Soy Erma Cárdenas, escritora por herencia genética, además de una pasión irremediable hacia las Letras. A los 57 años decidí que, tras un camino de altibajos, debía dedicarme a ser feliz. Había tenido dos malos matrimonios, una hermosa maternidad, éxito en mi carrera profesional y todavía quedaban muchas novelas esperando en el tintero y en el corazón. Además, la vida me debía un gran amor, como en las películas, con caída libre y sin límite de tiempo. Así que ayudé al destino buscando pareja por Internet. A mi tierna edad, elegí a un australiano, seis años menor que yo, agnóstico, esclavo del arte y las largas caminatas, practicante de yoga, viajero, pintor en sus ratos de ocio, gourmet, culto… El jovenzuelo empezó a atraerme (compartíamos intereses y aficiones), pero lo que realmente me conquistó fue su sed, esa angustia por beber hasta saciarse. Ambos ansiábamos sacarle jugo a la existencia, convirtiendo la vejez en una época dorada, pues hay un tiempo para subsistir cumpliendo con deberes sociales y familiares y otro, el nuestro, en que se ensancha el espíritu y el cuerpo goza.
Tras 452 correos, nos citamos en París. Pasamos seis semanas juntos, visitando las salas de los Impresionistas, nuestros pintores favoritos, y las catedrales góticas donde, aun siendo ateos, hablábamos con dios.
Al terminar nuestro recorrido, nosotros, que despreciábamos las amarras del matrimonio, únicamente logramos separarnos bajo una condición: nos casaríamos de inmediato. Al gobierno australiano le tomó nueve meses darme la visa para entrar al país como “prometida” de Kelvyn Steer. El encuentro lo dejo a la imaginación de ustedes, amables lectores.
Tras veinte años, que más parecen suspiros, mi marido obtuvo una muy merecida pensión y se propuso compartir el tiempo conmigo al cien por ciento. La pandemia ayudó a lograrlo.
Hoy vivimos en una residencia para ancianos.
Escribo todos los días; mi marido pinta de vez en cuando.
Tenemos una salud de hierro.
¿El amor? A toda vela.
Apreciamos cada día… y seguimos emperrados en ser felices.
Aficiones: me encanta cocinar.
Rasgo de carácter: soy persistente. Logro lo que me propongo.
Motivaciones para ser escritor: mi abuelo era miembro numerario de la Academia Mexicana de la Lengua. Desde que tuve uso de razón (¿?) me recitaba poesías y regalaba libros. Ante su destreza para crear versos y mi admiración creciente hacia él como diplomático, político, militar, revolucionario y médico, no me quedó más remedio que imitarlo en la única área que estaba a mi alcance: la escritura.
Mi estilo literario es la novela histórica, aunque también incursiono en la ficción y el cuento. Mis gustos cambian con los años. De niña adoraba a Luisa May Alcott y sus Mujercitas; hoy leo nuevamente El Quijote. De Cervantes, escogería la frase que se le atribuye: “Nunca segundas partes fueron buenas”, que usa precisamente en la segunda parte de su magistral novela.
Estoy por publicar La asesina inocente, biografía de María Teresa Landa, la primera Miss México, 1928. También cosecho datos sobre Cervantes y quizá me atreva (la osadía desconoce limitaciones), a escribir sobre este gigante. Al menos ya tengo el título: “El hombre inventado”, solo falta escribir el texto.