Soy de un pueblo cordobés llamado Villa del Río, de donde es originario D. Matías Prats, el mejor radio-locutor y comunicador que ha dado esta tierra, aunque desde hace 18 años resido en “Córdoba la llana”. Tengo 44 años y me encuentro felizmente casado desde hace 20 años con una gaditana del pueblo de Chipiona. Tengo que decir que la dejé sin playa para traérmela al calor de Córdoba, pero como prenda, se quedó la mitad de mi corazón.

Tengo un feliz recuerdo de mi más tierna infancia. Recuerdo a mi madre y mi padre leyéndome historias cuando tenía menos de cuatro años y jugando conmigo, escuchándome charlar, porque hablaba hasta por los codos a esa edad. Contaba cosas de niño como, por ejemplo, que quería un conejo y mis padres me decían que se iba a escapar. Entonces yo, con toda la seguridad del mundo les dije: “podemos hacerle un nudo en el rabito y atarlo a la pared”. ¡Todavía recuerdo a mis padres riéndose! ¡En fin! Es mi forma de decir que tuve una infancia feliz con padres que me inculcaron valores y principios que hasta hoy guían mi vida.

Fui creciendo y llegó la escuela. Notas perfectas hasta que llegó 8º de E.G.B. Se me revolucionaron las hormonas, empecé con la adolescencia y con ella la edad del pavo. Creo que un avestruz parecería pequeño con el pavo que tenía, y lo pagaba con los estudios. No era torpe, simplemente vago. No quería estudiar, solo estar en la calle o pescando en el Guadalquivir, río que pasa junto a mi pueblo. La asignatura que menos me gustaba… sí, Lengua. Si mi maestro de Lengua me viese ahora, le daría un infarto. Pero todo tiene sus consecuencias. Tras recuperar tres asignaturas en septiembre y conseguir el graduado escolar con un suficiente, mis padres me hicieron una pregunta de forma muy clara: “¿Vas a ir al instituto, o vas a trabajar? Si vas al instituto es para estudiar en serio, no como hasta ahora”.

Como era un poco precoz y conocía la situación en mi casa, con una hermana 4 años más pequeña y otra en camino, decidí trabajar. (Eran otros tiempos y, aunque tenía 14 años, podía encontrar algún trabajo de aprendiz en algún sitio).

Mi primer trabajo fue en la tapicería de un tío mío. Duré un mes. Me echaron. El segundo en una fábrica de muebles. Duré dos meses. Me echaron. La pregunta es, ¿por qué me echaron de estos sitios? Porque era un niño y no sabía trabajar. Hicieron bien.

Después me busqué un trabajo en una panadería, trabajando por la noche. Desde las 12 de la noche hasta las 8-9 de la mañana. Mi maestro de panadería se encontraba solo por la noche, trabajando con un niño que no sabía trabajar y que, además, estaba siempre muerto de sueño. Lo que voy a decir ahora no justifica lo que hizo, pero ahora, visto desde el prisma de la experiencia y la edad, el pobre estaría desesperado con “el paquete que le había tocado”. Así que me insultaba, amenazaba y gritaba cada noche para que trabajase mejor y más rápido. ¡Llegué a cogerle pánico a ese hombre!, hasta el punto en que una noche, desde la puerta de la panadería, me di la vuelta y les dije a mis padres que me habían echado por llegar cinco minutos tarde. Mi padre dijo que me acostara, pero que, al día siguiente, hablaría con los dueños.

Villa del Río (Córdoba)

¡Qué poco iba a durar mi mentira! Así que, desesperado, comencé a llorar y confesé mi mentira, además de que le tenía miedo a ese hombre que me insultaba y amenazaba cada noche. Y ahora viene la frase que marcó mi vida y puso la piedra angular para lo que soy hoy. Mi madre me dijo: “Con las 30.000 pesetas que ganas, (150€ al mes) le compramos los pañales a tu hermanita (que tendría en ese momento escasos dos meses de vida)”. Como he dicho antes, era un poco precoz y aunque no sabía trabajar y me daba miedo ese hombre, no renuncié al trabajo porque a mi hermanita no le faltase lo básico. Estuve yendo a trabajar a aquel sitio 4 años y medio más. Fueron los años más largos y duros de mi vida, ya que nivel de exigencia de ese hombre nunca menguó, ni siquiera cuando tenía el oficio totalmente dominado. Siempre exigía más velocidad y perfección.

Por suerte, a los 18 años empecé el trabajo sustitutorio, por mi objeción de conciencia ante el servicio militar. Pero de nuevo, mirando con el regalo del prisma de la edad y la experiencia, puedo decir que aprendí cosas muy útiles, como trabajar muy duro, hacerlo siempre rápido y bien, ser autocrítico conmigo mismo y buscar siempre el mejorar. Y lo que debí aprender antes de los 14, la importancia del estudio y el esfuerzo por conseguir lo que uno quiere, empecé a ponerlo en práctica mientras cumplía con el sustitutorio.

Trabajé en la Mancomunidad de Municipios del Alto Guadalquivir, que no era nada más y nada menos que una oficina en la que ensobraba, sacaba fotocopias de libros y libros y más libros. Pero también aprendí a manejar el Windows, el Word y algunos programas de diseño. Cuando no tenía nada que hacer, comencé mi primer libro. Pero en eso abundaré más adelante. El trabajo lo tenía por la mañana, así que por la noche acompañaba a proyectar cine a mi padre por los pueblos. Como buen padre, me enseñó el oficio y ahora sí estaba preparado para trabajar y aprender. Pronto tuve mis propios pueblos en los que proyectar cine.

La objeción de conciencia terminó a los 13 meses (no los 9 que había que hacer por el servicio militar). Así que como ganaba un sueldo proyectando cine por las noches, me busqué un trabajo por las mañanas en el que pudiese aprender un oficio. Me apunté a una escuela taller de jardinería que duraría 2 años.

Como he dicho antes, estaba ansioso por demostrar que estaba listo para aprender y para dejarme la piel en ello. Durante los dos años di el máximo de mí, aprendiendo el oficio de diseñador de jardines y jardinero con nota Sobresaliente. Cuatro años y medio, con todas sus noches, dan mucho en lo que pensar.

Esto me sirvió para encontrar trabajo en un vivero nada más terminar la escuela taller. Este empleo me dio la suficiente autonomía como para poder viajar todos los meses a ver a mi novia, al menos durante un fin de semana, a Chipiona y para pagar las facturas del uso de los primeros móviles que se veían, que eran muy elevadas. Hablamos del año 2000.

Me casé y desde entonces soy “asquerosamente rico” en amor y felicidad. Encontré a la mujer de mi vida y le daré eternamente las gracias a Dios por ello. Pero el sueldo del vivero era demasiado bajo y apenas nos llegaba para final de mes, y mi columna no podía aguantar mucho tiempo más. Yo que presumía a mis 25 años de una salud de hierro, de ser un trabajador incansable, tenía que empezar el día hincando la rodilla en el suelo del invernadero para colocar las macetas recién sembradas en su línea de riego. Así que le pedía a Dios que me diese un trabajo en el que no tuviese tanto dolor en la columna y que me permitiese no pasar por tanta escasez material. Nunca nos faltó lo básico, pero, solo podíamos comprar una Coca-Cola al mes para celebrar que habíamos cobrado. Aunque, como dice un proverbio: “hay más felicidad con un plato de lentejas donde hay amor, que comer un torillo cebado con discordia”. (Más o menos es así). Aprendí a subsistir con lo básico, por lo que luego, cuando he tenido más lo he agradecido y lo agradezco.

Continuando con el tema del trabajo, Dios oyó mis oraciones y encontré un trabajo en una empresa de seguridad de receptor de alarmas. Cumplió su propósito. Como el trabajo era en Córdoba capital y mientras trabajaba en el vivero vivía a 25km de esta, compramos un humilde pisito, lo reformamos y metimos todas las deudas de tarjeta y coche en la hipoteca. Parecía que todo iba bien. Pero no soporté el estrés de ese trabajo y las continuas amenazas de ser despedido por un jefe de sala que necesitaba rebajar a los demás para sentirse bien. Este fue el detonante de una depresión soterrada bajo capas y capas de, “tengo que hacerlo y puedo hacerlo, si no, ¿quién le comprará los pañales a mi hermanita con dos meses?” Y me derrumbé. Caí en una depresión. Como veía que no podía seguir en ese trabajo, hablé con el director para llegar a un acuerdo para no perder mis derechos.

Como unos meses antes, ya veía que no podría soportar mucho más en semejante situación, comencé un curso de instalador de energía solar. Así que, cuando salí de ese trabajo, el haber estudiado ese curso me sirvió para que me contratasen en una empresa que estaba empezando como en ese sector y, aunque iba a entrar como instalador, mientras buscaban clientes, hacía de comercial, terminado especializándome en los grandes proyectos fotovoltaicos, los vulgarmente llamados, parques solares. Fue muy bonito, aprendí y viajé muchísimo. Participé en operaciones muy grandes con personas muy importantes de grandes compañías, pero mi depresión aumentó y tuve que darme de baja porque un día al salir de casa para trabajar, tuve que volverme porque me aterrorizaba la calle. Una buena dosis de agorafobia para aderezar la depresión profunda en la que caí. Hasta el punto de no poder trabajar en nada. Por la gran cantidad de pastillas que tomaba para mantenerme tranquilo y a salvo de mí mismo. Me encontraba en una situación en la que no me había querido ver ni desde que, con los 14 años, acepté dejar mis miedos para que no faltase lo básico en mi casa. Me refiero a que ahora no podía trabajar. Estaba roto por dentro. Mi mente me había abandonado para recluirse en un profundo pozo de cieno negro y nauseabundo, en el que me estaba ahogando y del que no tenía fuerzas para salir. Pero siempre hubo manos para ayudarme. Las de Dios y las de mi esposa que cada día sufría la pérdida del hombre con el que se casó por este otro que no se parecía en nada al joven con el que contuvo nupcias. Pero tenía y tiene un corazón tan lleno de amor por mí que, desde entonces, me ha estado cuidando y mimando, aguantando mis “idas de cabeza”, mis ansiedades, mis largas estancias en las profundidades del pozo enlodado y el ver la sombra de lo que fui.

Tan mal me encontraba que la seguridad social me dio un 70% de discapacidad, teniendo en cuenta la valoración, de un psicólogo, un asistente social y un médico de familia. Coincidieron en que tenía que solicitar una pensión ya que no volvería a trabajar. Pero la Seguridad Social no me quería dar ese beneplácito. Por lo que una vez más, Dios mediante, denunciamos a la Seguridad Social. Todo el mundo nos decía que no íbamos a conseguir nada. Que era muy difícil ganarle a esa mastodóntica entidad. Pero yo no estaba fingiendo. Necesitaba ese dinero porque de verdad no podía trabajar. ¡Si no podía ni vestirme solo! Por lo que dejé el peso en las manos de Dios pidiéndole que me diese una señal de cómo debía actuar. Entonces, mi suegro me prestó el dinero para pagarle a un perito para que me hiciese un informe y declarase en el juicio defendiendo mis derechos ante la “Gran” Seguridad Social. Y gracias a Dios, ¡ganamos! Me dieron la incapacidad total de por vida y los atrasos desde que me diagnosticaron la enfermedad y me reconocieron que no podía trabajar.

De eso hace ya 16 años y aún arrastro los envites de esta maldita enfermedad, ¡aunque ya muchísimo mejor! Ahora puedo ponerme unos pantalones sin que me tengan que sujetar para no caerme por las pastillas que tomaba o poder comer sopa sin que los temblores me vaciaran la cuchara en el camino del plato a la boca.

Todo lo anterior lo expongo porque estas cosas que he vivido y que estoy viviendo, me llevaron a la escritura. Pero de eso hablaré más adelante.

Aficiones: Me gusta viajar con mi esposa, ver películas de ciencia-ficción o de misterio-terror. Me encanta el mundo manga y anime. Leer, pero soy muy sibarita leyendo. (algo en lo que mejorar). Jugar videojuegos, salir con amigos y especialmente escribir.

Rasgo más sobresaliente de tu personalidad: Creo ser una persona sencilla, transparente y sincera. Soy un romántico y estoy enamorado de sentirme amado. A veces soy un procrastinador en muchas cosas de la vida, pero estoy trabajando en ello. Y me gusta ser amigo de mis amigos. Odio las injusticias y soy fiel con los que me son fieles hasta la muerte.

Cuéntanos por qué decidiste ser escritor: Mi primer paso como escritor lo di mientras hacía la objeción de conciencia. Allí escribí mi primer libro. Un libro de los de escoge tu camino. De aventuras. Pero se quedó en un flirteo, en algo íntimo para hacerme sentir que podía escribir algo que no fuesen poesías. A demás mientras me encontraba en lo más hondo del pozo de cieno, el escribir me ayudaba a evadirme. Fue una terapia.

Autores preferidos y por qué: Hay tres escritores que influyeron en mí de forma increíble. Los primeros fueron Margaret Weis y Tracy Hickman, los creadores del mundo de la “Dragonlance”. Me maravillaron las personalidades tan marcadas de los personajes, los draconianos, mitad reptil y mitad hombre y como no, los dragones. Hasta el punto de crear mi visión de cómo debía ser mi trilogía de fantasía épica medieval. Las crónicas de Enthor: La guerra por Aegir, Vol. I. Las crónicas de Enthor: El renacer del mal, Vol. II. Y Las crónicas de Enthor: El príncipe dragón, Vol. III. Todos fueron publicados individualmente por distintas editoriales. Después escribí otro libro de fantasía, pero más estilo barbaros, con una mujer como protagonista. Se tituló: Elia, la guerrera del este.

Luego empecé a leer libros de misterio y terror. Me encantó, “Ceguera asesina” de Robin Cook, algunos del maestro Stephen King, como: La niebla. Aunque también me gustó mucho, los miserables, La verdad del caso de Harry Quebert, de Joël Dicker me encantó, pero mi obra favorita de las que he leído es: “La sustancia del mal” de Luca D Andrea. ¡Soy fan! ¡Me encanta como describe de manera tan sencilla pero efectiva los personajes de la historia y como va jugando con el lector haciéndole creer todo lo que el quiere que creas y en el momento en el que él lo desea! Haciéndote sentir la fobia de la alpinista que cayó en una grieta en la nieve, los rencores de los pueblerinos por distintas circunstancias entre ellos, el triángulo entre el personaje principal con su necesidad de saber y hacer lo que le gusta, con su relación con su hija, y como último vértice, las mentiras a la mujer que ama, a su suegro y así mismo por seguir investigando. Pero lo mejor, el final. Totalmente inesperado, pero con lógica, en el que para que se resuelva el clímax da varias vueltas de tuerca a lo que crees creer, haciéndote estallar la cabeza. Fue mi inspiración para mi libro “El secreto tras los susurros”, la que ha llegado a ser mi obra favorita, ya que, aunque “las crónicas de Enthor” son una hermosa trilogía que puede gustar a jóvenes de 14 años hasta jóvenes de 99, como bien dice D. Matías Prats (hijo) en su prólogo. Eran mis comienzos y he madurado bastante en mi estilo. Ha pasado mucho tiempo desde que las escribí a los 30 años. Desde entonces he leído muchísimo y aprendido bastante de los demás y de las críticas de mis lectores. Por eso, “el secreto tras los susurros” es mi mejor obra, porque plasmo todo lo que he aprendido con el tiempo en una novela de misterio en la Suiza del siglo XIX, concretamente en un pueblecito que se aísla con las nevadas del invierno y en el que, tras una tragedia, se confabula entre el elenco de este pueblo, aderezado con una dosis de ciencia ficción al más puro estilo, películas de los 80.

Una cita de un autor que te guste: “La escritura no es fruto de la magia, sino de la perseverancia”. De Richard North Patterson. Creo que no necesita explicaciones.

Obra en la que te encuentras trabajando en la actualidad: Ahora estoy trabajando en dos proyectos. Un libro ilustrado por mi amigo ilustrador Manuel Pastorino, al que le agradezco la portada del secreto tras los susurros, en el que, un grupo de preadolescentes de lo más variopinto, (e inclusivo) al más puro estilo los Goonies, viven grandes aventuras en distintas dimensiones. Y por otro lado, estoy trabajando en un libro de ficción que trata sobre la situación actual que vivimos con la pandemia, pero con un punto de vista que hará sentir un carrusel de emociones al lector, a veces, acordes con lo que creen creer y otras veces, totalmente contrarias a lo que creen que es natural desde nuestros inicios.

Algo sobre tu manera de entender este mundo: Me considero una persona “sencilla”, para el vasto universo de grandes mentes que nos rodean, pero a la vez, no me considero una persona “simple”, como muchos de los que dicen influir en el mundo con sus vidas vanas y vacías sin más propósito que llenar muros electrónicos de falsa felicidad. A esto añado que nunca hay que dejar de soñar. Aquel chico de 14 años que trabajaba 6 noches a la semana, sin vacaciones, sin fiestas, ni días libres, soñó que podía salir de allí si se le daba una oportunidad de cumplir lo soñado. Y su sueño se cumplió. Desde entonces he soñado cada vez, más y más grande y mis sueños se siguen cumpliendo. ¿Por qué no los de los demás si luchan por ellos?

Tus proyectos inmediatos: Lo más inmediato es un curso de novela de dos meses que voy a realizar para pulir mi estilo y aprender nuevas técnicas que empiezo mañana. Después terminar de instaurar mi pagina web de escritor antoniofaguilar.es, en la que quiero hacer una mini comunidad de gente que le guste la escritura y, en la que además poner unos capítulos de mis libros como botón de muestra, ofrezco recursos para escritores que creo que son necesarios para los que empiezan. Y, tras terminar el curso totalmente motivado por lo aprendido, rematar las dos novelas que he comentado antes.

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