Nací en Madrid, en agosto del año 1959. No pongo la edad porque cambia cada año y no quiero dar la lata a la persona que mantiene la WEB. Ya llevo vivido lo mío, aunque no le hago ascos a un poco más. Soy el mayor de siete hermanos, de cuando las familias numerosas eran realmente numerosas.

Era otra época, ni mejor ni peor que esta, pero distinta. No había tantos aparatos. Yo vi entrar en mi casa a nuestra primera lavadora y traté de hacer funcionar nuestra primera televisión en blanco y negro, como se hacían las cosas entonces: dando golpes entre suaves y enérgicos en el lateral del aparato. Siempre me ha gustado aprender Física, pero no puedo explicar cómo sintonizaban la onda aquellas vibraciones. Funcionaba, no necesitamos saber más.

En aquellos tiempos, había que tener amigos para divertirse.

Estoy casado sólo una vez, con Guadalupe, porque nunca me atrevería a probar una segunda. Tengo tres hijas: Clara, Raquel y Ana, y un nieto, Gael.

Era buen estudiante durante mi etapa escolar. Siempre me gustó leer. Mis primeros libros fueron los de «Tarzán» de Edgar Rice Burroughs, la saga de «El león de Damasco» de Emilio Salgari, pero también hurgué en la biblioteca de mis padres y descubrí a gente que contaba otro tipo de historias, como Frank Yerby o Frank G. Slaugther.

Leía todo lo que caía en mis manos con verdadera pasión, habitando en mundos mejores donde todo acababa bien y yo podía ser el protagonista. Eso me hizo acreedor al título de «el tío con más imaginación que he conocido», en palabras de mi hermano Álvaro. Siempre tenía una historia apasionada que contar. Era tan convincente que Álvaro y yo decidimos escapar a África. Desgraciadamente, mi madre nos pilló antes de cruzar la calle de Narváez y abortó lo que pudo haber sido la aventura de dos intrépidos viajeros de 12 y 8 años.

Siempre he querido contar historias y siempre he tenido un punto de vista poco frecuente. Un buen amigo de mi infancia, Juan Antonio, soportaba pacientemente una historia de ida al colegio y otra de vuelta. Y jamás me repetí.

Nací en una ciudad, pero mi alma es rural. He pasado lo mejor de mi infancia paseando por el campo, en Seseña, cuando no era más que un pueblo de algo más de mil habitantes. Aquello sentó las bases y los pilares sobre los que luego he edificado todos mis valores. El campo es distinto. Puedes caminar casi sólo, pero tienes que saludar a todo el que te encuentras, porque convives con él. El problema es que la Sagra Alta es muy llana y reconoces al que se acerca desde muy lejos. Eso te obliga a saludarlo durante cinco o diez minutos, utilizando diferentes volúmenes de voz conforme te vas acercando y luego te alejas. Porque no te detienes, para qué si ya has dicho todo lo que tenías que decir.

Estudié Ingeniería Naval. Fue duro, tuve que echarle muchas horas y mucho esfuerzo. Estuve rodeado de compañeros muy vocacionales, con padres que habían trabajado en astilleros y oficinas técnicas de diseño de buques. Fue por contraste con ellos cuando me di cuenta de que yo no era así. No obstante terminé, porque soy una persona tenaz. Si tuviera que elegir dos animales totémicos serían el lobo, porque nunca se cansa, y el jabalí, porque embiste ciegamente y es capaz de atravesar la maleza más densa.

Mis primeros trabajos estuvieron relacionados con la consultoría  y, muy estrechamente, con la informática. Algo de eso había visto en el colegio, en concreto, un ordenador que funcionaba con tarjetas perforadas y se programaba en Fortran. Tampoco era mucho mejor el de Navales. Pero en la empresa teníamos pantallas de fósforo verde llenas de letras blancas. Para cualquier cosa, había que saberse de memoria los comandos, porque estamos hablando de la prehistoria antes de Windows. Alguien debería inventar un término para referirse a esos tiempos. Algunos, los privilegiados, tenían un PC con dos bocas una para el disquete del sistema operativo y otra para guardar ficheros. Luego vinieron los primeros con disco duro.

Pero dejemos los tiempos en los que los dinosaurios habitaban la tierra (me refiero a los grandes mainframes de IBM). La verdad es que no lo hicimos mal y aquellos sistemas se exportaron a muchas empresas. Eso me proporcionó un elemento muy importante para un escritor: tener algo que contar.

Esta actividad internacional me permitió conocer mundo. He vivido durante dos años y medio en Uruguay, aunque, mis obligaciones de director de línea de negocio me llevaron por casi toda Latinoamérica, desde México hasta Argentina y Chile. Luego, como Director del Área Europa, Norte de África y Oriente Medio, he podido conocer otras culturas. Soy una persona abierta, que no tiene problemas para hacer preguntas y para comprender otras realidades. Los tópicos se caen, aprendes a leer las situaciones que hay detrás de las palabras y a identificar los aspectos comunes, enmascarados por superficies diferentes. La clave está en profundizar.

He intentado escribir desde siempre. La lección más dura fue aprender que no basta con haber sido un buen lector, de la misma forma que ver muchas pinacotecas no te convierte en un buen pintor. Es condición necesaria pero no suficiente. Tardé en entenderlo, pero, al final, la realidad es tozuda y las editoriales, inamovibles.

Una me recomendó que aprendiese el oficio y lo hice. He asistido a un taller literario durante cinco años. Así pude aunar la forma y el fondo. Ambos son imprescindibles. Un hito fundamental ha sido la publicación de mi primer libro: «Historias breves con trazo grueso». He comprobado la veracidad de que la primera obra contiene todas las demás. Y este podría ser un resumen de mi futura vida literaria. Ahora es tiempo de que el lobo y el jabalí guíen mis pasos.

Aficiones: Me gusta aprender. Me fascina la ciencia: genética, biología, astrofísica, matemáticas, relatividad, cuántica. Pero también la naturaleza humana: sicología, historia, arqueología.

Por eso me gusta leer mucho ensayo, mucha divulgación científica y mucha novela histórica. Necesito que me lleven a la frontera del conocimiento. Es divertido descubrir para luego contarlo. A mi manera, insertándolo en una trama diferente, donde esas novedades aparecen de forma natural, manan como una fuente, no entran forzadas. O eso me gustaría que fuesen mis escritos. Ya dirá el lector si lo logro.

Adoro a los perros y a los gatos. A cada uno por lo que es. El perro es un amigo incondicional y el gato es ese tipo que tiene miedo de depender emocionalmente de nadie.

Me encanta el baloncesto, porque puedo entenderlo y analizarlo con números. No me gustan las emociones en el deporte, son irracionales, tribales, excluyentes, intensas. Llevan asociados sentimientos cuestionables. No me gusto cuando me dejo llevar por ellos. Pero lo hago.

Rasgo más sobresaliente de tu personalidad: Soy curioso, tenaz y extrovertido. Creo que quién haya leído lo anterior, sabe a qué me refiero. Como aspecto negativo, tal vez tenga excesiva confianza en mi criterio. La culpa fue de una profesora. Tendría yo unos diez años. Nos planteó una disyuntiva y ella eligió la primera opción. El jabalí tomó el control y yo opté por la segunda. Me quedé mirando ceñudo a toda la clase. Era el único.

Entonces mi buena maestra, cuyo nombre no recuerdo, explicó que la primera opción era errónea, que lo había hecho a posta para que conociésemos la importancia de tener nuestro propio criterio y analizar las cosas sin dejarnos llevar por los demás.

Desde entonces me he convertido en el monstruo que soy. Un monstruo que casi siempre tiene razón, por cierto. Ojalá pudiese poner un emoticono guiñando un ojo, para que sepáis que es broma.

Cuéntanos por qué decidiste ser escritor: Soy escritor porque, desde que tengo recuerdos, necesito contar historias. Pero también porque tengo historias que contar. Historias originales, que creo honestamente que nadie ha contado antes.

Ha sido muy importante aprender a plasmarlas: conocer la técnica, desarrollar tu propio estilo, identificar los modelos que te inspiran.

No merece la pena ser escritor si no reúnes una cierta calidad en ambos aspectos.

Autores preferidos y por qué: Me gustaría escribir como Delibes, porque muestra cualquier situación y hace evidentes las emociones y los conceptos más complejos con absoluta sencillez y naturalidad. Hay muchos autores interesantes de novela histórica: Posteguillo, Aurrensanz, Chicot, pero creo que el más atrevido y que mejor penetra la esencia de la Historia y te hace cuestionarte lo que conoces, es Mateo-Sagasta.

Tu obra favorita de otro autor: Mi libro favorito sería «La muerte del quinto sol», de Robert Somerlott. Es la aproximación más original que he leído a la llegada de Cortés a México. Creo que un libro no es sólo su contenido, sino también lo receptivo que esté el lector y ése llegó en el momento justo. Puede que, si lo volviese a leer, la magia se desvanecería. Por eso no lo hago. Un libro tiene tantas versiones como lecturas le des. No quiero una segunda.

Tu obra favorita de las que has escrito: Tengo una obra en espera de publicación: «Céline». Es una novela histórica de los días previos al inicio de la segunda Guerra Mundial, vividos por una mujer norteamericana negra, que espía al servicio del Deuxième Bureau. Es negra porque así lo dicen las leyes de Louisiana, pero no por el color de su piel. Descubre los intersticios del programa nuclear alemán.

Pero si alguien quiere conocerme, que lea «Historias breves con trazo grueso».

Tu estilo literario: Trato de escribir con un estilo sencillo, espontáneo. Me interesa el relato histórico como una forma de esquivar tópicos y falsedades y de adentrarme en la naturaleza humana. Su prolongación natural, desde el pasado hacia el futuro, es la ciencia ficción, así que siempre acabo precipitándome en ella. No me gustan las novelas de viajes espaciales en las que cambias los cohetes por carabelas y las tripulaciones por marinos del siglo XV, y el argumento te vale. Me gusta Isaac Asimov, porque investiga hacia dónde camina la humanidad.

Además, el novelista de ciencia ficción hace una labor social. A la especie humana le pasa como a los fenómenos cuánticos: el observador modifica la realidad observada. Por eso, poner de relieve posibles distopías y errores nos ayuda a prevenir futuros desastres.

Una cita de un autor que te guste: «La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero», Antonio Machado. Y su matización, «Todo lo que escuchamos es una opinión, no un hecho. Todo lo que vemos es una perspectiva, no es la verdad», Meditaciones, Marco Aurelio. No se puede decir una sin la otra.

Obra en la que te encuentras trabajando en la actualidad: Estoy trabajando en dos: la segunda colección de relatos de «Historias breves con trazo grueso» y una novela de ciencia ficción de la que aún no tengo claro el título. Es la continuación de mi relato «El muro».

Algo sobre tu manera de entender este mundo: Me pregunto qué responderán los escritores jóvenes cuando la editorial les hace esa pregunta. Entender el mundo es pretencioso, incluso para mí, aún henchido de la confianza que me insufló mi maestra de primaria.

No podemos entender el mundo, porque ni siquiera nos conocemos a nosotros mismos. Necesitamos un complejísimo sistema de espejos de feria, que nos deforman a voluntad, para soportarnos. Una de mis responsabilidades profesionales ha sido el análisis de inversiones e informes de control de gestión. Aprendí que no nos gusta lo que dicen los datos. Necesitamos maquillarlos. Por eso nos refugiamos en mundos fantásticos.

El mundo es algo que uno no para de descubrir y al que tiene que acercarse con una naturaleza maleable, dispuesta a revisar las creencias más profundas, porque la verdad no para de sorprendernos y de derribar lo que hemos edificado.

La clave es que nunca dejes de aprender.

Tus proyectos inmediatos: Lo más inmediato en lo que me encuentro involucrado, es la publicación de mi novela «Céline». He puesto mucha ilusión en ella. La describiría como una obra original en sus enfoques, que descubre cosas que muy poca gente conoce. Creo que es un trabajo bien hecho y que no va a dejar indiferente al lector.

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