José Carlos Turrado, autor del libro Cuarenta y ocho cuento, un pantano y un altar. Editorial Adarve, publicar un libro   Vivo en un pisito en el centro de Valladolid. Soy un solterón de mediana edad, cuarentón. Según dicen, de joven era bastante guapo y apuesto, pero ahora ya menos, y me temo que eso no vaya a mejorar. Me gustaría haber formado una familia, pero no ha podido ser. Hay cosas que no se pueden hacer solo, aunque lo intenté.

Cuando tengo vacaciones o días libres, suelo estar en mi terruño leonés, en San Juan de Torres o Pobladura de Yuso. No me gusta residir en la ciudad. Detesto las ciudades grandes. Aunque mucha gente opine lo contrario, Valladolid lo es bastante. Tiene mucho de bueno y poco de malo, que no se me malinterprete cuando digo que no me siento cómodo en ella. Me sentiría igual de mal en cualquier otra ciudad actual. Viví un par de años en Ávila, y allí me encontraba mejor; claro que Ávila es una ciudad muy especial y con apenas cincuenta mil habitantes. He terminado en Valladolid, sencillamente, porque es mi ciudad, por eso no la he abandonado. Por vicisitudes de la vida, podría haber acabado viviendo en Bruselas, en Luxemburgo, o en Washington, quizá en Madrid. Tengo las espaldas muy anchas, pero no sé si lo habría soportado. A Valladolid, por lo menos, la quiero.

Nací en un barrio obrero, La Victoria. Mis padres procedían del sur de León, de las Tierras de La Bañeza, en el valle del Órbigo. Mi padre era el hombre más manitas que he conocido. Trabajó toda la vida de mecánico en Michelín, pero su gran pasión fue la ebanistería. Llenó de muebles medio planeta. Falleció hace un par de años de cáncer de pulmón, durante el peor tramo de la pandemia. Tuvo una muerte horrorosa, pura, cruda, casi inconcebible en la España del siglo XXI. Estábamos encerrados, el sistema sanitario colapsado y el mundo parecía una peli de zombis. Tenía sólo sesenta y siete años.

Mi madre sigue completamente viva. Ha sido siempre joven, maestra y madre de familia numerosa. De ella destacaría que es una mujer muy inteligente y culta, cosas que no siempre le ha reconocido su entorno. Nadie es perfecto, pero yo estoy muy orgulloso de mis padres.

Como estudiante, fui un verso suelto. De pequeñín tenía orejas de soplillo y se burlaban de mí. En un recreo fui a por el más grande, le di un empujón y se pegó un trompazo considerable. Bullying solucionado y, hasta donde sé, mi abusón es ahora un decentísimo y bonachón padre de familia. Sacaba buenas notas porque las asignaturas eran muy fáciles. En la carrera de Hispánicas, igual. Dicen que ahora es mucho más fácil; me resulta difícil de imaginar. Aprobé muchas asignaturas yendo solamente al examen. Algunas, hasta con matrícula de honor. Flaqueé en otras porque mi latín no era demasiado bueno, no lo cursé en el instituto.

Siempre he sido profesor, desde pequeño. Mientras sacaba la carrera impartía clases particulares de Inglés. Hasta que se convocó la oposición trabajé en academias, y después ya pasé a institutos. Ahora la gente consigue el destino definitivo muy rápido, en mis tiempos no era así, me tocó hacer carretera por la diminuta comunidad autónoma de Castilla y León (cosa que me encantó y agradezco, todo un privilegio). El instituto de Las Salinas es mi segundo destino definitivo, el primero era Miranda de Ebro, allá donde Cristo perdió el mechero. Laguna es prácticamente un barrio de Valladolid. Con sus pequeñas pegas, es un buen destino y seguramente ya no lo cambie.

Conozco muy bien a las nuevas generaciones, como se entenderá. Hay gente que destaca de los jóvenes de hoy que son tontos del haba. A otros les llama más la atención que están locos . No es que no comparta esas aseveraciones, pero añadiré algo que, a mi juicio, va antes y es en gran medida la causa: son cobardes. Hemos criado y estamos criando a cobardes, y en los efectos vivimos ya. Los valentones adolescentes de la tele, contestatarios, activistas de la necedad y demás, no son valientes, sino el típico botarate tirano que se exacerba cuando se siente arengado por la masa.

 

Aficiones:  Yo no soy aficionado a nada, me lo tomo todo muy en serio. Como todo el mundo, diría que soy aficionado a la literatura, pero no creo que mi banquero esté de acuerdo. A pesar de que no estoy bien pagado y por lo menos la mitad de mi trabajo lo hago gratis (y encantado, porque es un placer hacer las cosas por generosidad), vivo como un monje, no gasto ni un duro y llevo un montón de años currando: estoy podrido de dinero. La gente (de hoy en día) no suele entender que yo no soy un aficionado a la literatura. A lo mejor, si vieran mi cuenta del banco empezarían a notar qué diferencia hay entre ellos y yo; tomarían escala, medida. No lo hago porque supongo que no resulta elegante, pero tampoco resulta elegante que se ponga tan insoportable tanta gente que, en realidad, no tiene ni repajolera idea de nada. En fin, soy un hombre de paz o, al menos, no me gusta perder el tiempo; tengo muchas cosas que hacer y la vida es muy corta. Por lo demás, el dinero me la trae al pairo, otra pérdida de tiempo. Últimamente me molesto en publicar mis libros, pero no me gusta promocionarlos, me importa bastante poco si gustan o no, si se venden o no y todo eso. Es una pérdida de tiempo, es alienante, corrompe a los escritores y a los artistas y yo soy una persona seria con muchas cosas importantes que hacer. Mi público es universal y es intrascendente que exista hic et nunc o no. Sólo faltaba que los tres o cuatro ratos que tengo para escribir los pasara por ahí haciendo el tonto de feria en feria.

La gentuza que se toma su vida en broma, al circo.

Por lo demás, llevo unos treinta años dedicando tres o cuatro horas al día a leer. Los sábados escribo. Solamente los sábados, y no todos. Mi trabajo de profesor, y además de Lengua y Literatura, me obliga a utilizar bastantes para corregir pruebas y exámenes. Los sábados de escribir empiezo a eso de las ocho o las nueve de la mañana, y acabo a las dos o tres de la madrugada. Unas trece o catorce horas seguidas. Con eso me ha dado para acabar veintipico libros en los últimos cuatro años. Si tengo suerte, a veces también dispongo del domingo. A diario no puedo porque mi trabajo es muy duro y me da muchas preocupaciones y dolor de cabeza.

Aparte de la literatura, mis aficiones son las de todo el mundo: la filosofía, la psicología, la teología, la historia, la antropología, la música de todo pelaje (menos la de ahora), el arte (sobre todo la pintura), el cine, etc. He leído una montaña de libros sobre cada cosa, aparte de la práctica. También toco la guitarra, pero ya hace mucho que perdí la costumbre. De chaval, se me daba muy bien hacer deporte y emborracharme a lo bestia y esas cosas de críos, pero he crecido y ya no. Como todo el mundo, también viajo. He viajado un montón a lo largo de mi vida. Así a lo tonto, he estado en todos sitios, y en bastantes, mucho tiempo, periodos de semanas e incluso meses. Echando cuentas…me parece que he visitado dieciséis países. No lo he hecho adrede. La vida, que es muy rara… No me gusta hacer turismo. Cuando no tengo ningún motivo para ir a un sitio, no voy: voy a mis pueblos, que se está muy bien y muy tranquilo. La gente de mis pueblos es la mejor del mundo. Ahora llevo como tres años sin salir de España, desde que empezó la pandemia.

Cuando tengo ganas de relajarme y perder el tiempo, me pongo vídeos de Youtube. No tengo televisión en casa. Veo conferencias y charlas del Museo del Prado, del Museo Arqueológico Nacional, del Ateneo de Valencia, del Instituto de Física Teórica… Las de la Biblioteca Nacional son malísimas: propaganda, corporativismo entre paniaguados, aire, diletantismo, estupidez. Me enfadan. De los youtubers propiamente dichos no voy a comentar nada. Me encanta un canal vitoriano que se llama Raíces de Europa. Soy fan de una profesora de Historia que se llama Eva Tobalina, ¡un portento docente!, ¡una artista! Da gusto verla. Yo sé mucha historia, a mí no me enseña nada, casi nada; la veo por ese placer que produce contemplar a la gente que sabe hacer las cosas bien. Me temo que esto que digo hoy en día suene a chino.

 

Rasgo más sobresaliente de tu personalidad:   Soy una persona muy tímida, no me gustan los tumultos, prefiero pasar totalmente desapercibido. También soy callado, casi hasta lo patológico. No en clase: disfruto una barbaridad explicando cosas que conozco bien a gente que quiere aprenderlas bien. Creo que por esa apariencia retraída y escuchadora mucha gente me malinterpreta y cree que soy buena persona, pero no es cierto. Soy malvado, bastante cruel a poco que suelte cuatro palabras, y tengo muy mal genio. No mal genio de caniche. Yo soy un rottweiler. Mido un metro noventa, peso noventa kilos y no me gusta perder el tiempo ladrando pa’na’… Si yo no fuera yo, me tendría mucho miedo. Pero bueno, como sí que soy yo, lo llevo bien. Lo que destacaría de mí es que soy muy cascarrabias, pero no de esos cascarrabias simpáticos; de los otros, de los que se ve que lo pasan mal.

Mis alumnos no me tienen demasiado miedo, porque hago ironías muy curiosas y a veces soy hasta gracioso. Yo les digo que hacen mal, pero no me creen. Son chavales de los de ahora, saben atarse los cordones de milagro. Probablemente haya alguno que no sepa. No hablo en broma, y no se confunda el lector: yo no doy clase a niños. Mis alumnos son mayores, casi todos, de bachillerato. Explíquenles ustedes los actos de habla perlocutivos o a Baltasar Gracián…

Por suerte, ya me han prohibido enseñales a Gracián. No consta que fuera gay.

 

Cuéntanos por qué decidiste ser escritor: No pretendo decir que se pueda nacer escritor, pero apenas me acuerdo de estar vivo sin sentirme escritor o algo parecido. Aprendí a leer solo, por “contagio ambiental”; a los tres años ya sabía. Probablemente aprendí por estar presente mientras mis hermanas mayores hacían los deberes o algo así. Casi no hablaba, pero ya sabía leer. Los libros han sido mi vida, sencillamente. No tengo motivaciones concretas. Sin libros yo no tengo vida. Quizá, desgraciadamente, tenga que apostillar que, aparte de los libros, casi no tengo vida. La que tenía, la he perdido.

 

Autores preferidos y por qué: La retahíla no tendría fin. Voy a destacar a los que realmente han cambiado mi vida, y la primera es Agatha Christie. Ya de niño era muy lector, pero Agatha Christie me enganchó mucho: es quien me acostumbró a leer horas y horas sin parar, y por eso le estaré siempre agradecido.

A partir de ahí, el siguiente, ya con trece o catorce años, fue Rimbaud. Sencillamente, me deslumbró. Desde Rimbaud, sé que sería quien soy hoy. A los catorce años yo ya sabía que a los cuarenta y dos sería exactamente como soy hoy. No he fallado ni un pelo, ni una legaña, ni un verso. Eso no significa, obviamente, que haya triunfado en la vida. De hecho, quizá debería alarmarme. Tal vez viva menos tiempo del que me gustaría.

Un poquito después la desolación de Beckett, de Cioran, de Celan, la furia de Céline, me pegaron fuerte. Seguramente fue Trakl  quien me enseñó a escribir a miradas, no a gritos, y acariciando el papel. Es muy importante escribir acariciando el papel. Si un escritor escribe sin acariciar el papel…mal asunto.

De chaval tenía cierta fobia a los escritores españoles. Fui un muchacho muy francófilo y rusófilo. Creo que el primer escritor español a quien respeté, en mi adolescente avilantez, fue Valle. Obviamente, las cosas han cambiado mucho. De hecho, yo diría que hay bastantes motivos para considerar que la literatura española y/o en español es la más desarrollada del mundo, la más rica, la más hondamente literaria, la mejor. Como tradición, ni siquiera la francesa la iguala. La literatura española es, con diferencia, la más genial e infravalorada de cuantas existen. También España es el país más literario de la historia, como “cultura”. Nos hemos dejado ganar, me temo, por nuestro carácter ciceroniano. No nos damos cuenta del mismo modo que los peces no se dan cuenta del agua, y somos malísimos compitiendo. Afortunadamente, la literatura no es un concurso de a ver quién la tiene más larga, pero como el posmoderno es como es, la situación actual es peligrosa. Debería haber mucha más reflexión al respecto. Estoy como loco buscando libros de Gómez de la Serna y no los encuentro.

Hay, por lo menos, ocho o diez escritores españoles que ni por asomo tienen equivalente extranjero. Si se dan cuenta, a la inversa no sucede.

¿Autores actuales? Ninguno. La literatura actual no vale nada, ni siquiera es literatura. Sexo servil, prostitución, pornografía, publicidad. En la auténtica literatura el escritor sabe que el lector es un esnob tonto, ignorante y hostil, y el buen lector es quien sabe ponerse del lado del escritor. El arte es una lucha y una conquista de la humanidad, de lo humano. Duele, hay vencedores y vencidos, redime, purifica, purga. Ya sé que esto seguramente no guste al contemporáneo. El escritor escribe con amor al ser humano y desprecio al lector. Si los lectores actuales supieran lo que los grandes genios de la literatura opinaban personalmente de ellos se quedaría helados, traumatizados. “Machado, Machado, ¡pero si yo te quiero!, ¡yo creía que eras bueno!” XD

“¡Hala, pues ya no te ajunto, ya no doy al me gusta!”.

 

Tu obra favorita de otro autor: Tal vez llame la atención que, siendo un escritor hoy en día tan diferente a Rimbaud, elija Una temporada en el Infierno.

 

Tu obra favorita de las que has escrito: Una obra que creo que contiene casi todo lo que yo aporto es Apología del martirio. Este fin de semana he escrito una tragedia en verso que me parece que me ha quedado resultona, Tamar y Absalón. Todavía tengo que releerla unas cuantas veces, pero sospecho que es de lo mejor que he escrito, sobre todo el principio.

 

Tu estilo literario: Yo escribo novela y punto. No soy un autor de subgénero ni de quiosco, de esos que hoy en día se llevan los grandes premios. La novela es un género que, aunque a la gente le parezca mentira, todavía está en mantillas y que se ha estancado porque, por desgracia, su público suele ser muy mediocre y de costumbres cerriles. Tampoco soy un novelista experimental. Mis novelas no son raras de por sí, son “tan novela” como las de Tolstoi o Galdós. Su propensión al mercado la ha esterilizado catastróficamente. En la narrativa todavía falta todo por hacer y por decir.

Llevo también publicados más de ciento cincuenta cuentos, cinco o seis poemarios, alguna obra de teatro. Mi literatura es mía. Será apreciada o no, pero cualquiera que lea una página mía podrá reconocer que es mía y no puede ser de nadie más. Nadie va a poder plagiarme nunca, se le vería inmediatamente el plumero.

 

Una cita de un autor que te guste:  De chaval me encantaba coleccionar epigramas y aforismos. Tengo cuadernos llenos. Sin embargo, no me va a costar nada elegir. El autor es un tal Yohanan de Betsaida.

   Ἐν ἀρχῇ ἦν ὁ λόγος.

   En archē ēn ho Lógos.

“En el principio era el Verbo”.

 

Obra en la que te encuentras trabajando en la actualidad: Siempre estoy escribiendo varios libros. Tengo los manuscritos abiertos sobre el escritorio, en atriles, y voy a por el que más me llama en el momento de ponerme a trabajar. Ahora he pisado un poco el freno porque no soy capaz de publicarlos al ritmo que los escribo; estoy rematando una novela que se titulará Kerenski y otros grandes éxitos y una colección orgánica de poemas largos. Cuando en algún fin de semana no me apetece trabajar en una de esas, escribo una obra de teatro, en verso. Escribir teatro es muy divertido. Aporta la satisfacción de que tiene la extensión justa para poder terminar una obra literaria completa, de principio a fin, todo seguido, en un par de días, sin hacer pausas.

Hay maestrillos con otros librillos, pero soy de la opinión de que las obras literarias deben escribirse rápido y de una tacada, y es después cuando se mejora sobre lo ya escrito. Yo hago una primera redacción completa y luego la leo y la releo sin cesar, quince o veinte veces, las siguientes semanas, hasta que me la sé de memoria y puedo ir modificándola y puliéndola, “escribiéndola sin pluma”, a cualquier hora del día, caminando por la calle, tomando un café, dormitando, durmiendo… Yo tengo bastante memoria, no me cuesta hacerlo.

Recomiendo la primera redacción rápida porque la lentitud en el avance del primer manuscrito perjudica, ya sea mucho o poco, el carácter unitario.

 

Algo sobre tu manera de entender este mundo: Respeto mucho la filosofía. Tampoco soy un filósofo aficionado, lo he leído “todo y a todos”. Hasta empecé la carrera, pero la dejé porque tenía que faltar al trabajo para hacer los exámenes y no me pareció correcto. Yo nunca falto a trabajar, considere o no la ley que la ausencia está justificada. Soy un ciudadano productivo y serio y trabajo de verdad. En la enseñanza actual eso encaja cada vez peor, de manera que tal vez no tarde en quedarme fuera. La “mierdificación” y yo no nos digerimos bien.

Por lo demás, la carrera de Filosofía no me ofrecía nada, no tenía nivel. Me forzaban a empezar como si fuera un bachiller y a dedicarle cuatro años a lo bobo. Estaría bueno que a estas alturas me pusiera a aprender quiénes fueron Aristóteles, Hegel o Marcel.

Por eso no voy a hacer aquí filosofía, porque la filosofía es algo muy serio y, desde luego, mucho más difícil y restringido de lo que el común cree que es. Por poner algo, diré que la realidad no es absurda, y suscribiré la premisa zubiriana de que el hombre es un animal de realidades. No está mal como punto de partida. ¿Principios éticos? El mensaje esencial de Cristo, que tan caro se paga hoy: sé bueno y valiente.

 

Tus proyectos inmediatos: Seguir como hasta ahora. Ser cada vez mejor profesor y escritor. Aprender. Aportar y, cuando ya no tenga nada que ofrecer, morirme en paz. Quiero ser escritor, si puede ser, reconocido, respetado, porque eso es lo útil y adecuado; pero de ninguna manera quiero ser famoso. Obviamente. Sólo hay que leer mis libros…

 

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