Reproducimos en esta sección la crítica completa que han realizado desde Estado Crítico a la obra de Jesús Grisaleña Galdos, Era menester, el pasado 24 de febrero de 2025.
La punta de mi rapidez depende de mis espinillas

JABO H. PIZARROSO | Nada más leer este libro de Jesús Grisaleña, no sé por qué, recordé los consejos de un compañero con el que estudié en Madrid en los noventa del siglo pasado. Suena lejos, pero el recuerdo lo acerca.
Salíamos un día por semana a correr por el Parque del Oeste hasta el Puente de los Franceses. Este muchacho entrenaba dos días más que yo para bajar de los 11 segundos en competiciones de cien metros de velocidad. Me hablaba de Ben Johnson, de Carl Lewis, de Leroy Burrell. Antes y después de entrenar, dedicaba su buen rato al calentamiento previo y a golpearse con una piedra las espinillas. Acabado el entreno volvía con lo mismo sentado en un banco.
-Ya no tengo heridas. Al principio me abría la carne con la piedra, pero ahora he conseguido endurecerlas tanto que ni me duelen cuando las preparo y lo que es mejor, me ayudan a progresar en la velocidad que necesito. La punta de mi rapidez depende de mis espinillas.
Cuando consiguió la dureza estable en esa parte del cuerpo estaba preparado para pasar a otra fase.
Ahora necesitaba endurecer el nacimiento de las falanges de los dedos de sus pies. Para eso requería de cuestas y el Parque del Oeste por esa zona pegada a la carretera de la Coruña está lleno de ellas. Hay muchas subidas en las que correr impulsado por la dureza conseguida en las piernas, apoyado sobre la base más pequeña con la que no perder el equilibrio que le aportaban sus dedos.
Este chico subía las cuestas corriendo de puntillas.
Al acabar el ejercicio físico continuaba con la piedra a lo que añadía un nuevo método. Sacaba de su bolsillo un rulo de esparadrapo. Cortaba un trozo mediante una dentellada seca y precisa y se lo pegaba en la línea donde acababa la rojez entre el puente y el nacimiento de los dedos de sus pies.
Aquel trozo de piel sobre la que colocaba la marca de tela del esparadrapo era el que le recordaba hasta donde había apoyado las falanges de los dedos. Los cambios que se producían tras cada entrenamiento le obligaban a pegar el trozo de esparadrapo cada vez más arriba.
-Tengo que conseguir correr con las uñas, apoyado solamente en las uñas.
La mejor marca a la que le llevó su velocidad, 11:02, no cumplió con sus expectativas pero le convirtió en un filósofo del esfuerzo del que aprendí a saber utilizar bien una piedra y un trozo de esparadrapo.
Cuento todo esto porque la manera de escribir de Grisaleña y su libro titulado Era Menester me han recordado la forma en la que trataba de superar su marca soñada en cien metros aquel antiguo compañero de estudios. Grisaleña escribe tras un duro entrenamiento de piedra contra las espinillas y escribe como quien ansía correr apoyado solamente en las uñas.
Grisaleña es también, como aquel tipo, un corredor de velocidad, de distancia pequeña, un atleta de los cien metros literarios, de la viñeta, de la impresión, del relato corto. No sé cuántos años ha estado Jesús con lo de la piedra y lo del esparadrapo pero a tenor del resultado de este libro han debido ser muchos.
Para escribir y manejarse bien y de forma resolutiva en este tipo de distancias tanto como para correr en pista corta hay que aspirar a convertirse en un hijo del viento, un nieto de la brisa.
El autor de Era Menester lleva tiempo subiendo cuestas a toda velocidad y batiendo marcas que se acercan a los buenos cronos. Ha sido guionista radiofónico y durante años fue uno de los columnistas de aquella prensa llamada EL MUNDO DEL PAÍS VASCO en la que cabían opiniones de todo el arco iris ideológico. Ese entrenamiento en la escritura le ha llevado a condensar en cada una de las viñetas de este libro toda una sabiduría en torno a las pequeñas cosas.
Porque leyendo a Grisaleña he recordado aquel libro de Anton Arrufat publicado en Pre-Textos y titulado De las pequeñas cosasy en algo se parecen.
Durante un verano rutinario y despertador, un narrador se centra en sí mismo y en el paisanaje que puebla el contorno en el que pasa las vacaciones habituales. El pueblo se llama Trobes, un trasunto de Pobes y la mayor parte de los pueblos de alrededor empiezan por Tru, Tro o Tra, sufijo que atraviesa la realidad de esas poblaciones para llevar esos lugares a otro plano diferente. El narrador de estas crónicas es un escéptico y un amante del buen vivir, de los pequeños detalles y desde sus reflexiones nos acercamos a una intimidad externalizada.
En su Quadern Gris, Josep Pla escribe: «¿Me pregunto si este diatario es sincero, es decir, si es un documento absolutamente íntimo?» Grisaleña bien se pudo preguntar esto mismo que Pla antes de escribir este libro y la respuesta está en sus páginas porque ha conseguido un texto en el que la intimidad del narrador se pone al descubierto a través de los personajes que pueblan Trobes y de los animales que parecen esperar una hecatombe próxima, un apocalipsis de lo sencillo.
La escritura narrativa de este libro trata de buscarse a sí misma desde lo exterior, para el narrador son los otros los que modelan el barro de su intimidad, de su percepción y con esta punta de velocidad intenta con mucho mimo lanzarse desde ese pequeño pueblo desconocido y perdido hasta una realidad donde las relaciones entre los seres humanos dejen marcas de huellas profundas.
En el fondo, en crónicas, viñetas y aguafuertes que se leen con sonrisa de tomillo y con interés de ojos de gato, Era Menester es el libro de un urbanita que no quiere serlo y de un hacendado sin hacienda que tampoco desea vivir todo el tiempo en un entorno rural, alguien que lucha por encontrar su lugar en la naturaleza, en una población pequeña, pero que ha perdido las migas de pan del camino para poder llegar y aún así insiste en dar con ellas.