Estudia Ingeniería Naval en la ETSI Navales de Madrid y se desarrolla profesionalmente en consultoría informática y sistemas de gestión, como director de línea de negocio de utilities en el área de Latinoamérica y director en Europa, Norte de África y Oriente medio. También trabaja como responsable de control de gestión de energía eléctrica en España, México, República Dominicana y Kenia. Todo ello le permite conocer diferentes culturas y adquirir una mirada ecléctica y original sobre las distintas realidades. Ávido lector, entre sus publicaciones se encuentra Historias Breves con trazo grueso, publicada por Editorial Adarve en 2023.   

Nací en Madrid, en agosto del año 1959. No pongo la edad porque cambia cada año y no quiero dar la lata a la persona que mantiene la WEB. Ya llevo vivido lo mío, aunque no le hago ascos a un poco más. Soy el mayor de siete hermanos, de cuando las familias numerosas eran realmente numerosas.

Era otra época, ni mejor ni peor que esta, pero distinta. No había tantos aparatos. Yo vi entrar en mi casa a nuestra primera lavadora y traté de hacer funcionar nuestra primera televisión en blanco y negro, como se hacían las cosas entonces: dando golpes entre suaves y enérgicos en el lateral del aparato. Siempre me ha gustado aprender Física, pero no puedo explicar cómo sintonizaban la onda aquellas vibraciones. Funcionaba, no necesitamos saber más.

En aquellos tiempos, había que tener amigos para divertirse.

Estoy casado sólo una vez, con Guadalupe. Tengo tres hijas: Clara, Raquel y Ana, y un nieto, Gael.

Era buen estudiante durante mi etapa escolar. Siempre me gustó leer. Mis primeros libros fueron los de «Tarzán» de Edgar Rice Burroughs, la saga de «El león de Damasco» de Emilio Salgari, pero también hurgué en la biblioteca de mis padres y descubrí a gente que contaba otro tipo de historias, como Frank Yerby o Frank G. Slaugther.

Leía todo lo que caía en mis manos con verdadera pasión, habitando en mundos mejores donde todo acababa bien y yo podía ser el protagonista. Eso me hizo acreedor al título de «el tío con más imaginación que he conocido», en palabras de mi hermano Álvaro. Siempre tenía una historia apasionada que contar. Era tan convincente que Álvaro y yo decidimos escapar a África. Desgraciadamente, mi madre nos pilló antes de cruzar la calle de Narváez y abortó lo que pudo haber sido la aventura de dos intrépidos viajeros de 12 y 8 años.

Siempre he querido contar historias y siempre he tenido un punto de vista poco frecuente. Un buen amigo de mi infancia, Juan Antonio, soportaba pacientemente un relato de ida al colegio y otro de vuelta. Y jamás me repetí. Ahora continúo con esas improvisaciones, contando a mi nieto Gael las aventuras que le suceden con su amigo el nomo, un burro, una ardilla y un delfín, entre otros protagonistas. Cada una es diferente, pero el esquema básico es el mismo.

Estudié Ingeniería Naval. Fue duro, tuve que echarle muchas horas y mucho esfuerzo. Estuve rodeado de compañeros muy vocacionales, con padres que habían trabajado en astilleros y oficinas técnicas de diseño de buques. Fue por contraste con ellos cuando me di cuenta de que yo no era así. No obstante terminé, porque soy una persona tenaz. Si tuviera que elegir dos animales totémicos serían el lobo, porque nunca se cansa, y el jabalí, porque embiste ciegamente y es capaz de atravesar la maleza más densa.

He intentado escribir desde siempre. La lección más dura fue aprender que no basta con haber sido un buen lector, de la misma forma que ver muchas pinacotecas no te convierte en un buen pintor. Es condición necesaria pero no suficiente. Tardé en entenderlo, pero, al final, la realidad es tozuda y las editoriales, inamovibles.

Me gusta aprender. Me fascina la ciencia: genética, biología, astrofísica, matemáticas, relatividad, cuántica. Pero también la naturaleza humana: sicología, historia, arqueología.

Por eso me gusta leer mucho ensayo, mucha divulgación científica y mucha novela histórica. Necesito que me lleven a la frontera del conocimiento. Es divertido descubrir para luego contarlo. A mi manera, insertándolo en una trama diferente, donde esas novedades aparecen de forma natural, manan como una fuente, no entran forzadas. O eso me gustaría que fuesen mis escritos. Ya dirá el lector si lo logro. 

También adoro a los gatos. A cada uno por lo que es. El perro es un amigo incondicional y el gato es ese tipo que tiene miedo a depender emocionalmente de nadie.

Me encanta el baloncesto, porque puedo entenderlo y analizarlo con números. No me gustan las emociones en el deporte, son irracionales, tribales, excluyentes, intensas y demasiadas veces groseras. Llevan asociados sentimientos cuestionables. No me gusto cuando me dejo llevar por ellas. Pero lo hago.

Soy curioso, tenaz y extrovertido. Creo que quién haya leído lo anterior, sabe a qué me refiero. Como aspecto negativo, tal vez tenga excesiva confianza en mi criterio. La culpa fue de una profesora. Tendría yo unos diez años. Nos planteó una disyuntiva y ella eligió la primera opción. El jabalí tomó el control y yo opté por la segunda. Me quedé mirando ceñudo a toda la clase. Era el único. Desde entonces me he convertido en el monstruo que soy. Un monstruo que casi siempre tiene razón, por cierto. Ojalá pudiese poner un emoticono guiñando un ojo, para que sepáis que es broma.

Carlos Manuel Lorenzo Céline

Soy escritor porque, desde que tengo recuerdos, necesito contar historias. Pero también porque tengo historias que contar. Historias originales, que creo honestamente que nadie ha contado antes. Ha sido muy importante aprender a plasmarlas: conocer la técnica, desarrollar tu propio estilo, identificar los modelos que te inspiran. No merece la pena ser escritor si no reúnes una cierta calidad en ambos aspectos.

Me gustaría escribir como Delibes, porque muestra cualquier situación y hace evidentes las emociones y los conceptos más complejos con absoluta sencillez y naturalidad. Hay muchos autores interesantes de novela histórica: Posteguillo, Aurrensanz, Chicot, pero creo que el más atrevido y que mejor penetra la esencia de la Historia y te hace cuestionarte lo que conoces, es Mateo-Sagasta.

Mi libro favorito sería «La muerte del quinto sol», de Robert Somerlott. Es la aproximación más original que he leído a la llegada de Cortés a México. Creo que un libro no es sólo su contenido, sino también lo receptivo que esté el lector y ése llegó en el momento justo. Puede que, si lo volviese a leer, la magia se desvanecería. Por eso no lo hago. Un libro tiene tantas versiones como lecturas le des. No quiero una segunda.

De lo publicado hasta el momento,  «Céline» es mi novela favorita entre las que he escrito. Es una novela histórica de los días previos al inicio de la segunda Guerra Mundial, vividos por una mujer norteamericana negra, que espía al servicio del Deuxième Bureau. Es negra porque así lo dicen las leyes de Louisiana, pero no por el color de su piel. Descubre los intersticios del programa nuclear alemán. Pero si alguien quiere conocerme, que lea «Historias breves con trazo grueso».

Trato de escribir con un estilo sencillo, espontáneo. Busco agilidad, porque vengo del relato y eso me ha enseñado a plasmar la trama con muy pocas palabras. Me interesa la Historia como una forma de esquivar la doxa y reniego de «la que todo el mundo sabe». No me muevo en el tópico ni en los caminos trillados mil veces. Busco una visión diferente, huyo de las simplificaciones y me encanta documentarme. No me tomo licencias poéticas con los hechos ni con los personajes reales. Es el mejor laboratorio para adentrarme en la naturaleza humana.

 

Su prolongación natural, desde el pasado hacia el futuro, es la ciencia ficción, así que siempre acabo precipitándome en ella. No me gustan las novelas de viajes espaciales en las que cambias los cohetes por carabelas y las tripulaciones por marinos del siglo XV, y el argumento te vale. Me gusta Isaac Asimov, porque investiga hacia dónde camina la humanidad. Además, el novelista de ciencia ficción hace una labor social. A la especie humana le pasa como a los fenómenos cuánticos: el observador modifica la realidad observada. Por eso, poner de relieve posibles distopías y errores nos ayuda a prevenir futuros desastres.

En este momento estoy desarrollando a uno de los personajes que aparecen en la novela «Céline»: Chad Harris. Una novela de detectives, ambientada en Toronto, Canadá, entre 1920 y 1926, antes de que conociese a la protagonista de la primera obra. Está concebida con el hilo conductor de la transformación de  sus personajes principales, a través de los diferentes casos criminales que se les van presentando. Ágil, dinámica y muy adictiva.

«Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho. Todo lo que vemos es una perspectiva, no es la verdad», Meditaciones, Marco Aurelio.

 

Me pregunto qué responderán los escritores jóvenes cuando la editorial les pone ante la cuestión «tu manera de entender el mundo». Entender el mundo es pretencioso, incluso para mí, aun henchido de la confianza que me insufló mi maestra de primaria.

No podemos entender el mundo, porque ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos. Necesitamos un complejísimo sistema de espejos de feria, que nos deforman a voluntad, para soportarnos. Una de mis responsabilidades profesionales ha sido el análisis de inversiones e informes de control de gestión. Aprendí que no nos gusta lo que dicen los datos. Necesitamos maquillarlos. Por eso nos refugiamos en mundos fantásticos.

El mundo es algo que uno no para de descubrir y al que tiene que acercarse con una naturaleza maleable, dispuesta a revisar las creencias más profundas, porque la verdad no para de sorprendernos y de derribar lo que hemos edificado. La clave es que nunca dejes de aprender.

Acabo de terminar una novela de ciencia ficción: «Las tres esferas» una distopía en la que la IA y la robótica desempeñan la mayoría de los trabajos. Eso divide a la humanidad en tres grupos: los que mandan, los útiles y los que sobran. Pero alguien está matando a los primeros… Veremos qué sale. Por otro lado, «Los casos de Chad Harris», volumen I, está muy avanzado. He puesto mucha ilusión en ella, la personalidad del detective y su visión inocente y sin filtros de una realidad compleja la hacen muy atractiva. Creo que no va a dejar indiferente al lector.

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