Vivo en la Ciudad de México, la ciudad de los excesos y de los abrazos: los primeros pueden encontrarse en la nota roja, en los índices de contaminación del aire, en las quejas de los conductores que se suman a las caravanas de automóviles en todas las avenidas, en la alegría. Los abrazos surgen de todas partes: amigos, colegas, hijos, nietos, hermanos, amigos de los amigos… nunca faltan.
Desde niña fui amante de los libros y en algún arranque de osadía decidí que un día escribiría un libro tan maravilloso como los que leía en la escuela. Es más fácil decirlo que darse a la tarea: ¿qué de mi pequeña vida merecía la atención de los supuestos lectores? Quizás había que esperar a que sucediera algo digno de ser contado. Mientras llegaba «el gran momento» acepté la vida que me habían diseñado, con algunas correcciones: estudié filosofía, me casé, tuve dos hijos que superaron mis expectativas, me divorcié y empecé a sospechar que si no empezaba a escribir, nunca llegaría el momento. Empecé escribiendo cuentos —algunos afortunados, otros no—, luego artículos periodísticos durante muchos años… No he dicho que mis pasiones en la vida —además de los afectos— son leer y escribir, aprender y transmitir, lo cual también representa un problema: cuando uno termina una novela de Toni Morrison, de Heinrich Böhl, de Philip Roth o de Amos Oz… ¿cómo atreverse a poner dos palabras juntas o a llenar una cuartilla? Todo parece banal. Solo en épocas de superávit narcisista o de desesperación me he decidido a empezar un libro, pero agradezco a la vida permitirme hacer solo cosas que me gustan. Casi.
El primer libro, Rasgando el tiempo. Los judíos, extraños en la casa, es un ensayo que revela las preguntas que me ha planteado la estancia en este mundo: ¿Quiénes son —somos— los judíos? ¿Cómo los han conformado las experiencias de dos mil años de exilio? Era una pregunta relacionada con mi pertenencia, pero también un deseo de entender el comportamiento humano y su manía de entorpecer o dinamitar la convivencia: ¿Quiénes son los otros? ¿Cómo reaccionamos frente a ellos? ¿En quién nos convertimos cuando elegimos un camino u otro? ¿Qué pasa cuando yo soy el otro?
Mi vida ha girado en torno a las letras y las aulas. Actualmente soy profesora en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México, y tengo otra ocupación que me ejercita en el difícil arte de dudar: desde hace diecinueve años animo semanalmente un café filosófico. Es un espacio en el que se entrecruzan dudas y posturas, debatimos sobre los temas más variados: ¿La felicidad es un mito? ¿Vale la pena esforzarse? ¿Existe envidia «de la buena»? ¿Por qué la necedad de emparejarse? Estos debates, desafiantes y placenteros, son como el postre de la vida: los disfruto palabra a palabra, carcajada a carcajada, desconcierto tras desconcierto.
Mi segundo libro, El oficio de la duda, es una colección de ensayos sobre los temas que se habían abordado en los cafés filosóficos de ese tiempo. Estamos hablando de hace poco más de una década. Un día me planté frente a cientos de textos que había escrito y me di a la dolorosa tarea de seleccionar. Parece fácil, pero no lo es: en ocasiones tardaba más en mandar un texto a la basura que en rescatarlo… con grandes probabilidades de volver a ella. Este es un libro muy cercano porque me confirma que a mujeres, hombres, docentes, estudiantes, todos, la vida cotidiana nos enfrenta a las mismas preguntas.
Casi al mismo tiempo, se publicó No soporto el paraíso, una novela en la que llevaba muchos años trabajando, que narra la vida de una mujer a través de sus relaciones con los hombres. Me permitió retratar la vida de las mujeres en México, su condición de hijas, su búsqueda del amor.
El siguiente, Contra la autoridad. De aulas y silencios, requirió observar la vida en la escuela para observar desde fuera experiencias propias que estaban demasiado ligadas a las emociones —enojo, nostalgia, gratitud, vergüenza— para poder abordarlas.
A este siguió La sonrisa del gato, de la que me gusta el inicio: «El 11 de septiembre de 2001 Luisa, asustada, llama a su marido en supuesto viaje de negocios en Nueva York, pero este le responde adormilado, confundido, desde Miami, donde está de vacaciones con Diana, una joven sin prejuicios. Ni Houdini lograría escapar de esa situación».
A partir de esta novela, me dediqué a terminar la tesis de doctorado, a concursar por una plaza en la universidad —de algo hay que vivir— y a escribir artículos académicos, por lo que cuando pude dedicarme a la Guía para desconcertados se convirtió en una tarea muy placentera.
Hablando de placeres, están también el cine —una de mis mejores escuelas—, la música, pero sobre todo las actividades que privilegian lo afectivo: comidas en familia, conversaciones con mis amigos —muchos y muy buenos—, con mis estudiantes… La filosofía en la ciudad es una especie de factoría de afectos: con los cafépensadores que asisten al café filosófico y también los jóvenes —brillantes y entusiastas— que forman parte del equipo.
Imposible hablar de un libro favorito, porque si reviso mi librero encuentro los favoritos de cada momento de mi vida; solo conservo los que me han marcado, pero cubren varios libreros.Últimamente leo mucho a David Grossman, pero también a Laura Restrepo, a Fernando del Paso, a Elena Garro…
Mis libreros revelan la forma en que entiendo el mundo: Novelas, muchas, porque nada me apasiona más que los seres humanos; somos tan distintos, tan creativos, tan cuadrados, tan parecidos, tan dispuestos a gozar y a echar todo a perder… Esto explica el siguiente librero en el que predominan los libros de filosofía —para las preguntas por el qué— y los de pedagogía —para las preguntas por el cómo—. Esto no significa que ya tenga respuestas, pero he acumulado un número infinito de preguntas que me cuesta administrar en dosis razonables. Nada me interesa más que las personas y la manera en que propician y erosionan la convivencia.
Una cita de un autor que te guste:
«Tres pasiones, simples, pero abrumadoramente intensas, han gobernado mi vida: el ansia de amor, la búsqueda del conocimiento y una insoportable piedad por el sufrimiento de la humanidad. Estas tres pasiones, como grandes vendavales, me han llevado de acá para allá, por una ruta cambiante, sobre un profundo océano de angustia, hasta el borde mismo de la desesperación».
Bertrand Russell
Tus proyectos inmediatos: Ciertas experiencias recientes con el dolor físico me llevaron a escribir sobre ese tema, con el afán de reírme de mí y no tomármelo tan en serio. Dichos artículos, que se publicaron en la revista Nexos, resultaron un ejercicio interesante y la retrolimentación que he tenido de los lectores me ha demostrado que no soy tan original como creía… el mundo está lleno de dolientes incomprendidos. Afortunadamente, creo que esa etapa terminó y empiezo a escribir en la sección de cultura, siempre disfrutable.