Álvaro Ordoñez Iragorri, autor del libro El preso y el que está muerto.... y otros relatos. Editorial Adarve, publicar un libroNací hace sesenta y dos años en Bilbao, así que soy de la añada del 60. (Eso no es decir mucho, pero por algo hay que empezar).

Los primeros treinta años de mi vida los pasé en Portugalete, localidad a la que vuelvo asiduamente y en la que sigue viviendo parte de mi familia. Allí estudié (es un decir), en el Colegio Santa María, pero la fatalidad quiso que, frente a mi casa, se erigiese el mejor cine del pueblo y seguramente de la margen izquierda del Nervión, el “Java”.

Me interesaba mucho más lo que le pasaba a Frankenstein, Buffalo Bill o Maciste que cualquier tostón que me intentase explicar un esforzado profesor bajo la implacable mirada del Generalísimo, aunque solo fuera en retrato.

Para colmo de males, los niños de mi generación tuvimos el privilegio de contemplar en la tele los sábados por la tarde las mejores películas clásicas presentadas por el gran Alfonso Sánchez.

En resumen, los estudios a la deriva y esclavitud perpetua para con el mundo audiovisual.  Desde “Un millón para el mejor” hasta “Ironside”, desde Tarzán hasta “Sonrisas y lágrimas”, desde “El capitán Trueno” hasta “Dossier Negro”. Poco más tarde (y pasando por la colección completa de Tintín), llegaron los primeros libros.

A la tierna edad de trece años ya me había embaulado todo Poe y la mayor parte de “Vampus”, así que me pasé la preadolescencia, dulcemente aterrorizado.

Llegó la adolescencia con toda su carga de dudas secretas y pedantería pública. En lo intelectual, compré libros (Freud, Kafka, Camus…) que no leí hasta que los pude entender años más tarde y música que devoré por toneladas (Yes, Jethro Tull, Pink Floyd…). Esa música, para mí hoy superada, fue la que me abrió la puerta a otras que me han acompañado siempre y que incluso me ha llevado a divulgarlas en diversas emisoras radiofónicas.

He dirigido y presentado programas de “Jazz” y otro tipo de músicas durante años. Al mismo tiempo. Mi afición por el cine me llevó, junto con otros amigos, a producir y más tarde a protagonizar cortometrajes y finalmente como actor secundario, largometrajes (“Solo se

muere dos veces”, “Sabotage”, “Muertos comunes”, “Un mundo casi perfecto”). Puede que alguien piense que soy actor, tranquilos, tengo recortes de prensa en los que los más prestigiosos críticos cinematográficos del país aseguran que no lo soy en absoluto.

Como una cosa lleva a la otra, durante un tiempo presenté, guionicé y realicé diversos programas de televisión en emisoras locales y también la televisión pública vasca (ETB).

Un diploma acredita que soy decorador, profesión a la que nunca me he dedicado porque nada más llegar licenciado de la mili (Lanzarote) tuve que ponerme a dirigir la empresa familiar que se encontraba en una profunda crisis. Nada pude hacer para salvarla, pero el calvario duró ocho años.

A estas alturas habrán adivinado cuales son mis aficiones. La música (todo tipo de música) siempre que sea buena.  Decía Duke Ellington que solo existen dos tipos de música, la buena y la mala. Y por supuesto, me gusta el cine y la lectura.

A la hora de destacar un rasgo de mi personalidad, decir quizá que mis defectos son innumerables, imagine el lector todos los que se le ocurran y se quedará muy corto. Puede que el otro plato de balanza se compense con mi insaciable capacidad para devorar cualquier tipo de información, sobre todo cultural.

Mis autores favoritos son muchos. En novela negra, que es mi negociado, la santísima trinidad es Hammett, Chandler y Simenon, no necesariamente por ese orden, aunque quizá no podríamos decir que Simenon sea exactamente novela negra. Digamos que es un verso suelto. Naturalmente, me gustan mucho otros: Jim Thompson, Kerr, Rankin, Camilleri, Lemaitre y muchos otros. En general, Dickens, Plá, Zweig, Mann… resulta evidente que todos ellos me han influido a la hora de escribir y más evidente aún que no he estado a la altura, pero sigo intentándolo.

Una obra de la que hago proselitismo y que procuro siempre regalar es “Los papeles póstumos del Club Pickwick”, de Charles Dickens. Es tronchante.

Como ya he dicho, a lo largo de mi vida he escrito bastantes guiones tanto para radio como para televisión y cine, pero fue a raíz de enterarme de la huella de mi bisabuelo y su hermano, desaparecidos en los Estados Unidos a principios del siglo pasado buscando un futuro mejor. Eso me animó a escribir mi primera novela: ”Go West, mutil”.

De los libros que he escrito, puede que sea el último del que me sienta más satisfecho: “El preso y el que está muerto y otros relatos” porque dejo de lado la parte de aventura del anterior y me centro en relatos muy concretos de novela negra (no conviene confundir con novela policíaca). Me gusta este género porque permite al escritor analizar lo más oscuro de la sociedad y el alma humana: la corrupción, la codicia, los celos, la envidia…

Hay una frase que Raymond Chandler pone en boca de Philip Marlowe: “Hay gente empeñada en defender una dignidad que nunca ha tenido”. Da que pensar.

Mi manera de entender el mundo es muy sencilla: se divide en buenos y malos. Por el momento siguen ganando lo malos, los buenos solo ganan en las películas malas.

En estos momentos estoy trabajando en nuevo libro que tiene como protagonista a un personaje que aparece en tres relatos de “El preso y el que está muerto y otros relatos”, el detective Crispín Pantaleón. Le he cogido cariño y le sitúo esta vez en la Cuba de la revolución castrista del 59 y en el final de la dictadura de Franco, en 1973.

Uso de cookies

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.

ACEPTAR
Aviso de cookies