Nací en el 55. Vivo en Madrid desde siempre. Y a partir del 15 me mudo a San Blas para casarme.
Como todo madrileño que se precie, no soy de aquí. Nazco en Úbeda, provincia de Jaén. Todos mis recuerdos son urbanos, de esta ciudad, toda mi vida transcurre en Madrid. Los primeros recuerdos surgen en sus arrabales, en el barrio de Ventas, en las chabolas donde los emigrantes del campo español pasaron más años de los que nunca imaginaron. Los segundos, con otra textura, otra realidad, pertenecen a Villaverde Alto y los poblados de absorción que tanto juego dieron ─esos poblados fueron la apoteosis del chabolismo, toda una manera de vivir─, y pertenecen también ─o sobre todo─ a mis vecinas ─la promesa de un desconocido universo esperando al chaval─. Y son los recuerdos de un niño obrero ─imposible olvidarlos─, un niño sin escuela. Entonces no me importaba, los niños tienen otras preocupaciones, pero las cosas como son, ahora echo en falta una pizca de instrucción formal, un poco más de vocabulario ─los autodidactas somos especialmente contradictorios─. Y son recuerdos del teatro. De joven, de muy joven ─un chiquillo, en realidad─, hacía teatro en un grupo independiente con otros jóvenes airados. Poco después, como si efectivamente tuviera madurez y un poso de experiencia suficiente, me puse a escribir. Pero esa es otra historia, una historia y unos recuerdos diferentes.
Estudios: Formación profesional de segundo grado en Estudios Financieros y Arte Dramático (actor).
Experiencia laboral: Cuarenta años en banca.
Aficiones: Soy muy soso en esto de las aficiones. La mayor es, sin duda, la vida en general y el arte, en cualquiera de sus manifestaciones. Además de charlar y charlar cuando se tercia.
Rasgo más sobresaliente de tu personalidad: Soy bastante reservado, y tan observador como arrogante. Algo maniático y perfeccionista. Amante de las polémicas y de largas y productivas discusiones.
Cuéntanos por qué decidiste ser escritor: No lo decidí. Era un chiquillo tímido y solitario, aún lo soy. Escribir es un paso inevitable para algunas personas. Pero es cierto que en algún momento pensé que me serviría para ligar. Ya ves, tímido, solitario y soñador: el perfecto cliché.
Autores preferidos y por qué: La mitomanía no es mi fuerte, depende del día y del momento. Es verdad que prefiero a los poetas, con una debilidad personal por las mujeres poetas. Y a cualquiera que escriba teatro. Y a un montón de novelistas en los que el sexo se diluye, resulta indiferente. Pero, puestos a elegir, elijo los clásicos, los del siglo de oro, los de la llamada edad de plata, los contemporáneos de la generación del 50. Por suerte, mis preferencias dan para muchos días, para muchos estados de ánimo.
Tu obra favorita de otro autor: Me ocurre lo mismo que con los autores, exactamente igual. Aunque, claro, ¿cómo olvidar la adolescencia? ¿La primera lectura de Bécquer, el terremoto de sus rimas? ¿El descubrimiento de Rubén, su deslumbrante escritura? En fin, los primeros amores es lo que tienen, nunca se olvidan.
Tu obra favorita de las que has escrito: La siguiente. La que estoy escribiendo, sin duda alguna. Aunque tanto Entre horas como Mano a Mano no me disgustan en absoluto.
Tu estilo literario: Según la obra a la que me enfrento. En poesía, quizá esté más definido: la del conocimiento o de la experiencia. En las novelas que trabajo ahora, es el de la intriga, dentro de un marco de ciencia ficción. Y en teatro, como en cualquier género literario, pero de una manera más acusada por sus características, el que esté al servicio del asunto que te ocupa: desde el drama, o el melodrama, hasta lo más intimista, pasando por el humor, lo costumbrista o lo poético.
Una cita de un autor que te guste:
El verbo leer, como el verbo amar y el verbo soñar, no soporta el modo imperativo.
Jorge Luis Borges
Obra en la que te encuentras trabajando en la actualidad: Da mala suerte decirlo, nombrarlo. Solo apunto, a vuelapluma, que se trata de unas novelas de intriga que ocurren en un futuro indeterminado pero perfectamente reconocible. El viejo truco de la distancia, de la perspectiva, para hablar con claridad de algo que desconoces y que te preocupa y que además no sabes cómo hacerlo.
Algo sobre tu manera de entender este mundo: Básicamente, no lo entiendo. Algo que no es nada nuevo y que con el tiempo no me molesta tanto como lo hacía cuando era joven y me creía inteligente. Ahora sé que lo soy, de una manera discreta y mensurable. Nada que ver, desde luego, con lo que aquel chiquillo demandaba, y que por eso mismo se aviene mal, muy mal, con esta cosa de escribir que parece tan extrema. O sea, lo contradictorio, como cuestión vital y sustrato de lo cotidiano, de la propia existencia, tal como la poesía canta tan acertadamente: «Pensar que un cielo en un infierno cabe, esto es amor, quien lo probó lo sabe». Esto es el mundo, la vida, las personas, sus anhelos, sus cuitas, sus desvelos. Y, sin embargo, la felicidad y la belleza existen, la literatura lo afirma sin la más mínima duda: «Al cabo de los años he observado que la belleza, como la felicidad, es frecuente. No pasa un día en que no estemos, un instante, en el paraíso». No es necesario leerlo ─lo es, claro que lo es─, que Lope o Borges te lo recuerden, porque todos nosotros lo vivimos por mucho que intentemos olvidarlo. Y esta certeza, esta obviedad, me atrevería a decir, es tan poderosa, tan deslumbrante, que tendemos a apartarla. Yo no quiero apartarla, y en eso ando, en eso estoy, cada vez con menos nostalgias y lamentos. Con la curiosidad y voluntad de vivir de aquel chiquillo que aspiraba a contarlo y entenderlo.
Tus proyectos inmediatos: Nada especiales ni nada extraordinarios. Y, sin embargo, tan extraordinarios y especiales para mí. Vivir, terminar las novelas en las que ando metido y empezar con cosas nuevas.