Nací en Villarrica, Tolima Grande, Colombia, durante la violencia bipartidista que dio inicio en los años 40´s, posterior al asesinato de Jorge Eliecer Gaitán. Igual que en cualquier otro país, nos criamos en medio de una riada de episodios de violencia y unos cuantos de paz.
En 1.957, el desplazamiento de partidarios del liberalismo al pie de cordillera amazónica, fue inevitable: no obstante, aislados en aquel paraíso terrenal -junto a mi familia- viví los momentos más sorprendentes, asombrosos y espectaculares de mi vida.
En los Llanos del Yarí la jungla es tupida, de un verde exuberante, con árboles enormes, e irrigada por Caño Cristales -el río de los 7 colores-, además de otros de abundante caudal. Un hábitat idílico repleto de innumerables y multicolores aves cantoras, cuadrúpedos comestibles de mediano tamaño, peces con fuerzas como un toro de lidia y serpientes de todas las tallas. En todos los ranchos construían paseras en las que se colocaba a madurar bananos, plátano macho y frutas silvestres; igualmente, en las noches, arrullados por los sonidos de la selva, mientras en un segundo piso intentábamos dormir sobre tablillas de yaripa, arribaban dantas, chigüiros y marranos de monte a comer desperdicios de yuca, plátano y chontaduro desperdigados por el patio bajo el rancho con paredes de bahareque y techumbre cónica de paja. En las mañanas podías capturar tortugas con tus manos y cargarlas en hombros para luego ser sacrificadas…un manjar de caciques. En época de verano, pequeños lagos a punto de secarse, los niños aprendíamos a pescar con nasa tejida en fibra de cumare y arpón de madera, de fabricación indígena: verdaderas obras de arte; ni qué decir de quillas y canaletes. Pensarás que son relatos míticos, pero, si hubieses pasado unas vacaciones allí, hoy, continuarías intentando preservarles.
Desde niño sentí especial atracción por las Ciencias Humanas y las Artes: música, dibujo, publicidad y trabajo social. Leí comics de diferentes nacionalidades y novelas de vaqueros. Como era costumbre de la época, debíamos aprender de memoria apartes del Quijote, vida de los conquistadores y la Biblia. A los 14 años gané el primer concurso escolar con el tema “Futuro del Nadaísmo” y recibí los elogios del maestro Aldemar Tello, congratulaciones demasiado escazas por entonces; esto reafirmó mi pasión: Las Letras. Asimismo, gané algunos centavos escribiendo cartas de amor; ¡Ah, cómo recuerdo las máquinas con teclas de tacón alto!
En los años siguientes leí ávidamente varias obras de escritores costumbristas colombianos y latinoamericanos: Tomás Carrasquilla, Ernest Hemingway, Jorge Isaac, Fernando Soto Aparicio, Vargas Llosa, Vargas Vila, José Asunción Silva, Álvarez Gardeazabal, Eduardo Galeano, Fanny del Rio (Malinche) y por supuesto, Gabo. Mi padre Arturo era asiduo lector de El Espectador y en su mesa de noche conservaba los discursos en texto y disco de Larga Duración de Jorge Eliécer Gaitán. Una vez abandoné la carrera de Arquitectura (U. Piloto de Colombia), trabajé como empleado de la Rama Judicial y luego, tinterillo o picapleitos.
Posteriormente ingresé al MEN como docente hasta nuestros días. Graduado en Filosofía y Letras de la Universidad Santo Tomás, en mis obras -si me es permitido- siempre aparecerá el agradecimiento perenne a la “Santoto” por la iluminación intelectual que me ofrecieron sus brillantes maestros y directivos: mi tesis de grado le bauticé “Metáfora Garciamarquiana”. El ejercicio como escritor lo he desarrollado en silencio y con humildad.
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Parte de nuestra familia, de vacaciones en Washington
Los hábitos de lectura y escucha son indispensables para plasmar escritos literarios y es una oportunidad para monologar, aprender, desaprender y crecer. Podemos afirmar entonces, que redactar literatura es un acto de ensimismamiento reflexivo del que jamás quisiera despertar: en efecto, escribir, le considero un vuelo de ensueño en el que no existe otro tiempo y espacio diferente al de nuestros recuerdos vivenciales. Por lo demás, estoy absolutamente convencido que la felicidad habita en el valor que asignemos a la simplicidad maravillosa de nuestro propio entorno.
Me apasiona escribir sobre el mundo indígena prehispánico. A propósito, les reitero otra vez que, en cuanto al Calentamiento Global, “el tiempo se nos acaba, y -así se nos antoje cruel- no hay cama para tanta gente”. Llegó la hora de actuar con diligencia o en su defecto, pereceremos arrasados por las fuerzas de una naturaleza desestabilizada y enloquecida.
Tratar de hacer entender que no existe otra alternativa: “Ser o no ser” al mejor estilo de Shakespeare. La resistencia a un cambio lento nos saldría fatal. Es prioritaria la adopción de alternativas de producción amigables con Tierra: es la fórmula mágica. Reviste carácter de urgencia la puesta en escena de los valores humanos universales sin tener en cuenta la raza, creencias religiosas, políticas e intereses personales. Apremia aceptar nuestra condición humana de seres permeados por el bien y el mal; éste último ingrediente entendido como toda acción que perjudique la supervivencia humana: para revertir el Calentamiento Global podemos parodiar la máxima de Mussolini: «Todo bajo las normas de cuidado del planeta, nada fuera de la reversión del Calentamiento Global, nada más contra Pacha mama”.