«Esta novela es un relato de maduración tardía», declara Eduardo Roldán, autor de Ámsterdam in fine, en una nota dedicada a la novela y publicada hace algunas fechas en el diario El norte de Castilla.
El autor, colaborador del diario y crítico de jazz, nos cuenta cómo fue que decidió postular al Premio Castillo de Plata de Editorial Adarve y cómo terminó, a pesar de no haber obtenido el premio, publicando igualmente la primera parte de una trilogía con la editorial. Pero la nota se centra en la novela, en el contenido que representa un viaje musical entre el rock y el jazz: «A cada personaje le otorgo una predilección musical».
Morivia es la ciudad en la que se desarrolla la historia, un sitio creado por el autor, inspirado en la ciudad holandesa y en Valladolid, haciendo eco, por ejemplo, al auditorio Guillén, y que abarca una «topografía elástica» en función de las necesidades narrativas, donde Leonardo Levi, el protagonista, vive junto a su novia Julia, quien deja una pregunta en el aire: «¿El amor lo puede todo?».
Una novela en la que se disputan el amor y la muerte y que, en palabras del autor, «es una exploración sobre el hecho de mentirse uno mismo hasta que llega un momento en que no puedes aplazar lo que quieres hacer. Solo tenemos una vida y el tiempo es finito. Tendemos a procrastinar y prolongar lo que no quieres hasta tomar o no una decisión».
Recordemos que Ámsterdam in fine se desarrolla en la ciudad ficticia pero muy precisa de Morivia donde, con la música como refugio personal y punto de encuentro, a Leonardo Levi le surge una oportunidad laboral insospechada que le produce un vértigo que pone en cuestión las relaciones hasta ese momento mantenidas con su pareja, amigos y familia, y sobre todo la mantenida consigo mismo. Llega un momento en la vida en que el pasado coagula y te desborda y obliga a tomar decisiones que hasta ese momento habías regateado con subterfugios de distinta índole. Incluso, aunque no tenga certeza de lo adecuado de tal decisión, uno ha de tomarla si quiere seguir mirándose en el espejo sin volver la cara, si no quiere seguir perpetuando la mentira durante quién sabe cuánto tiempo más.