En un universo infinito de posibilidades, en un tiempo que tampoco tuvo ni tiene principio ni fin. En una galaxia llamada Vía Láctea, en cuyo interior se encuentra «nuestro» diminuto planeta Tierra, más pequeño que un grano de arena comparado con el cosmos, encontramos a nuestro también diminuto continente y a nuestro país. De repente, nos encontramos a nosotros mismos queriendo jugar y pretendiendo ser unos grandes hombres o unas grandes mujeres. Está claro que esa vanidad, orgullo, egocentrismo y tantas cosas más surgen de nuestra mente egoísta, insuflada por simples pensamientos o programaciones que no son más que una pantalla opaca para intentar entender la verdad de las cosas. Creo profundamente, y no es nada nuevo, que nadie en este mundo tiene ni tendrá la verdad absoluta (sí la parcial) de todas las cosas. No sabemos realmente quiénes somos ni la naturaleza del cosmos ni de la vida misma. El ego, cuyos primordiales mecanismos son intentar tener la razón y querer ansiar y desear; ser el número uno basándonos en la competición, en ser los mejores… puede extrapolarse a muchos ámbitos, a situaciones innumerables. Ser el mejor, tener un cuerpo casi perfecto, desear gran cantidad de bienes materiales…
Gustavo Nicolás Sande Coppola. Montevideo, Uruguay, 1978.
Delineante de arquitectura y técnico en construcción, residió durante once años en Europa, donde estudió de las fuentes de la Sabiduría Oriental de la mano de quien él considera su mentor espiritual: Ramiro A. Calle. En la actualidad, sigue escribiendo y difundiendo todo lo aprendido.