable y Bienestar de los animales y Política Agraria. Más títulos que la Duquesa de Alba, no cabían ni en la tarjeta de presentación. La alcaldesa siempre decía: Es nuestra regidora de salud y de muchas cosas más.

 Aguanté un mandato y salí por patas. De la política aprendí que: Si quieres, puedes trabajar sin descanso y dejarte la piel que pocos te lo agradecerán, pero, si por el contrario, prefieres ser un vago, basta con que seas un buen RRPP para que te rían las gracias.

También aprendí que hay buena gente a derecha y a izquierda, y que también hay malos entre los que siempre creíste que eran los buenos. Que lealtad es el nombre de una calle del barrio del Raval de Barcelona. Que si eres capaz de movilizar el voto siempre tienes razón y que, si no formas parte de un grupo de presión, ya puedes gritar que no te van a escuchar. Que, si te mueves, no sales en la foto y que, si la envidia hiciera volar, el Congreso, los Parlamentos y los Ayuntamientos serían aeropuertos.

Confiada en encontrar otra vez trabajo en la privada, llegó la pandemia y un cáncer. Luego otro cáncer. Y, ¿qué hace Ció cuando está de baja? Escribir y presentarse a concursos literarios. Novela: ¿Quién te dijo que el agua del mar era dulce?, Finalista del Premio de Novela Histórica Hispania. Adarve me lo publica y aquí estamos.

Por cierto, ambos cánceres han sido renales. ¿Sabéis qué posibilidades hay de que una mujer joven, deportista, no obesa, no bebedora, no fumadora, tenga un cáncer renal bilateral sincrónico? Ínfimas. Rara hasta límites insospechados. Ahora vivo con un solo riñón, lo que acentúa aún más mi rareza y trabajo como project manager, que sí cabe en una tarjeta.

AFICIONES

Me gusta: La música en general, sobre todo el rock. Viajar, pasear por la playa en invierno, leer, escribir, la repostería (hacerla), el deporte, los perros, hablar en francés, pasar tiempo con mi hija, que me digan que el TAC está limpio.

No me gusta: El reggaetón, TRAP, Rap y similares. La hipocresía, la maldad, la injusticia, las serpientes, los caracoles (comerlos), que en el metro se me siente al lado el que es alérgico al agua, que la Sanidad Pública se nos esté yendo a la mierda y nadie haga nada al respecto.

RASGOS DE MI PERSONALIDAD

Soy extremadamente tímida, pero lo disimulo bastante bien. De mí, puede que oigáis que soy una persona encantadora o que soy una estúpida, sabed que nadie miente, todos tienen razón. Suelo comportarme según recibo. Podéis verme con una chupa cruzada y jeans o con un traje chaqueta y tacones, soy la misma y estoy igual de cómoda. Me adapto fácilmente a cualquier ambiente. Si me das un abrazo y me gusta, pediré más.

¿POR QUÉ ERES ESCRITORA?

Nunca decidí ser escritora. De hecho, no me siento cómoda diciendo “soy escritora”. Simplemente, escribo. Hay gente a la que le gusta lo que escribo y gente a la que no le gusta.

Mi autor preferido sin ningún género de duda es Eduardo Mendoza. Sólo un escritor versátil como él es capaz de crear obras como Sin noticias de Gurb, La verdad sobre el caso Savolta, Riña de gatos o El asombroso viaje de Pomponio Flato. Lo he leído casi todo de él. Si la ironía es un rasgo de inteligencia, este hombre es superdotado.

Adoro leer teatro. Una de mis mayores alegrías fue poder leer El enfermo imaginario de Molière en francés antiguo. Hay que ser rara para eso. Shakespeare me alucina. 

Recientemente he descubierto a Pilar Eyre y me fascina su manera de narrar. Esa fluidez, esos giros de guión y esos finales que te dejan seca por dentro. Muy recomendable.

De todo lo que he escrito me quedaría con un relato: “Punto muerto”. Me hace gracia que haya recibido algunos premios y nadie, a fecha de hoy, haya sido capaz de interpretar qué es lo que intento transmitir. Cada uno entiende lo que le parece y está bien, porque todos dicen disfrutarlo y ese era el objetivo.

No tengo estilo literario definido. Escribo cuando me apetece y necesito vaciarme. Escribir, para mí, es terapéutico y escribo según esté mi ánimo. Lo que no soy es poeta, eso lo tengo claro.

MI CITA FAVORITA

Ahora no me va bien morirme. Pau Donés.

ACTUALMENTE

Estoy trabajando en una novela que se titula “Ignorantes”.

FILOSOFÍA DE VIDA

Haz bien y no mires a quién. Vive y deja vivir.  Tempus fugit, carpe diem et memento mori. La vida es un tango y estamos aquí para bailarlo. Este es mi espacio vital, este es tu espacio vital; solo convergerán si ambos estamos de acuerdo en que así sea.  No es que no esté, es que no te quiero abrir.

PROYECTO INMEDIATO

Vivir, que no es poca cosa y, mientras vivo, intentar disfrutar al máximo por si esto se acaba de repente. Que la gente que me quiere se sienta orgullosa de mí.

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