Aunque La Mancha parecía no tener fin, yo quería encontrarlo a lomos de mi bicicleta antes de que acabara el verano. En esas andaba, volando por páramo, cuando la campana de la iglesia anunció la muerte de mi abuela. Los ciclistas se congregaron por última vez para honrar a la Reina, así la llamaban, la Dama Rodante, la mejor de todos los jinetes de dos ruedas. De pronto, sin nadie esperarlo, el sol se detuvo, encallado en el horizonte. Para traer de vuelta los días y las noches y salvar a los hombres de la locura, mi padre y yo nos lanzamos a rodar por el llano en busca de respuestas que quizá solo existan en la imaginación.
Andrés Pinar Solé. Alcázar de San Juan, 1992.
Es un manchego literal, literario y viajero pues, como decía don Quijote: «el que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho». La curiosidad y la ciencia le han llevado a lugares tan dispares como Praga o Seúl, donde investiga las propiedades cuánticas de los átomos. A la vuelta de su viaje por Japón, narrado en su primera novela El color de los boniatos, el autor emprende otro viaje, esta vez hacia la juventud, donde los recuerdos y las historias fantásticas se confunden mientras rueda por las infinitas llanuras manchegas.