Autor del libro China, el poder de la historia.
Colombiano, es escritor, economista, diplomático, fundador del Instituto Confucio y del Observatorio Asia Pacífico de la Universidad Jorge Tadeo Lozano. Reconocido especialista en China a nivel internacional, durante 17 años estudió, trabajó y vivió en China. Fue ministro consejero, cónsul y chargé d’affaires de la embajada de Colombia en China e integrante del equipo de traductores de las Obras escogidas de Mao Zedong y de los Textos selectos de Den Xiaoping para el Buró de Traducciones y Publicaciones del Consejo de Estado de China. También director del Instituto Científico de la Orinoquia de la Universidad de los Llanos Orientales de Colombia. Entre sus libros: Los guerrilleros no bajan a la ciudad (1962), Las bestias de agosto (1963), En China dos veces la vida (2002), Tarde llega el alba (2013), finalista del Internacional de Novela José Eustasio Rivera, Testigo de China (2016), Los años de la intriga (2017), Ana de Bogotá (2019) y Contagio (2022).
Soy un viejo septuagenario que reside en Bogotá y cuyo actual estado civil es de viudo.
Nací en Medellín, la ciudad de las chimeneas fabriles donde los poetas eran tenidos por locos. Allí, en el Liceo de la Universidad de Antioquia, fui alumno del creador del Nadaísmo, Gonzalo Arango, quien me dio a conocer al gran poeta peruano César Vallejo. Sin cumplir la mayoría de edad, traduje del italiano y publiqué en una revista de Bogotá un cuento de Alberto Moravia. Mientras perdía matemáticas en la enseñanza secundaria, era el primer lector de la biblioteca del Liceo. Mi primer libro de cuentos titulado ‘Los Guerrilleros no bajan a la Ciudad’, vio la luz en 1963, año en que estuve de visita en Cuba y dejé en manos del Che Guevara un ejemplar de esa obra. Viene un año después la novela ‘Las Bestias de Agosto’, ambientada en episodios de la dictadura militar gobernante en Colombia. Gané el premio de novela Manuel Mejía Vallejo del año 2008 con la obra ‘Los Años de la ‘Intriga’ y posteriormente he quedado como finalista en numerosos concursos de novela y cuento.
En 1965, por invitación del Instituto de Relaciones Internacionales de China, fui contratado para trabajar como especialista redactor de textos de enseñanza para futuros diplomáticos de esa nación en Hispanoamérica, mientras que mi esposa lo fue para enseñar el idioma con fundamento en dichos textos. Nuestra primera incursión en China (fueron cuatro en diferentes etapas de un período de cinco décadas) se produjo llevando junto con nosotros a dos hijos menores de edad. Por ese entonces el gigante asiático estaba bloqueada por sus cuatro direcciones, encerrado en sus propios confines. No sabíamos cuánto ganaríamos, dónde viviríamos ni en qué idioma y en qué escuelas estudiarían nuestros hijos. Este cambio de vida se produjo movidos por el vibrato del romanticismo maoísta según el cual era un derecho rebelarse contra la vieja cultura y las viejas costumbres mediante el socialismo y un revolucionario debía combatir el egoísmo y servir al pueblo. En medio de ese primera incursión nuestra en China (1965-1969) se produjo un estallido social llamado revolución cultural, destructor y anarquista movimiento de masas. Quise entonces regresar a Colombia, pero los chinos me convencieron de que debería quedarme porque yo era escritor y podía dejar en letras impresas lo acontecido en la más apoteósica revolución del siglo. Me invitaron a cambiar de trabajo pasando a un organismo dependiente del comité central del partido comunista de China encargado de la traducción de las obras escogidas de Mao Zedong. Empecé traduciendo el ‘libro rojo’. Al terminar ese periodo y volver a Colombia, volví a ejercer como profesor universitario de economía, que es una de mis profesiones junto con la de periodista.
En las horas en que no escribo, escucho boleros o rock, leo o resuelvo problemas de las sopas de letras.
Si me preguntan por los rasgos más sobresaliente de mi personalidad, podría decir que la temeridad, comprobada con mi larga travesía a China; luego, lo desconocido por mí en el campo del conocimiento, lo tomo como un desafío y así fue para estudiar el idioma chino hasta poder traducirlo y también cuando me tocó trasladarme a trabajar en territorios olvidados de Colombia -los Llanos Orientales-como director del Instituto Científico de la Orinoquia.
Enojarme ante el incumplimiento de mis compatriotas, no lo considero un rasgo de mi mal carácter, sino de mi personalidad.
Soy tímido ante las mujeres, pero sobre todo ante las dotadas de singular inteligencia.
Muchas veces me han preguntado qué fibra me llevó a dedicarme a la escritura y siempre he respondido que fue esto lo que le imprimió sentido a mi vida.
Sin duda, mis autores predilectos no se hallan en la literatura clásica, sino en la moderna de principios del siglo 20, cuando los escritores colombianos descubrimos a autores cómo William Faulkner, Ernest Hamingway, John Steinbeck, entre otros. De Faulkner me impresionó la manera como en muchas de sus novelas y cuentos sabe llevar situaciones críticas a los límites de lo inverosímil; de Hemingway, la técnica del thriller y sus diálogos, espontáneos y directos. Pero antes de los escritores norteamericanos, mi mayor influencia fue la de Franz Kafka; como Gabriel García Márquez, me dije que si en la literatura era posible que un humano se transformará en insecto, el novelista podía hacer de su oficio lo que se le viniera en gana.
Viví el surgimiento del realismo mágico como un aplastante bulldozer, pero siempre he tratado de evitar la imitación de esa manera de escribir.
Como me preguntan por mi obra preferida de otro autor, señalaré dos: ‘Pedro Páramo’, de Juan Rulfo, y ‘El General en su Laberinto’, de García Márquez; la primera, por la forma mágica cómo hace Rulfo deambular al protagonista de su obra por en medio de paisajes asombrosos en un suspenso inacabable a pesar de la brevedad, y la segunda, por la genial descripción de un Simón Bolívar derrotado, vilipendiado y solitario en el triste ocaso de su existencia, en el transcurso de su travesía hacia el lugar de su muerte en el puerto de santa Marta.
Mi género predilecto es la novela, porque este género es como una llanura cuyos límites no se vislumbran.
Cito una frase de Kafka que me gusta:
«La esperanza es una llama que nunca se apaga, incluso en los momentos más oscuros».
Dicen que la filosofía no interesa a nadie, pero entonces -me interrogo yo-¿por qué seguimos preguntándonos de dónde venimos y cuál es el sentido de nuestras vidas? Cayó el muro de Berlín, pero hoy enfrentamos una nueva lucha: derrotar el populismo. En cuanto a mi propósito personal, es el de escribir hasta el fin de mis días.
MUY INTERESANTES RESPUESTAS. PUEDEN EDUCAR, ESPECIALMENTE A LOS JÓVENES. FELICITACIONES, ESCRITOR POSADA.
Felicitaciones Enrique
Un caluroso abrazo.
Gracias, querido Jose Luis por tu atinado comentario.