«Un soneto me manda hacer Violante…» y sin reconocer que en mi vida me he visto en tal aprieto, no soy de los que dicen que para lo que he venido aquí «es a hablar de mi libro», tengo que reconocer que, como a cualquier escritor, me gusta hablar de mi obra. Así que, en este contexto, me adentro en ello.
¿Qué de dónde soy, dónde vivo, cuántos años…? Pues te digo, técnicamente soy de Teruel desde… hace muchos años pero, sin renunciar a ser aragonés, me siento soriano y por supuesto madrileño; esto último no solo es por costumbre, aquí resido desde los nueve años, aquí he desarrollado toda mi vida, he ejercido mi profesión, me he casado, viven mis hijas y tengo todo mi arraigo sentimental, no, no solo es por eso, es que yo soy madrileño de bombín y canciones de Sabina, pero sin voz ronca, ni amaneceres en la maldición de los bares de copas. Soy de los que respiran el aire de esta ciudad obviando que la contaminación atmosférica te invade hasta el último alveolo (aunque algo habrá que hacer al respecto) o que el ritmo de la vida te atraganta y eso de que «ojo, no vayas a perder el último tranvía». A pesar de todo esto y porque esta ciudad es de todos donde siempre amanece y es un crisol de historias que cuando te paras a escucharlas, Madrid te emborracha.
¿Y lo de soriano?
«Gente del alto llano numantino que a Dios guardáis como cristianas viejas». Antonio Machado, lo entiendes, ¿verdad? Cuestión de sensibilidad. Una hija mía dice que todos deberíamos tener un pueblo y si no habría que adoptar uno.
Estudié medicina en la Universidad Complutense y he desarrollado toda mi vida profesional en el hospital Gregorio Marañón de Madrid, primero en el servicio de Medicina Intensiva y después en el de Cardiología, en la Unidad Coronaria.
Casi nada, cuarenta años de historia, la mía y la de tantos otros, y a pesar de que la medicina es como la hiedra, que va creciendo en torno a ti hasta que termina por apoderarse de tu cabeza, todavía soy capaz de decir: ¡Mil veces que nazca volveré a ser médico!
De momento y hasta mi próxima reencarnación, toca jubilarse y hacer otra cosa. ¡Yo qué sé! Andar todas las mañanas, ir al gimnasio, hacer cursos de Humanidades en la Universidad de Alcalá de Henares, vinos incluidos al salir de clase; entrar en política (aconsejo al que quiera hacerlo a esta edad, que elija la municipal) e incluso hacer el Camino de Santiago; cuántas veces nos hemos dicho: ¡El día que yo me jubile…!
En mi caso, esto último no lo tengo en el debe, no. Lo hice por primera vez hace muchos años y además lo repito anualmente. No los ochocientos kilómetros y pico del camino francés, ni tampoco este último, hay muchas rutas jacobeas, pero eso sí, siempre por España. Aquí tengo que confesar mi asignatura pendiente, me gustaría alguna vez empezarlo en Notre Dame de París y acabarlo en Santiago. El próximo mes de octubre. ¡Seguro!
Cuarenta años de vida laboral dan para muchos momentos, pero como de lo que se trata es de superar los malos para quedarnos con los que nos han dejado un buen sabor de boca, elijo el momento en el que pude conjugar ambas aficiones, Medicina y Camino. Gracias a la colaboración de la Comunidad de Madrid, la ayuda económica de los laboratorios Pfizez y la profesional del servicio de Cardiología del Hospital Gregorio Marañón, hicimos con los pacientes del corazón las etapas gallegas, desde El Cebreiro hasta la catedral de Santiago. Entonces fue un hecho insólito que exigió convencer a alguien con un infarto de miocardio reciente, o en estadío postquirúrgico, incluso a un trasplantado, e igualmente importante, a su entorno familiar, de que su vida no se había acabado, que no era un inválido y que su corazón no le impedía incorporarse a una vida física, social y sexual activa, y estimulados por el concepto mítico del Camino, y apoyado por el mismo equipo de profesionales (médico y enfermera) que le habían tratado en el hospital, hacerse una media de veinte kilómetros diarios, durante ocho días, en los que íbamos a aprovechar para instruirles en su enfermedad y enseñarles diversos aspectos sobre su enfermedad y prácticas cardiosaludables.
Este programa, que repetimos durante varios años, me ha dejado muchas satisfacciones profesionales y un gran número de amigos que terminaron por hacer una asociación de pacientes con los que sigo en contacto.
Otros aspectos que me prometí durante esas interminables noches de guardia en el hospital también los he ido cumpliendo, por ejemplo, todas las mañanas paseo unos diez kilómetros por el parque. Por la zona por donde vivo hay muchos, pero me gusta especialmente el de Los Molinos, con sus paseos flanqueados de flores azules, sus almendros en flor anunciándonos tantas primaveras, y sobre todo, su silencio, su soledad. Pero también Juan Carlos I, el manejo del espacio abierto y cómo ha logrado armonizarlo con arquitectura de cemento y agua. Y no digamos El Capricho, es el canto de la duquesa de Osuna a la reencarnación, ahí tenemos el laberinto, la laguna Estigia, el Flegeton, el río del olvido y hasta la estatua de Kronos.
Mi gusto por los parques y por las sugerencias que me producen se plasma en uno de mis libros, A su manera, donde hay escenas que se desarrollan aprovechando estos decorados en función de la sensibilidad de los personajes y las circunstancias que están viviendo. Siendo una novela que maneja conceptos como «muerte digna» o «suicidio asistido», se entiende por qué una de las escenas álgidas tenga como marco El Capricho, la esperanza de la reencarnación.
De nuevo el tema de qué hay después de esto, el otro lado de la muerte. Para mí siempre está muy presente porque, a pesar de mi experiencia en los servicios donde he desarrollado mi profesión, este instante, el segundo que trascurre entre el último latido y el siguiente, donde dicen que se pierde veintiún gramos de peso, siempre me ha producido asombro y un sentimiento de rebeldía.
¿Y por qué no?
Me refiero a la idea del túnel. Más de una vez me lo han referido los pacientes recuperados de una parada cardiaca; esa luz que te atrae y la silueta que se vislumbra al final deslumbrando la mirada del viajero; pero yo quiero ir más allá, adonde han llegado muy pocos, a pasar al otro lado y recorrer esa cáscara de caracol, en la que en cada vuelta que describe la espiral vas dejando, escena a escena, pasado, presente e incluso el futuro que no llegó a ser, y una vez vacío de recuerdos, desembocar en el éter y ahí, si es que el éter es un ahí, un lugar…
Este tema lo dejé resuelto en mi primera novela, Hijos de Sirio, aunque en este libro hay muchos más temas, aquí se conjugan historia, mitología y novela caballeresca, centrándose la acción en la Castilla de Alfonso XI, agitada por las guerras civiles y la maldición de la tierra que agota las cosechas, donde la «Madre», la encarnación de la luna, elige un paladín para que luche contra el mal y restaure el equilibrio. En ese particular enfrentamiento, el héroe viajará hasta los infiernos para liberar a la dama raptada por el Caballero Negro e incluso más allá, hasta el túnel, el éter, hasta…
Si la has leído, habrás advertido la particular visión que se expone de las brujas, de sus pócimas y de sus efectos, omnipresente en esta historia.
Y no, no es un viaje inducido por un «colocón», nada más lejos de mi profesión, es una novela donde confieso mi admiración por el realismo fantástico, Alejo Carpentier, El reino de este mundo y, por supuesto, Gabriel García Márquez.
¡Dios Mío, quién supiera escribir!
En el caso de A su manera, Chaikovski y su sexta sinfonía, «la patética», está muy presente en la novela, en Ramón Losada, un elegante caballero de edad difícil (así se describe en el primer párrafo del capítulo I), que empieza a notar los primeros síntomas de Alzheimer, una enfermedad que, según él, le impide controlar lo que considera como su mayor patrimonio, la imagen que ha intentado dejar de sí mismo al mundo, y temiendo que en una de esas crisis pierda el dominio de su intelecto y pueda aflorar su secreto mejor guardado, su homosexualidad, al igual que el compositor, elige la muerte, una decisión que tomará tras oír por última vez el adagio de la Quinta de W. Maler, las mismas notas que utiliza Luchino Visconti y Thomas Mann en Muerte en Venecia, dejando al lector el debate de si el derecho a una muerte digna incluye la eutanasia y el suicidio asistido.
En mi tercera novela, Cuando Natalia se vistió de Rojo, el título hace referencia al color de la grana cochinilla, el parásito del nopal del que se obtiene la grana, el tinte destinado a la industria textil, en el que trabajan los indios nopaleros, Guadalupe y su familia que tanta impronta dejarán en la sensibilidad de la protagonista. «Rojo» hace también referencia a las nuevas ideas que están llegando de la Francia revolucionaria, anunciando la futura independencia de América, que inspirarán a Natalia, que empapada de La Declaración Universal de las Mujeres y las Ciudadanas, se convencerá de que solo la cultura puede sacar de su postración a las mujeres y a los indios. Finalmente, este color identifica a la viruela, la epidemia contra la que luchará Miguel, un cirujano perteneciente a la Real Expedición Botánica que intentó llevar a México la reforma de la medicina, que se culminará con la llegada de Balmis y su Real Expedición Filantrópica que realizó la primera vacunación universal.
De nuevo una novela histórica, pero en este caso he huido del realismo fantástico y he elegido el rigor que emplean autores como Pérez Galdós, para mí, uno de los mejores del género en el que, a pesar del atractivo que de por sí supone la narración de la épica histórica que se desarrolla en sus Episodios Nacionales, la crónica social y cultural del momento, la multitud de pequeños personajes que describe en apenas dos párrafos, sus pequeñas biografías tan ajustadas a la acción o la concurrencia de figuras históricas con las de ficción, que sin perder rigor histórico hacen de su devenir el hilo de una aventura que te atrapa desde el primer momento. Aunque no por ello menosprecio la creación de una trama que colabore con este fin, como en el caso de Humberto Eco en El nombre de la rosa, una aventura policíaca en el marco del debate entre cistercienses y cluniacenses en un monasterio medieval que simboliza el saber del mundo atrapando en todo momento la curiosidad del lector.
En el caso de Natalia, me ha exigido documentarme de forma exhaustiva en su tiempo, en la sociedad de la ilustración en la Nueva España, en las reformas de Carlos III y en las reacciones que produjo en la sociedad criolla, en sus negocios, incluyendo la industria de la cochinilla o en la trata de negros, en el Calabar, la fuente de mano de obra esclava, en cómo se hacía el intercambio, sin olvidar la descripción de las ciudades donde trascurre la acción, en Oaxaca, que me ha exigido consultar con mapas del momento, las ropas que vestían, que se pueden ver en cuadros del museo del Prado, hasta las especulaciones que se hacen en el tratamiento de la viruela, que para no salirme del concepto que se tenía de esta enfermedad y su problemática, he intentado trasladar el concepto clínico y etiológico que se tenía de ella, el debate científico alrededor de su tratamiento y la doctrina recomendada para evitar su contagio. Como he dicho, he procurado ser muy cuidadoso haciéndole vivir al lector su problemática.
Una vez expuesto que me preocupa el tema de la dignidad del hombre ante el final de la vida, de que apuesto por los derechos de la mujer y por la ciencia y la cultura como medio para liberar al hombre, me falta exponer mi compromiso con un tema de actualidad, la Memoria Histórica, así con mayúsculas, el derecho a poner nombres y apellido a los que yacen en las cunetas, huyendo de banderas. Un historiador o alguien que ama la historia solo debe narrar hechos.
Este es el propósito de mi siguiente novela, contar los últimos momentos de la República que acabó suicidándose con el golpe del Coronel Casado, la agonía de los que pretendían escapar por las costas de levante, la historia de esos exiliados que se integraron en la resistencia en el sudeste de Francia y la contribución de la guerrilla española en su liberación de la ocupación alemana, continuando con su siguiente propósito, la Reconquista de España durante los años de la autocracia, del partido único y del canto del búho en las sierras españolas y en las grandes ciudades, como Madrid o Barcelona. Una lucha sin cuartel para sus protagonistas, una generación de hombres que consideraba que la Guerra Civil española solo había sido una batalla más en lucha del proletariado contra la dictadura fascista en cualquier lugar del mundo, la ideología que movió a los protagonistas de la esta historia, los maquis.
Creo que el lector podrá encontrar aspectos muy interesantes en la historia de la resistencia española en los distintos escenarios donde se movieron, desde Francia, donde todavía su aportación no ha sido lo suficientemente reconocida, como aquí, en nuestro país, donde muchos de esos hombres que se llenaron de medallas vinieron a pelear a la Agrupación Guerrillera de Levante Aragón, en un momento histórico en que la España de Franco se encontraba asfixiada por el aislamiento político impuesto por las tres potencias triunfadoras de la Segunda Guerra Mundial, proclives a un cambio político, favoreciendo los intereses de los maquis, convencidos de que podrían conseguir la colaboración de una población civil sometida al fracaso económico, a la represión política y todavía fiel a la República.
Es cierto que cualquier obra contiene el pensamiento político y social del autor, así como componentes de su propia historia, yo intento que los primeros no me dominen y que los segundos maticen momentos de intimidad y sensibilidad de los personajes con los que podemos vivir momentos románticos, incluso impregnados de poesía y erotismo, sin los cuales me resulta muy difícil expresar sus relaciones amorosas, pero huyo de lo pornográfico y del exhibicionismo grosero de las pasiones. Me gustan las personas inteligentes y cultas, y mi posible lector pronto advierte que mis novelas, sin llegar a ser culteranas, están muy trabajadas, y que le ofrezco datos no demasiado conocidos por el gran público, que han necesitado una búsqueda cuidadosa. También puedo decir que soy muy observador y que intento empatizar con mi mundo, eso que se llama en mi ámbito profesional «relación médico-paciente», tan imprescindible para una buena praxis. Esta misma relación intento tenerla con mis personajes, lo que me lleva a analizarlos e intentar que estén vivos, que no sean meros comparsas de una historia a la que deben ajustarse, es decir, no entiendo el determinismo, ni en la vida ni en la literatura. Ni el hombre se ajusta a la acción, ni tampoco a la inversa, la vida es un devenir que intentamos moldear a nuestros intereses y en muchos casos luchar para intentar cambiarlas, eso son mis personajes y eso exige plantearse antes su psicología y conocer sus reacciones. En este proceso puede ocurrir que te enamorases de alguno de ellos y se imponga sobre los demás, por ejemplo, en el caso de Natalia, hasta el punto de que originalmente la novela empezaba en el capítulo IV, donde se introduce al personaje masculino, pero la mejor manera de expresar la relación sentimental que la une a Guadalupe y a los indios era explicar su infancia. Pero esto es lo bonito de la vida, que de vez en cuando te encuentras con alguien que es capaz de hacerte cambiar.