Reynaldo Lugo

 

Fotografía de Reynaldo Lugo. Editorial Adarve, Editorial Adarve de España, Editoriales de España, Editoriales actuales de España, Editoriales españolas, Editoriales españolas actualesResido en una ciudad que ahora es poco más que un pueblo en peligro de extinción: Béjar, Salamanca. El lugar es espectacular, a mil metros de altura y a la sombra de la sierra que se eleva otros dos mil metros.

Llegué, por casualidad, hace ya veinte años. Me reconforta saber que ese tiempo no ha sido nada —como dijo Carlos Gardel— gracias al aire puro que corre por las márgenes del río que atraviesa un auténtico museo: las ruinas de la industria textil que hace siglos engendró a los ricos más ricos de España y que en el presente apenas alimenta el recuerdo de un tiempo pasado que, indudablemente, fue mejor.

Mi edad no es la suma del tiempo transcurrido entre 1948 y el presente. Mis amigos están convencidos de que les miento, seguramente porque se niegan a admitir que un señor mayor luzca más joven que ellos. Les he dicho que tengo un pacto con el Diablo.

Según las historias de mi familia paterna, los Lugo llegaron a Cuba desde las costas de Galicia a finales del siglo XVIII y se instalaron en Batabanó, un pueblo pesquero al sur de La Habana. Y allí se han mantenido hasta el presente. Pero uno de ellos, Antonio, emigró a la ciudad de Matanzas. Allí nació mi padre y más tarde yo. Supongo que a estas alturas no sea necesario aclarar que soy cubano, pero sí que soy español. Tengo las dos nacionalidades y dos mundos propios, lo que es una dicha.

Sé que tengo patente de corso para extenderme con estos comentarios, pero no quisiera pasarme, que es tan pernicioso como no llegar. Aburridos y pesimistas hay por montones en la viña del Señor, pero seguramente ninguno es cubano. Nosotros nos reímos hasta de nuestras propias desgracias. Yo pertenezco a esa isla maravillosa y nunca renunciaría a un amor intenso por otro apacible. En estos asuntos migratorios florecen los que reniegan de su pasado y se pierden en el laberinto de la nostalgia. Sin ser ni dejar de ser. Esa es la cuestión.

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Béjar, Salamanca

Confieso que no he tenido una vida aburrida sino todo lo contrario. Siempre he contado con una aventura a la que entregar mi tiempo. Son ellas las que han marcado las huellas que he ido dejando en mi camino por la vida. Tendría que ser muy extenso para explicarlo, pero me acojo a la frase que aconseja lo contrario: «La brevedad es hermana el talento».

El primero de enero de 1959 no había cumplido los once años y mi padre era obrero de una fábrica textil. Ese día, el dictador Fulgencio Batista tomó las de Villadiego y Fidel Castro entró en La Habana unos días después. Mi padre se hizo militar casi de inmediato y yo comencé a conocer por dentro los almacenes de armas y al ejército.

A partir de entonces, participé en la campaña nacional de alfabetización, estudié idioma ruso en un inmenso plan de becas del gobierno y fui profesor de esa lengua en mi provincia, a la par que concluía la enseñanza media; pero, pocos días antes de mi graduación, ya estaba de vuelta en La Habana, reclutado por el Ministerio del Interior.

Fui oficial de la Dirección General de Inteligencia hasta que un día mi superior quiso imponerme algo que yo creía injusto. Me levanté, lo dejé con las palabras en la boca y no regresé nunca más. Pero había estudiado periodismo en los cursos nocturnos de la Universidad de Habana y comencé a ejercerlo en la Revista Moncada, una publicación del propio Ministerio del Interior. Tuve éxito y mis artículos fueron recopilados y publicados en dos tomos. También disfruté la experiencia de una misión en Nicaragua: la revista Soberanía, de los sandinistas en el poder, era yo quien la escribía.

Me licencié para dirigir, desde la vida civil, series de documentales para la TV Cubana relacionados con la naturaleza. También fui, durante un año, director de la edición en portugués de la revista Prisma de la agencia de noticias Prensa Latina. Y a partir de entonces, simultaneé como director editorial de la Revista Sol y Son de la aerolínea Cubana de Aviación y como colaborador del dueño de la patente de la revista Playboy francesa, cuyo director vivía en Cuba y para quien escribí de todo: desde libros ilustrados sobre personajes famosos, recetas de cocina y hasta uno del famoso Cabaret Tropicana.

Fotografía de Gabriel García Márquez. Editorial Adarve, Editorial Adarve de España, Editoriales de España, Editoriales actuales de España, Editoriales españolas, Editoriales españolas actuales

Gabriel García Márquez

En ese tiempo conocí personalmente a Gabriel García Márquez, gracias a un amigo diplomático, y poco después nos encontramos en una recepción. Hace mucho que no leo su obra porque es tan fuerte que podría contaminar la mía. Tampoco leo a otros escritores importantes, cubanos o no, por la misma razón. Compro sus libros y los guardo, tal vez para leerlos en la otra vida. Estoy en un punto en el que no quiero recibir influencias de nadie.

Pues sí, soy un caso raro. He leído todo lo que tenía que leer y ahora escribo en serio, con horas de trabajo y descansos establecidos. Mi tiempo es absolutamente mío, aunque debo compartirlo con mis tres hijos; todos profesionales. Pero no es sencillo: vivimos en cuatro esquinas del mundo: Salamanca, Cuba, Miami y Madrid. Internet es casi todo lo que nos mantiene unidos.

¿Por qué decidí ser escritor? Pues lo hice como se logra todo en la vida: cortando huevos, que es la forma en se aprende a capar. Por otra parte, en realidad, nunca soñé con serlo. Creo que a la creación literaria no se llega por decisión consciente alguna. Es algo que comienzas porque te gusta leer y un día te das cuenta, o más bien imaginas, que tú también podrías. ¡Y a cortar huevos, señores!

¿Mis aficiones? Tenía algunas como el béisbol y el tenis de campo. No fui un Rafa Nadal pero sí bueno con el saque. La instructora nos decía ¡El que saca gana! Pero yo perdía. También colaboré con un puñado de locos explorando y cartografiando algunas de las cavernas más impresionantes de Cuba; pero la pesca submarina fue una fiebre y compré una casa junto al mar para no perderlo nunca de vista. Rectifico, fue mi esposa de entonces, la tercera y última, quien puso el dinero. Ahora mis ex y yo somos buenos amigos. Me insulta que las parejas se separen para convertirse en adversarios. Yo sólo tengo uno: el tiempo.

Fotografía de Ernest Hemingway. Editorial Adarve, Editorial Adarve de España, Editoriales de España, Editoriales actuales de España, Editoriales españolas, Editoriales españolas actuales

Ernest Hemingway

¿Autores preferidos? Hemingway, porque escribió lo que me habría gustado escribir. También, por cierto, chovinismo. Él era casi mi vecino y no lo asociaba con su país y su nacionalidad, sino con el tío que se tomaba sus daiquiris y sus mojitos en los mismos lugares donde yo los disfrutara más tarde.

¿Cita de un autor?  

«El hombre no está hecho para la derrota. El hombre puede ser destruido, pero no derrotado»

Ernest Hemingway

¿Obra propia favorita?  Espero que mis novelas ya publicadas no se encelen porque yo tenga predilección por una aún inédita. Recién nacida. No estimo que el motivo sea porque es la que aún se mantiene caliente en mi ordenador, sino porque en ella pongo a prueba un nuevo modo de narrar. Supongo que sea una mutación para bien. Su título es Terra Incognita.

¿Manera de entender este mundo?  «Este mundo es un relajo en forma de gallinero y los que suben primero se cagan en los de abajo», frase popular cubana en la que «relajo» es sinónimo de desorden, capricho, arbitrariedad o injusticia. Sugeriría a los lectores que la adoptaran para poder contemporizar con lo que sucede en la política nuestra de cada día. ¡Es bueno para la salud!

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